Hace unas semanas, hablaba desde dónde me llega la inspiración viajera en los últimos años. Sin embargo, es algo que siempre ha estado ahí. No nací en una familia viajera, mis padres eran y son fieles al veraneo en Galicia: vacaciones de siesta, playa cuando el tiempo lo permite, tomar el aperitivo y pasear. Esto repetido diariamente durante un mes completo. Puede parecer apasionante, relajante, atractivo o deseable, pero, a mí, me parecía una tortura. Con estos precedentes familiares, ¿cómo es posible que haya salido tan aventurera? ¿Me picó en la playa de Os Castros el travel bug del que hablan los anglosajones? ¿O ha sido todo culpa de mis padres por dejarme ver las películas de Indiana Jones?
Voy a hacer un repaso por aquellas malas influencias que me empujaron, primero, a quejarme amargamente por no conseguir el ansiado cambio de destino vacacional (ni salir al extranjero) y, más tarde, a aventurarme a conocer mundo.
El pirata Garrapata me llevó a Egipto
En mi casa, la lectura se ha fomentado desde siempre. Empezando por los cuentos que nos leían mis padres a mi hermana y a mí, pasando por las primeras lecturas de El barco de vapor hasta llegar a libros de aventuras para niños. Entre estos libros estaban los que creo que han formado parte de muchas de nuestras infancias: los del pirata Garrapata, de Juan Muñoz.
Este pirata, junto al almirante Pescadilla, se ven inmersos en muchas aventuras alrededor del mundo para rescatar de secuestros varios a Floripondia, hija del almirante. De pequeña leí varios libros de la colección, sin embargo, confieso que he tenido que consultar el argumento de ésta en internet, aunque hubo uno que se me quedó grabado en la memoria: El pirata Garrapata llega a pie al templo de Abu Simbel. ¿Por qué éste y no otro? Ni idea, aunque creo que me imagino por dónde van los tiros: siempre me ha llamado mucho la atención el antiguo Egipto, de hecho, me regalaban libros para niños en los que se explicaba cómo se construyeron las pirámides o cómo era su cultura. Supongo que la asociación de ideas, unido a un nombre tan llamativo hizo el resto. Desde que supe que ese templo existía de verdad, quise ir. Egipto era uno de mis grandes destinos soñados, no me podía morir sin haberlo visitado.

No mucho después de empezar a trabajar (y de ganar dinero que iba ahorrando para los primeros viajes), estalló la Primavera Árabe. Durante varios años, el país estuvo cerrado al turismo, mi sueño se alejaba cada vez más. Hasta que, en 2018, me crucé con Montse y Manolo en Uzbekistán que contaron que habían estado el año anterior. Hablaban de haber sido casi los únicos turistas, de militares armados en los cruceros por el Nilo y, pese a esto, una sensación rara de tranquilidad, de que no había peligro. En el trascurso de todos esos meses hasta el confinamiento de 2020, fui conociendo a más gente que había estado en ese periodo de tiempo. Eran muy pocos, pero los había. Buscando en internet, ya se ofrecían algunos recorridos y los precios estaban por los suelos, bastante más baratos que antes de la revolución. Empecé seriamente a plantearme ir, sin embargo, como la vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes, la decisión tuvo que retrasarse indefinidamente… o hasta diciembre de 2022. Gracias a las vacaciones, me lancé sin dudarlo antes de que los precios subieran más.
Para todos los que habéis estado en este país por libre (y para los que aún no lo conocéis), os comento que la excursión a Abu Simbel no entra en el recorrido, sino que hay que apuntarse y pagarla aparte, y se paga bien pagada. Yo la iba a hacer, sin ningún tipo de duda. No puedes ir a Egipto y no visitar Abu Simbel. Es comparable con ir a París y no ver la Torre Eiffel o a Moscú y no ver la plaza Roja. Imperdonable.
Cuando llegamos hasta las estatuas de los colosos que representan a Ramsés II, todo se me agolpó en el pecho. Me sentí de nuevo como esa niña que soñaba despierta con viajar hasta Egipto, surcando los mares junto al pirata Garrapata. Sueños que se hacen realidad.
Lecturas infantiles: el vampiro Kasimir
Siguiendo con la lectura, aunque algo más mayorcita, cayeron en mis manos las andanzas del vampiro Kasimir, una colección de libros escrita por Carlos Puerto. El primer libro trascurre en Rumanía, obvio, cuando Kasimir y su fiel amigo, el murciélago Mic, conocen a Paloma, una intrépida periodista que, tras luchar contra el mal, representado por el marqués de Colmillo Retorcido, acepta convertirse en vampiresa y, juntos los tres, viven aventuras a lo largo y ancho del mundo. Tenía todos los ingredientes que me apasionaban: vampiros, aventuras, misterio y viajes.
Desde pequeña, me gustaban los vampiros, así que no es de extrañar que Rumanía esté en lo más alto de países a los que quiero ir. Sin embargo, leyendo estos libros, en los que se trasladaban, entre otros, a Egipto, Cuba, Londres o Venecia, hubo uno que se me quedó grabado a fuego en la memoria y el corazón: la isla de Pascua. No sé explicar por qué este lugar y no otro, por qué me marcó más que los demás y, con los 10 ó 11 años que tuviera en aquella época, esta remota isla de Chile se convirtió en un mito. Buscaba toda la información que estaba a mi alcance (teniendo en cuenta que no existía internet), leía todo lo relacionado que caía en mis manos, pedí a mi padre que me llevara al Jardín Botánico a ver una exposición de fotografía sobre esta isla y soñaba. Soñaba con ir y ponerme delante de un moai y mirarnos a los ojos.

Por desgracia, Chile y la Isla de Pascua siguen siendo una de mis espinitas clavadas, pero dejarán de estarlo. ¿Cuándo? Aún no lo sé, los precios de los billetes son demasiado elevados y, más aún este año. En cualquier caso, en el Museo Británico, tuve la suerte de mirar a los ojos a un moai y me dijo que sus compañeros me estaban esperando para conocernos.
Ciudades con encanto: mi primera guía de viajes
Y, sin salir de los libros, aunque ya en un ámbito diferente, en los 90, con el desembarco en España de la editorial DK Travel (aquí se llamó El País Aguilar y son las famosas Guías Visuales), comenzó un coleccionable por fascículos llamado Ciudades con encanto. Todas las semanas, con El País, se incluía una entrega. Como en mi casa se compraba este periódico, poco a poco, la guía se fue completando. Al final, obtuve la descripción de los principales puntos turísticos de seis ciudades: París, Londres, Nueva York, Roma, Praga y Viena.

Para los que no conozcáis esta editorial, se trata de unas guías muy visuales, con mapas en 3D de una determinada zona señalando los puntos más interesantes a través de un recorrido sugerido y dando más información sobre algunos de esos lugares. No puedo hacerme a la idea de la cantidad de horas que eché ojeando las páginas. Estudiándome cada ilustración, cada mapa, cada cuadro de información práctica de cada ciudad, pensando el recorrido que yo haría, cuántos días dedicaría a cada ciudad, qué museos visitaría o en qué restaurantes comería. Viajaba soñando despierta.
Durante muchos años, sólo podía tachar París de listado de pendientes y, poco a poco, fueron cayendo el resto, hasta Viena, que se me había quedado pendiente hasta este agosto, cuando se hizo justicia poética y ya puedo decir que conozco las seis ciudades con encanto propuestas por El País Aguilar. Y, ¿qué pasará cuando las conozca todas? Pues algo que también tenía pensado: elucubrar sobre las seis ciudades siguientes para una guía Ciudades con encanto 2: Estocolmo, Estambul, Tokio, Lisboa, Edimburgo y San Petersburgo (por ejemplo) o San Francisco, Atenas, Buenos Aires, Berlín, Marrakech y Venecia (otra opción). Y así pasaba horas y horas, se convirtió en “mi juguete” favorito que, de hecho, me llevé a mi casa cuando volé del nido paterno.

Indiana Jones, mi ídolo
Pero creo que, si hay algo que me hizo soñar (más aún) fueron las películas de Indiana Jones. La primera la vi con unos siete años y ya flipé. Arqueólogo, valiente, intrépido, aventurero, inteligente, viajero, luchaba contra los nazis. ¡Lo tenía todo! Y, además, descubriendo lugares en el mundo que dejan la boca abierta: las pirámides de Egipto, un templo en la India, la selva amazónica, una biblioteca en Venecia que lleva a una necrópolis centenaria, Petra… ¿Quién no soñó con conocer esos lugares? Y, lo que es más, ¿quién no deseó con todas sus fuerzas ver Petra con sus propios ojos? Saber que ese lugar existe de verdad, que no es un mero decorado ¿y seguro que no tienes ganas de verlo? ¡No te creo! Porque yo sí, yo me moría de ganas por llegar a conocer todo eso, por dar la vuelta al mundo, por ver con mis propios ojos lo que veía en una pantalla o en una fotografía.
De hecho, cuando era pequeña, decía que quería ser Indiana Jones, no historiadora o arqueóloga, sino Indiana Jones. ¿Lo he conseguido? No puedo negar que no haya viajado lo mío y que haya visto unos cuantos de los lugares que aparecen en las películas, pero el factor “aventura total” no está presente en mis vacaciones. ¿Lo estará alguna vez? En este caso, y siendo honesta, no lo creo.

Como veis, creo que nací con el gen viajero y necesitaba poco más que una chispa para desarrollarlo. ¿A vosotros también os pasa?
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