Se acerca el verano y seguro que más de uno tiene intención de ir a la playa. Menorca es un destino estupendo y tiene calas para todos los gustos y colores. ¿Nos vamos?
Aunque suene obvio, hay dos tipos de calas: las del Norte y las del Sur. ¿Por qué se da esta diferenciación? Por la tramontana, un viento del Norte que, principalmente, sopla en las Baleares y que puede alcanzar rachas de 200 km/h.
Cuando el viento sopla, barre todo a su paso. Por este motivo, las calas del Norte se corresponden con un litoral más abrupto en el que apenas hay vegetación y no hay donde resguardarse cuando el sol aprieta. La arena es rojiza, como de otro planeta. Por el contrario, las calas del Sur parecen sacadas de un anuncio: pinos hasta el borde del mar, acantilados de roca caliza, arena blanquecina. Lo que sí que tienen en común las dos zonas es el agua es cristalina. ¿Te has bañado alguna vez en un agua tan clara que veías tus propios pies? Si tu respuesta es no, ve a Menorca.

En el hotel nos habían explicado la situación: cuando sople la tramontana, id a las calas del Sur y viceversa. Más que nada, porque si estás en el Norte cuando sopla, vas a masticar arena y puede llegar a ser muy incómodo. ¿Cómo sabemos si sopla la tramontana o no? En cualquier aplicación del tiempo o página web.
De primeras, las más atrayentes son las del Sur. Buscad alguna foto y entenderéis por qué. Y no nos engañemos, son preciosas pero, el precio a pagar por esa belleza, es la saturación. De entre todas las calas de esta zona de la isla, hay tres que son muy conocidas y, por lo tanto, muy demandadas: Macarella y Macarelleta, Son Saura y En Turqueta.
Para que os hagáis a la idea, durante el buen tiempo, a Macarella y Macarelleta sólo se puede ir en autobús (o andando). La sorpresa te la puedes encontrar al llegar y ver que no tienes sitio ni para poner la toalla doblada. La ocupación de los aparcamientos de estas tres calas está señalizada en semáforos (hay varios que se ven fácilmente por carretera). En la semana que pasamos en julio, sólo una vez vimos el semáforo en verde: nuestro segundo día en la isla, verde en Son Saura sobre las 7 de la tarde, cuando ya volvíamos al hotel. Decidimos ir porque es imposible saber si se repetirá esta circunstancia.

Cuando llegamos al parking, éste estaba prácticamente lleno, no habría más de cinco huecos y, detrás de nosotros, una cola de varios coches que habían tenido la misma idea. Aparcamos y fuimos andando por el camino hasta que el turquesa del agua se veía entre el verde de la vegetación. Una playa alargada pero estrecha y con arena blanca. Había bastante gente, pero menos de la que imaginaba. Ya nos habían advertido en el hotel de que a las calas más conocidas sólo se puede llegar de dos maneras: con un madrugón de los buenos (pero madrugón de verdad, de los que llegas a la playa y das al botón de encender las olas) o a última hora de la tarde. Si no, es imposible. O consigues dejar el coche en otro parking y vas andando por el Camí de Cavalls. Ésta última no es mala idea si vas fuera de fecha porque hace bastante calor (recordad que en las calas del Sur no se nota la tramontana).

Javi y yo lo hablamos y estábamos de acuerdo: queríamos conocer la zona Sur pero no a costa de estar muertos de sueño a las 11 de la mañana. Ya madrugamos mucho el resto del año y, aunque en esos días nos íbamos a dar brío al levantarnos, nos apetecía llegar y que la playa ya estuviese montada. Si teníamos suerte de disfrutar de alguna de las más conocidas, genial, eso que nos llevamos; si no, por la zona hay muchísimas más.
Un día, conseguimos aparcar en el aparcamiento de cala Galdana para llegar a Mitjana, otra muy demandada (llegamos antes de las 10 de la mañana y fuimos los penúltimos en entrar, ya que se llenó el parking). El paseo hasta la playa es una maravilla, no se puede negar: bosque a través, debajo de los pinos y, de repente, llegas a una lengua de arena blanca. Y ahí nos quedamos. Había tanta gente que era imposible acercarse más a la orilla. El mar, lo intuíamos. ¡Ouch!

Eso sí, todo esto se nos olvidó cuando nos bañamos y, metidos en el agua mirando hacia la costa, veíamos los colores azul del cielo, verde de los árboles y blanco de la playa perfectamente diferenciados. Uno de los enclaves más bonitos en los que he estado.
Pero también, tuvimos la suerte de estar en una de las playas del Sur que no es tan conocida y, por lo tanto, con menos afluencia, Binigaus, una de las que más nos gustó. Disfrutamos del Sur casi solos.
Llegados a este punto, admito que era una de las recomendadas por el personal del hotel, junto con En Brut, una cala diferente, ya que sólo hay plataformas en las rocas desde las que se salta. Para los menos valientes, escaleras. Hay bastante profundidad y en ningún punto se hace pie. Sin tener en cuenta estas dos últimas, el resto de calas del Sur son tan recomendables como no recomendables: en función de lo que busques, de lo que te apetezca madrugar o lo misántropo que seas. Eso sí, sus preferidas no nos las quiso decir porque, hasta ahora, son un secreto sólo para los locales. ¡Y que siga así!

Como he comentado al principio, las calas del Norte no tienen nada que ver, ni con las del Sur ni con nada que haya visto hasta entonces. Es como bañarse en un paisaje marciano. Durante los primeros días, ésta fue nuestra zona elegida, debido a la tramontana. La primera cala a la que fuimos fue la de Cavallería y fue todo un acierto. Desde que dejas el coche hasta que llegas, hay un tramo andando y otro de bajada en el que, a horas tempranas, ya se siente el calor y, con la ausencia de brisa, la sensación térmica es bastante superior. La playa era más o menos grande, eso sí, todos concentrados cerca de las escaleras, ¿quién se atreve a aventurarse más lejos con la que está cayendo? Aunque estábamos debajo de la sombrilla, no tardamos mucho en bañarnos y las chanclas y todo lo que pudiésemos necesitar, a salvo debajo de la toalla, para que no se calentase más de la cuenta.

Después de comernos nuestros bocadillos, nos dimos un último baño y, poco después, decidimos levantar el campamento ya que el calor era insoportable. Antes de volver, nos acercamos al faro de Cavallería. Tengo que reconocer que fue un acto de valentía debido a la sensación térmica pero, volver al hotel sabiendo el baño que nos esperaba debajo de la ventana, lo compensaba todo.

Otra cala del Norte que conocimos fue la de Algaraiens. Una de las pocas de la zona en las que encontramos restricción de aforo a la hora de aparcar. La parte buena es que, para que se llene el parking, hacen falta muchos coches y, casi todo el mundo prefiere poner rumbo al Sur. Cuando decidimos volvernos (y es que a nosotros nos gusta la playa para unas pocas horas) tuvimos que llevar la sombrilla abierta para podernos refugiar. Como Picasso y Françoise Gilot, pero con menos glamour.

Sé que he dado muchos más detalles de las calas sureñas y esto puede hacer pensar que me gustaron más, y nada más alejado de la realidad. Aunque son muy bonitas, para mí, el que estén saturadas de gente les resta encanto. En las del Norte, dentro de que había gente (Menorca en julio, es lo que hay), no era tan agobiante (para agobios, los del calor) y se podía estar más tranquilo.
En cualquier caso, ante la pregunta de calas del Norte o del Sur, tengo la respuesta muy clara: ¡para qué elegir si puedes tenerlas todas!

Me gustaría cerrar esta entrada comentando que, la mayoría de recomendaciones que me habían dado se referían a las calas del Norte, ¿por qué será? La parte mala es que no tuvimos tiempo para verlas todas. ¿Para cuándo más días en la isla? En cualquier caso, tuvimos que descartar algunas ya que, desde la zona habilitada para aparcar hasta la cala en cuestión, el tramo andando era considerable y, cargando con mochilas y sombrilla y el calor, la idea de hacerlo no resultaba estimulante.
Os comparto un par de webs que me ayudaron mucho a la hora de buscar información sobre todas las playas y a preparar el viaje.
https://www.descobreixmenorca.com/es/
https://www.menorcadiferente.com/
¡Disfrutad el chapuzón!