Come, reza, ama

Este mes, me gustaría hablar de una película que, en cierto modo, me salvó la vida. Me ofreció calma, una ventana a otros países y continentes, la certeza de que un futuro viajero estaba ahí, esperando a que la situación de pandemia mundial mejorara. Esta película es Come, reza, ama (Ryan Murphy, 2010).

Cartel promocional de la película

Está basada en la novela autobiográfica de Elizabeth Gilbert, una escritora que, después de encadenar un divorcio y un fracaso sentimental, decide tomarse un año sabático y encontrarse a sí misma a través de experiencias sensoriales, tales como la comida, el misticismo y el amor.

Como he comentado en otras ocasiones, no voy a entrar en la calidad de la película, ni en el guion, ni en las interpretaciones, sino que me centraré en los destinos recorridos. Los que me conocéis, sabéis que me gusta el buen cine, así que, de primeras, ver esta película no estaba en mis planes, pero llevábamos varias semanas de confinamiento mundial y no se veía la luz al final del túnel, todo estaba en suspenso y me tenía que conformar con leer artículos de viajes para mantener viva la ilusión y poder planear futuras vacaciones y escapadas. Un día, no valió sólo leer, sino que también tuve la oportunidad de verlo.

Cayó entre mis manos esta película y, durante algo más de dos horas, olvidé que estaba encerrada en mi casa, sino que pude acompañar a Liz, la protagonista, por las calles de Roma, un centro de oración en la India y las playas de Bali.

En época de confinamiento, un gelato en Roma, suena maravilloso (foto de spinof.com)

Al comienzo de la película, Delia, amiga de Liz, con una maternidad recientemente estrenada, le enseña un baúl con ropa y cosas para bebés que lleva preparando durante años. Delia siempre había querido ser madre, un viaje que, aunque pueda ser apasionante, no es el que Liz ha elegido. Ésta da una respuesta con la que me siento totalmente identificada: “yo tengo una caja igual, pero con recortes del National Geographic y de la sección de viajes del Times. Todos los sitios que quiero ver antes de morir”. Pocas secuencias más tarde, vemos esa caja. Recortes de artículos, fotografías y folletos de todo tipo de destinos que están esperándole.

Hace varios años, yo tenía una caja parecida. Bueno, más bien, una carpetilla de plástico llena de artículos con recorridos, lugares curiosos o de los que nunca había oído hablar pero que se convirtieron en metas. Con el paso de los años, la funda de plástico tornó en una carpeta digital. En Facebook sigo muchas revistas de esta temática y, lo que más me llama la atención, los guardo para deleitarme leyéndolos con más calma, soñar con conocerlos o, simplemente, tenerlos en cuenta como inspiración. Al igual que Liz, el viaje que elegimos nosotras fue el de conocer mundo. Escribía (mi adorada) Almudena Grandes en Malena es un nombre de tango “el instinto maternal es como el instinto criminal, o como el instinto aventurero […]. El caso es que no se puede esperar que lo tenga todo el mundo.” Bueno, pues Liz y yo nacimos con instinto viajero.

Lo que queda de mi caja de «destinos deseados e ideas»

Volviendo a la película, empezamos en Roma. Recorremos la Ciudad Eterna por callejuelas con encanto allá donde mires, por los lugares más conocidos como la Fontana di Trevi, el Panteón o la Piazza Navona. Acompañando nuestros pasos de suculentos platos de pasta y pizza, mucha pizza, al fin y al cabo, para afrontar esas caminatas, hay que coger fuerzas. ¿Se quemarán todas las calorías? No parece… Liz admite sin pudor que ha tenido que comprarse vaqueros nuevos de una talla superior. En cualquier caso, me suena haber leído que, si vas a Roma y sigues entrando en tus vaqueros de siempre, el último día te meten en la cárcel. Ouch.

En mi opinión, la visión que se ofrece de la ciudad y de la estancia de la autora es demasiado naif e, incluso, está demasiado estereotipada: amigos maravillosos que conoce nada más llegar, ese griterío o la manera de gesticular que parecen sacados de una obra cómica, unas monjas comiendo helado justo a tu lado. En fin, escenarios que parecen sacados de una revista de decoración en la que todo es perfecto.

Comer en Roma (foto de almostginger.com)

Aunque Roma sea una ciudad que merezca la pena conocer y que sea un imprescindible, a mí me gustaría volver a ver una Roma real, no una edulcorada, tal y como me pasó con Venecia. Claro que visitaría los lugares que marcan todas las guías, como también me perdería entre sus calles sin mapa en la mano, ya que es allí donde residen las ciudades “de verdad”.

Si me habéis leído a lo largo de estas semanas, recordaréis el post que escribí sobre mis viajes en la adolescencia. Realicé el típico recorrido por Italia en el que estaba incluida esta ciudad. Por desgracia, no saqué todo el provecho que debiera, volví encantada, pero con una espinita que no me he conseguido quitar nunca. Roma sigue estando pendiente.

Perderme por las calles romanas como Liz/ Julia sigue estando pendiente (foto de almostginger.com)

Liz vuela desde Roma hasta Bombay, y se aloja en un ashram, para centrarse en la meditación y la reflexión. En el hinduismo, un ashram es un lugar de meditación y enseñanza hinduista. En estos lugares, la vida es extremadamente sencilla, con una actividad regida por un horario fijo y que incluyen el cuidado y mantenimiento del ashram. Están abiertos a todo el mundo, sin importar la clase social, el origen o la religión.

Tal y come se ve en la película, la vida en este lugar no puede ser fácil. Austeridad extrema, horarios que muchos no concebimos, fregar de rodillas con una bayeta, dieta vegetariana o vegana estricta y, lo que puede resultar más difícil, estar a solas contigo y con tus pensamientos. ¡Eso sí que es un viaje!

Rezar (y meditar) en la India (foto de medium.com)

En este caso, se me juntan dos factores: la India es un lugar al que siempre he querido ir y, al ser yoguini, me he planteado ir a un retiro para practicar yoga, pero no he podido realizar ninguno de los dos. India sigue pendiente y sé que caerá en algún momento. El retiro de yoga lo tenía pensado hace varios años aunque, por distintos motivos, no lo pude realizar y, sinceramente, ahora mismo no está en mi lista.

Buscando documentación para esta entrada, no he encontrado ninguna página en español ni en inglés que muestren un lugar de retiro tal y como se ve en la película. Los que he leído, varios de ellos escritos por personas que han vivido la experiencia, hacen más referencia a retiros de yoga, llamados también yoga ashram. Esto me genera muchas dudas.

Y, además, te cruzas con Richard (Richard Jenkins) que te da las claves de la felicidad (foto de maisoncupcakes.com)

La principal es si el lugar de la película existe en realidad, es decir, ¿un retiro espiritual es tal y como nos lo muestran o lo han endurecido para la película? Todo lo que he encontrado habla de una disciplina férrea en la práctica del yoga y la meditación, sin embargo, no he encontrado nada sobre fregar de rodillas. Es más, por las fotos que he visto, distan mucho de ese lugar que es poco más que una cárcel india. Me decanto más por otra explicación: muchos de estos ashrams no tienen página de internet, por lo que quedan fuera del alcance de un porcentaje muy elevado de la población mundial, principalmente, occidental. ¿Puede ser que quieran alejarse de ese público? Cuantos más occidentales, más pérdida de la propia identidad y, terminar cayendo en redes sociales, con todo lo que implica, significaría dejar de ser un ashram, tal y como está pensando desde el origen. ¿Vosotros qué pensáis?

Después de comprender que la felicidad está dentro de uno mismo, Liz vuelve a partir de viaje, esta vez a la isla indonesa de Bali. Aquí le están esperando templos budistas, paseos en bicicletas, mercados callejeros y bares y restaurantes montados en playas paradisiacas. Después de las condiciones tan duras en la estancia en el ashram, toca darse algún capricho.

Capricho que puede ser en forma de invitación a una boda hindú

No he estado en Bali, así que no sé cómo de edulcorada está la isla. Es verdad que, tanto este destino como los anteriores, parecen sacados de un folleto de una agencia de viajes y, cuando nos desplazamos, es también lo que muchos buscamos. Sabemos que en todos los países del mundo hay pobreza, papeleras llenas, suciedad en las calles y coches atascados. ¿Es eso lo que queremos ver?

¿Quiero ir a Bali? Por supuesto, aunque, siendo uno de los destinos de moda en Instagram, me da un poco de pereza, he tenido bastante por un tiempo con todo lo que me encontré en Oporto, a pesar de que ya no existan lugares ajenos a la masificación y al postureo.

Amar en Bali (foto de recordonline.com)

Bali es de religión budista en un país, Indonesia, musulmán, lo que la convierte en una rareza. Ya he estado en más países budistas y es una maravilla recorrer templos y pagodas, ver los altares de Buda con todas las ofrendas y ser una observadora silenciosa del fervor religioso. Pero, también quiero ver la realidad de un país, no pensar que todo el mundo me va a sonreír por la calle ni me va a alabar por ser europea.

Me gustaría cerrar este post afirmando que, aunque el cine en general y esta película en particular nos muestre una versión tan bonita de un país o una ciudad, yo animo a todos los viajeros a quitar caretas, a no quedarnos sólo con la portada, sino a rascar un poquito, ya que no es en la superficie donde reside la belleza verdadera.

Un poco de postureo sí que hay pero, ¿a quién no le gusta un poco de postureo? (foto de theglobeandmail.com)

Como siempre, os comparto la crítica en Filmaffinity.

https://www.filmaffinity.com/es/film195992.html

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