Turismo urbano vs. turismo de naturaleza

Sé que no está bien generalizar, que dividirlo todo en grupos es inútil y que poner etiquetas sólo sirve para eso, para poner etiquetas, sin embargo, a grandes rasgos, después de haber viajado y conocido a muchos viajeros, creo que se nos puede asignar en dos grandes grupos: los que optan por el turismo urbano o los que lo hacen por el de naturaleza.

También es verdad que, aunque la gran mayoría de nosotros empezamos en el primer grupo, poco a poco nos vamos pasando al segundo. Que la catedral de Colonia o el Big Ben están muy bien, pero las cataratas del Iguazú nos llenan los ojos de lágrimas.

Turismo urbano

El turismo urbano o de ciudad es aquel que, como su propio nombre indica, se realiza en el interior de las zonas urbanas, especialmente, en las grandes ciudades. Está basado en el comercio y los servicios, así como en experiencias culturales, sociales o arquitectónicas.

De esta manera, encontramos distintos tipos de turistas englobados en este grupo: cultural, ocio y placer y profesional.

La neoyorkina Times Square, urbes para los muy urbanitas

Por lo general, el turista urbano busca los atractivos que ofrece una determinada ciudad (museos, edificios notorios o templos religiosos), quiere participar en un determinado evento (conciertos, competición deportiva o exposiciones temporales) o conocer la gastronomía o vida nocturna de su destino.

Definido de esta manera, no parece que tenga demasiado atractivo. Si me paro a pensarlo, me sentiría como un producto, como una ovejita dentro del rebaño que ha creado la agencia de turismo de una determinada ciudad, que quiere que veas o que comas lo que han preparado para ti. Sin embargo, si nos detenemos a darle una vuelta, todos lo hemos hecho. Y lo seguiremos haciendo.

Los turistas urbanos, ¿viajamos sin estar condicionados?

Antes de continuar, vamos a ponernos un poco filosóficos y a reflexionar si realmente somos turistas (o viajeros) que nos movemos siempre por libre. ¿Lo hacemos o terminamos viendo lo que ellos quieren que veas? Me explico: si vas unos días a conocer una ciudad, tu visita estará centrada en el centro (valga la redundancia) de esa ciudad, ya que, al final, es donde se encuentran los mayores atractivos. Por supuesto que hay excepciones (el Parque Güell en Barcelona o la parisina Torre Eiffel), aunque suele estar todo concentrado y alcanzable de manera fácil andado o a pocas paradas de transporte público.

Cambio la plaza Mayor de Madrid por la Real de Barcelona

Para llegar a planificar ese itinerario, te has comprado una guía turística, has leído otros blogs o consultado distintos artículos o foros que, al final, coinciden en “lo que hay que ver” en un porcentaje bastante elevado. Así que, insisto con mi pregunta: ¿vemos lo que queremos o lo que nos dicen que veamos?

No nos engañemos, vemos lo que nos dicen que veamos, pero porque es lo bonito. No voy a Barcelona, Santiago de Compostela o Berlín a ver un barrio que podría ser el mío o en el que viven mis padres. Zonas de ciudades que se podrían intercambiar por otras y que no se notaría demasiado la diferencia. Además, si alguien va a venir a Madrid, ciudad en la que vivo, y me pregunta qué ver, le daré indicaciones para recorrer el centro, no le mandaría a Puerta del Ángel o Vallecas, por mencionar dos barrios al azar, a no ser que tenga especial interés en esas zonas o en ir a un determinado restaurante o bar. Lo mismo pasaría si preguntas a un amigo que vive en Sevilla o Logroño. ¿Dónde te dice que vayas? Pues donde va y está todo el mundo.

Señaladas estas consideraciones, ¿estáis de acuerdo conmigo?

Mis viajes urbanitas

Yo he sido, soy y seré turista urbana, aunque con matices, porque la naturaleza me tira cada vez más. Creo que no conozco ni he conocido a nadie a quien no le haya impresionado o no le llame la atención esos monumentos tan conocidos y que tantas veces hemos visto en fotos o televisión. ¿De verdad no tienes ganas de conocer La Alhambra? ¿Que el Coliseo de Roma no te llama la atención? ¿Que no disfrutaste recorriendo la Royal Mile de Edimburgo? ¡No te creo!

Sí, lo reconozco, el bullicio y el caos de Marrakech no es para todos

Yo me he quedado extasiada en la Estatua de la Libertad, en la catedral de San Basilio de Moscú, delante del Parlamento de Budapest, en la plaza del Rejistán de Samarcanda, perdiéndome entre las laberínticas calles de la Medina de Marrakech, viendo el caos absoluto de Stone Town, capital de Zanzíbar, disfrutando de la venganza del Papa en Berlín o en las pequeñas plazas de Viena. Y lo suelto así, del tirón. Viajes que he disfrutado muchísimo y que volvería a disfrutar encantada. He salido de mi ciudad para meterme en otra, cambio unos atascos por otros, un metro por otro o un gentío por otro. Y sarna con gusto no pica. ¿Por qué? Por varios motivos: soy una urbanita convencida y orgullosa; quiero ver con mis propios ojos esos lugares míticos; me gusta sentir la electricidad de la gente, de las calles, de los mercadillos, de las barras de los bares, de la vida en una ciudad.

Turismo de naturaleza

Por otro lado, tenemos el turismo de naturaleza. En este caso, se trata de llevar el ocio a espacios naturales y disfrutar con su atractivo. Consiste en viajar de forma responsable para conocer zonas naturales, así como su paisaje, fauna y flora, protegiendo el medio ambiente y mejorando la calidad de vida de los habitantes. Como en el caso anterior, hay varios subgrupos: ecoturismo (se trata de llegar a lugares que casi no hayan sido alterados por la mano del hombre), turismo rural, de aventura, azul (orientado a espacios naturales marinos), ornitológico y ictioturismo (destinado a aficionados a la pesca).

La naturaleza desbordante en la isla de Skye, Escocia

Se trata de un tipo de turismo fundamental para ser conscientes de la fragilidad del medio que nos rodea, que nos permite escaparnos de los frenéticos ritmos de nuestras vidas urbanitas, es bueno para nuestro bienestar. ¿A quién no le apetece respirar aire puro? ¿A quién no se le pone una sonrisa de oreja a oreja mientras que intenta recuperar el aliento después de haber conseguido terminar esa ruta senderista?

Este tipo de turismo fomenta el empleo y la economía de lugares rurales y consigue que oficios y pueblos se conserven, así como el mantenimiento de la artesanía. No me quiero desviar mucho del tema, ni quiero que salga mi vena de economista, pero, sinceramente, cada vez creo que se hace de manera más irresponsable y, muchas veces, dudo que mejore la calidad de vida de los habitantes. Y no sólo para los receptores de turistas en el medio rural, sino también en las ciudades. De esto se viene hablando mucho en los últimos tiempos: el colapso de un lugar debido a la masificación turística. Por supuesto que no se pueden asemejar Venecia y Sanabria, sin embargo, a pequeña escala, a lo mejor no se diferencian tanto… Cuidado. Este tema da para otro debate bastante más largo y serio.

Cudillero, en Asturias lleva años con síntomas de masificación turística

El padre de una amiga es de una pequeño pueblo de Cáceres llamado Romangordo. Nadie había oído hablar de él, nadie lo sabía localizar en el mapa hasta que un buen día, un artista local pintó a vecinos del pueblo en sus tareas cotidianas en las paredes exteriores de las casas. Ya no es sólo que se hayan visto reportajes en revistas temáticas españolas, es que ha llegado a salir en la televisión coreana. Lo que a los vecinos antes les hacía gracia y les llamaba la atención, ya les resulta molesto. Decenas de turistas que se bajan de un autobús y recorren gritando las escasas calles. Como dice mi amiga, ya no puedo estar tranquila en la tumbona de mi patio escuchando el silencio. ¿De verdad eso es mejorar la calidad de vida de los habitantes?

El turismo de naturaleza no siempre ha sido mi favorito

Volviendo a nuestro turismo de naturaleza, tengo que confesar que me costó cogerle el punto. Siempre he conocido a gente más vinculada con el campo que con la ciudad. Por distintos motivos, llegaba el fin de semana y salían huyendo de la jungla de asfalto. ¿Por qué? ¡Si Madrid mola un montón! Cuando empecé a trabajar, ya tenía compañeros que se iban de vacaciones de camping o con una autocaravana o a hacer senderismo. Y no por un tema económico, hasta donde yo sé, sino por estar en contacto con la naturaleza.

Una remota playa de un remoto pueblo al norte de Escocia

Mientras que yo rastreaba vuelos baratos a la capital europea de turno, ellos se levantaban a los pies de una montaña. Hay tantos planes como personas y todos son igual de válidos. Por aquel entonces, no podía entender por qué preferían hacer una ruta de varios kilómetros por los Pirineos o la cordillera del Atlas y no recorrer los bulevares de París o destrozarse los pies en el empedrado de Lisboa. Después comprendí que no se trata de entenderlo, sino de respetarlo.

Mis viajes por la naturaleza

Llega ese punto en el que todo cambia, no de golpe, sino poco a poco. Comencé a viajar a lo grande y a conocer viajeros con muchísima experiencia y buenos consejos. Ellos sembraron la semilla cuando te hablan de los atardeceres de la sabana africana tras un día de safari, del subidón cuando terminas un trekking en Islandia o el de montar en kayak en las frías aguas de Groenlandia.

Como ya conté en su día, terminé yendo a Islandia por casualidad. Mi idea era visitar Jordania y cambié el naranja de la arena de Wadi Rum por el color azulado del hielo de la laguna de Jökulsarlon. Casi nada. Salí de la agencia diciendo que le daría una vuelta, no era lo que tenía en mente y, cuando me senté a leer el programa, decidí hacerlo sin dudar. Me voy a Islandia en invierno.

Jamás pensé que Islandia me pudiese gustar tanto

Jamás me imaginé que pudiera gustarme tanto. Esos paisajes, esa naturaleza salvaje que todo lo puede, los amaneceres entre la nieve, las playas de arena negra, cataratas casi infinitas. Cuando me paro a recordarlo, se me ponen los pelos de punta. ¿Cómo podía estar dejando de lado una obra maestra de nuestro planeta por visitar otra catedral gótica?

En ese momento ya estaba en el punto de afirmar que, cada vez más, las ciudades occidentales se parecen las unas a las otras. Viajas a Budapest y hay algo que te recuerda a Berlín; haces lo propio en Estocolmo y se respira París en el aire, en la naturaleza no me ha pasado nunca. Estando en la isla de fuego y hielo no se me pasó por la cabeza “jo, otra catarata más”, mientras que, paseando por las calles de una ciudad, sí que ves las mismas tiendas, los mismos restaurantes y cadenas de lo que sea que puedes encontrar en la tuya. “Jo, otra tienda más, otra cafetería cuqui más”.

Islandia fue el catalizador de lo que me esperaba. Llegaron el desierto de Wadi Rum, la bahía de Ha Long en Vietnam, los atardeceres en Kenia y Tanzania, la Ribeira Sacra, el Flysch o los infinitos paisajes de Mongolia. Y pensar que uno de los motivos que me llevaron a escoger este país como destino vacaciones fueron los espacios abiertos y naturales… quién me ha visto y quién me ve.

Y los paisajes infinitos de Mongolia llegaron sin comerlo ni beberlo

Me seguirá apeteciendo conocer Chicago o México DF, pero no diré que no a Madagascar o Nueva Zelanda. Qué pena que los días de vacaciones y el presupuesto sean limitados…

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