Y por fin llega el 3 de julio, día en el que cogemos el avión para volar hasta Edimburgo. Como comenté hace unos días, Escocia es ese destino al que siempre has deseado ir pero que, por distintos motivos, se guardaba en la recámara. Este año, cuando por fin nos podemos mover con más o menos libertad, Escocia saltó a la palestra.
El despertador suena muy pronto, pero madrugar para viajar no cuesta nada. Recogemos la casa, terminamos de cerrar la maleta y cogemos un taxi a Barajas.
Al llegar, nos llevamos una sorpresa fan: coincidimos en la cola de facturación con todo Belle & Sebastian, justo cuando la noche anterior les vimos en el concierto que ofrecieron en Las Noches del Botánico. No nos queda otra que saludar a Stuart Murdoch.
Cuando dejamos las maletas, pasamos los controles que, por suerte, no se demoran demasiado, pese a todos los problemas que está habiendo, y fuimos a desayunar. No tenemos tiempo para deleitarnos porque enseguida tenemos que embarcar. El vuelo sale puntual, como puntuales llegamos a Edimburgo. Hemos dejado el calor que hemos padecido en Madrid por los cielos nublados y el fresquito.

Recogemos las maletas y vamos a retirar el coche de alquiler. La primera parada es nuestro hotel en Dunfermline. Está muy apartado del pueblo pero, como no tenemos pensado hacer mucho por allí y sólo va a ser una noche, es perfecto. Además, es barato, está limpio y tiene buenas críticas. Suficiente.
En cuanto hacemos el check-in, subimos a nuestra habitación, dejamos las maletas y nos comemos los sándwiches que había preparado por si no encontrábamos ningún sitio en el que comer a horas en condiciones. Mujer previsora vale por dos.
Pronto, nos ponemos en movimiento. Tenemos que llegar hasta St. Andrews y nos separan 80 kilómetros, teniendo en cuenta que es nuestro primer contacto conduciendo por la izquierda. Sin liarla demasiado, o más bien, sin ningún tipo de percance, llegamos a nuestro destino. Conseguimos aparcar fuera del centro, por lo que evitamos los parquímetros y, aunque no luce un sol radiante, no llueve. El tiempo nos sonríe, hasta que, varios días más tarde en los que apenas llovió, no tenemos claro que sea buena suerte.

Ahora, vamos a situarnos en el mapa. Fife es un concejo escocés situado entre los estuarios del Forth y el Tay, al Noreste de Edimburgo. Pese a que es la tercera región en población, hay grandes extensiones agrícolas y pequeños pueblos pesqueros, además de St. Andrews, la población más conocida.
St. Andrews es un pueblo grande o una ciudad pequeña que, hoy en día, es conocida por su prestigiosa universidad y porque es una de las mecas del golf. En el siglo IV, san Régulo trajo las reliquias de San Andrés y se convirtió lugar de peregrinación y capital eclesiástica del país.

Sin necesitar ningún mapa, pronto llegamos a North St, donde aprovechamos para estirar las piernas y vemos el encanto que tiene, pese a que todos los locales comerciales están ocupados por negocios sin mucho encanto. Encontramos el edificio de la universidad o, más bien, uno de ellos. Nos “colamos” en el patio y ya sólo nos queda empezar a hacer fotos sin parar de sonreír. Merece la pena el desplazamiento.
Después, vamos hacia la costa, donde vimos las ruinas del castillo, del que hablaré en unos días.
Siguiendo el sendero de la costa, llegamos a las ruinas de la catedral. Había visto muchas fotos de catedrales y templos católicos en ruinas tras la Reforma pero, poder verlas, es mucho mejor.

La Reforma se originó en el siglo XVI, cuando el Papa se negó a conceder el divorcio a Enrique VIII de Catalina de Aragón. Por supuesto, hay muchos más factores y las luchas se prolongaron durante muchos años. Para saber más de este tema, os dejo esta web.
La catedral fue la más grande de Escocia y, viendo los restos de las torres, podemos hacernos una idea de las dimensiones que tuvo. Por desgracia, nosotros no pudimos entrar. Primero, porque los monumentos cierran pronto (horarios europeos), pero, también, porque el recinto permanecía cerrado por riesgo de derrumbe.
Os comparto este artículo de National Geographic en el que se da más información y ofrece fotos “dentro de las rejas”, no como las mías…

Al estar al Norte de Europa y ser verano, la claridad nos engaña, aunque no es tan pronto como nos gustaría, por lo que tenemos que volver al coche. Queremos regresar a Dunfermline siguiendo el Coastal Path de East Neuk, es decir, la carretera costera que recorre pueblos pintorescos de pescadores. El recorrido completo son 188 kilómetros, distancia que, obviamente, nosotros no podemos hacer.
Mirando el mapa y, con las recomendaciones de la guía en la mano, tuvimos que reducirlo a sólo dos pueblos, Crail y St. Monans, aunque hay muchos más.
Aunque es de suponer que en verano hay problemas de aparcamiento, nosotros pudimos dejar el coche sin problemas, eso sí, a las afueras y en el primer hueco que encontrásemos. Eso nos ahorraba dar vueltas, tener que volver a salir o los parquímetros, o tal vez no, pero tuvimos suerte.
Crail es un pueblo de poco más de 1.600 habitantes, muy tranquilo, con casas pintorescas de marcos en las ventanas pintados de colores y tejados rojos. Se respira calma y olor a mar en cada uno de sus rincones.


Era un domingo por la tarde a comienzos de julio y apenas nos encontramos a nadie por la calle, unido a que tampoco vimos muchos pubs o establecimientos abiertos. No sé cómo puede ser entre semana.
Serpenteamos entre las calles, llegamos al puerto y, sinceramente, ya está visto. Siguiente parada: St. Monans.
Este es mucho más pequeño y lleva el nombre de un santo que vivía en una caverna. Si Crail era tranquilo, St. Monans lo es mucho más. Tiene un paseo muy agradable por la costa hasta un molino y, como en el caso anterior, tampoco vimos nada abierto, por lo que, la idea de tomar una pinta o, incluso, cenar, se desvanecieron rápidamente. Además, estábamos cansados, el día había comenzado muy temprano y habíamos vivido muchas emociones, lo mejor era volver a Dunfermline a cenar y descansar.


Nuestro hotel estaba situado a las afueras, en una zona comercial con restaurantes de comida rápida y un típico pub inglés. Aunque sabemos que no es un destino que destaque por su gastronomía, comer en el McDonalds no nos motivaba, por lo que vamos directamente al centro del pueblo a bichear. Si no encontramos nada, siempre podemos volver al coche.
Hasta que vimos una hamburguesería. Tenía buena pinta, hamburguesas caseras y precios comedidos, o todo lo comedidos que pueden ser los precios en el Reino Unido, se nota que el nivel de vida es superior al nuestro.
Cuando terminamos, esta vez sí que nos dirigimos a nuestro hotel a dormir. Al día siguiente comenzamos la ruta que nos llevará a recorrer varios castillos.
Por si hay alguien interesado en la Coastal Path o necesita inspiración, os comparto la web oficial que, además, está también en español.
