Venecia

He estado dos veces en Venecia. La primera, tenía 16 años y fue en el viaje de final de curso de 3º de BUP. Fue la etapa final de un recorrido por Italia y estuvimos un solo día, alojados en una de las islas. Estaba nerviosa, iba a visitar una de Las Ciudades. Pero, aunque mi yo adolescente campaba a sus anchas, sí que puedo afirmar que no hicimos demasiado el tonto y recorrimos los puntos principales de la ciudad. De hecho, una de las chicas del grupo ya había estado y nos iba guiando y fue la que nos descubrió el Puente de los Suspiros. El día incluyó la Piazza San Marcos, la basílica, el citado puente, pero también un paseo en góndola con un gondolero que nos cantaba Oh sole mio y la compra de máscaras venecianas y pendientes de cristal de Murano.

¡Cómo para no enamorarse!

La segunda vez fue hace poco, en la Semana Santa de 2019. Noe me había dicho que iba con unas amigas y me apunté al plan. Fuimos de miércoles a lunes y el vuelo ya estaba por encima de los 400€ y eso que nos ahorramos un buen pico regresando el lunes y no el miércoles. ¿Qué ha pasado para que se haya convertido de un destino estudiantil a uno de lujo?

Uno de los lugares más hermosos pero que, a veces, cuesta disfrutar

Tengo que reconocer que iba con un poco de resquemor porque me daba miedo encontrarme una ciudad de cartón piedra, que se ha puesto bonita para los turistas. Según Europa Press, la urbe ha perdido la mitad de sus vecinos desde 1966 y, en la actualidad, sólo viven 121.000 personas. ¿En qué se traduce esto? En que todo está orientado por y para el turismo: restaurantes, tiendas, visitas, precios. Como se puede leer en este artículo de Angela Giuffrida, Venecia ha vendido su alma.

Escuchar música en directo en el Café Florian tiene que ser una maravilla para el alma y un atraco para la cuenta bancaria

No nos vamos a engañar, la Piazza San Marcos y las calles aledañas suponen el epicentro y es una maravilla visitar la basílica, el Palacio Ducal y escuchar el Campanile pero intentar hacer una foto en soledad es misión imposible. Vale, sé que no estamos en un lugar remoto y que siempre va a salir gente de fondo pero, aún en esa situación, ¿es necesario que sus caras se reconozcan en mis fotos?

Basílica de San Marcos

Antes de ir teníamos muy claro que Venecia no es sólo la Piazza San Marcos y las tiendas de imanes, no nos queríamos quedar con esa imagen de folleto de agencia, sino que íbamos con la intención de conocer la ciudad, de callejear, de meternos por sus recovecos. Y lo conseguimos o, al menos, eso creo yo.

No voy a ponerme el sombrero de Indiana Jones ni a desvelar rincones que sólo conocen tres vecinos, pero sí admitiré que nos dejamos guiar por la guía y por nuestro instinto. Y, de esta manera, encontramos desconchones en las paredes, humedades y ropa tendida. ¡Justo lo que quería ver! ¡Una ciudad de verdad! Y, todo esto, remarcando lo que comentaba al comienzo sobre la pérdida de vecinos, la incomodidad que supone vivir en un lugar orientado al turismo masivo. Esto hay que tenerlo en mente en todo momento.

Casi sola en Venecia

Nos alejamos de la Piazza y, aunque en todas partes te encuentras con otros visitantes, los precios eran inversamente proporcionales a la distancia a la Basílica. De esta manera, nos tomábamos el aperitivo y disfrutábamos de la población con un pelín más soledad. Eso sí, hay visitas obligatorias, a parte de la Piazza San Marcos y la Basílica del mismo nombre; el Palacio Ducal, concebido como alojamiento del Dux; recorrer el Gran Canal en la línea 1 de vaporetto (es transporte público, cuesta el precio del billete) para poder admirar los palacios en sus orillas, como el barroco Ca’ Rezzonico, las arcadas góticas de Ca’ d’Oro, el archifamoso Puente de Rialto o la iglesia de Santa María de la Salud. Os aseguro que este paseo por sí sólo vale el viaje a la ciudad.

Pero también hicimos un recorrido por los campos (en italiano, plazas, que se denominan así porque sólo San Marcos puede tener el nombre de piazza): Campo dei Mori, San Barnaba o San Polo, donde comí la pizza que mejor me ha sabido nunca. Visitamos iglesias: la Basílica de Santa María del Frari que, aunque el exterior es muy simple, el interior es un museo; Santa María de la Salud, con los rollitos que me gustaron tanto o la de La Misericordia. Vimos atardecer desde la punta del Dorsoduro mientras que nos hicimos fotos sin postureo.

Atardecer desde el Dorsoduro

Y, de esta manera, llegamos al barrio que más me gustó, Cannaregio. Visitamos el gueto judío, hicimos bromas con el nombre de la Iglesia de la Madonna de l’Orto (casi casi como adolescentes) y recorrimos los bares, probando vinos y cichetis. Una maravilla, no tenía nada que ver con las zonas más cercanas a la Piazza, sino que me pareció mucho más local. Seguro que, si un veneciano lee esto, se echa las manos a la cabeza, pero esa fue la percepción transmitida.

Homenaje a los que murieron en las cámaras de gas durante el Holocausto, en Cannaregio

Como curiosidad sobre el gueto comentaré que estaba formado por muchos judíos de origen español, que fueron expulsados del país en 1541. Se convirtió en el principal foco europeo de publicaciones hebreas. Cuando Napoleón conquistó la República en 1797, la Comunidad Judía gozó de seis meses de libertad hasta que se volvieron a imponer restricciones. Sin embargo, con las Leyes Raciales de Mussolini de 1938, se volvió a una discriminación aún mayor y, entre 1943 y 1944, 246 judíos venecianos fueron deportados a campos de concentración. Sólo ocho sobrevivieron.

Volviendo a temas más frívolos, ésta se convirtió en mi zona favorita de la ciudad y todavía puedo saborear el vino siciliano con naranja que probé en uno de sus bares.

Que sí, que sí, que es Venecia

De hecho, el último día, como nuestro vuelo salía por la tarde, Noe y yo nos aventuramos a comer, de nuevo, a Cannagerio. Cargamos nuestras maletas en el vaporetto y las dejamos en una consigna especial para turistas.

Disfrutamos de la ciudad un lunes, justo al final de la Semana Santa y eso es de otro nivel. No recuerdo qué comimos pero, por desgracia, recuerdo lo que vino después. Calculamos mal la hora a la que teníamos que salir y casi perdimos el avión. Pero eso es otra historia…

Si vais o volvéis a Venecia, no os quedéis sólo con lo más conocido. Callejead, perderos, saliros del mapa, ya que es ahí dónde está lo mejor. Y esto se puede aplicar a muchas más ciudades.

Callejeando por Venecia

Y vosotros, ¿conocéis Venecia? ¿Qué recuerdos tenéis?

Si no pongo esta foto, reviento

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