Plovdiv es la ciudad europea permanentemente habitada más antigua, ya que se han encontrado vestigios datados en el año 7000 a.C. Fue fundada por Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, en el año 342 a.C. y era conocida como Filipópolis. En el 183 a.C. fue conquistada por el Imperio Romano, que la convirtió en capital de la provincia de Tracia, y pasó a denominarse Trimontium. Fue saqueada y destruida por godos y hunos y, Pupulden, como la conocían los bizantinos, pasó a estar bajo el control de Constantinopla. En 1365, fue conquistada por los otomanos, recuperando la prosperidad perdida. Durante el Renacimiento búlgaro, se construyeron opulentas casas que algunas de ellas funcionan, hoy en día, como museos. Por si todo esto no fuera suficiente, en 2019, fue designada como Ciudad Europea de la Cultura, lo que ayudó a la llegada de fondos y de turistas, así que nos encontramos una ciudad bastante arreglada y por la que es muy agradable de pasear y conocer, eso sí, con zapato muy cómodo.
Pero Plovdiv no sólo aparece en la Historia, sino también en la mitología griega y es que, al río que la atraviesa, el Hebro o Maritsa, fue donde se tiraron la cabeza y la lira de Orfeo, tras negarse a mantener relaciones con ninguna mujer, tras la muerte de Eurídice, su esposa. Tanto la cabeza como la lira llegaron al mar Egeo, cerca de la isla de Lesbos.

Hoy en día, Plovdiv es la segunda ciudad más grande de Bulgaria, con algo menos de 350.000 habitantes y, como curiosidad, al igual que Roma, se asienta sobre siete colinas.
Llegamos a última hora de la tarde, por desgracia, no paraba de llover y, en el hotel, se organizó un caos enorme con el check in de varios grupos. Una vez solventado, Jose, Inma y yo, salimos con nuestros paraguas a dar una vuelta por el centro que, además, es peatonal. No vimos gran cosa, entre que era de noche y llevábamos paraguas, sólo apreciamos el estadio de Filipópolis y la mezquita, y nos fuimos a buscar un lugar donde cobijarnos.
Al día siguiente, comenzó la visita. Llegando por el paseo peatonal Knyzar Alexander I, nos encontramos con edificios que nos llevan a una época dorada de la ciudad, así como la estatua de Milyo, un bromista y mimo local. Al final de la avenida, llegamos a los restos del estadio romano, del siglo II, casi ocultos debajo de las calles, y, gracias a la obra de restauración, la imagen, con la mezquita de fondo, es muy bonita. La mezquita Dzhumaya es de 1364, aunque fue demolida y reconstruida en el siglo XV y la fachada de ladrillo es llamativa. Qué pena que el interior no esté a la altura del exterior.

Desde aquí, nos desplazamos al anfiteatro romano, construido en el siglo II d.C. bajo el reinado de Trajano y que fue descubierto en 1972 tras un corrimiento de tierras. Comenzamos a callejear por la ciudad vieja, incluida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, fijándonos en las casas del Renacimiento búlgaro, de una arquitectura muy similar y unos tejados serpenteantes. Visitamos el interior de dos de estas casas, que funcionan como museos, Balabanov e Hindlian. La primera acoge un museo de arte y, a través de un pequeño jardín, está conectada con la casa Hindlian, que es casa- museo, ya que se conserva mobiliario y distintos objetos de la época, puestos tal y como se solía vivir. Se pueden admirar, asimismo, las paredes pintadas con paisajes de Venecia, Alejandría y Constantinopla.

En nuestro paseo, seguimos encontrándonos con auténticas joyas, como la casa Lamartine, que toma su nombre del poeta francés Alphonse Lamartine, que se alojó en 1833; la iglesia de Sveti Konstantin y Elena, que es la más antigua de la ciudad y que fue construida en el lugar en el que los dos mártires fueron decapitados en el año 304. Los frescos exteriores son muy bonitos y coloridos, además, hay unas lápidas en la entrada, en el interior, y el iconostasio interior es barroco vienés de los siglos XV a XVIII. También es llamativo el campanario de 13 m de altura.
Justo al lado de esta iglesia podemos ver el Museo Etnográfico, con una de las fachadas más asombrosas de la ciudad. Aunque no visitamos el museo, sí que nos asomamos a los jardines y admiramos el edificio.

Después de comer, nos subimos al autobús para visitar el monasterio de Bachkovo, del que ya hablé en este post. A la vuelta, Jose, Inma y yo, aprovechando que ya casi no llovía, aprovechamos para ver algunos puntos de la ciudad que se nos habían quedado pendientes.
Empezamos por las ruinas de Eumolpias, un asentamiento tracio del año 5000 a.C. y por el Odeón romano, de finales del siglo I; pasamos por el Ayuntamiento y vimos los huevos de pascua pintados que hay en el jardín y la iglesia de Sveta Marina, del siglo XVI y que, según la guía, es una de las grandes desconocidas de la ciudad. Apenas pudimos disfrutar del interior porque estaban dando misa, pero sí que pudimos darnos cuenta de que es uno de los más bonitos que habíamos visto hasta ese momento. El campanario mide 17 m de altura y se asemeja a una pagoda, lo que lo convierte en único.

Me supo a muy poco el tiempo que pasamos en esta ciudad, creo que se merece algún día más. Perderse entre las calles del barrio viejo es un placer y es una de las mejores cosas que se pueden hacer: deambular sin rumbo y no perderse ninguno de sus detalles.
Al día siguiente, pusimos rumbo a Kazanlak, ciudad del Valle de las Rosas de unos 47.000 habitantes y que está a los pies de los Balcanes.
De este valle provienen dos tercios de la esencia de rosas producida a nivel mundial, por lo que es obvio que visitásemos el Museo de las Rosas, donde se explica cómo ha sido la recolección de los pétalos de esta flor y la fabricación de la esencia desde hace 300 años.
Se trata de una población multicultural, con un porcentaje importante de musulmana turca y pomaca y el contraste de los edificios es llamativo: la mayoría son torres de la época comunista, aunque, al otro lado del río, se ven casas unifamiliares.
Visitamos también el Museo de Historia Iskra, fundado en 1901 por Peter Tupuzov. En su interior, encontramos piezas de los yacimientos tracios de la zona, piezas de otros periodos históricos, trajes típicos y armas de todo tipo.

Además de por ser el principal centro de la esencia de rosa, Kazanlak es muy conocida por albergar una tumba tracia del siglo IV a.C. El Valle de las Rosas es igualmente conocido como el valle de los Reyes Tracios, en el que se calcula que hay alrededor de 1.500 túmulos. Es muy fácil reconocerlos: de repente, en una llanura, te encuentras un túmulo cubierto de vegetación: se trata de una tumba tracia. Una mínima parte están excavadas y estudiadas y son visitables; la gran mayoría, no. No tengo más información al respecto sobre cómo planificar un recorrido por las tumbas, pero este post de Pasaporte para viajar me parece bastante útil.
Nosotros visitamos la tumba tracia de Kazanlak, que se encuentra en el parque Tyulbe, data del siglo IV a.C. y perteneció a un gobernante tracio. Fue descubierta en 1944 cuando se construía un refugio antiaéreo. La cámara funeraria es redonda y está rematada por una cúpula, cubierta interiormente por frescos que representan un banquete funerario y una carrera de cuadrigas. La tumba es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y la original no se puede visitar, aunque sí la réplica.


Sin embargo, el día no se había acabado aquí, tenemos que continuar nuestro trayecto hasta Veliko Tarnovo y lo vamos a hacer cruzando los Balcanes por el paso de Shipka. Antes de llegar a este elevado paso, tenemos una sorpresa esperándonos: la iglesia conmemorativa de la Natividad en el pueblo de Shipka (no confundir con el paso).
Según vamos subiendo por la carretera, se comienzan a divisar unos bulbos dorados entre los pinos verdes. La imagen es muy bonita, la tengo guardada en la retina porque, por desgracia, no paramos para hacer ninguna foto. Estos bulbos corresponden a la iglesia construida en 1902, en recuerdo a los soldados que murieron en el paso de Shipka durante la guerra ruso- turca (1877- 1878). Sinceramente, merece mucho la pena desviarse para visitar la iglesia y, además, cruzar los Balcanes es toda una experiencia.

El paso de Shipka está a 1.306m de altura y encontramos nieve en los árboles. En lo más alto, se construyó el monumento a Buzludja, un enorme ovni de hormigón que funcionó como sala de congresos y que cayó en el abandono tras la caía de la URSS. Por desgracia, nosotros no paramos, y me hubiese encantado hacerlo, ya me preguntaba en el post que dediqué a Sofía si habrá una tercera visita, aunque, después de leer este post de Viajes Chavetas, no tengo la más mínima duda de que volveré: ¡el monumento a Budludja me espera!
También en el paso de Shipka, siguiendo un serpenteante camino, está el Monumento a la Libertad, de 32 m de altura. Construido en 1934 para recordar a los más de 7.000 soldados rusos y voluntarios búlgaros que murieron en la Batalla de Shipka. Tampoco paramos en este punto (cuántas cosas pendientes…), por lo que, os comparto este enlace de Viajes Chavetas.
Una vez que dejamos atrás la carretera de montaña, cruzamos la ciudad de Gabrovo. Por lo que veo a través de la ventanilla, no tiene mucho que ofrecer, aunque parece que el tiempo se ha detenido hace varias décadas: edificios de paneles, fábricas abandonadas. Parar un rato y perderse entre sus calles me parece un lujo, ver esa Bulgaria a la que apenas llegan los fondos europeos ni los pocos turistas que viajan a este país.
Continuamos nuestro recorrido hasta Veliko Tarnovo.