Desde hace años, en ninguna ruta por Escocia que miraras, ibas a encontrar recomendaciones de esta ciudad. De la gente que conozco que había viajado a este país, nadie la había visitado, si acaso, y como mucho, excursión de día desde Edimburgo para ver la catedral que sí, hay que reconocerlo, es más bonita. A pesar de que iba con algún que otro prejuicio, nada mejor que perderse por las calles para combatirlo.
¿Qué es lo que ha cambiado tanto en la ciudad que pasó de ser una de las más ricas en la Revolución Industrial a caer en el olvido y la depresión económica para (intentar) renacer de sus cenizas?

En el siglo XVIII fue un importante puerto comercial con América y buena parte del comercio del tabaco entre Europa y EE.UU. pasaba por Glasgow. Muchas de las edificaciones que se construyeron en esta época se deben a los magnates del tabaco.
En el siglo XIX, el comercio de este bien entró en declive, aunque la ciudad no tuvo mayor problema en convertirse en centro textil, naval y de las industrias del carbón y el acero. Muchos de los edificios y monumentos victorianos que quedan en la ciudad fueron construidos en esta época, siendo Alexander Thompson y Charles Rennie Mackintosh los principales arquitectos. Sin embargo, la grandiosidad arquitectónica chocaba frontalmente con las condiciones laborales en las fábricas.

En el siglo XX, se convirtió en el centro de la industria armamentística británica, facilitando armas y barcos en las dos guerras mundiales. La consecuencia de esto es que quedó bombardeada durante la II Guerra Mundial.
Tras la contienda, la ciudad comenzó a decaer y, en la década de los 70, era fácil asociarla a desempleo, violencia urbana y depresión económica.
En la actualidad, se ha producido un desarrollo urbano y, aunque el nivel de vida sigue siendo más bajo que en otras ciudades del país, la situación es completamente distinta. Y, por lo que pudimos ver, el capitalismo de hace siglos basado en tabaco o carbón ha sido desplazado por el de las grandes cadenas de ropa que se pueden ver el mundo occidental o el de comida rápida.

Una vez contextualizada la ciudad, continuamos con el relato. Como llegamos relativamente pronto, no podemos coger la habitación, así que nos vamos a comer. Nos alojamos en el West End, zona gastronómica de la ciudad y mires donde mires, hay restaurantes apetecibles, con precios que, en muchos de ellos, no lo es tanto.
Escogemos uno que queda cerca, tiene raciones y tapas y que, además, luce una estrella Michelín. Comida buena y a precios ajustados, motivos más que de sobra para repetir pero, con toda la oferta existente, nos apetece probar más cosas.

Para visitar la ciudad, nos encontramos con el problema de que estamos en un extremo de la urbe y la Catedral que, por suerte, no está en el centro, está en la esquina totalmente opuesta. La buena noticia es que tenemos que andar en línea recta por la misma calle, que va cambiando de nombre: de Bath St. a Cathedral St. Ante nosotros, un trayecto de algo más de media hora en el que nos vamos encontrando con edificios históricos abandonados u ocupados por tiendas de todo tipo. Queremos llegar antes de las 17:00, que es a la hora a la que cierran y, aunque alguna foto cae por el camino, en general, apuramos el paso. Pero cuando no es el momento, no lo es: llegamos cinco minutos tarde y no hay manera de entrar, ni siquiera para echar un vistazo rápido. Nos tenemos que conformar con los exteriores, de estilo gótico y que sobrevivieron a la Reforma, al contrario que otras catedrales del país.

Seguimos los pasos de un grupo guiado cuando se meten por un camino porque tienen pinta de saber dónde van, y es cuando llegamos a la necrópolis, del siglo XIX y situada en una colina. Ya hablaré de ella en el futuro.

Llegamos a George Square, el centro neurálgico de la ciudad, donde se sitúan el ayuntamiento y una serie de estatuas de personajes ilustres, como Robert Burns, James Watt o Sir Walter Scott. El edificio del ayuntamiento se erigió a finales del siglo XIX, en época de bonanza y, como sabíamos que el interior es más bonito que el exterior (y ya es difícil) quisimos visitarlo. Mala suerte otra vez: ya no hay más visitas guiadas ese día y, a la mañana siguiente no nos dio tiempo. Para que nos hagamos a la idea, en sus salas se han rodado películas, haciendo pasar las distintas estancias por el Kremlin o el Vaticano. ¿Os pica la curiosidad? A mí, sí.

También en esta plaza se encuentran dos estatuas ecuestres: una joven Reina Victoria y su consorte, el Príncipe Alberto, que luce como podéis ver en la foto.

Inicialmente, el cono estaba en la estatua del primer duque de Wellington, emblema del poderío militar británico. La tradición de este “sombrero” viene de los años 80, por la noche, a la salida de pubs y discotecas. Cada vez que le ponían el cono, las autoridades lo quitaban y, cada vez que lo quitaban, se volvía a poner. Un tira y afloja infinito que acabó cuando se convirtió en una de las imágenes de la ciudad: aparece en postales, fotos de todo tipo, imanes o tazas. Y, a pesar de que la estatua se subió de altura en otro pedestal, el cono seguía apareciendo en la cabeza de Wellington. Al final, la presión popular pudo más y el sombrero se ha quedado.
Fuimos incapaces de encontrar esta estatua y parece que la historia se repite con la del Príncipe Alberto, sin embargo, no hemos encontrado más información al respecto.

De vuelta al hotel, nos perdimos en el entramado de calles que, aunque dista de ser un trazado caótico medieval, no todas las calles perpendiculares recorren en camino desde el río hasta la parte alta y meterte por una o por otra puede suponer una cuesta de impresión. La vuelta fue un poco más dura pero la recompensa estuvo bien merecida: el restaurante al que fuimos a cenar. Atravesando el parque de Kelvingrove, estábamos entre dos recomendaciones. Una de ellas, justo ese día, sólo funcionaba como bar; en la otra, nos sonrió la suerte: el chico nos dijo que acababan de cerrar la cocina pero que iba a pedir que hicieran una excepción. Y la hicieron.
Cenamos de vicio (¿he dicho ya que en Glasgow hay muy buenos restaurantes para una experiencia gastronómica?), el chico se sentó un rato con nosotros y estuvimos hablando. Al terminar, no quisimos abusar y nos fuimos a tomar algo al primer local.

Por la noche estuvimos planeando el día siguiente: nos quedaban por ver los interiores de la catedral y del Ayuntamiento pero, ¿justificaba eso que nos quedásemos en la ciudad que ya estaba vista? Parece ser que no porque cogimos un tren por la mañana hasta Stirling.

Esa noche nos acercamos hasta la orilla del río Clyde. El paseo por la ribera es muy tranquilo, quizás demasiado, parece que la ciudad y el río están enfadados. Casi no encontramos gente, sólo algún que otro amante de la fotografía nocturna. Es en este lugar donde se ha situado el auditorio, el OVO Hydro (la arena deportiva) y el SEC Centre, un centro de convenciones, además de hoteles de lujo de los que no entra ni sale nadie. En la otra orilla, las sedes de diversos medios de comunicación.


Estamos prácticamente solos en la zona. Una pena porque no son conscientes de lo que tienen…


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