Nesebar, Burgas y Koprivshtitsa

Nesebar se encuentra en un saliente de una roca conectado al continente por un istmo artificial, un enclave Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO famoso por sus numerosas iglesias medievales, aunque la mayoría están en ruinas, y por ser un destino muy demandado en verano, lo que conlleva a una explotación salvaje y a una saturación de las calles. Gracias a haberla visitado en abril, nosotros nos la encontramos vacía, con muchos comercios y restaurantes cerrados, pero, sinceramente, yo lo prefiero de esta manera. Poder visitar el Museo Arqueológico, la iglesia de San Esteban o las callejuelas sin cruzarte apenas con nadie es una delicia. Habíamos ido a eso, a conocer pequeñas iglesias, así que, cuanta menos gente, mejor (y mejor salen las fotos).

Restos de las puertas de entrada a Nesebar

Los griegos fundaron el puerto comercial de Mesembria en el año 512 a.C., aunque muchos de los templos y torres quedaron sumergidos por una subida del mar Negro hace 2000 años. Durante los años del Imperio Bizantino, siglos V y VI, se construyeron iglesias y fortificaciones. Durante el Renacimiento Búlgaro, Nesebar prosperó, los mercaderes mandaron construir casas señoriales, no obstante dejó de ser epicentro comercial y, hoy en día, como es fácil suponer, vive del turismo.

Se llegaron a contar hasta 80 iglesias, no obstante, muchas se perdieron para siempre y otras tantas están en ruinas, sin embargo, son unas ruinas bonitas, que merecen la pena ser disfrutadas, que transmiten nostalgia por los tiempos pasados.

Iglesia de San Esteban, Nesebar

Después de comer, en un restaurante pésimo que no recomendaré ni bajo tortura, visitamos el Museo Arqueológico. Asentado justo al lado de la Puerta de la Ciudad, del siglo V, repasa la historia de Nesebar: joyas tracias de oro, lápidas griegas y romanas, iconos recuperados de las iglesias de la zona y cerámicas, las mejores que he visto, ya que parecen dibujadas por un niño.

Después, visitamos la iglesia de San Esteban, o Sveti Stefan, la única que pudimos ver por dentro. Del siglo XI y reconstruida 500 años después, es la mejor conservada. Los frescos del interior dejan con la boca abierta.

Interior de San Esteban, Nesebar

A partir de este momento, la visita fue libre. Nos dedicamos a callejear, vimos el mar, las ruinas de Santa Sofía y el resto de las iglesias de ladrillo y cerámica que iban saliendo a nuestro paso, como la del Cristo Pantocrátor, la de Sveta Paraskeva o San Juan Bautista. Como he comentado, estaban todas cerradas ya que, según la guía, sólo abren en temporada de verano.

Las casas que nos fuimos encontrando son bajas, de la época del Renacimiento Búlgaro, de madera oscura y muy bien mantenidas, dan mucho encanto al lugar. Cada vez que lo recuerdo, me alegro de haberlo visto en temporada baja que, aunque todo estuviera desierto, lo pude disfrutar.

Ruinas de Sveta Sofía, Nesebar

Como he comentado, es un enclave típicamente veraniego, por lo que nosotros no nos quedamos a hacer noche, y pusimos rumbo a la cercana Burgas que, pese a no ser la localidad más visitada de la zona, tiene un centro peatonal muy cuidado.

Fundada por el emperador Vespasiano en el siglo I d.C. con el nombre de Deultum, fue en el siglo XVII, cuando los pescadores se instalaron, cuando el nombre de Burgas aparece por primera vez en los mapas.

Nos alojamos en un hotel de los tiempos soviéticos, al que le habían hecho una remodelación impresionante. Después de dejar las maletas, salimos a andar. Recorrimos el paseo de Aleksandrovska hasta el Monumento al Ejército Soviético. La ciudad no parece tener muchos más atractivos y, como ya era de noche y el frío se notaba, optamos por seguir las recomendaciones de la guía y fuimos a un pub a cenar y beber pintas de cerveza.

Monumento al Ejército Soviético, Burgas

A la mañana siguiente, volvíamos a Sofía, pero antes, parada en un pequeño pueblo que es toda una sorpresa: Koprivshtitsa.

Fuimos por carreteras serpenteantes de montaña, cruzando pueblos que tienen pinta de estar olvidados, sin embargo, fueron el epicentro de la Revolución contra el Imperio Otomano y se encuentran muchos monumentos de recuerdo a sus héroes.

Encontramos un pueblo- museo enclavado en los Balcanes, con casa del Renacimiento Búlgaro muy bien conservadas y pintadas de llamativos colores. Se trata de un lugar tranquilo, sin embargo, esta tranquilidad choca con la Historia: el 20 de abril de 1876, Todor Kableshkov proclamó un levantamiento contra los turcos desde el puente Kalachev, o “puente del primer disparo”.

Puente Kalachev, Koprivshtitsa

Cuesta creer que un evento de tal magnitud tuviese su origen en un lugar tan pequeño y que nadie conocería si no hubiese ocurrido nada.

Se conservan unas 400 casas de la época, pero son de un estilo totalmente diferente al que hemos visto en Nesebar o Plovdiv. Lo mejor que se puede hacer es callejear, visitar alguna de estas casas- museo, como la de Lyutova, Kableskova u Oleskov, con un patio impresionante. Esta última fue construida por un comerciante rico entre 1853 y 1856 y muestra cómo era una casa de esas características en el siglo XIX. Por cierto, en la entrada del jardín, un artesano de cerámica tiene su tienda y taller y vende souvenirs y puedo afirmar que han sido los únicos bonitos que me he visto en nuestro recorrido, así que, el imán de mi nevera viene directamente de este artesano de Koprivshtitsa.

También se pueden visitar la Iglesia de la Dormición de la Virgen, pintada del color azul tan característico y que alberga un pequeño cementerio en la parte trasera y el puente de piedra en el que se originó la revolución.

Sin ningún tipo de duda recomiendo la visita a esta localidad, pese a que ni siquiera hicimos noche. Sé que es probable que tengas que desviarte y conducir por carreteras tortuosas que son poco más que comarcales, pero un lugar con tanta importancia en la Historia búlgara y que encima es una delicia para pasear, bien merecen ese desvío.

Os comparto este vídeo del pueblo a vista de dron, por si os enamora tanto como a mí.

Saliendo de este pueblo volvimos a Sofía, para pasar nuestra última noche. La mañana siguiente la dedicamos a recorrer puntos de la ciudad que no llegamos a tocar el primer día, tal y como relaté en el post que dediqué a esta ciudad.

Me gustaría cerrar los artículos que dedico a todo el viaje que he hecho por el país remarcando el cambio a mejor que he hallado, aunque todavía siguen quedando muchas ciudades y pueblos que están al margen del recuerdo. Además, he podido reencontrarme con Sofía, a la que conocí por primera vez hace 15 años y me he quitado la espinita clavada de la iglesia Boyana y el Monasterio de Rila. También, he llegado al mar Negro, en los confines de Europa.

El mar Negro, marcando los confines de Europa

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