Ciudades con buen rollo

Hay ciudades que son bonitas. O una belleza. Vamos, una pasada. Vas andado por las calles y todo sale a tu paso: un palacio, una plaza, una fuente, un rincón. Una foto. Otra más. Y otra. Es un no parar. ¿Cómo no vas a inmortalizar lugares así? Vas a París, Praga o Roma y eres incapaz de cerrar la boca. Sabéis a lo que me refiero, ¿no?

Teniendo esto en cuenta, ¿qué ocurre con otras ciudades no tan fotogénicas? No es que no sean bonitas, es que no son tan bellas o esplendorosas. Son ciudades que molan, que tienen buen rollo. La verdad es que nunca o, si acaso, alguna vez suelta, he oído a alguien decir “qué bonito es Bilbao”, sino, mejor dicho “cómo mola Bilbao”, “qué bien se come” o “qué bien me lo pasé”, pero eso no quiere decir que no merezcan la pena.

Voy a hacer un repaso por las ciudades que he visitado que, pese a tener una belleza menos llamativa, molan un montón.

Dublín

Los que me conocéis o habéis venido de viaje conmigo, sabéis que hago fotos a todo. El trabajo que me espera cuando estoy de vuelta de revisar todas las fotos, eliminar las que no valen y hacer un álbum es mastodóntico. Respecto a Dublín, no puedo decir eso, de hecho, el álbum que tengo es bastante más pequeño que otros, pese a haber estado 5 días, celebración de Halloween incluida.

Nuestra llegada a Dublín estuvo pasada por agua, pese que el resto de los días no vimos demasiado el sol, por suerte, no nos cayó ni una gota.

Torre del Reloj del Castillo de Dublín

Vimos el Trinity College, recorrimos Grafton Street, nos acercamos a Kilmainham Gaol y visitamos el museo Guinness. Además, nos apuntamos a un par de free tours.

El primero de ellos nos llevó por lo que es el centro puramente dicho de la capital. Pese a no ser muy fan de este tipo de circuitos, aprendimos alguna que otra curiosidad, como el alza de Bono en Temple Bar y de cómo casi toda la suya es de su propiedad; la diferencia entre arquitectura eduardiana y georgiana y, sobre todo, recorrimos los puntos más conocidos de esta zona.

El segundo era por un Dublín algo menos conocido por los turistas, ese que aparece en las guías, pero al que no das tanta importancia y, aunque vimos algún lugar curioso, la verdad es que las tres coincidimos en que el tour no merecía la pena.

Una vez que un viaje termina, suelo sentarme a pensar en qué es lo que más me ha gustado y, con Dublín, lo tenía muy claro: el ambientazo que había en los pubs. Porque sí, porque nosotras lo valemos, todos los días de estancia fuimos a algún pub (el que hiciera un frío de mil demonios también puede explicar este “Dublin crawling”). También hice a Noe y Marisol la misma pregunta y, sin haber hablado previamente nada, las dos coincidieron en respuesta que al mismo tiempo, era la misma que la mía.

Música en directo en uno de los pubs de Dublín

Salimos todas las noches (ay, bendita juventud) a tomarnos alguna pinta a un pub. En todos nos encontramos un grupo de músicos deleitando a los presentes. Se notaba el buen rollo que había y del que es fácil sentirte partícipe.

Cuando he hablado con otras personas que también han visitado la capital irlandesa, todos están de acuerdo en esto último: es una ciudad que está para disfrutarla y pasarlo bien, que te acoge y que, cuando piensas en cómo fue esa escapada, lo haces con una sonrisa.

Londres

No nos vamos demasiado lejos desde Dublín hasta nuestro siguiente parada: Londres. La capital británica mola. ¿Quién no ha alucinado con las luces de Times Square? ¿Quién no ha disfrutado como si no hubiese un mañana en sus distintos mercadillos? ¿Quién no opina que las pintas están más ricas? ¿Que el fish and chips sabe de otra manera?

Y sí, Londres tiene lugares muy bonitos. Creo que todos estamos de acuerdo en señalar las casas de colores de Notting Hill, el romanticismo que se respira en Primrose Hill que, además, cuando estuve, era primavera y todos los árboles estaban en flor.

Las casas de colores de Notting Hill

Ver el Parlamento desde la otra orilla del Támesis es una imagen que tenemos grabada en el subconsciente desde que nacemos. Recorrer la Torre de Londres guiados por un beefeater contando historias truculentas mientras que no paraba de hacer teatro y yo no paraba de reír. El puente del Milenio con la catedral de San Pablo de fondo, una de esas imágenes icónicas que hemos visto tantas veces en redes sociales.

Si, como a mí, te gustan los museos, los tienes para dar y tomar: desde la historia y cultura del Museo Británico, hasta el arte moderno de la Tate Modern, pasando por el arte clásico la National Gallery o las artes decorativas del Victoria & Albert Museum o la recreación de la casa de Sherlock Holmes en el museo que lleva su nombre. Y son sólo una mínima parte. 

Pero Londres es mucho más que eso. Londres también es ir a comprar ropa y discos al mercadillo de Camden, pasear entre los puestos de Portobello, buscar la tranquilidad en Hyde Park, hacer cola para comer el mejor curry de la ciudad, conseguir la foto en el paso de cebra de Abbey Road (gracias a los conductores que esperan con paciencia a que los turistas hagamos la foto) y tirar de tarjeta en el salón de té de algún hotel de renombre.

¿Nos vamos a pasar el día al mercadillo de Camden?

Londres mola y mola mucho.

Sólo he estado una vez en esta ciudad y, si no han sido más, es porque, de vez en cuando, los planetas se alinean en nuestra contra. Como escucho britpop desde hace más años de los que me gusta reconocer, estaba deseando poder ir un fin de semana a esta ciudad, era mi sueño pendiente de hacerse realidad. Planeaba junto a una antigua amiga cómo sería la escapada perfecta, a los sitios que iríamos o las tiendas de discos y de ropa de segunda mano en las que compraríamos.

Por aquel entonces, las compañías aéreas low cost ya operaban desde Madrid y, como nunca he sido especialmente sibarita, poco más que cualquier sitio para dormir me valía. Además, guardaba como oro en paño un artículo que recorté de una revista con consejos para estar en esta ciudad por el menor dinero posible, tales como ir a escuchar una charla de los hare krishna en no-me-acuerdo-dónde porque al final daban un sándwich (gratis) o comer sin pagar nada en el supermercado de Harrods gracias a la comida de muestra para probar. Ese era el nivel y esas eran las ganas. ¿No me digáis que no es un planazo para cuando tienes 20 años?

London rules

Pero no, la vida no me puso ese viaje a Londres delante. Me puso otros y Londres se hizo de rogar. Eso sí, cuando por fin fui y me quité la espinita que estaba demasiado clavada, sólo podía decir “cómo mola Londres”.

Bilbao

Venga, me voy a mojar: Bilbao es una de las ciudades que más me gustan. ¿Por qué? Porque tiene muy buen rollo.

Desde 2010, he estado tres veces y no me ha sobrado ninguna, además, ya había estado cuando era pequeña, de vacaciones con mis padres.

Como ellos huían del calor, siempre hacíamos un viaje por el norte y un año estuvimos por el País Vasco. El Bilbao que visitamos no tiene absolutamente nada que ver con el de hoy. No tengo recuerdos, así que he preguntado a mi madre y dice que era una ciudad industrial, gris, en la que no te estabas perdiendo nada.

Si me pierdo, buscadme en Bilbao

Hasta que llegó el Guggenheim y lo revolucionó todo. Tengo recuerdos más o menos nítidos de la polémica que se generó con la construcción del edificio. Que si es demasiado moderno. Que si hay que estar en las vanguardias arquitectónicas. Que es diseño de un arquitecto de primer orden. Que a nosotros nos gusta más lo de toda la vida. No nos engañemos, por lo general, los españoles somos poco vanguardistas, aunque, por suerte, hay excepciones.

Todo esto dio igual y el edificio que se decía que se parece a las faldas de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba se inauguró.

No fue sólo el museo como tal, sino que se arregló el paseo de la ría, se colocaron dos esculturas sin las que hoy no entendemos Bilbao (bienvenidos, Mamá y Puppy) y floreció todo lo que había alrededor.

De una ciudad industrial y gris se pasó a una por la que es un auténtico gustazo pasear. Y mis tres veces en la ciudad lo avalan. Soy una enamorada de los cascos antiguos de las ciudades, de esos entramados de calles laberínticas, el de Bilbao no iba a ser menos. De las primeras advertencias que nos hacían hace años antes de ir al País Vasco (no digáis que sois de Madrid, si entráis en algún bar y os da mal rollo, os vais) y que dejaron de tener sentido hace tiempo. ¿De qué te van a advertir si vas a esta ciudad? ¿De que un exceso de pintxos es malo para la salud?

Y el Guggenheim llegó y lo puso todo patas arriba

Lo que me vuelve loca de Bilbao es partir del teatro Arriaga y llegar al Guggenheim. Un paseíto breve, tranquilo, disfrutándolo. Llegar al museo, alucinar con la arquitectura y hacer fotos. Desde un ángulo, desde el otro, con el sol aquí o por la noche.

 En los últimos tiempos, cuando alguien me ha dicho que iba a Bilbao, siempre he contestado lo mismo: te va a gustar, Bilbao mola.

Berlín

Berlín es pobre pero sexy. Esta cita no es mía, sino de Klaus Wowereit, alcalde de la ciudad entre los años 2001 y 2014.

¿A qué se refiere con que es pobre? Pues, desde mi punto de vista, a que no puede competir en la misma liga en la que compiten Viena, Praga o Roma y, si has estado en la capital alemana, te habrás dado cuenta en los primeros 5 minutos de paseo.

Vale, Berlín es pobre, pero ¿sexy? Pues sí, y mucho. Tiene encanto a raudales, de estas ciudades que se hacen sentir como en casa, ese “qué a gusto estoy”. Para mí, viene de las aceras tan amplias, de que haya parques o zonas verdes por todas partes, de los biergartens, de los edificios en ruinas semi okupados que hacen las veces de centro cultural, de bar o lo que surja, del East side Gallery.

Der mauer

Porque sí, los restos que se conservan del muro se exponen al aire libre como si de una galería se tratase. Un muro espantoso de hormigón que tuvo el dudoso honor de dividir Europa durante décadas y hoy podemos ver parte de los graffitis y pintadas que lucía por uno de los lados, el de la República Federal Alemana (RFA, vamos, el lado oeste) ya que sus habitantes sí que podían acercarse al muro, tocarlo, pintarlo o hacer lo que les diera la gana.

Además, es una ciudad que se enfrenta a su pasado más reciente mirándolo directamente a los ojos. Más de una vez he oído hablar de la vergüenza y el sentido de culpa que sigue sintiendo gran parte de la población alemana por lo que ocurrió, consiguiendo que esa reconciliación sea más que visible.

Por toda la ciudad se ve una franja metálica que la divide en dos. Te tienes que fijar, ir mirando al suelo mientras que andas. ¿Qué es? La marca que nos indica por dónde pasaba el muro.

El campo de cubos de hormigón que homenajean a las víctimas del Holocausto, el check point Charlie, la Topografía del Terror, la Puerta de Brandeburgo, la isla de los museos, Postdamer Platz. Una minúscula muestra de lo Berlín ofrece.

La Puerta de Brandeburgo

No sólo vemos la historia reciente, sino que también es una ciudad disfrutona. Aunque no soy muy de beber cerveza, me encantaron los biergarten: sentarte en una mesa con bancos de madera, pedir una jarra y un curry wurst y listo. Ya tienes la cena. En un ambiente de buen rollo insuperable.

Después de todo esto, no tengo tan claro que Berlín sea pobre, pero sexy, lo es a raudales.

Reikiavik

La primera vez que tuve constancia de Reikiavik como ciudad, más allá de estudiarla en el colegio dentro del listado de capitales europeas, fue en 1997. Ese año Blur publicaron un disco homónimo y, al leer los créditos en el libreto, vi que se había grabado en un estudio de esta ciudad. En entrevistas que les realizaron indicaban que tenían muy claro que querían desplazarte hasta esta pequeña ciudad a grabar su nuevo disco ya que era una de las que más les gustaban.

Levantamiento de ceja. ¿Reikiavik? Por aquel entonces, aún no tenía internet en casa, así que no había un hilo del que tirar. Por si no fuera poco, unos años más tarde, en el año 2000, se estrenó una película, 101 Reikiavik. Reikiavik otra vez. ¿Perdón?

De paseo por la calle Laugavegur de Reikiavik

Vale, vamos a pararnos a analizarlo: Reikiavik es la capital de Islandia, una isla del Atlántico Norte que es una mole de hielo. ¿Quién va a Islandia? Pues nadie de mi entorno o que yo pudiese llegar a conocer. Los vuelos de bajo coste ya existían, pero no había milagros. Y, de repente, todo cambió: Reikiavik “aparecía en los mapas”. Como ya leía revistas de viajes, comenzaron a aparecer los primeros artículos en los que la presentaban como el secreto a voces, la joya por descubrir, la capital europea con mejor vida cultural o programación de bares y salas de conciertos. Es decir, el sitio al que había que ir.

Y fui, no inmediatamente, sino que tardé algún año más. Hasta que 2017 vino con una sorpresa a final de año: un recorrido por el sur de Islandia en noviembre. Como era obvio, por Reikiavik pasábamos.

El primer día en la ciudad era libre y nos fuimos los ocho del grupo a dar una vuelta. Pudimos pasear por la calle Laugavegur, vimos la iglesia Hallgrímskirkja y el Viajero del Sol bajo la nieve, la arquitectura sorprendente de Harpa, ese edificio que parece arte de magia y que es imposible que no te guste, el puerto viejo, además de hacer alguna compra. Y sí, hacía un frío de mil demonios, por lo que tampoco demoramos en exceso en volver a nuestro alojamiento.

El sol reflejándose en la fachada de Harpa es motivo más que suficiene para volver a Reikiavik

Me había estudiado la guía de pe a pa y sé que nos quedaron muchos sitios por ver, además, de conocer la tan señalada vida nocturna (vale, ya no aguanto hasta las tantas de la madrugada como cuando era una jovenzuela) y podría haberlo hecho por mi cuenta, pero, sinceramente, ir con un grupo de gente también me vino bien.

Reikiavik sigue siendo ocupando un lugar en la lista de pendientes, he estado; sí, he conocido algo, también; creo que es una ciudad que mola, sin duda, sólo me queda rematar la jugada.

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