¿Habéis estado en Nueva York? Cualquier ciudad de EE.UU. también vale o, incluso, Barcelona. A lo que voy, una ciudad en la que todas las calles son paralelas y perpendiculares, como una cuadrícula. ¿Lo visualizáis, no? Pues Hanoi es todo lo contrario, sobre todo, la parte antigua: un laberinto de calles por las que es imposible orientarse, pequeñas tiendas donde venden todo tipo de ropa y recuerdos; restaurantes, destinados a turistas o locales, mucha gente y muchas motos.
La primera noche que pasé allí, andaba con la guía abierta, en la página del mapa y siguiendo con el dedo por dónde iba. Y, de repente, se puso a llover como no he visto nunca. Lo que tiene viajar en época de monzón. Antes de partir, me habían recomendado que lo mejor era llevar pantalón corto y sandalias, ya no sólo por el intenso calor que hace, sino porque, si llueve, es mejor que se moje la piel y no la ropa: la piel se seca enseguida; la ropa, debido a la elevada humedad, puede tardar varios días. Así que me vi, con mi chubasquero que sólo cubría hasta la cintura, mi pantaloncillo y mis sandalias cobijada debajo de una marquesina, junto a muchísima gente más, casi todos turistas, mirando la lluvia torrencial. No se veía nada más. Caía con tanta fuerza que creaba una cortina blanquecina.

Y, si a todo esto añadimos que había aterrizado en la ciudad unas horas antes, después de 19 horas desde que había salido de casa en Madrid, había maldormido en los vuelos y no sabía ni qué hora era, estaba ante el cóctel perfecto para estar muerta de hambre y nerviosa porque veía que pasaba el tiempo y seguía debajo de la marquesina. En cuanto amainó un poco, continué.
Estaba al lado del lago Hoan Kiem que, según la leyenda, a mediados del siglo XV, el Cielo envió al emperador Le Thai To una espada mágica, que empleó el echar a los chinos de Vietnam. Después de la guerra, una tortuga gigante dorada cogió la espada y desapareció en las profundidades, con intención de devolvérsela a sus propietarios. De aquí viene el nombre Ho Hoan Kiem, lago de la Espada Restaurada. En una isla del lago, encontramos el templo Ngoc Son en el que Thap Rua, torre de la tortuga, está coronada por una estrella roja.

Bueno, pues bordeando el lago por su margen derecho (el derecho para mí, claro) llegué al Barrio Antiguo, el corazón histórico de Hanoi donde tenía intención de perderme por sus calles, admirar los edificios coloniales y cenar. Al llegar, decidí cerrar la guía y, simplemente, disfrutar del momento. No podía dejar de fijarme en todo, de hacer fotos a todo, de querer verlo todo y no perderme ni un detalle. Cuando el hambre apareció, preferí seguir los consejos de la guía e ir a uno de los recomendados. Un restaurante de mesas y bancos corridos, en el que se comparte espacio con otros viajeros. Pedí una pho bo de ternera (la sopa de fideos típica de la gastronomía vietnamita), que estaba deliciosa, y vi como otros turistas no tenían problemas en entablar conversaciones entre sí. Yo lo intenté con una persona de mi misma mesa, pero no me seguía el rollo… Eso sí, prácticamente la totalidad de los turistas eran anglosajones.

Al terminar, volví a las calles para seguir andando y pasé por delante de una coctelería con buenos precios. Aunque no me gusta beber sola, ¿por qué no? Estoy de vacaciones y me apetece tomarme un cóctel.
Al terminar, decidí volver al hotel. Estaba muy cansada, había tenido el día más largo de mi vida, con un montón de emociones y, al día siguiente, tocaba madrugar para partir hacia la bahía de Halong. Volví a rodear el lago Hoan Kiem pero esta vez, me vi obligada a hacer una parada porque oía cantar a alguien. Siguiendo los cantos de sirena, llegué hasta una pagoda donde un hombre estaba ofreciendo un concierto gratuito. No tenía otra opción que quedarme hasta el final, que no tardó demasiado.

Para llegar al hotel, no me quedó otra que volver a abrir la guía, seguir el mapa y desandar el camino andado.
Un par de noches más tarde, volvimos a Hanoi para visitar la ciudad y, por la noche, volví al Barrio Antiguo sin dudarlo. Esta vez, cené en un local bastante conocido de comida vietnamita a buen precio. Era un local de dos plantas y, sin dudarlo, subí hasta la primera y me atrincheré en una mesa en la terraza, pegada a la barandilla porque no quería perderme absolutamente nada. ¡Hanoi por la noche visto desde las alturas! Uno de los mejores espectáculos posibles. Al salir, con ganas de tomar algo, volví a fiarme de las recomendaciones de la guía y fui a un bar de dos plantas y varios ambientes. Era la única que estaba sola pero no me importaba. De hecho, este último bar me gustó tanto que volví al día siguiente a comer.
Los tres sitios me encantaron y no puedo más que recomendarlos, así que, si estáis planeando un viaje a la zona o tenéis curiosidad, preguntadme. No tengo la más mínima duda de que, si vuelvo a Hanoi, repetiré (acabo de comprobar que los tres siguen abiertos y, además, tiene buenas reseñas).

Me gustaría hablar con más calma sobre la comida callejera en la ciudad. En cualquier guía o artículo vas a leer que la mejor comida se encuentra en los vendedores ambulantes que llenan las aceras con enormes ollas, diminutos taburetes y largas colas de comensales expectantes. Muchos de estos puestos son muy conocidos, llevan funcionando décadas y sólo ofrecen un plato. Yo no comí en ninguno de ellos porque no terminaba de fiarme (lo siento, soy así de sincera) y no quería empezar el viaje con problemas de estómago, por lo que decidía ir a restaurantes. Hay de decir que toda la comida está cocinada y, como casi todo es sopa, es agua hirviendo. ¿Algún valiente que fuese a un puesto callejero y nos cuente su experiencia? La próxima vez, lo haré.
Y, para terminar, hablar sobre el tráfico. Miles de motos que aparecen de la nada, creando una marabunta y que no se detienen en los semáforos o pasos de peatones. Había leído que hay que lanzarse sin dudar y que son ellos los que te esquivan. Las primeras veces, me costó bastante, no me atrevía por miedo pero, como quería cruzar no me quedaba otra opción: ellos no se van a parar. Me ponía al lado de otras personas que fuesen a cruzar e iba a su ritmo. Una vez que cogí el truco, ya me atrevía a hacerlo yo sola. La clave es tener decisión, no dudar y seguir andando sin girar la cabeza: ellos te ven y te van a esquivar, por eso no hay que pararse. Toda una experiencia.

Después de todo esto, y por raro que suene, Hanoi se ha convertido en una de mis ciudades favoritas.
2 Comments