A tan solo 70 km al sur de Sofía se encuentran los montes Rila, aunque el monasterio de los que toma nombre está algo más lejos, a poco más de 120 km. Llamados por los tracios “montañas de agua”, hoy en día hay unos 200 lagos glaciares y arroyos y riachuelos que bajan con fuerza.
Después de desayunar, nos subimos al autobús y nos ponemos en marcha. Pasamos por todos esos barrios de las afueras de Sofía, llenos de edificios de la época comunista, destartalados, semi abandonados, en los que ya nadie quiere vivir, o en los que algunos vecinos se arreglan sólo su ventana o su terraza, y a los que no parece que llegue el dinero europeo, no obstante, gracias a él, la red de metro se va expandiendo.
Al principio, vamos por autopista, que abandonamos pronto para coger carreteras de montaña y comarcales. Atravesamos bosques frondosos, que parece que siguen en invierno, pese a ser abril, aunque algún árbol se ha declarado en rebeldía. Pasamos por el pueblo de Kocherinovo, en el que hay un “museo” de cachivaches y coches de la época comunista. Me atrae la idea de parar y curiosear durante un rato, pero continuamos hasta el Monasterio de Rila, otro de los sitios que me hubiese encantado ver en mi primer viaje. Cuando vi en fotos las rayas rojas, negras y blancas que decoran sus paredes, supe que tenía que verlo con mis propios ojos.

Empecemos por lo malo: comienza a llover. Y, ahora, lo bueno: es precioso, tal y como lo había visto en fotos, pero mejor, porque es real, no sólo una imagen. Las rayas que comentaba, el patio con un árbol frondoso y centenario, los arcos, soportales, frescos por todas partes, menos turistas de los que esperaba, algún que otro monje, a los que, por cierto, no les gusta que les saquen fotos sin permiso.
El Monasterio de Rila es un importante centro espiritual, de hecho, funciona también como hospedería. La imagen que da desde el exterior es la de una fortaleza y es que, siglos atrás, tenían que serlo, para prevenir ataques. Es un complejo de unos 8.800m2 y fue fundado en el año 927 d.C., debido a la inspiración del monje ermitaño Juan de Rila, que se retiró a vivir en una gruta, para alejarse de la vida “moderna” de aquella época. La cueva se puede visitar y, aunque nosotros no lo hicimos, no me hubiese importado lo más mínimo. Según la leyenda, si consigues pasar sin problema, estás limpio de pecados.

Volviendo al monasterio, fue saqueado a comienzos del siglo XV y restaurado en 1469, además, fue una pieza esencial en la conservación de la cultura y la religión búlgaras durante los siglos de presencia otomana. En 1961, el gobierno no declaró museo nacional y, en 1983, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El complejo está formado por una iglesia, dos museos y pensiones. La torre Hreliova, de 24 m de altura, fue construida en piedra en 1335 y es el único elemento del siglo XIV que se conserva. La iglesia de la Natividad fue construida entre 1834 y 1837 y los frescos, tanto los interiores como los exteriores, son una maravilla que dejan con la boca abierta. Creo que ya había comentado que las iglesias ortodoxas son las que más me gustan.

En el interior, encontramos silencio, oscuridad y frescos muy bien conservados y es que, el hollín de las velas es el “barniz” que mejor funciona para su conservación: sólo hay que quitarlo para que parezca que los frescos han sido pintados hace poco. En el lado derecho de la iglesia, está la sepultura del corazón de Boris III, que murió en 1943, pocos días después de una reunión con Hitler (cuidado, amantes de las teorías de la conspiración). Su cuerpo no ha aparecido nunca, pero su corazón está enterrado aquí. Si queréis saber más sobre este tema, y os aseguro que es muy interesante y da para hacer una película, os dejo este vínculo del blog Amantes de la Historia.
En el exterior, se ven presentadas distintas escenas de la Biblia, entre las que destacan los castigos que esperan a los pecadores. La verdad es que no hace falta saber leer o entender el búlgaro para comprender que lo representado.


Saliendo por la puerta que está enfrente de la de entrada, encontramos la inmensidad de las montañas y un par de cafeterías. En una de ellas venden un dulce tradicional llamado mekitsa. Son una especie de tortas, bastante gruesas y grandes, de una masa parecida a la del churro, en resumen, una bomba. Me compré una, que cuesta 1 lev y, con azúcar glas por encima, están deliciosas.
La comida la hicimos en un restaurante que se encuentra a unos 5 km, bajando por la carretera que lleva al pueblo de Rila. Nos juntamos bastantes turistas allí, por lo que, si estáis pensando ir, creo que es mejor reservar.
El otro monasterio que visitamos es el de Bachkovo, a unos 30 km al sur de Plovdiv. Fundado en el año 1083 por el príncipe Gregory Pakourianos, aunque fue saqueado y destruido, por lo que vemos hoy en día es, principalmente, de comienzo del siglo XVII.
Como en el caso anterior, desde fuera, tiene el aspecto de fortaleza y, al entrar al patio principal, encontramos una iglesia, la de Sveta Bogoroditsa, o de la Dormición de la Vírgen, de ladrillo y coloridos murales en su interior, que, sinceramente, me impresionaron más que los de Rila. En su interior, están enterrados el Patriarca Kyril y el Exarca Estefan I, que tuvieron un papel decisivo a la hora de evitar la deportación de judíos búlgaros a campos de concentración nazis.

Los frescos de las iglesias ortodoxas suelen ser oscuros, probablemente por el hollín de las velas, o las prácticamente inexistentes ventanas, los de esta iglesia lo son más ya que el fondo es negro.


En el segundo patio, se halla la iglesia de San Nicolás, de 1834, que, por desgracia, estaba cerrada, así que nos tuvimos que apretujar todos en la entrada, que está cubierta, para poder escuchar las explicaciones y ver los murales, que fueron realizados por el pintor del Renacimiento (búlgaro) Zakari Zograf. Estas pinturas son bastante llamativas, y trata principalmente, del juicio y posterior castigo de pecadores. Según nos contó la guía, en su momento, causaron mucho revuelo porque las caras de las personas representadas no eran “imaginarias”, sino que se trataba de gente real y que fueron señaladas públicamente por el pintor.
Tuvimos la inmensa suerte de poderlo visitar en soledad, apenas había unos 4 ó 5 turistas más, algo raro para ser el segundo mayor monasterio del país, pero también es verdad que era un día entre semana y que estaba diluviando.

En nuestro camino por carretera desde Plovdiv, pasamos por la ciudad de Asenovgrad, que es conocida en todo el país por ser el centro neurálgico de venta de vestidos de novia y de ceremonia y mujeres de otros puntos del país se desplazan sólo para comprarse el vestido. Si pasáis ya sabéis cuál es la explicación a tantísimas tiendas, una detrás de otra, de vestidos de este tipo.
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