¿Cuántos de nosotros soñamos con ir a Petra cuando, de niños, vimos Indiana Jones y la última cruzada? Cuando la vi, no existía internet, por lo que no podía comprobar si ese sitio existía o era sólo un decorado, lo que no quitó para que alucinara y desease visitarlo con todas mis ganas. ¿Quién no quiere ir donde un caballero de las Cruzadas custodia el Santo Grial y tienes que pasar una serie de pruebas para recuperarlo? No en vano se convirtió en uno de los lugares a los que tenía que ir antes de morir.
En mi cumpleaños de 2018, nos quedamos los noctámbulos y David sugirió que nos hiciésemos alguna escapada en otoño. No se hable más, cuando se trata de viajes, no se me olvidan esas conversaciones. El verano fue pasando y, a finales de agosto, como no tenía noticias de nuestra supuesta escapada otoñal, decidí escribir. “¿Lo del viaje sigue en pie?”. La respuesta fue afirmativa. Yo tenía varias ideas en mente y, aunque el año anterior había estado en Islandia y quería repetir en regiones polares, buscaba más un destino al que en verano no puedes ir porque hace mucho calor. Jordania, Israel, Cabo Verde… David se decantó por Jordania y, pese a que en distintos foros y blogs te recomiendan hacerlo por tu cuenta, ya que es fácil moverse por allí en coche alquilado, nosotros preferimos ir en con un grupo organizado.

Elegimos una agencia muy conocida, pero con la que nunca había viajado, principalmente, por precio. Dentro del rango de las agencias en las que miré, era la más barata porque se organizan grupos muy grandes de gente. Petra, allá vamos. Y digo Petra porque teníamos muy claro que era la estrella de las vacaciones, aunque luego comprobamos que, sin ningún género de dudas, Jordania es muchísimo más que Petra.
Pocos días antes de salir, hubo unas lluvias torrenciales en el país. Las consecuencias fueron la muerte de varias personas, riadas en Petra y el cierre del recinto por seguridad. Nos plantamos en la agencia para preguntar y decidimos esperar unos días por si volvían a abrir, si no, cambiaríamos de destino. No Petra, no party.
Y la vida nos sonrió, porque todo volvió a funcionar correctamente. Llegó el momento de hacer la maleta y salir. No podía creerme que fuera a ver con mis propios ojos uno de los monumentos más míticos, más soñados, más deseados. Estaba deseando saltarme todo lo anterior para ir directamente al Tesoro y menos mal que no lo hice…
Antes de continuar, unos datos sobre Petra y aclaraciones para ubicarla.

Petra es un yacimiento arqueológico, capital del antiguo reino nabateo. Fue fundada por los edomitas a finales del siglo VIII a.C., ocupada por los nabateos en el siglo VI a.C., que la hicieron prosperar gracias al paso de las caravanas entre Egipto, Asia, Arabia y el Mediterráneo. Hacia finales del siglo VI d.C., con el cambio de las rutas comerciales, la ciudad cayó en el abandono, hasta que, en 1812, fue descubierta por el explorador suizo Jean Louis Burckhardt, de una manera sorprendente. Resumiendo, Burckhardt había oído hablar de unas ruinas esculpidas en la roca. Disfrazado de árabe y haciéndose llamar Sheikh Ibrahim, se ganó la confianza de los lugareños hasta conseguir llegar a sus ruinas.
En la actualidad, Petra está en las afueras de la ciudad de Wadi Musa, que no tiene más interés que la puerta que abre este mágico enclave. Como he comentado, es un yacimiento arqueológico y los restos que se ven son, principalmente, los de la necrópolis. Pues sí, me temo que es así: esas fachadas talladas en piedra no se corresponden con palacios, ni templos, ni el Santo Grial, sino que son las entradas a tumbas. Cuanto más importante y rica hubiese sido la familia del muerto, más llamativa y trabajada sería su tumba.

Antes de llegar, tenemos que recorrer todo el desfiladero del siq. Durante 1.2km se camina por una vía estrecha, rodeada de paredes verticales altísimas, que alcanzan los 200 metros. Vas andando y no puedes parar de hacer fotos, de mirar a todos lados, te quieres quedar con cada roca, con cada saliente grabado en la memoria y, al mismo tiempo, estás deseando de que se acabe para llegar a El Tesoro.
A lo largo de todo el camino que, pese a ser corto, se tarda bastante en completar (¿quién quiere correr en un lugar así?), se van viendo nichos excavados en las paredes y se piensa que servían para poner figuras de Dushara, el principal Dios nabateo.
Giro a la izquierda, después a la derecha, veo la higuera, vuelvo a girar, y otra vez más y, de repente, en un pequeño espacio que se abre entre las paredes, lo veo.

El Tesoro, como su propio nombre indica, es un tesoro. Cuando lo ves por primera vez, te quedas sin palabras, con la mandíbula desencajada. Me empecé a reír por los nervios, no me podía creer que estuviese allí, era un sueño hecho realidad.
Este punto sirvió como tumba para el rey Aretas III (100 a.C. – 200 d.C.) y se conoce con este nombre porque, según la leyenda, un faraón egipcio escondió su tesoro en una urna que colocó en la fachada. Con o sin urna, no se pueden quitar los ojos.
Como es de imaginar, el enclave está atestado de gente y las mejores vistas se obtienen desde lo alto. Por un módico precio, los beduinos que están por allí y que son guías no oficiales, te ayudan a escalar por las paredes y te conducen hasta una especie de haima, donde te “invitan” a un té y te hacen todas las fotos que te puedas imaginar: sentada, de pie, mirando, de espaldas… sí, todas esas fotos que habéis visto en redes sociales sobre una alfombra de colores las tomaron ahí y, sinceramente, merece muchísimo la pena. Mirar desde arriba, estar tú solo en la foto, disfrutar de las mejores vistas en primera fila y en soledad. En un pequeño inciso, aclaro que, por mucho que nos choque, en Petra siguen habitando beduinos que, principalmente, viven del turismo, aunque se encuentra Policía Turística sin ningún tipo de problema.

Petra no es sólo El Tesoro. Con pesar y, al mismo tiempo, con una felicidad inmensa, tenemos que continuar nuestra ruta. El camino ya no es igual, sino que hay espacios más anchos, paredes que van bajando de altura. Llegamos al teatro, construido por los nabateos hace más de 2.000 años, y agrandado por los romanos posteriormente; a las tumbas reales, una hilera de mausoleos, con fachadas talladas en la piedra. La más conocida es la de la Urna, llamada así por la urna esculpida en su frontón, pero también encontramos la de la Seda, la Corintia y la del Palacio. En estas tumbas se puede entrar, al contrario que en El Tesoro y, ¿qué hay dentro? Absolutamente nada. La habitación a la que entras es bastante pequeña y es bastante probable que se haya utilizado como refugio en algún momento, por lo que se verán las paredes negras por haber encendido hogueras. Y nada más. Tengo que reconocer que me quedé un poco decepcionada, sabía que no iba a encontrar una cabeza de león sobre la que saltar, ni pistas para encontrar el Santo Grial pero, entre la fantasía de una película y el vacío absoluto hay mucho término medio.

Seguimos hasta el Monasterio. Muy similar a El Tesoro, aunque con mayores dimensiones, fue construido en el siglo III a.C. como tumba nabatea. El nombre viene de las cruces excavadas en las paredes interiores, sugiriendo haber sido una iglesia en tiempos bizantinos. Justo debajo hay una pequeña zona de hostelería que viene muy bien para buscar la sombra, beber agua y coger fuerzas para subir las 800 escaleras que nos separan de nuestra meta, además de ser el mejor punto para admirar la fachada.
Desde aquí, ya sólo nos quedaba dar la vuelta. Teníamos hora de quedada con el guía y, aunque me hubiese quedado mucho más tiempo, había que volver. Desandar todo lo andado, pero más rápido, girar una vez más la cabeza para ver El Tesoro, recorrer el siq a la inversa pensando “seguidme, conozco el camino”, salir del parque arqueológico y regresar al hotel. Sin embargo, esta no iba a ser mi única vez en Petra, sino que, esa misma noche volvía: Petra nocturna me esperaba.
¿Y qué es Petra nocturna? Determinados días a la semana, el parque se abre de nuevo por la noche. Todo el siq está iluminado por pequeñas velas a ambos lados del sendero y, cuando llegas a El Tesoro, la esplanada de enfrente está llena de esas velas, la gente sentada en el suelo como puede, en silencio, escuchando a los beduinos tocar música en instrumentos tradicionales y con un juego de luces de colores sobre la fachada.


Puede que no suene interesante, pero es de lo más impresionante que he visto nunca, vale cada céntimo que cuesta la entrada, con imágenes y sonidos que aún tengo guardadas en la retina y en los oídos. Recorrer ese camino de noche, casi en soledad, con la luna asomando y sabiendo que, detrás de las velas, te espera algo grandioso. Por favor, hacedlo en silencio, en una experiencia muy sensorial, no molestéis a otras personas que estén disfrutando del momento, escuchando sólo el ruido de sus pasos y, sobre todo, ¡nada de linternas! con las velas se ve perfectamente. ¿Y por qué digo esto? Pues, aunque suene demasiado obvio, nos adelantaron unas cuantas personas que se iban alumbrando con los móviles y que no paraban de reír. ¿De verdad quieres hacer ese paseo con un móvil? No pusimos demasiados impedimentos a que nos adelantaran y nos dejaran atrás. La única pega que le pongo a la experiencia es que la luna no nos ayudó y lucía en una noche maravillosa. Supongo que todo no se puede tener.
Poco antes de viajar a Jordania, una antigua compañera de trabajo nos recomendó a David y a mí que no comprásemos la entrada a Petra nocturna porque no merecía la pena, diciendo que está todo organizado de manera muy rudimentaria y que son sólo luces de colores en la roca. Menos mal que no le hicimos caso. A la vuelta, esta chica insistía con su mensaje a otra persona que iba a ir y, en cuanto pude, dije a esta tercera persona que no hiciera ni caso, que es lo mejor que he visto nunca y que debería juzgarlo por sí misma. A la vuelta, me dio la razón.

Me gustaría cerrar este artículo con las palabras que mencionó en inglés uno de los músicos “disfruta de este momento, porque lo vas a recordar toda la vida”. Y así es.