Hablaba hace varias semanas de que, cuando era adolescente, empecé a hacer salidas con el colegio, primero, y, después con el instituto, de varios días. Fue en aquel entonces cuando probé el dulce sabor de la libertad y las palabras “¡sin padres!” se convirtieron en mis palabras favoritas.
Ahora, que lo veo desde la distancia, tampoco entiendo esa euforia tan exacerbada porque, siendo sincera, mis padres no eran especialmente pesados, aunque, el pensar que estaba “sola” en una ciudad diferente, haciendo cosas de adolescentes con otros adolescentes sin un adulto diciéndote que dejases de hacer el tonto, sonaba bastante bien.
Desde que tuve siete años hasta que cumplí catorce, todos los veranos iba a un campamento durante dos semanas. Consistían, esencialmente, en una estancia en una granja escuela en el campo, rodeados de animales y con piscina, haciendo talleres y actividades que no se parecían en nada a lo que hacíamos durante el curso. Tengo muy buenos recuerdos y, cuando alguien con hijos comenta que está en duda sobre si mandarlos o no a un campamento, yo los animo a que lo hagan.
Al terminar 8º EGB fuimos de viaje dos días a Port Aventura. Tradicionalmente, en mi colegio se iban una semana a Mallorca (¿alguien más que hiciera ese viaje de fin de curso?) pero, dos años antes de que a mí me tocara, los alumnos la liaron en el hotel y, el curso siguiente, los profesores no quisieron repetir. Por suerte, con nosotros accedieron y, aunque no era Mallorca, menos da una piedra. Lo malo es que no me gustan demasiado los parques de atracciones.

Cogimos el tren nocturno a Tarragona y esa noche no dormí demasiado: los nervios, el cachondeo y el traqueteo del tren. El día siguiente fue libertad absoluta: atracciones, espectáculos y ningún adulto conocido a la vista. Esa misma noche, regresamos a Madrid, también en el tren y, como no tengo recuerdos, imagino que caí rendida.
Cuando dejé el colegio y empecé el instituto, la situación cambió ya que eran los propios profesores los que proponían viajes. En 2º BUP, para los que estudiábamos francés, se organizó uno por el país galo: Burdeos, castillos del Loira, París, mont Saint Michel, playas del Desembarco y estancia de una noche en casa de una familia en Honfleur (Normandía). Jo, quién pillara ahora un recorrido así.
Aunque ninguna de mis amigas de aquel entonces iba, mis padres insistieron en que yo fuera. Sabían que era algo que me iba a venir bien y que me arrepentiría en un futuro de no haber ido.

De Burdeos no recuerdo nada y, de los castillos del Loira (no visitamos todos, ni mucho menos), sólo uno que hacía forma de L y que tenía parte de las estancias encima de un río. En París estuvimos tres días y vimos lo principal. Creo que fue la primera vez que me sentí “mayor” porque hice todas las capulladas que no hubiese podido hacer con mis padres. Cuando visitamos el Louvre, nos dejaron tiempo para que lo explorásemos por nuestra cuenta. Esto se tradujo en ver corriendo las piezas estrella: Gioconda, Victoria de Samotracia, Venus de Milo y poco más. El resto del tiempo me lo pasé tirada en las escaleras de uno de los patios techados con unos amigos y una cámara a la que habíamos quitado el carrete fingiendo que hacíamos fotos a otros turistas. ¿He dicho ya que era adolescente? Bastantes años más tarde, en una de las veces que volví a París y entré en el Louvre busqué en el mapa ese patio. Se trata del Patio Sully y, al pasar de nuevo por esas escaleras, sentí nostalgia por los tiempos pasados. A veces me he preguntado si alguna de esas personas con las que compartí risas se acuerda de ese momento, si ha vuelto a París buscando los buenos momentos.

Aunque es bastante obvio decirlo, con mis padres no hubiese podido hacer nada de eso.
Pero no fue ése el único rato desperdiciado. Los profesores nos dejaron una tarde libre en esa ciudad tan inmensa. Podríamos haber hecho algo de provecho, pero no. Nos metimos en las Galerías Lafayette y vimos todo lo que vendían relativo al mundial de fútbol que se iba a celebrar en Francia. Y no compramos nada. La diferencia de precios entre el franco y la peseta era descomunal. Lo peor de esta situación, aparte de merecernos un chopito en la frente, fue que una chica se perdió y no la encontrábamos por ningún sitio. En aquel entonces, no existían los móviles y nos asustamos de verdad. Acudimos a megafonía de las Galerías y, aunque lanzaron un mensaje, ella seguía sin aparecer. Cuando llegó la hora acordada con los profesores para juntarnos, estábamos muertos de miedo y, entonces la vimos aparecer paseando mientras que se comía un helado. Simplemente, se había perdido y, como no nos encontraba, se fue por su lado.
De París partimos al mont Saint Michel, que no era tan turístico como es ahora y, de ahí, a las Playas del Desembarco. Momento confesión: no tengo ni una sola foto de este lugar. Al fin y al cabo, es una playa, ¿no? No era consciente del peso histórico de ese lugar y, lo que es peor, me sentía mayor y rebelde no haciendo esa foto. Era mi desafío a las vacaciones que hubiese tenido con mis padres.

Y, de este lugar, a Honfleur, donde estaríamos con una familia en la que uno de sus hijos estudiaba francés en el instituto. Sólo fue una noche, pero me acuerdo perfectamente de que mi anfitriona se llamaba Sandra Champs y de que su hermano pequeño me miraba como si fuese una extraterrestre. Sandra y yo nos estuvimos carteando durante varios años hasta que, en algún momento, una no respondió. Con la llegada de las redes sociales, la he buscado, pero es muy difícil encontrar a una persona sin más datos. Sandra, si por algún casual lees eso, ¡manifiéstate!

Al volver a Madrid me sentía diferente. Ya era mayor, había estado en otro país y había saboreado la libertad para hacer lo que me diera la gana. ¡Sin padres!
El año siguiente, se planeó el viaje de fin de curso. Fue el típico recorrido por Italia que hemos hecho casi todos: Pisa, Roma, Asís, Padua, Florencia y Venecia. Varias decenas de adolescentes en dos autobuses durante diez días. En mi cabeza, sonaba estupendo, en la de los profesores acompañantes, no creo.

Recuerdo claramente las noches, es decir, llegar al hotel, ponerte el pijama e ir a otras habitaciones a juntarte con tus amigos y charlar hasta que el cansancio nos ganase. Pero éramos muy jóvenes y teníamos energía, esto significa que no he dormido menos en mi vida. Al menos, de noche, porque las siestas en el autobús eran antológicas. También recuerdo que fue mi descubrimiento a las guías de viaje. Uno de los chicos llevaba La guía del trotamundos de Italia (ya he comentado en alguna ocasión que tenía algún amigo que iba de vacaciones al extranjero con sus padres). ¿¡Había libros que explicaban lo que ver y recomendaban alojamientos y restaurantes!? Además, esta guía nos resultó muy útil en Roma ya que fuimos a comer a una trattoria indicada. ¡La mejor lasaña que he comido nunca!
Por lo demás, aunque no tuvimos tanto tiempo libre como en París, el patrón de este viaje es bastante similar al de Francia: hacer el tonto mientras que nos pensábamos que éramos mayores. Cada vez me gustaba más el salir sin padres. Por suerte, de todo ese recorrido, he tenido la oportunidad de volver a Venecia pero, todo lo demás, siguen siendo fotos de cámara analógica hechas por una chica que no era consciente de lo que estaba viendo. Sé que es fácil pensar “es la edad”, pero a mi yo pasado le daba una colleja.

Después de ese viaje, llegaron otros en tiempos de la universidad, aunque ya no fueron lo mismo. No por aburridos, ni mucho menos, sino porque ya éramos más maduros y plenamente conscientes de dónde estábamos. Y, lo que es más, el viaje a París de paso del ecuador, me lo pagué yo ahorrando durante dos años. Ya podía aprovecharlo.
Cuando el año pasado saltó la noticia de que un grupo bastante numeroso de adolescentes había sido confinado en un hotel de Mallorca, os aseguro que no daba crédito a las quejas. Me imaginé a mí misma con esa edad y en un hotel sólo con mis amigos haciendo el gamba todo el día, y lo veía como un sueño hecho realidad. ¡Sin padres!
Y vosotros, ¿cuál fue el primer viaje con amigos? Y, lo que es más importante, ¿cuándo os disteis cuenta de que sin padres era más divertido?