Zamora es una de esas ciudades que sabes que están ahí y, como lo sabes, no vas. Llega un puente y nadie sugiere “vamos a Zamora”, sino que es sustituida, desde un punto de vista de una madrileña, por otras que “nos suenan más”: Córdoba, Sevilla, Barcelona o Valencia y, en cierto, modo, mejor para los zamoranos, que disfrutan de su ciudad sin que vayamos a molestarles.
Y, dicho esto, ¿por qué fui a Zamora? Pues nos tenemos que ir cuatro años atrás en el tiempo, en aquella época tan infame y que, cuando en verano nos pudimos mover, los destinos lejanos y exóticos fueron sustituidos por otros nacionales. Gracias a ello, pude conocer en condiciones Asturias, las Rías Baixas, el País Vasco y Zamora.
En el verano de 2020, en mi empresa nos habían pedido que cogiésemos el mayor número de días posibles en esa época, dos semanas de julio para Asturias y diez días en agosto para las Rías Baixas. En el planing que habíamos organizado, nos sobraba un día y, como ya habíamos pasado bastante tiempo encerrados en casa, no se podía malgastar llegando antes y poniendo lavadoras. Abrimos el mapa, unimos Pontevedra y Madrid y, ¿qué hay en medio? Zamora. Allá que vamos.

Brevísima historia de Zamora
La ciudad fue fundada durante la Edad de Bronce, siendo ocupada durante la Edad de Hierro por los vacceos. El asentamiento continuó durante la época romana, cuando se funda Ocellum Durii, una de las poblaciones destacadas en la Vía de la Plata. Y es de esta época cuando se tiene constancia de los encuentros del Imperio Romano con Viriato.
Tras el paso de los musulmanes, Alfonso III El Magno la reconquista en el 893, rodeándola de murallas. En 1061 Fernando I de Castilla la repuebla y a él se deben las obras de reedificación que se conservan. Cuando Fernando I muere, las tierras se dividen entre sus hijos, correspondiendo el reino de Zamora a Urraca.
Durante su reinado, su hermano Sancho II, al intentar reunificar todos los reinos, cerca la ciudad durante más de siete meses, en lo que es conocido como el cerco de Zamora y de donde viene la famosa expresión “no se ganó Zamora en una hora”. El aislamiento acabó con el asesinato de Sancho II.

A comienzos del siglo XIX, fue ocupada por los franceses durante 3 años, lo que terminó en 1809 con un levantamiento en armas de los habitantes contra las tropas napoleónicas. Los años que llegaron tras la liberación fueron de decadencia y aislamiento, que se vio agravada tras la desamortización de Godoy, que causó estragos en el patrimonio, la economía y el urbanismo.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, se recoge cierta industrialización, lo que supone un resurgir económico, llegando el ferrocarril y la electrificación.
Hoy en día, Zamora tiene caso 60.000 habitantes, 23 templos románicos en el término municipal y 14 iglesias en el casco histórico, lo que la convierte en la ciudad europea con más templos románicos. Por si no fuera poco, tiene 19 edificios modernistas, lo que la sitúa en la Red Europea del Modernismo.

Zamora es románica y modernista. ¡Toma ya! Con esta carta de presentación, no nos la podíamos perder.
Nuestra llegada a Zamora
Nosotros llegamos a primera hora de la tarde. Dejamos el coche en el aparcamiento del hotel y nos quedamos a descansar un ratillo para coger fuerzas.
Nuestro hotel era pequeño pero estaba muy bien ubicado, además, como se trata de una ciudad manejable, se puede llegar a todas partes andando.

Estábamos pendientes de reservar un tour guiado y nos encontramos que, por las fechas en las que estábamos, no había todos los días, sólo uno a la mañana siguiente que, por increíble que parezca, ¡ya no quedaban plazas! En aquel momento me hice la misma pregunta que me estoy haciendo en el mismo instante en el que estoy escribiendo esto: ¿quién va a Zamora en pleno agosto? A parte de nosotros, claro. Aunque, teniendo en cuenta que era uno de los veranos más raros que nos podíamos imaginar, parece que la respuesta era clara: más gente de la que nos creemos o, por lo menos, la suficiente como para llenar el grupo guiado de la oficina de turismo.
No nos quedaba otra que tirar del artículo de la revista Traveler que llevaba y es que, por muy fan de las guías que sea, no compensaba comprarme una para un solo día.
Nos ponemos en camino para descubrir el centro histórico de esta ciudad castellana.
El centro histórico de Zamora
El primer lugar al que nos dirigimos es la catedral, la del Salvador, que, sin ninguna duda, es la más peculiar que haya visto. Lejos de la grandiosidad de la de Burgos o Toledo, resulta chata, pero no se puede decir que no tenga encanto, ni mucho menos, porque es diferente, original, llamativa ya que su cúpula gallonada revestida con escamas de influencia bizantina y el cimborrio con un tambor de 16 ventanas hacen mucho y atraen todas las miradas. Fue construida en tan solo 23 años, entre 1151 y 1174. La visita al interior la hicimos a la mañana siguiente y no nos perdimos la colección de tapices flamencos del Museo Catedralicio que es espectacular y un coro del siglo XVI que se construyó en sólo dos años.

Sin irnos muy lejos, llegamos hasta el Castillo, que fue más defensivo que lugar de residencia, aunque es inevitable acordarse de doña Urraca y de cómo aguantó estoicamente los envistes de su propio hermano. El lugar está en ruinas, no es ni de lejos la idea que tenemos de castillo si visitamos el Alcázar de Segovia, por ejemplo, mientras que se camina entre sus pasillos o nos fijamos en la torre del homenaje, echamos la vista hasta el horizonte, vemos como cae el sol sobre los campos, porque sí, el final de la ciudad de Zamora se ve, pero no el de Castilla, por lo que es fácil que vuelva a nuestra cabeza el famoso dicho de “ancha es Castilla”.

El acceso a las almenas está permitido y, además de ver el campo, también tenemos unas vistas increíbles de la Catedral, el río y la ciudad.
La zona en la que se encuentran el castillo y la catedral son un remanso de paz, o por lo menos lo eran en agosto, con unos jardines que invitan a sentarse a la sombra de un árbol y en los que apenas se escucha otra cosa que no sea el silencio. Casi da hasta pena hablar para decir que continúa nuestra visita hasta el siguiente punto: las murallas.
Como hemos comentado al principio, sufrió un asedio de siete meses, por lo que unas buenas murallas defensivas eran necesarias y cumplieron su misión con creces: Zamora no se ganó en una hora. De estas murallas ya hablaban los cronistas árabes, de hecho, el primer recinto amurallado data de la restauración en el 893 el segundo recinto amurallado es del siglo XII y, el último, puramente defensivo, se fecha en el siglo XIV.
Caminando llegamos al que era conocido como Portillo de la Traición hasta el 2010, cuando cambió de nombre al más “buenrollista” Puerta de la Lealtad. Según la leyenda, El Cid entró por esta puerta, persiguiendo a Vellido Dolfos, quién había matado al rey Sancho. A Vellido se le consideró traidor, pese a que los habitantes consideraban que era el que les había liberado y había permanecido leal a Urraca.

Una de las mejores cosas que se puede hacer por esta zona es pasear sin rumbo entre las estrechas y sombrías callejuelas y fijarnos en los nombres. Calles de piedra que nos trasladan a esa época medieval como sólo lo saben hacer las urbes de esta época. Calle del Troncoso, calle Corral de Campanas, calle Obispo Manso, calle de las Infantas dirigen nuestros pasos hasta uno de los platos fuertes, y no, no me refiero al arroz a la zamorana, sino al río Duero.
El río Duero a su paso por Zamora
El río Duero nace al sur del pico de Urbión, en Soria, y tras recorrer 897 km, desemboca en el océano Atlántico, en Oporto. Tuvimos la oportunidad de seguir su curso desde Miranda do Douro, en Portugal, hasta Oporto, y no nos perdimos su suave pasar por Zamora.
Hay miradores en el casco antiguo en los que, simplemente, te olvidas del reloj y te centras en las vistas. Para ello, nos dirigimos hacia el mirador del Obispo o el del Troncoso, también conocido como rincón de los poetas, ya que las paredes del callejón que nos trae hasta aquí están llenas de versos, como las del poeta zamorano Claudio Rodríguez, que lo describía como el río Duradero.
¡Qué bonita es la vista del puente románico!

Aprovechamos para visitar las construcciones de piedra, desde tierra, se introducen en el agua: las aceñas de Olivares.
Son molinos del siglo XI que supusieron la primera industria harinera. En su interior sólo se encuentran las propias aceñas y paneles informativos sobre su funcionamiento o historia, mientras que contemplamos que el río sigue fluyendo.
No podíamos dejar pasar la oportunidad que cruzar a la otra orilla, donde hay una pequeña playa urbana que disfrutaban algunos vecinos en un día de calor. No todos los días se puede decir que te has bañado en el Duero mientras que admiras la catedral y el conjunto románico. Sin duda, una de las mejores playas urbanas que nos podemos imaginar.
Iglesias románicas
Como he comentado al comienzo, si por algo es conocida Zamora es por el conjunto de iglesias románicas, un total de 22, construidas entre los siglos XI y XIII. Os comparto este vínculo de Románico Zamora donde quedan registradas todas y sus distintas características, explicado mejor de lo que pueda hacer yo.
Sin embargo, sí que me gustaría hablar de una de ellas, la de San Pedro y San Ildefonso. ¿Por qué de ella? Porque la decoración en forma de rollitos de piedra en una de sus puertas me encantó. Además, es la de mayor tamaño, tan sólo por detrás de la catedral y Monumento Nacional desde 1974. Como curiosidad, la portada occidental es del arquitecto Joaquín Churriguera. Si os suena el apellido es porque da nombre al estilo churrigueresco, contemporáneo del barroco que nació en España.

Hay otra iglesia de mucha popularidad que no pudimos visitar porque ese día estaba cerrada, la de Santiago de los Caballeros, donde, según la leyenda, el mismísimo Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, fue embestido caballero, siendo Urraca su madrina. Todo el peso de la historia sobre el suelo de esta pequeña ciudad. Y tanta majestuosidad para el templo más pequeño y sencillo de todos los que hay.
Está ubicada extramuros y sí que se sabe que a su lado se halla el Campo de la Verdad, donde tenían lugar las justas medievales.
Nosotros sólo pudimos conocer una de ellas, la de San Claudio de Olivares. Al llegar por la tarde, en un día cualquiera de agosto, ya todo estaba cerrado y, al día siguiente, no disponíamos tanto tiempo para visitar todo lo que nos hubiese gustado, dando prioridad a la catedral y teniendo en cuenta, además, que no todas las iglesias abren todos los días.
Este pequeño templo es considerado el más antiguo del románico zamorano y los capitales de las columnas interiores están muy bien conservado, ya que son de una belleza excepcional.

Plaza Mayor de Zamora
El límite entre el Casco Antiguo y la zona más moderna está en la plaza de Viriato. Aquí se alza la estatua del jefe de los lusitanos que trajo de cabeza al ejército romano y que fue asesinado por varios de sus hombres a cambio de una recompensa que nunca llegó y es que Roma no paga a traidores.
Cerca, la plaza Mayor acapara muchas miradas ya que encontramos la iglesia de San Juan de Puerta Nueva, el monumento al Merlú, el Ayuntamiento Viejo, la Nueva Casa Consistorial y la Casa Gato.
Según las Leyes de Toledo promulgadas por los Reyes Católicos, cada ciudad castellana tenía que disponer de un ayuntamiento, por lo que en el siglo XV se inició la construcción del hoy llamado Ayuntamiento Viejo. En el XVII, en los soportales de la fachada se establecieron espacios para la venta de pan.

Y en esta misma plaza nosotros nos sentamos en una terraza a tomar algo mientras que anochecía. ¿Os acordáis de la última vez que os sentasteis en la plaza Mayor de algún sitio a tomar algo? Ahora mismo lo asociamos a turistas extranjeros y a clavada, pero allí estábamos nosotros, rodeados de locales y a unos precios más que correctos. Espero que siga siendo así…
Zamora modernista
Y, por si todo esto que acabo de contar nos parece poco, Zamora pertenece a la Red Europea del Modernismo desde 2010. Con un patrimonio formado por residencias privadas, teatros y distintos edificios públicos, resulta muy sugerente cambiar el románico por el virtuosismo que se dio entre 1875 y 1930.
El protagonista fue Francesc Ferriol Carreras, discípulo de Luis Domènech i Montaner, que ejerció como arquitecto municipal entre 1908 y 1916. Dejó un legado enorme de casas que mantienen el nombre de la persona que las encargó y que vivía en ella: Miguel Hervella, Gregorio Prada, Norberto Macho o Faustina Leirado.

Se sabe que la estancia de Francesc no fue fácil: su carácter mediterráneo y de una ciudad cálida chocaba frontalmente con la frialdad y la austeridad castellanas, además, de con el alcalde y el obispado, ya que quería derribar una iglesia para construir una plaza mayor que la de Salamanca.
Edificios de piedra, ladrillo, vidrio, hierro forjado, decorado con motivos animales y vegetales y con muchísimos detalles. Balcones y miradores que hacían las delicias de la nueva burguesía. Paseamos por las calles de Santa Clara, San Pablo, Ramón Álvarez y por la plaza de Sagasta donde todo es bonito, todo atrae tu mirada.
Otros arquitectos que dejaron su impronta fueron Gregorio Pérez Arribas, con edificios tan reseñables como la Casa Galarza o la de Valentín Guerra o Miguel Mathet Coloma, autor del Casino.

Os comparto la publicación de Terranostrum donde se detallan todos los edificios de este estilo arquitectónico que podemos ver.
Sólo estuvimos un día en Zamora y, como habéis podido comprobar, no es suficiente. Digo yo que habrá que volver.
***
Lee otros artículos relacionados:
Una ciudad preciosa y sorprendente,
me encantó
Me gustaLe gusta a 1 persona
Sí, me sorprendió para bien. Espero que siga tan tranquila como cuando la visité
Me gustaLe gusta a 1 persona