Como ya comenté cuando narraba la organización del viaje, Stirling no estaba en el planning inicial, pero con muchos puntos para intentar incluirlo sin que tuviera que ser forzado. Nos encontrábamos en la segunda mitad del recorrido y, aunque ya el coche lo dejábamos aparcado, el cansancio va haciendo mella y no queríamos tener la sensación de dejar algo pendiente de ver en Glasgow por dárselo a Stirling, así que le colgamos la etiqueta de “vamos viéndolo”.
En Glasgow estuvimos dos días y, pese a que nos quedaron algunas cosillas por ver (el interior de la Catedral o del Ayuntamiento y algún que otro museo), cuando llegó el momento de decidir, sin ningún tipo de duda optamos por ir a pasar el día a Stirling. No queríamos depender del coche y la comunicación en tren es buena, así que ya estaba hecho.

Stirling es una ciudad de unos 36.000 habitantes que ha sido y es un punto crucial conectando las Highlands y las Lowlands. Fue aquí donde se libraron las dos batallas más importantes por la independencia: la victoria de William Wallace en 1297 y la de Robert Bruce en 1314 dieron lugar al nacimiento de la nación. Definitivamente, no nos podíamos perder una ciudad con un peso histórico tan importante y con uno de los castillos más bonitos.
El trayecto en tren fue rápido y puntual. La estación está en la parte baja de la ciudad y, hasta la iglesia de The Holy Rude hay un paseo corto, cuesta arriba, por calles del centro histórico que recorrimos más tarde.

Aunque pasamos por delante de la antigua prisión, no entramos: no teníamos tanto tiempo disponible y queríamos llegar al castillo. Donde sí que paramos fue en la The Holy Rude, una iglesia del siglo XV en la que predicó John Knox, fundador de la Iglesia Presbiteriana de Escocia y que, junto a la Abadía de Westminster, son las únicas iglesias del Reino Unido que han celebrado una coronación. Fue el 29 de julio de 1567, cuando Jaime VI de Escocia, hijo de María, fue coronado siendo apenas un bebé.
La iglesia es pequeña y se ve rápidamente, después, nos paseamos por el cementerio adyacente. El cementerio antiguo tiene lápidas que van desde el siglo XVI y está separado por sólo un camino del moderno, cuya ampliación empezó a mediados del siglo XIX. Lo curioso es que está entre colinas y, desde lo alto, las vistas del castillo son únicas.

Sin demorarnos más, nos dirigimos al castillo, del que ya hablé, y el fantasma español hizo acto de presencia ayudándonos con las entradas.
A la salida, paramos en el monumento a Robert Bruce para admirar las vistas del Monumento Nacional a William Wallace, una torre que data de 1869 y que está bastante retirada, por lo que la visita quedaba descartada.

Por la hora que era, fuimos directamente a comer y dejar el resto de la visita para después. Una vez más, hicimos caso a la guía y seleccionamos un café especializado en sopas del día y sándwiches caseros. Al final, ha sido este tipo de local de comida al que más nos hemos dirigido. Suelen ser rápidos y con un precio más contenido que los restaurantes.
El café estaba al final de Mercat Cross, lo que nos facilitaba mucho completar la visita. Paseando por Broad Street vimos la columna coronada por el unicornio, que es el símbolo nacional del país. Estas columnas designaban en la ciudad el punto en el que estaba permitido comerciar.

Lo mejor es callejear sin rumbo por las calles adoquinadas del Old Town, descubriendo puertas y edificios, fijándose en los detalles que se van encontrando por el camino y, sobre todo, respirando el aire que huele a Historia.
Nosotros dejamos pendientes la Antigua Prisión (principalmente, por presupuesto, ya que, al viajar dos semanas en un país con un nivel de vida superior al nuestro, algo hay que dejar de lado) y el monumento a William Wallace y Argyll’s Lodging que no se encuentran en la ciudad como tal, sino que hay que desplazarse.

Llegados a este punto, en un tranquilo paseo volvimos a la estación de tren. Habíamos comprado billete de ida y vuelta en hora valle, que sale considerablemente más barato que en hora punta, por lo que, si no queríamos abonar la diferencia, teníamos que coger el tren del primer tramo.
Una vez conseguido, volvimos a Glasgow con una sonrisa en la boca por haber podido encajar sin problema la visita a una ciudad tan importante para este país y con uno de los castillos más bonitos.
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