Reservas, suerte y contratiempos: nuestro periplo gastronómico por el País Vasco

En 2021 hicimos un tour por el País Vasco basado en las capitales de provincia y la costa. Cuando comentas que vas a ir por esta comunidad, todo el mundo te va a contestar con un “qué bien se come en el País Vasco”. Y no les falta razón, aunque, en más de una ocasión, casi nos quedamos con las ganas.

Vamos a hacer un recorrido por todas aquellas ocasiones en las que, durante este viaje, si comimos, fue porque la suerte nos quiere demasiado.

La suerte de ir sólo dos

Al ser sólo dos, tuvimos mucha suerte en Getaria y en Bermeo a la hora de la comida.

En Getaria, una de las primeras paradas, aún fieles a nuestro lema “no reservamos porque somos los mejores”, estuvimos dando una vuelta y echando un ojillo a los sitios que había para comer. Hubo uno que nos gustó especialmente y, a una hora razonable fuimos.

Si esperamos algo de cola, fue muy poco, porque no tengo el recuerdo de que se nos hiciese pesado. El interior estaba lleno, pero por suerte, como éramos sólo dos, se les había quedado vacía una mesa pequeña y nos pudimos sentar.

El puerto de Bermeo está vacío, normal, está todo el mundo en los bares

Y, detrás de nosotros, entró una pareja más y ya cerraron. Llegaron varias personas más y no aceptaban a nadie: argumentaban que la cocina estaba saturada y que no podían dar el servicio que a ellos les gusta dar.

Las tabernas del Barrio Viejo de San Sebastián están muy demandadas

Durante los días que estuvimos en San Sebastián, además de hacer turismo por la ciudad y ver lugares cercanos, quisimos probar los bares del Barrio Viejo. Algo lógico y normal. Llegábamos a media tarde a nuestro hotel, descansábamos un rato, nos duchábamos tranquilamente, nos vestíamos y salíamos a dar una vuelta, para hacer hambre antes de la cena.

Plaza de la Constitución de San Sebastián

Cuando hemos salido de vacaciones por España, al partner in crime y a mí nos gusta tomárnoslo con calma. No pretendemos comer a las 15:30 y cenar a las 23:00, pero no queremos hacer todo deprisa y corriendo, sino disfrutar del día, que para algo estamos de vacaciones. Sin embargo, no todo el mundo comparte nuestro punto de vista tan relajado.

San Sebastián es una ciudad que atrae mucho turismo y, de fuera de nuestras fronteras, viene mucha gente de Francia y, si hay algo con lo que no podemos competir es con los horarios de las comidas.

A partir de las 19h había gente esperando a que abriesen los bares y, cuando lo hacían, ya estaban llenos, así que, cuando llegábamos nosotros a eso de las 21h o 21:30, nos tocaba hacer cola en la calle. Y estamos hablando de colas que superaban tranquilamente los 30 minutos y, en algún caso, la hora. Podías irte a otro sitio, que también estaría igual. Podríamos haber bajado antes, pero no nos daba la gana. No lo puedo decir más claro: estábamos de vacaciones y no teníamos ganas de estar a la carrera. Ya bastante lo solemos estar en nuestro día a día.

Cuando he ido de viaje a Francia, Países Bajos o EE.UU. me he amoldado sin ningún tipo de problema a sus horarios. Si hay que cenar a las 20h se cena y no hay más de lo que hablar, aunque viajando por España, en la que los horarios son otros, me gusta tomármelo con un poco más de calma.

Las calles de la Parte Vieja de San Sebastián

Por suerte, en San Sebastián no tuvimos problemas y, a todos los sitios a los que fuimos, terminamos entrando, sin embargo, en alguno de ellos, salía un camarero, contaba a la gente en fila y decía “hasta aquí, ya no da tiempo a que entre más gente”.

El susto en el cuerpo y el estómago vacío en Zarautz y Mutriku

No tuvimos tanta suerte en Zarautz. Día de playa en uno de los mejores arenales que te puedas imaginar. Cuando abandonamos la playa, fuimos por el casco antiguo, ya que tenía un par de direcciones apuntadas.

Llegamos a la primera de ellas y nos hacen la primera pregunta: ¿tenéis reserva? Estamos en 2021, el COVID sigue dando algún coletazo y los horarios y reservas se han flexibilizado bastante. “No, no tenemos reserva”. “Lo siento, no hay sitio”. Y ni siquiera lo había en barra. Si para pedir un par de vinos y de raciones no necesitamos mucho más.

Mal asunto. Llegamos a la siguiente taberna y más de lo mismo. La situación comienza a coger un color bastante feo.

La hora de comer se va echando encima y no encontramos mucho más, sobre todo que tuviera unos precios que no impliquen pagar con un órgano vital. Miramos en el Maps y no salimos de dudas. Optamos por coger el coche y volver a San Sebastián y, si por el camino vemos algún sitio o supermercado, entrar a preguntar.

Toda la gente que no estaba en la playa de Mutriku está en los bares

El coche lo teníamos aparcado bastante retirado de la playa, en una zona de apartamentos muy residencial. Y, de repente, la luz se hizo: un pequeño local, en las antípodas de lo turístico o glamuroso, aparece ante nosotros. Para comer, tenía poco más que pizzas congeladas. No pasa nada, es un día, vamos a por ello. Y qué ricas nos supieron…

Otro de los días fuimos a Mutriku. Dimos un paseo y, como buenos vermuteros, nos sentamos en una mesa en la terraza de un bar del puerto. El aperitivo es sagrado, no se hable más.

Tenían carta de raciones y de pintxos, pero inexplicablemente, decidimos ir a otro sitio a comer, así que nos levantamos y nos fuimos. En ese momento nos deberían haber dado el premio a los más tontos.

Mientras que nosotros nos levantábamos y buscábamos sitio para comer, todos los demás ya estaban sentados pidiendo. En cualquiera de los sitios. Fuimos recorriendo uno tras otro y todos estaban llenos, no podían hacer el más mínimo espacio para dos personas.

Otra vez, nos quedamos sin comer y, otra vez más, los dioses decidieron sonreírnos. En una plazoletilla alejada del centro, vimos un pequeño bar. Cuando preguntamos si tenían mesa para dos, la chica nos preguntó con sorpresa si estábamos seguros de querer comer allí. Siendo sinceros, era nuestra última opción y por voluntad propia no lo hubiésemos elegido, no obstante, era eso o nada. Pues eso. No recuerdo lo que comimos, pero sí que nos llenó el estómago y, sobre todo, vimos que no podíamos seguir haciendo el tonto de salir sin reservar.

Menos mal que reservamos en Guernika

Esa misma noche decidimos que, para el día siguiente, en Gernika, teníamos que reservar. Con lo que no contábamos era con que eran las fiestas locales y todo estaba a reventar.

Llamamos a varios sitios y en todos estaban al completo y no se reían de nosotros, pero casi. Al final, después de varias llamadas, una vez más, tuvimos suerte: tenían mesa disponible para dos. La sorpresa es que era el principal día de fiestas locales, estaba todo hasta la bandera y los restaurantes sólo ofrecían menú de fiestas. Lo tomas o lo dejas. No nos quedó otra que tomarlo: el viaje continuaba y no podíamos estar dando marcha atrás para ver lo pendiente.

Casa de la Cultura de Gernika

Después de la visita a Gernika, del que tengo pendiente un post, fuimos a comer. Esta vez sí, teníamos garantizado que comíamos. Nos sentamos y nos detallaron el menú de fiestas. Sinceramente, el menú no valía lo que pagamos por él, y hubo algún plato que no quisimos porque no nos gustaba. Para los precios de Madrid, no era caro, aunque no dejó de ser un desembolso relativamente importante respecto a lo que veníamos pagando.

Con lo que no contábamos es que había un par de supermercados abiertos y tenían bocadillos preparados para llevar. Hubiésemos comido mejor y por un precio más apañado, pero esas son las variables con las que no se puede contar.

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