Las Highlands escocesas evocan a una tierra extensa, brumosa y fría, de inviernos duros y veranos de largos días llenos de luz a través de las nubes. Tierra ondulante por sus colinas, plagada de lochs de distintos tamaños, casas aisladas, rocas y brezos. En resumen, una maravilla.
Es todo esto lo que me venía a la mente cada vez que pensaba en Escocia y, después de haber estado, es lo que más echo de menos. Calzarse las botas de trekking, coger el forro polar y el cortavientos y pisar la hierba, una pinta nos esperaba en el pub al final de la jornada.

Por desgracia, no pudimos ver todo lo que nos hubiese gustado: desde Inverness, llegamos a Ullapool, de ahí a Durness y vuelta a Ullapool, para cruzar a la Isla de Skye. Dejamos la zona este y las islas por una más que evidente falta de tiempo y por presupuesto. El alojamiento en esta zona es escaso y muy caro, además, se reserva con muchos meses de anticipo, por lo que nos enfrentamos a muchos problemas a la hora de buscarlo, obligándonos a modificar el recorrido, como ya conté hace un tiempo.
La comida y la bebida también son caras: se paga el que haya poco donde elegir y, sobre todo, los gastos de transporte. En cualquier caso, no haber visto todo es un motivo perfecto para volver.
Por carreteras de un solo carril (pero con passing places cada pocos metros) y una educación impecable por parte de los otros conductores, conseguimos llegar a nuestro alojamiento, en el pequeño pueblo de Camusnagaul, dos fiordos al sur de Ullapool.

Por el camino, y antes de llegar, tenemos la inmensa suerte de dar con un hotel de montaña con restaurante y cafetería. Y remarco lo de inmensa suerte porque no había absolutamente nada más. Mal por nosotros por no haber comprado bocadillos en cualquier súper. Algo que tenemos que cambiar: revisar bien los itinerarios para saber qué vamos a encontrar y qué no. Esta vez, nos ha salido bien la jugada: la sopa del día sienta de maravilla y, por fin, probamos el haggis.
Ha sido un viaje cansado desde Inverness, incluyendo la parada en el castillo de Urquhart, y optamos por descansar. La habitación es pequeña pero muy acogedora y pronto salimos a explorar los alrededores. Bajo una lluvia fina y constante, andamos unos 15 minutos por el arcén de la carretera hasta la cascada de Ardessie, con un mirador en el mismo arcén y que hace muy fácil contemplarla.

No es tarde pero tampoco pronto y, sabiendo que el único pub de la zona está en Dundonnell (y en único en varios kilómetros a la redonda) y cierra temprano (sólo abre por la noche los fines de semana), no podemos demorarnos. Desandamos el camino y, en poco más de 40 minutos de caminata, llegamos. No nos hemos cruzado con ningún senderista o peatón, sólo con algún que otro coche.
En el pub nos espera una pinta reparadora y un fish and chips que nos ayuda a reponer fuerzas.
Volvemos a nuestra habitación a descansar, al día siguiente nos esperan muchos kilómetros y, también, muchas emociones.

Nuestro destino final es Durness y, según la guía y el mapa, parece poco más que una aldea de casas difuminadas. No tenemos claro si habrá algún supermercado o pub donde comer algo, así que, esta vez sí, optamos por desviarnos (con el tiempo y los kilómetros que conlleva) hasta Ullapool, donde hay un Tesco y comprar lo necesario para ese día.
Según la guía, los pocos más de 100 kilómetros que separa ambas localidades son los más espectaculares de Escocia. Cuando lo leí, no pude evitar emocionarme y que el corazón me latiese más rápido ante lo que iba a ver. Soy consciente de que, en muchas guías y artículos, se tiende a exagerar la belleza de algunos sitios y que, cuando llegas, no encuentras lo que esperabas. En este caso, puedo afirmar categóricamente que, no es que sea el trayecto más bonito de Escocia, es que es uno de los más bonitos que he recorrido nunca.


Naturaleza salvaje pero controlada (si habéis estado en Islandia, creo que es fácil entenderlo), el verde dominando el entorno, lagunas de todos los tamaños, cerros y colinas cubiertos de brezo y tojos. Abrumador. Allá donde mires es fotogénico. Sólo podía pedir parar el coche una y otra vez para bajarme y respirar ese aire tan limpio, sentir esa soledad, intentar recordar cada rincón y ayudarme, para ello, de la cámara. No podía evitar preguntarme cómo tiene que ser la vida en un lugar así. Es obvio que, si has nacido en la zona, son preguntas que no te haces, es como es, no sabes si fácil o difícil porque no tienes con lo que comparar. Si te mudas expresamente, ¿qué estás buscando? ¿Qué vas a encontrar?
Recuerdo las explicaciones de Patricia, nuestra guía en Islandia, sobre la gente que vive en el arco Norte: cuando llega el invierno, son evacuadas; si alguien no quiere, se queda bajo su propia responsabilidad sabiendo que, en caso de que algo ocurra, Protección Civil puede que no tenga los medios para rescatarte.
Las Highlands no parecen tan malévolas, aunque no pinta que los inviernos sean fáciles de llevar, ya no sólo por la oscuridad, el frío o la soledad, que también, sino porque el transporte no es frecuente. Las sinuosas carreteras son de un solo carril y no nos cruzamos con ningún autobús (ni de línea ni de turistas), entre otros motivos, porque no entran y los giros serían imposibles. Supongo que este es el motivo por el que no encontré ninguna agencia española que organice viajes por esta zona, todas se quedan en Inverness y el lago Ness. Respecto a agencias locales, mejor buscar por palabras tipo adventure, wild o similares, y se hacen en 4×4.

Desde que dejamos el B&B nos acompañan una ligera lluvia intermitente y cielos encapotados, al fin y al cabo, estamos en Escocia. La lluvia me fastidia un poco más, el nublado, no. Sin embargo, poco antes de llegar a Durness, las nubes se abren y dejan que los rayos de sol se cuelen. ¿De verdad está ocurriendo?
Cuando llegamos, conseguimos aparcar rápido y salimos a explorar. El pueblo es lo que nos imaginábamos: casas desperdigadas, varios B&B, un supermercado pequeño (aunque mejor llevar la comida de antes) y una iglesia. Fuera de “la civilización”, hierba de un color verde que sorprende y unas playas que jamás imaginamos que existieran en un lugar así.

Creo que muchos tenemos o teníamos en mente acantilados escarpados en la costa, sin embargo, aunque esto se encuentre en muchas zonas, también vimos unas playas muy extensas, con arena blanquecina y muy fina por los efectos de la erosión de los fuertes vientos que soplan y, además, un agua turquesa que, con la luz solar, se torna cristalina. ¿Estamos en Escocia o en Menorca?

Hacia el este, a una distancia de 1.5 kilómetros, se encuentra la cueva Smoo pero, antes de internarnos, nos desviamos por los prados. Hay un sendero que se va desdibujando con los pasos, en el que abundan las ovejas y que nos aguarda una sorpresa: el mejor asiento del mundo para disfrutar del mar de las Hébridas. En ese rato, todo excepto el viento, se para. No hay preocupaciones, no pensamos en qué hacer luego ni dónde estaremos mañana, sólo estamos el mar, las rocas y yo.

De vuelta a la realidad, damos la vuelta y entramos en la cueva. Se trata de una cavidad combinada, de origen marino y de agua dulce, ya que dentro hay una cascada que también contribuye a la generación de cavidades. No es una cueva profunda y es muy accesible, aunque se organizan visitas guiadas.
Investigaciones arqueológicas, descubrieron restos del Neolítico que pueden corresponder a los primeros vikingos o exploradores del Norte, que datarían del periodo entre los siglos XI y VIII a.C.



Cuando salimos, subimos por la escalera de madera y, como el aire da hambre, decidimos ir a por nuestra comida, aunque hacemos una parada en el memorial de John Lennon que hay enfrente del community hall. Después, nuestros deliciosos sándwiches nos esperan, que nos comemos dentro del coche para evitar el frío y el viento. Y es que, a pesar de lo soleado del día, el sol no calienta y tenemos que llevar varias capas de ropa.
Aún no hemos terminado de explorar la zona. Si antes nos hemos dirigido al Este, ahora vamos en dirección contraria, hasta la capilla Balnakeil, o más bien, sus restos, junto con el antiguo cementerio del pueblo, que es el que tiene las mejores vistas del mundo. En este cementerio se encuentran enterrados, entre otros, Rob Donn, un poeta gaélico del siglo XVIII, y una tía de John Lennon, con la que pasó varias vacaciones en este lugar. Lo del memorial ya tiene sentido (aunque cualquier lugar es bueno para un homenaje a este músico).

En frente de nosotros tenemos la inmensidad de la playa de Balnakeil aunque no podemos acercarnos ya que tenemos por delante un largo camino de más de 100 kilómetros hasta Ullapool, donde vamos a cenar, y, más tarde, hasta Camusnagaul.
Pensamos en parar en una chocolatería que nos pilla de camino hasta el coche, pero la dura realidad del aislamiento nos pone en nuestro sitio: los precios son muy elevados. El chocolate tendrá que esperar hasta la próxima vez que visitemos Durness.
Otro de los puntos que hemos tenido que dejar pendientes ha sido el cabo Wrath y su faro del fin del mundo o, más bien, en el punto más noroccidental de la isla de Gran Bretaña. Con lo que me gustan los faros y esos puntos tan característicos.
El faro sólo es accesible a pie desde el sur, en una caminata de unas 8 horas, o en un transbordador de pasajeros desde un puerto cercano a Durness y, después, continuar a pie, en bicicleta o microbús. Es fácil adivinar que los horarios no son frecuentes y es que algo que hay que planificar con tiempo, para lo que se necesitarían, al menos, dos días en la zona.

Volvemos al coche y regresamos por las mismas carreteras sinuosas que tanto me han gustado y paramos en Ullapool, la población más grande de la zona, con unos 1.500 habitantes, y en la orilla del loch Broom. El puerto es una de las principales entradas a las Hébridas Exteriores y la hilera de casas frente a la orilla es preciosa.
Es fácil pensar que un lugar así va a estar prácticamente vacío, pero no, sino que encontramos todo lo contrario. Teniendo en cuenta, además, que es sábado, las calles, las terrazas y los pubs están llenos de gente y, lo que es peor, hay un crucero de grandes dimensiones atracado. ¿De verdad? ¿Cómo es posible que un puerto de este calibre pueda albergar el mismo tipo de barco que llega a Venecia? ¿Está preparado un pueblo de 1.500 habitantes a absorber todo ese gentío que desembarca? Una vez más, suscribo las palabras de Paco Nadal: el turismo desbocado puede ser (y es) peor que Atila.

Todavía no es hora de cenar y el pueblo se ve rápidamente, así que nos dirigimos al pub restaurante que más nos convence para tomar una pinta antes de cenar. El salón está bastante lleno, pero aún hay mesas libres, por lo que, confiados, nos sentamos en la barra. Cuando nos empieza a entrar hambre, el camarero confirma los peores presagios: tienen todas las mesas ocupadas y no se sirve en barra. Eso nos pasa por no haber intentado reservar antes de beber tranquilamente. Aunque no dejé de preguntarme dónde se ha quedado la improvisación, somos del género tonto.
Nos ponemos a recorrer las calles y el único lugar en el que hay sitio y el precio nos cuadra, es el restaurante indio. No es una cena que recordaremos que, al menos, nos sirve para no acostarnos con el estómago vacío.

Volvemos a nuestro B&B, el día ha sido duro y nos espera algo muy esperado: el castillo de Eilean Donan y la isla de Skye, a la que dedicaré un artículo.
Dos días más tarde, después de desembarcar con el coche en el ferry desde Skye, antes de llegar a Fort William, nos ponemos en ruta por la A8301. Esta es una zona muy histórica y de pasado jacobita, puesto que fue aquí donde comenzó y terminó el fallido intento de Carlos Eduardo Estuardo de recuperar el trono británico, a mediados del siglo XVIII.
Para impregnarnos un poco de ese momento histórico, paramos en Glenfinnan, un pequeño pueblo de tan solo 100 habitantes que, además, es muy conocido porque se puede ver el famoso viaducto por donde pasa el tren que lleva a Harry Potter hasta Hogwarts. Sin embargo, el elevado precio del parking nos echa para atrás. La Historia y el cine tendrán que esperar.

Donde paramos también es en la costa existente entre las minúsculas poblaciones de Arisaig y Morar. Esta franja de litoral, conocida como Silver Sands, es una maravilla. Otra playa más de arena blanquísima que nos impresiona.
Continuamos nuestro periplo hasta Fort William, donde nos quedamos el resto del día. La ciudad no tiene ningún tipo de interés, por lo que se puede dar por concluida nuestra ruta por las Tierras Altas Escocesas, lugar que siempre recordaré y que, desde luego, es de lo más bonito que he tenido la oportunidad de conocer.
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Cada vez tengo más noticias desde hace un tiempo de gente que se da un descanso de RR.SS. o, incluso, sale de ellas.
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