Continúa el crucero por el Nilo, después de haber pasado de madrugada la esclusa de Esna más tarde de lo previsto (los barcos la cruzan por orden de llegada), llegamos a nuestra siguiente parada, Edfu.
La manera de llegar es en calesa tirada por caballos, algo que no me hace ningún tipo de gracia y, menos aún, por el estado en el que están los animales. Por suerte, Walid nos ha dado la alternativa de ir en taxi. Somos cuatro las que no queremos y nos montamos junto al guía en un taxi tuctuc que nos lleva por la ciudad. Veo esa parte que no quieren que veas, todo lo que no tiene que ver con templos milenarios resplandecientes. Escenas cotidianas de compra, mujeres con hijab, niños correteando por las calles y que se acercan a nosotros pidiendo un euro, hombres sentados en teterías, hasta que llegamos al templo.
Atravesamos un bazar enorme en el que te intentan vender de todo a unos precios irrisorios, llegamos al templo dedicado a Horus, dios de cabeza halcón. Es el mejor conservado del país ya que, al estar construido sobre una elevación, escapaba a las crecidas del Nilo.

Me llama la atención porque parece amurallado. Los techos se conservan magníficamente y, absolutamente todo, está cubierto de relieves. Un horror vacui lleno de banquetes, dioses como Anubis, Horus, Isis o Set, papiros y flores de loto. Otra vez el peso de la Historia.


- Para saber más sobre el Templo de Edfu, picha aquí
Regresamos a nuestro tuctuc y nos metemos en un atasco. Quien adore el caos disfrutará recorrer las calles de esta ciudad. No hay carriles, ni semáforos, ni normas de circulación, se conduce tocando el pito. No es la primera vez que estoy en un país en el que se circula de esta manera y he pasado del pánico absoluto en Marrakech a la relajación y disfrutar de las vistas, como en Sri Lanka, Vietnam y, ahora, Egipto.


Por fin llegamos al barco. Sin más demora entramos y volvemos a zarpar. Tenemos toda una tarde de navegación hasta que lleguemos por la noche al templo de Kom Ombo. Termino de confirmar lo que ya había pensado en anteriores días: el crucero no es para mí. Menos mal que sólo son unos días… Pero me quedo con la parte buena: las charlas sin prisas con mis compañeros de viajes, descansar en una tumbona de cubierta y, especialmente, las vistas.
Por la noche llegamos a Kom Ombo, cada vez más cerca de Asuán y, por lo tanto, de la frontera con Sudán.
Según la guía, el templo tiene una de las mejores situaciones, ya que está en una curva del río en la que los cocodrilos sagrados se tumbaban al sol. Qué pena que no podamos verlo… La excepcionalidad de este templo es que está dedicado simultáneamente a dos dioses: Sobek, dios cabeza de cocodrilo y Horus el Viejo.

Dispone de dos entradas gemelas, dos salas hipóstilas, dos santuarios perfectamente simétricos con el eje principal.
Nos damos un paseo por la zona y vemos el relieve más curioso hasta el momento: el de los instrumentos quirúrgicos. En esta página podemos leer la enumeración de todo lo representado, lo que nos da una idea de lo avanzada que estaba la cirugía en esa época.
- Más sobre el Templo de Kom Ombo aquí
A la salida del templo pasamos por el Museo del Cocodrilo, donde se exponen cocodrilos momificados, tallas y relieves dedicadas a este animal y a Sobek.


Salimos y nos damos de bruces con la cruda realidad: vendedores deseando que todos los turistas les compremos sus mercancías a precios de risa para nosotros. Camisetas, imanes, bolsos de tela, pendientes y cualquier cosa que se os ocurra. Hola, Elsa Pataky; hola, Antonio Banderas; sólo mirar, no agobiar; 1 euro, 1 euro. Son varias de las frases que más se repiten allá donde vayamos. Me da pena y una rabia infinita saber que, si nos venden algo por 1 euro, es porque a ellos no les cuesta nada y pensarán que nos están timando. ¿Qué condiciones de vida tiene esta gente? ¿Qué futuro les espera? ¿Qué transmiten a sus hijos? Porque, para mí, eso es lo peor: la cantidad ingente de niños solos o acompañando a sus padres, de todas las edades. Saben reconocer a los turistas, saben que llevamos dinero y, en algunos casos, casi sin edad de saber hablar en condiciones, saben pronunciar perfectamente 1 euro.
¿Qué haces? ¿Compras? ¿Les das dinero? No tengo una respuesta y, menos aún, no pretendo sentar cátedra. Mi opción fue no comprar. No me siento cómoda sabiendo que estoy timando a esta pobre gente, sabiendo que estoy colaborando en perpetuar este sistema y, menos aún, nada que tenga que ver con niños.
Haciendo un inciso, el país ocupa el lugar 115 en el IDH y uno de los principales retos del Gobierno el aumentar el acceso a la educación primaria de los niños. Sé que darles dinero o comprarles algo es darles pan para hoy y hambre para mañana. No es el futuro que quiero para ellos.
Volvemos a nuestro barco porque dentro de pocas horas llegamos a Asúan para efectuar una de las visitas estrella del viaje: Abu Simbel.

Walid nos advierte: si queremos llegar de los primeros a este enclave, hay que madrugar mucho. Nos tenemos que levantar poco antes de las 2 de la mañana. Nos dan una bolsa de desayuno tipo picnic y nos subimos a nuestro autobús con almohadas. Vamos en un convoy a través de una carretera por el Sahara durante 300 kilómetros. Intento dormir aunque es complicado, no termino de encontrar la postura, pese a estar derrotada. Estoy un rato en duermevela y, más tarde, me dedico a mirar por la ventana, presenciando un amanecer precioso. Es la belleza del desierto. No se puede explicar con palabras, hay que verlo pero, ¿qué tiene que le hace tan especial un lugar con un paisaje tan monótono y de condiciones tan duras?
Por fin llegamos a nuestro destino. Después de atravesar el tranquilo y pequeño pueblo de Asuán, aparcamos y Walid nos reparte las entradas. Bajamos y comenzamos a andar, tenemos que rodear una pequeña colina antes de verlo. Me quedo sin palabras y los ojos se me llenan de lágrimas. Desde que leí de pequeña El Pirata Garrapata llega a pie al Templo de Abu Simbel supe de su existencia y, como me pasaba con Petra, tenía muy claro que tenía que ir. Cumpliendo sueños viajeros.
El complejo está a orillas del lago Nasser y está compuesto por el Gran Templo de Ramsés II y el Templo de Hathor.

El primero, conocido también como Templo de Abu Simbel, fue excavado en una montaña entre el 1274 y 1244 a.C. y está dedicado al deificado Ramsés II, Ra-Horajty, Amón y Ptah. Las cuatro colosales estatuas del faraón que se ven en la fachada tienen un color anaranjado que le da el sol a primerísima hora de la mañana que supera cualquier otra visión que se puede tener. No sé si seguir mirando, hacer más fotos o entrar. Opto por la última opción, sobre todo ahora que no hay cola pero que la gente ya está empezando a entrar. La gran sala está compuesta por ocho columnas, todas con una estatua de este faraón como Osiris. El techo está decorado con buitres, que representan a la diosa Nejbet. Los relieves de las paredes detallan al faraón en la batalla, pisoteando y matando a sus enemigos en presencia de los dioses. Y yo, sin poder parar, quiero verlo todo, no me quiero dejar ni una sola esquina sin escanear.


La sala cada vez está más llena de gente y se hace más difícil moverse, hacer fotos o disfrutar de la experiencia. Decido salir e ir a visitar el otro templo, el de Hathor.
El Templo tiene una fachada presidida por seis estatuas de Ramsés y Nefertari como Hathor de pie y, al igual que el Gran Templo, también está excavado en roca. La rareza que muestrea es que Nefertari está a la misma altura que su marido, cuando lo normal era representarlas a la altura de las rodillas.
Sin perder más tiempo porque el recinto cada vez tiene más visitantes, entro y me vuelvo a encontrar con capiteles representando a la diosa Hathor. Los relieves de las paredes son magníficos y más elegantes que los anteriores y muestran, entre otras representaciones, a la reina en su barca sagrada, adorando a la diosa Isis, siendo coronada por Isis y Hathor y, el más peculiar y que más buscábamos, Ramsés siendo coronado por los dioses Horus y Seth, que se tienen que subir a una altura para poder hacer, es decir, el faraón está por encima de ellos. Walid nos había hablado de este relieve y no paramos hasta que no lo encontramos.
A la salida, las colas para entrar en cualquiera de ellos está al mismo nivel que las de Doña Manolita en Navidad. Menos mal que hemos madrugado tanto, gracias, Walid, por “obligarnos” a hacerlo. Haber tenido el recinto en casi soledad no está pagado.


Seguimos haciendo fotos hasta que llega el momento de volver al autobús para regresar al barco. Pese a la felicidad, el cansancio hace mella y me quedo totalmente dormida y menos mal, porque en lo que queda de día poco momento habrá para el descanso: por la tarde hacemos un paseo por el Nilo en faluca y, por la noche, recorremos las calles de Asúan.
Después de comer, nos dirigimos a la faluca que tenemos contratada. La faluca es un tipo de embarcación tradicional, con una vela, que se usaba en esta parte del mundo. Allí nos reciben con música española y latina a toda pastilla y no nos movemos por el viento, sino a motor. Paseamos por este tramo del Nilo, vemos distintos animales, el hotel en el que Agatha Christie escribió Muerte en el Nilo y, sobre todo, disfrutamos de la calma y las vistas. Después de una mañana tan movida como especial, se agradece ese descanso, ver la vida pasar.

Paramos en la isla de Sehel, donde hay un pequeño parque arqueológico en el que podemos ver más de 200 inscripciones en las rocas, la mayoría de las dinastías XVIII y XIX. La más famosa es la estela del hambre, de la III dinastía, en la que se narran los siete años de hambruna durante el reinado de Zoser (2667 – 2648 a.C.). Después, visitamos un poblado nubio. Habíamos pedido visitar uno no turístico y Walid cumplió. Sin colores brillantes en las paredes, sin gente que sale a nuestro paso vendiendo vemos algo más real. Pobreza, casas a medio hacer, niños que nos miran con timidez y gente que sale a curiosear ante los forasteros.

Los nubios son un grupo étnico indígena de Sudán y Sur de Egipto, es decir, la antigua Nubia. No tienen tierra propia y, por lo que nos cuenta Walid, el Gobierno egipcio tiene con ellos determinadas concesiones, como el no pagar agua o luz, para evitar que se subleven pidiendo la independencia.
Tenemos una merienda contratada en una de las casas, la única pintada y atrayente para los turistas. Una casa con un patio enorme, con distintos murales decorando las paredes y una mesa para todos donde bebemos té y comemos pan con queso picante.
Al salir ya es de noche y tenemos que volver en faluca hasta el barco, donde cenamos y volvemos a salir. En un minibús recorremos las calles de Asuán y visitamos la catedral copta, la mezquita y, lo mejor de todo, paseamos por el bazar.
Somos de los pocos turistas que se ven, aunque está claro que están más que acostumbrados a nosotros. Aunque intentan que compremos en sus puestos, no resulta agobiante. Me gustaría poder llevarme un poco de esos olores a especias. Ojalá las cámaras tuvieran esa opción. Para terminar, son sentamos en un ahwa para tomar té a la menta o leche con canela, la mejor manera de acabar un día que se quedará por siempre guardado en mi recuerdo.


La mañana siguiente, la última en esta región antes de volar hasta El Cairo, lo dedicamos a visitar el Templo de File. El Templo de Isis, en lo alto de la isla de File, fue uno de los últimos templos paganos en funcionamiento después de la llegada del cristianismo, sin embargo, esto tuvo sus consecuencias ya que los primeros cristianos convirtieron la sala hipóstila en una capilla y borraron los relieves paganos.

Al igual que nosotros, hay muchos más turistas, es complicado escuchar las explicaciones de Walid, complicado hacer fotos y complicado disfrutar, además, después de todo lo que hemos visto, este Templo nos llama menos la atención. Una pena. Casi no tuvmos tiempo libre, sino que regresamos al barco para comer y recoger nuestras maletas ya que tenemos que ir al aeropuerto. El caótico El Cairo nos espera.