No nos engañemos, quien viaja a Escocia no lo hace para visitar ciudades, con excepción, quizás, de Edimburgo, de la que hablaré en otro post. Escocia es naturaleza, no arquitectura.
En la planificación no estaba prevista dedicar mucho tiempo a este tipo de turismo, salvo que, por cuestiones prácticas, en las ciudades hay más variedad de alojamientos y restaurantes.
Las que nosotros hemos visitado han sido Aberdeen, Elgin, Inverness, Glasgow, Stirling y Edimburgo. En la mayoría de casos, sólo dedicamos una tarde y, sinceramente, tiempo suficiente, aunque, tengo que reconocer, que no me arrepiento de haber parado en ellas.
Después de visitar los castillos de Glamis, Dunnotar y Crathes, nos dirigimos hacia Aberdeen.
Esta urbe, situada en la costa Este, es el motor económico de Escocia, gracias a la industria petrolera del mar del Norte, lo que supone que tenga una población de casi 200.000 personas de muchas nacionalidades pero, también, hace que, en época de bonanza, los precios se disparen y sea una ciudad cara.
Se la conoce como “la ciudad del granito” porque todos los edificios están construidos con granito gris. La guía afirmaba que, en días despejados, la piedra da un color especial, pero que, en días nublados, cuesta diferenciar dónde acaba la piedra y comienza el cielo. Y puedo dar fe de lo primero, menos mal…

Mientras que preparaba el itinerario, dudaba sobre si incluirla o no. Con los datos que he dado (y que yo leí), no parece muy atrayente; no sé de nadie que haya ido a Escocia y haya visitado Aberdeen pero, por otro lado, es una ciudad universitaria, lo que hace que tenga más pubs y música en directo (si es que no terminábamos reventados) y, al ser una urbe, era más probable encontrar alojamiento a mejor precio.
En situaciones de este tipo, prefiero consultar las opiniones de gente que lo conozca, por lo que me dirigí al foro de Los Viajeros. No había muchos que hubiesen estado, pero sí que leí a un par que afirmaban que, si tenías tiempo, no se perdía nada por dedicarla un día como mucho. Bueno, decisión tomada, unido a que encontré una habitación en un B&B a buen precio y bien comunicado.

Llegamos por la tarde, dejamos el coche, nos presentamos en el B&B para hacer el check-in y salimos a recorrer las calles. Estamos muy cerca de Union St, principal arteria de la urbe, flanqueada por edificios victorianos. Nos dirigimos hacia el este, buscando el centro urbano y el puerto y nos topamos con el primer cementerio, el de San Nicolás.
En Escocia, los cementerios están en los centros de las ciudades y la gente convive con ellos como algo normal, no como en nuestra cultura, que es algo que nos da un poco de grima. En cualquier caso, a lo largo del viaje, visitamos unos cuantos, ya que detallaré en un post futuro y es que, para los que no me conocéis, me gusta el turismo de cementerios.
Seguimos andando por Union St dando gracias por el día tan despejado. El lugar me parece triste, no quiero imaginar como será en días de invierno o de peor tiempo. Poco antes de que esta calle se fusione con Castle St, giramos a la izquierda para ver el Marischal College, un edificio de finales del siglo XVI que fue sede de la Universidad de Aberdeen, sin embargo, la fachada principal, que parece de estilo gótico, data de 1906 y es extraordinaria porque está tallada sobre el granito. Como curiosidad, es la segunda estructura granítica del mundo, sólo por detrás del monasterio de El Escorial. Hay que admitir que el edificio es muy bonito. Como también que somos los únicos turistas.

Volviendo a Castle St, llegamos hasta Mercat Cross y la Ciudadela del Ejército de Salvación. En la guía no vemos muchos más puntos, al margen de algún que otro museo, que ya están cerrados, así que parece que nuestra visita ha terminado. Antes de meternos en un pub a tomar una pinta, decidimos visitar el puerto. Sinceramente, creo que es prescindible, aunque pudimos ver varios murales de street art curiosos.


Llevaba apuntadas direcciones de bares y restaurantes, pero la dura realidad nos pone en nuestro sitio: al ser núcleo universitario, todos estos lugares abren los fines de semana, permaneciendo cerrados los lunes. Y era lunes. Estaban cerrados todos los restaurantes que había marcado y una coctelería que se había llevado un premio pocos años antes. Viendo el percal, decidimos cenar antes y dejar la pinta para más tarde, por si tenemos problemas para encontrar un restaurante, que los tuvimos. La mayoría de sitios que estaban abiertos tenían demasiada buena pinta y los precios iban acorde. No queremos empezar a gastar tanto tan pronto.
Tenemos que tirar de maps y vemos una hamburguesería con buena nota que no queda lejos. Allá que vamos. Lo que después dedujimos es que la buena nota se la dan los estudiantes: había un segurata en la puerta pidiendo carnets (a nosotros, no, ouch) y éramos los mayores de todo el lugar. Podríamos haber sido los profesores de cualquiera de ellos pero, para tomarnos una hamburguesa, no necesitamos mucho más. O sí, porque nos equivocamos al pedir: queríamos una de pescado (por eso de la innovación) y nos trajeron una de palitos de merluza congelados. Aunque no soy cocinillas, eso está al nivel de cualquier piso de universitarios que se precie.
Cuando terminamos, nos vamos a un pub y estaban celebrando un pub quiz… adiós a tomar una cerveza tranquilos. Al acabar y ponernos las chaquetas, una mujer que estaba sentada en la mesa de al lado, nos preguntó si éramos españoles porque su hijo estaba estudiando el idioma, pero le daba vergüenza preguntarnos. Después, con toda la curiosidad del mundo, cuando quiso saber por qué estábamos en Aberdeen y le contamos nuestros planes y que sólo estaríamos esa tarde, nos contestó con un “enough”. Pues es la respuesta que daría a los que me pregunten si merece la pena.

A la mañana siguiente, ponemos rumbo a los castillos de Fraser y Craigievar, por carreteras rurales y, como nos perdimos, tuvimos que eliminar del planning los pueblos entre los ríos Don y Spey y dirigimos directamente a nuestro siguiente punto de pernoctación: Elgin.
¿Elgin? ¿Qué es eso? ¿Dónde está? Sinceramente, nunca había oído hablar de este lugar hasta la preparación del viaje.
Elgin es una ciudad que se encuentra a 100km al Noroeste de Aberdeen, con algo más de 20.000 habitantes en la actualidad, es la capital de la provincia de Moray durante ocho siglos y fue una ciudad muy importante en la Edad Media.
Según la planificación, llegábamos por la tarde, dábamos una vuelta y, al día siguiente por la mañana, nos íbamos, y todo siguió según guion, pero con sorpresas incluidas.

Recorrimos el corto camino entre nuestro B&B y el centro, viendo una ciudad muy tranquila, quizás demasiado y, dejando atrás el War Memorial, llegamos a las ruinas de la catedral que, por desgracia, ya estaba cerrada. Viendo a través de las vallas, acordamos que no nos parecía suficiente y que volveríamos por la mañana para visitarlas antes de irnos. Antes de eso, cenamos en uno de los mejores restaurantes que hemos encontrado en el viaje (no es broma), croquetas de macarrones aparte (tampoco es broma).
La construcción de la catedral se completó a finales del siglo XIII y era conocida como la linterna del norte. Cuando pudimos pasear entre sus muros, me quité la espinita de St. Andrews. La sala capitular octogonal se conserva prácticamente intacta; encontramos tumbas y efigies de algunos de los obispos y personajes importantes de la época. Es sobrecogedor pasear entre la piedra, las lápidas, subir a las torres y ver el museo. ¿Cómo es posible que un edificio de piedra con tanta importancia haya quedado reducido a unas ruinas? Eso sí, las que más encanto tienen.

Para ayudarnos a entender el proceso, en 1390 la catedral y la villa real de Elgin fueron quemadas por Alejandro Estuardo. Aunque en los siglos XV y XVI se llevaron a cabo importantes reparaciones, terminó cayendo en desuso y la Reforma hizo el resto.
Mirar cada recoveco, leer los nombres de las lápidas, intentar imaginar cómo fue todo aquello, acompañado por un día gris y en el que una ligera lluvia hizo acto de presencia. Este contexto hizo que tuviera un encanto sin igual, que pueda decir que ha sido de lo que más me ha gustado de ese viaje.

Como nada es perfecto, tuvo una pequeña parte negativa: un grupo turístico enorme de españoles llegaron unos minutos antes que nosotros. El hombre que nos vendió las entradas nos aconsejó “try to avoid them”. Hicimos lo que pudimos, las torres y la nave las disfrutamos en soledad un rato luego, llegó la marabunta.


Seguimos camino a Inverness, parando en Fort George y Nairn. Desde mi punto de vista, a no ser que te apasione la historia militar, el primero no tiene mayor interés.
En Nairn, paramos para comer y para ver la playa East Beach, un extenso arenal de más de 6km de largo con una arena blanca y finísima, que se considera de las mejores de Escocia.

Llegamos a Inverness, la puerta de entrada de las Highlands. Nuestro B&B está a las afueras pero tiene un precio bastante ajustado y no hay problemas para aparcar. Saludamos a nuestra anfitriona, una señora recientemente jubilada simpatiquísima y que ha viajado por medio mundo (y que nos confiesa que está esperando que acabe la temporada para irse otra vez), dejamos las maletas y llegamos andando al centro.
No sé si es porque es julio, porque está nublado, porque es entre semana o qué, pero la ciudad está casi desierta. Hace frío y nos apetece tomar algo caliente antes de continuar. Casi todo está cerrado o a punto de, así que lo único que nos queda es la cadena Costa Coffee. Podría haber sido peor.

Después, ya sí que nos ponemos en movimiento. El centro es pequeño y, la verdad, no demasiado interesante. El caso viejo data del periodo posterior a la construcción del Canal de Caledonia (1822) y apenas tiene edificios de relevancia debido a su pasado violento.
Llegamos hasta el río Ness, ancho y de aguas someras. Paseamos por la orilla respirando tranquilidad. Vale que no es la ciudad más imprescindible, pero alejarse del ruido puede ser muy necesario. Cruzamos por uno de los puentes y hacemos el trayecto inverso, ahora sí que empieza a refrescar y, dado que la ciudad ya está vista, queremos ponernos a cubierto en un pub. Otra pinta más que cae. Después, nos vamos a cenar.

Por la zona en la que estamos hay varios restaurantes recomendados, pero o están cerrados o son muy caros, por lo que terminamos en un turco. Es lo que tiene el Reino Unido, sabes que vas a comer comida de todas partes del mundo y dar un descanso al fish and chips tampoco es mala idea.
Al terminar, sigue habiendo luz, así son las noches de verano al Norte de Europa y nos volvemos andando hasta nuestro alojamiento porque al día siguiente nos espera uno de los platos fuertes: las Highlands.

Como curiosidad, en Inverness abundan las tiendas con ropa de senderismo y escalada y fue donde compré mi primer souvenir: unos calcetines con dibujos de las típicas vacas de la zona.
Pasamos tres noches viajando por el norte del país y, cuando dejamos la isla de Skye, recaemos en Fort William, ciudad sin ningún tipo de interés, a no ser que tengas pensado escalar el Ben Nevis, el pico más alto de Gran Bretaña.
Nosotros no lo hicimos porque no estaba previsto y, por lo que leímos, se recomienda tener mucha experiencia en la montaña e ir bien equipados, lo que no es nuestro caso.
Y, desde aquí, Glasgow, pasando antes por el valle Glen Coe, una maravilla de la naturaleza. La carretera pasa por profundos desfiladeros y hay muchos miradores en los que dejar el coche. No habíamos previsto parar demasiado aquí, ni teníamos preparada ninguna ruta de senderismo, algo de lo que nos arrepentimos enormemente, especialmente si tenemos en cuenta que el día anterior nos dejó muy fríos. Si vas por esta zona, de verdad, merece la pena dedicarle unas horas para fundirse con esa naturaleza tan majestuosa.


Con ese sentimiento de arrepentimiento llegamos a la ciudad más poblada del país. Dejamos atrás las cascadas y el verde para entregarnos a la piedra gris de los edificios. Pero eso ya es otra historia.
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