¿Te pueden arruinar un viaje?

Sí.

Y aquí podríamos dar por terminado este post. Pero no voy a hacerlo, sorry not sorry.

En la vida, hay miles de circunstancias que no podemos manejar y que afectan a decisiones que tenemos que tomar. ¿Habéis oído hablar del efecto mariposa? Si una mariposa bate sus alas en Indonesia, hay tormenta en Nueva York. ¿Qué quiero decir con esto? En resumen, y poniéndonos un poco psicólogos, que hay que tomarse la vida con humor y vivir el día a día.

Tampoco quiero caer en la filosofía Mr. Wonderful que, a estas alturas de la vida, todos sabemos que el positivismo absoluto no funciona: ésta puede ser la mejor vez que te han robado estando de viaje; es el mejor tifón que te podías encontrar; no hay nada como el desalojo de un hotel de madrugada por un terremoto. Y otras exageraciones por el estilo que se nos puedan ocurrir.

Vamos a ser sinceros, no nos engañemos, muchas cosas dependen de cómo nos las tomemos, pero, así de primeras, me costaría encontrar el lado bueno a que te roben la documentación, a un terremoto o a un accidente del coche que has alquilado. ¿Qué aspectos me he encontrado que han podido arruinarme las vacaciones?

Las malas compañías

El primero que me viene a la mente, y que fue el motivo por el cual se me ocurrió escribir este post, son los acompañantes. Ya escribí un par de post hablando de “las malas compañías” en la primera vez que fui a Ámsterdam o la última que fui a París. Puede ser que fuera culpa mía por irme con dos personas a las que ya conocía, a las que ya había visto determinados comportamientos en Madrid, antes de decidir marcharnos juntos, o no, puede que la culpa fuera de ellos por comportarse como niños malcriados y egoístas.

La parte buena es que he aprendido a seleccionar con qué personas estoy dispuesta a compartir un viaje, aunque sea a pasar un fin de semana fuera. De manera inconsciente, me fijo en determinados rasgos, actitudes o comentarios que hacen saltar las alarmas. Esto no convierte al otro en mala persona, en mal amigo o en un posible mal viajero, sino que me indica que es probable que su manera de viajar y la mía no son compatibles, o es muy probable que no lo sean. ¿Me puedo equivocar? Claro, no obstante, la vida consiste en tomar decisiones.

En su momento, las malas compañías no me permitieron disfrutar de Ámsterdam

Sin embargo, ¿qué ocurre cuándo no elegimos a la gente con la que nos vamos de vacaciones? Si eres lector asiduo de este blog, sabrás que muchos de los viajes que he hecho han sido sola con agencia, es decir, me he presentado en Barajas sin conocer a absolutamente nadie de los que iban a ser mis compañeros. ¿Es arriesgado? Bastante, aunque también depende de tu forma de ser.

Si eres una persona solitaria, que vas a hacer tu viaje y los demás te dan igual, no parece que los compañeros vayan a ser una preocupación. En cambio, si eres una persona más sociable, como es mi caso, puede llegar a serlo. Al final, vas a compartir unos cuantos días de tu vida, en un recorrido que cuesta un dineral, que llevas esperando varios meses, con gente de la que no sabes nada. ¿Quién dijo miedo?

En mi experiencia personal, la mayoría de los que me he cruzado eran gente normal, con la que podías charlar, echarte unas risas o compartir anécdotas y cervezas, ya hablé de ellos hace unas semanas y les hice un homenaje. Sin embargo, me he cruzado con gente de la que he pensado “vaya tela”.

No quiero hacerme mala sangre reviviendo momentos que fueron malos y que me hicieron pasarlo mal, ni tampoco quiero empezar a echar mierda contra determinadas personas, lo que no quita para que no pueda mencionar, a rasgos generales, determinadas actitudes.

Gente que no sabe viajar en grupo

El último que hice sola en grupo fue a Mongolia. La mujer con la que iba a compartir yurta me pareció una impresentable. Así como suena. Su manera de actuar, las cosas que decía o el mal rollo que creaba hicieron que, desde el primer momento, me propusiera no permitirla estropearme esos días: una mujer a la que no conozco, de la que no sé nada y a la que no voy a volver a ver. No puede tener tanto poder en mi vida como para amargarme las vacaciones.

Solución: ir en dirección contraria, no contestar a sus comentarios fuera de tono y reducir las conversaciones al mínimo imprescindible. Si se enfada, que se enfade, tiene derecho a pensar que soy la peor persona a la que ha conocido.

Con tantos kilómetros cuadrados de silencio, no siempre disfruté de calma y paz en Mongolia

Cuando visité Vietnam, pasé por una situación similar: las dos compañeras de grupo no eran especialmente amistosas y, pese a que me esforzaba por hablar con ellas e intentar socializar, me daba de cabezazos contra un muro. Reconozco que lo pasé bastante mal durante los primeros días. No entendía por qué eran así o por qué me daban las respuestas que me daban. Hasta que un día, sentada sola en una cafetería de Hanoi, me llegó la iluminación: estoy en Vietnam, he cruzado medio mundo hasta llegar, mi gran viaje del año, no consiento que me amarguen. Punto. Desde ese momento, empecé a pasar de ellas, nuestras conversaciones se limitaban a lo justo y necesario. No es agradable, pero tampoco lo es intentar caer bien a quien no parece que lo hagas.

He hablado con amigos y conocidos que han ido en grupo y todos se han cruzado con alguien con capacidad de generar mal rollo. Con lo fácil que podría ser…

¿Te pueden arruinar un viaje? Sí, aunque hay que poner un muro para evitarlo en la medida de lo posible.

Enfermedades

Otras veces, la amargura viene por una enfermedad en el transcurso de éste. En ese sentido tengo suerte porque nunca me ha pasado nada, salvo en Uzbekistán, donde un par de días tuve que tomar Fortasec, ya que el calor nos revolvía a todos por dentro.

También aquí, uno de mis compañeros se puso malísimo hacia la mitad del recorrido. Tenía una diarrea con la que apenas podía andar, estaba blanco como la pared y empapado en sudores fríos. Su mujer no paraba de repetir que no tenía sentido que estuviese así porque no bebía agua del grifo ni se lavaba los dientes con ella, hasta que nuestro guía respondió que por el calor excesivo que nos acompañaba era capaz de ponernos así.

¿Te imaginas perderte la iluminación nocturna en Samarkanda por estar enfermo?

Cuando hice el safari por Tanzania y Kenia, mi compañera de tienda estuvo con diarrea desde el primer día hasta, literalmente hablando, el último. Más de una noche se volvía para acostarse porque no se tenía en pie. Y, como ella, aunque en menor grado, alguna persona más. Tal y como estaba organizado, era imposible evitar el agua del grifo, así que, al lavarse los dientes, más de la mitad del grupo terminó cayendo.

En mi periplo por los Balcanes, una mujer del grupo no pudo visitar los monasterios de Meteora por tener fiebre. Se quedó todo el día en el hotel y, cuando a la vuelta le preguntamos que qué tal se encontraba, sólo podía repetir que nunca más volvería a Grecia.

¿Te pueden arruinar un viaje? ¿Puede una enfermedad arruinártelo? Por supuesto, por mucho cuidado que tengamos.

Los amigos de lo ajeno te roban

También se contempla uno de los principales miedos de cualquier viajero: el robo, ya sea del dinero o de la documentación.

Existen distintas formas de evitarlo o, por lo menos, intentarlo: usar las cajas fuertes de los hoteles, distribuir el dinero en distintos monederos o bolsillos, llevar lo indispensable e ir sacando de un cajero, distintas bolsas de seguridad que se llevan debajo de la ropa, utilizar tarjetas de crédito… Si bien, sabemos perfectamente que no siempre funcionan.

Las cajas fuertes de los hoteles son muy prácticas. Foto de Immo Wegmann en Unsplash

Por suerte, nunca me ha pasado, aunque no descarto que me ocurra, no porque no ponga los medios para evitarlo, sino que, con todos los viajes que hago, por estadística, es probable que me termine tocando. Tampoco me he cruzado nunca con nadie a quien le haya ocurrido, así que una preocupación y disgusto menos en las vacaciones. No obstante, sí que he conocido a gente a quien le ha pasado.

Hace ya bastantes años, una antigua compañera de trabajo fue a China con amigas. En un determinado momento se dio cuenta de que le faltaba el pasaporte. Comienzan los nervios. Sabía que siempre lo dejaba en el mismo bolsillo, pero no estaba. Vacía el bolso, la mochila, deshace la maleta. Los nervios van en aumento. Al final, no le quedó otra que reconocer lo evidente: le habían robado el pasaporte.

No tengo muchos más recuerdos de cómo continuó la historia, me imagino que tendría que dirigirse al consulado correspondiente y que te expliquen cómo proceder. Estés donde estés es una faena, y de las gordas. Hay países en los que puede ser más fácil realizar estos trámites: en cualquier país de Europa, o en casi todos, España tiene consulados y, en algún caso, varios distribuidos en distintas ciudades. En otros, te puede suponer un desembolso importante de dinero para desplazarte a una ciudad donde se encuentre uno (imagina que estás haciendo la Ruta 66, sinceramente, y sin haberlo consultado antes, no creo que haya consulados españoles en Nuevo México u Oklahoma). Y, en otros países, ni siquiera hay embajada. Para solicitar el visado mongol, los españoles nos tenemos que dirigir al Consulado de Mongolia en París (menos mal que hay una exención de visado para los ciudadanos de la UE), así que no me quiero imaginar lo que puede ocurrir si pierdes o te roban la documentación allí.

No es Myanmar, sino Vietnam y, por suerte, a ningún motorista le dio por tirar de mi mochila

Mi amiga Cristina, hace ya unos cuantos años, visitó Myanmar. Al final de las vacaciones, iba por la calle cuando una motocicleta pasó por su lado y le engancharon el bolso. Llevaban las de ganar, van en moto y tú andando, te arrastran hasta que sueltes, tú decides. Por lo que recuerdo, sólo le robaron dinero (y encima hay que dar gracias), lo que ya te hace una gracia que no veas. Por suerte, contactó con la agencia organizadora en Madrid y, a través de Ría, le hicieron un envío urgente de dinero, que luego tuvo que devolver. Por lo menos, no se quedó tirada sin nada.

¿Te pueden arruinar un viaje? Desde luego.

Guías que no saben ser guías

En los viajes que he hecho en grupo, considero que he tenido mucha suerte con los guías. En la mayoría de los casos, se trata de población local que te hablan de la historia de su país, de las costumbres, de la situación actual, te cuentan las diferencia entre la Iglesia Ortodoxa y la Católica, o en qué consiste el chamanismo. Los hay que prefieren mezclase más con los que vamos y los que prefieren estar solos o con el conductor, pero, en general, no tengo ninguna queja, son auténticos profesionales.

Sin embargo, encuentro un solo verso libre en esta historia: la guía que nos acompañó en Bulgaria. Al principio, me sorprendió que no nos enseñara las palabras básicas: hola, adiós, gracias. Lo asocié a que era tarde: llegamos Sofía ya de noche y tenía que irnos a buscar al aeropuerto y distribuir habitaciones en dos hoteles para casi 25 personas.

La gran parte de las explicaciones del monasterio de Rila (y del resto de Bulgaria) me las perdí… por hacer fotos

Al día siguiente, lo que sólo eran sospechas, se confirmaron: era mala guía. Hablaba muy bajo, de tal manera que sólo le escuchaban los que estaban pegados. Según llegaba a un sitio, se paraba y empezaba a hablar, sin esperar a que llegase todo el grupo, perdiéndote gran parte de las explicaciones. Se quejaba porque hacíamos muchas fotos (los que las hacíamos, claro).

La sensación con ella era generalizada y, al terminar, nadie le dio propina. Lo de dar propina suele ser habitual en todos los viajes de este tipo, sin embargo, era la primera vez que yo no iba a dar nada, ni ninguno de mis compañeros lo hizo.

¿Te pueden arruinar un viaje? Pues, relativamente. Desde luego, no es el fin del mundo, aunque se agradece que hagan su trabajo.

Tiempo inclemente

El último factor que se me ocurre es el tiempo. En la situación actual, es complicado hacer predicciones meteorológicas ya que el cambio climático lo está cambiando todo. Si vas a Islandia en invierno, va a hacer frío y, si vas a Marruecos en verano, te vas a achicharrar, eso es así. Pero ¿qué ocurre si vas a un lugar y no deja de llover o hace un calor sofocante?

Siguiendo en Bulgaria, durante la semana que estuvimos allí hizo frío y con abrigarse bastaba, sin embargo, la única tarde que teníamos libre en Veliko Tarnovo, no paró de llover. Vaya por dios. ¿Qué haces? Para mí, quedarme en el hotel, no era una opción, así que optas por coger el paraguas y salir. El paseo que dimos no era el que hubiésemos hecho si no hubiese llovido, pero por lo menos nos sirvió para hacernos una idea de la ciudad. Llegó un momento en el que la tormenta era fuerte, se acercaba la hora de cenar, por lo que, volver al hotel y ponernos a refugio sí se convirtió en opción.

Veliko Tarnovo después de la lluvia

Cuando visité Viena, pese a ser los últimos días de agosto, hizo un calor tórrido. Además, teniendo en cuenta que los interiores no están adaptados a esas temperaturas, lo pasamos aún peor. Pese a que habíamos mirado la previsión del tiempo, la realidad no se correspondía con lo que habíamos visto, menos mal que fuimos previsores y echamos en la maleta algo de verano. Eso sí, la misma falda durante tres días seguidos… que todo sea eso.

¿Te pueden arruinar un viaje? Pues depende de cómo te lo tomes, aunque más vale llevar un poco de todo en la maleta que no tiene por qué abultar tanto.

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