Ciudades que me encantan pero en las que no viviría

En relación con mi post anterior, hay sitios que, pese a haberme encantado, no lo dejaría todo para mudarme. Se quedan en mi memoria como lugares maravillosos, pero no buscaré en Idealista alquileres.

Uno de ellos, Ciudadela, en la pequeña isla de Menorca, fue una sorpresa. ¿Cómo es posible que se hable tan poco de esta localidad? Esas calles de piedra y laberínticas, las vistas del puerto, las lenguas de mar que se adentran creando los mejores baños, esa vida veraniega y con ambiente que tanto me gusta. Pero me surge una pregunta, cuando acaba el verano, ¿qué ocurre? Sí, los turistas se vuelven a su lugar de residencia y todo se queda más vacío. ¿Qué hay de la vida entonces en la ciudad? Esto es una especulación mía pero intuyo que no hay muchos cines, teatros o museos y que muchos locales de ocio abren sólo en temporada. Si algún lector de Ciudadela lo lee y me saca de dudas, se lo agradeceré infinitamente.

Ciudadela, Menorca

Marrakech, una de las puertas del Sahara, una ciudad de contrastes, llena de bullicio, de encantadores de serpientes, de aguadores, de azulejos, de baklava. La primera vez que salí del mundo occidental. Me acuerdo ir pegada a la ventanilla del taxi para no perderme nada, prometo un post futuro dando más detalles. Cuando la visité, era marzo y ya hacía calor. No era asfixiante, se podía salir a cualquier hora sin riesgo de sufrir una lipotimia. ¿Y en los meses centrales del año? Por lo que he leído, el calor es infernal. Recomiendan encerrarse en el alojamiento hasta que cae la noche. Pero una cosa es conocerla como viajero y otra muy distinta ser residente, por lo que habría que salir a la hora que fuese y con la temperatura que haya. Con lo mal que llevo yo el calor y con lo inaguantable que me pongo… Marrakech, nos volveremos a ver cuando el termómetro sea más benigno.

Marrakech

Cabo de Gata es mi lugar. El típico sitio al que me escaparía unos días todos los años. No me canso de ir, de sus paisajes lunares, de sus calas escondidas, de sus pueblecitos encalados. Eso sí, para ir en primavera o a comienzos de otoño. En verano, juega el factor suerte: si sopla levante, se está de lujo; si no, ya puedes ponerte a remojo. Y, en invierno, pues lo que suele pasar en muchos lugares costeros: casas cerradas, calles vacías, restaurantes y tiendas que sólo abren en temporada. Demasiada calma para mí. Y, lo que es peor: frío húmedo y casas sin calefacción. Eso sí, si me pierdo, buscadme allí.

Cabo de Gata, Almería

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