Cuando la lluvia te persigue

Planeamos nuestras vacaciones con tiempo, pensamos en recorridos, miramos horarios, reservamos en algún restaurante que nos guste y, cuando vamos a hacer la maleta, consultamos la previsión del tiempo. Y, entonces, llega la sorpresa: dan lluvias. Supongo que a todos nos ha pasado, ya no sólo meter un paraguas o un chubasquero o impermeable, sino también tener en cuenta el calzado o un bolso sin peligro a empaparse. ¿Os resulta familiar? Reconozco que no he tenido mala suerte con la lluvia, es lo que tiene viajar, principalmente en verano, sin embargo, hay ocasiones en las que no me he librado de pasear el paraguas y hacer malabares para sujetarlo mientras que intentaba hacer una foto con la cámara (y que no se mojase tampoco).

La primera vez fue un fin de semana que pasamos en en Copenhague, junio de 2007. Después de aterrizar y llegar en tren hasta el centro de la ciudad, comprobamos que había caído un tormentón y, por suerte, nos habíamos librado. Dejamos las maletas en el hotel, nos abrigamos (lo que tiene junio en los países del Norte de Europa) y cogimos un paraguas, por si acaso (mujer previsora vale por dos). Primera tarde y primera noche, salvadas. Mientras que sea así, no hay problema.

No sin mi paraguas, Copenhague

Pero, a la mañana siguiente, vimos que no paraba de llover. Y no lluvia fina o intermitente, sino una tormenta en condiciones, como las que echamos de menos en estos momentos. No quedaba otra que salir con el paraguas. Nos las conseguimos apañar porque no nos quedaba otra, pero no hace falta que explique lo incómodo que resulta. El paseo hasta la estatua de La Sirenita fue un auténtico suplicio y, lo malo, es que lo tienes que hacer ya que sólo vas a estar ese fin de semana. Después de comer, decidimos volver al hotel: llevaba los calcetines y las zapatillas calados y los vaqueros, empapados desde los tobillos hasta las ingles. Estaba helada, no tenía otros pantalones de repuesto y, por si no podía ser peor, en el hotel no tenían encendida la calefacción. Lo único que se me ocurrió fue intentar secar la ropa con el secador. Conseguí lo suficiente como para conseguir ponérmelos de nuevo.

Como no paraba de llover y no queríamos pasar el resto de la tarde en la habitación, miramos varios museos y todos estaban ya cerrados (tenían/ tienen unos horarios impensables en España) y las tiendas también cerraban pronto. Lo único que encontramos abierto fue el Museo del Sexo. Sin dudarlo entramos, por lo menos estaríamos a cubierto. Por cierto, la exposición es muy interesante.

A la mañana siguiente, nos encontramos con un sorpresón: lucía un sol espléndido. Como nuestro avión salía a última hora de la tarde, pudimos pasear por la ciudad tranquilamente, esta vez sí, sin preocuparnos de la lluvia.

Después de la tempestad, llega la calma, Copenhague

Imagina que tus vacaciones son dos semanas en los Países Bajos y llueve todos los días, excepto el primero (para que te confíes) y el último (para que te lleves un buen sabor de boca). Bueno, pues eso es lo que me pasó cuando, en julio de 2012, cogí vacaciones. Los que me conocéis sabéis que no me gusta el calor y que intento evitarlo, pero una cosa es eso y otra que no pare de jarrear agua.

Amenaza lluvia en Haarlem

En el mejor de los casos, el cielo sólo estaba completamente encapotado, como en Haarlem o en Utrecht; en el peor, fue una tortura pasada por agua, como en Leiden, Delft o Alkmaar. Por cierto, el día que visitamos La Haya, vimos el sol a ratos. Eso que nos llevamos.

Paréntesis de sol en La Haya

Habíamos planeado la visita a Alkmaar para ver los molinos de Zaanse Schans y conocer el mercado del queso, que se sigue haciendo los viernes de manera tradicional por el gremio de los portadores de queso. Según llegamos a la estación, nos tuvimos que cobijar en una iglesia, esperando a que escampara. Y no éramos los únicos. Por suerte, muchas iglesias en los Países Bajos tienen cafetería en el interior y suele haber conciertos de órgano gratuitos.

No sé cuánto tiempo estuvimos antes de salir para no perder más tiempo y, al llegar al lugar en el que se subasta el queso, ya estaba lleno de turistas. Como curiosidad, merece la pena acercarse y ver cómo funciona y cómo se trasladan los quesos, eso sí, no nos enteramos de mucho más. Como el proceso es muy repetitivo, fuimos a dar una vuelta por el pueblo (totalmente lógico) y, cuando la lluvia pudo con nosotros, buscamos sitio para comer. Con los restaurantes sin una mesa libre, la única opción que encontramos fue un porche cubierto en un café tradicional. Aunque hacía frío, era eso o nada. Pues porche. Recuerdo pedir una sopa de tomate que estaba muy caliente y me sentó de maravilla. Entonces, ocurrió algo totalmente inesperado: dejó de llover, se abrieron las nubes y se colaron los rayos de sol. Todo esto en cuestión de un minuto. Me empecé a reír porque no entendía nada. Disfrutamos del sol el resto de la tarde.

Alkmaar: quesos, molinos y lluvia

Dedicamos dos semanas de octubre a Nueva York y la costa Este de EE.UU. y, de todos esos días, sólo llovió uno, que no está nada mal, pero cuando ese único día de lluvia es el único día que vas a estar en una ciudad, en este caso, Boston, sí que está mal.

Llegamos en el coche de alquiler a última hora de la tarde, buscamos hotel, y dejamos las maletas. A la mañana siguiente, queríamos llorar: no paraba de llover. Aún así, no nos quedaba otra que salir. Vimos la ciudad de una manera muy descafeinada: era laborable y éramos las únicas en la calle. Pero no lo disfrutamos: la tormenta no cesaba, sino todo lo contrario, cada vez era más fuerte y el paraguas aguantaba lo que podía. Adiós a recorrer el freedom trail o a ir al puerto.

El cielo de Boston lloraba de alegría por nuestra visita

Comimos en el primer local de comida rápida que vimos y planeamos qué hacer. Seguir en la calle no era una opción y, una de mis acompañantes sólo llevaba un chubasquero y se negaba a comprar un paraguas, por lo que estaba empapada. Propuse visitar algún museo (gafapasta y cooltureta) pero mi propuesta no tuvo éxito. Al final, encontramos una cafetería donde no les importó que ocupásemos una mesa toda la tarde. A la mañana siguiente, las nubes se habían disipado y lucía un sol brillante. El día que nos íbamos.

Pero no me conformo sólo con las tormentas, sino que he decidido subir de nivel: he probado en monzón. En Sri Lanka, el primer día, quería disfrutar de la piscina del hotel y, cuando me quise dar cuenta, el cielo estaba totalmente encapotado y se levantó un viento muy fuerte. Por suerte, duró poco tiempo y, pese a que no volví a ver el sol (en esa tarde), pude disfrutar de la piscina en solitario, ya que era la única que se estaba bañando. Para lo que podría haber sido, no estuvo mal.

El monzón en Sri Lanka no quiere que me bañe en la piscina

En Vietnam, fue totalmente distinto. Ya he hablado de mi experiencia en Hanoi al llegar, pero la despedida fue también para recordar. El último día en Saigón aproveché para visitar el Museo de los Restos de Guerra (visita imprescindible y necesaria) y fui a comer a un restaurante recomendado en la guía. Nada podía presagiar lo que iba a ocurrir.

Poco antes, se desplomó el cielo. Llegué por los pelos y me sequé enseguida. Comí con calma dado que no tenía prisa (mi avión no salía hasta por la noche) y, como el restaurante no estaba lleno, alargué la sobremesa. Me pedí un té y un postre mientras que veía la vida pasar. Yo era la primera interesada en pagar y salir a dar una última vuelta, pero el monzón no quería que lo hiciese. Me daba vergüenza seguir ocupando una mesa, pero como no me decían nada, yo no pedía la cuenta. Hasta que me lo dijeron. Se acercó una camarera y, con una sonrisa de oreja a oreja, soltó “ya no llueve”. Seguía lloviendo a mares, pero pillé la indirecta. Pedí la cuenta, pagué y me armé de valor para salir. No llevaba ni el chubasquero ni el paraguas, así que llegué al hotel hecha una sopa. Es en ese momento cuando descubrí la importancia de llevar pantalón corto y sandalias en esas circunstancias: la piel se seca rápido, la ropa, no.

No tengo fotos del monzón en Saigón pero sí en Hanoi

Pero mi aventura monzónica no se quedó ahí: al llegar al hotel e intentar abrir la habitación, la tarjeta no funcionaba. Mi ansiada ducha de agua caliente se hacía de rogar. Bajé a recepción y me dijeron que no tenía reserva para ese día. No podía ser, la agencia me había reservado un late check out y todas mis cosas estaban en la habitación. La parte buena es que enseguida se dieron cuenta de su error y todo se solucionó.

Que en Galicia llueve, lo sabemos todos; que en Galicia llueve en verano, también. Es verdad que hay menos posibilidades, pero al final, es una lotería, y a mí me tocó el gordo. Salimos de Madrid hacia las Rías Baixas con una parada previa en los cañones del Río Sil. Las previsiones iban cambiando y parecía que la lluvia se iba retrasando. Mejor. Pero, cuando dejamos atrás Orense para entrar en Pontevedra, las previsiones acertaron. Todo el camino en carretera, llegar al hotel, aparcar y sacar las maletas lo tuvimos que hacer bajo una tormenta.

Esa misma noche había quedado en hablar con Noe, que también había estado por la zona con unas amigas, por si podíamos vernos para cenar. Me dijo que se quedaban en el hotel porque el tiempo no acompañaba y volvían a Madrid. Salimos a cenar y no nos pusimos muy exquisitos: básicamente, cualquier sitio a cubierto. Al día siguiente, teníamos previsto visitar la ciudad y, pese al tiempo, no quisimos posponerlo. ¿Qué íbamos a hacer si no? ¿Quedarnos en el hotel? Aunque estábamos en la zona una semana, ya teníamos un planning organizado y daban lluvia en toda la provincia, con lo cual, nos daba igual ir a Combarro o a Bayona, estaba lloviendo allí también. Cogí mi paraguas a lo Charlotte (Charlotte de Lost in Translation) y salimos. Intentar mirar un mapa, consultar una guía para saber lo que estás viendo y hacer fotos, no es tarea fácil, pero, también nos daba la excusa perfecta para refugiarnos y tomar el aperitivo. Con lluvia o con sol, Galicia es una maravilla.

Singing in the rain en Pontevedra

Por cierto, para los que no vais de vacaciones al Norte porque siempre llueve, ¡no vayáis, que siempre llueve! 😝

Espero en tardar mucho en actualizar esta entrada y, aunque me encuentre con frío o con viento, ¡que llueva mientras que estoy durmiendo!

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