El síndrome de Stendhal es un trastorno psicosomático que causa un elevado ritmo cardíaco, temblor, palpitaciones, vértigo, confusión cuando el individuo es expuesto a obras de arte, sobre todo cuando son extremadamente bellas. Se denomina así por el famoso autor francés del siglo XIX que, visitando Florencia en 1817, describió detalladamente lo que le había sucedido al contemplar la basílica de la Santa Cruz.
Puedo afirmar que he experimentado este síndrome, pero no una, sino en varias ocasiones. No he llegado al nivel de Stendhal porque no me he mareado ni me he retirado a descansar para asumir lo que había visto, pero sí que me he emocionado, hasta el punto de que se me cayeran las lágrimas y sin poder articular palabra de lo que estaba viviendo.
La primera vez, fue en marzo de 2009, cuando viajé a Marrakech. Era la primera vez que salía de Europa y del mundo Occidental. El contraste no pudo gustarme más. Pasear por el zoco sin rumbo, el olor a especias, la amabilidad marroquí, el té a la menta, los azulejos haciendo figuras geométricas, el riad, el caos reinante en todas partes. Las palabras que pueda escribir no hacen justicia a todo lo que experimenté. Pero, sobre todo, el ir llorando de felicidad al coger un taxi desde el aeropuerto hasta la Medina. Y, aunque me enamoré locamente de la ciudad, como expuse hace unos días, no sería un sitio al que me mudaría…

La segunda vez se hizo esperar unos años: junio de 2016 en Colombo. ¿En Colombo? Pues sí. Al ser la capital de Sri Lanka, lo más probable es que tu avión aterrice en su aeropuerto. El viaje por el país incluía un tour guiado en coche. Recuerdo imágenes de Buda, pagodas y templos, mercados callejeros, ver el océano Pacífico desde la ventanilla. No podía parar de sonreír y de repetir al guía (lo siento, no recuerdo su nombre ni lo tengo apuntado) “me encanta tu país”. En mi opinión, todo lo que vi los días posteriores superaron con creces la primera impresión, pero es ésta la que queda.

Mi tercer síndrome de Stendhal fue en una maravilla cercana y que se me ha resistido durante muchos años: La Alhambra de Granada, en agosto de 2017. Después de unas breves vacaciones en Cabo de Gata, antes de volver a Madrid, nos desviamos con el coche para parar en Granada. La imagen de ver La Alhambra que se va haciendo más y más grande según me iba acercando, no me la he podido quitar de la cabeza. ¡Ni quiero hacerlo! Las gafas de sol tapaban mis ojos llenos de lágrimas pero, lo que no podía ocultar, era la felicidad tan grande que sentía en ese momento.

El último síndrome de Stendhal fue en julio de 2018, en Samarcanda. Ya hablaré en su momento de lo que supuso este viaje para mí y, aunque todo el país me parece de ensueño, llegar de noche a la plaza del Registán y encontrarla iluminada, no tiene precio. Me acuerdo de la risa tonta y feliz que nos entró a Rosa y a mí. ¡No me podía creer que estuviera allí! Por suerte, me alegro de que Samarcanda fuese la última parada del viaje porque superar aquella visión es imposible.

¿Tendré más ocasiones de volverlo a sentir? Sinceramente, lo estoy deseando. Y vosotros, ¿lo habéis sentido?
Os comparto fotos de cada uno de estos sitios (aunque las que tengo de Colombo no son muy allá).
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