Habíamos fijado un fin de semana en marzo para pasarlo en esta ciudad. Aunque todas las que íbamos ya la conocíamos, siempre es buen momento para volver. Además, Paz nos invitaba a casa de sus padres, muy cerca de la Plaza Mayor, por lo que no podíamos negarnos.
Según se acercaba la fecha, vimos que las predicciones del tiempo eran malas: lluvias todos los días. Sé que es bueno que llueva, pero ya es mala suerte que no vaya a parar en los días en los que estás fuera de casa. En cualquier caso, este contratiempo no alteró nuestros planes y, el viernes por la tarde, salimos en coche. Llegamos con el tiempo justo de aparcar, dejar las maletas e ir a cenar. Paz, como salmantina que es, lo tenía todo organizado, así que no hizo falta que mirásemos recomendaciones y el primer lugar al que nos llevó fue un acierto. Una taberna en la que, con cada bebida, ponen una tapa a elegir. Salchichas, empanada, huevos rotos, chorizo… Con dos tapas cada una, habíamos cenado y, ya que estábamos allí, pues pedimos una tercera. Mientras que decidíamos dónde ir a tomar algo, unas mujeres de la mesa de al lado nos recomendaron varios bares en los que no nos íbamos a sentir desubicadas. Apuntados todos.

Fuimos a uno de la lista que no quedaba muy a desmano y dimos en el clavo: gente de nuestra edad, buena música y copas baratas. La parte mala es que, al ser viernes, la semana y los madrugones pesaban, así que no alargamos mucho más la noche y nos volvimos a descansar. O eso creía yo.
Paz durmió en la habitación de sus padres, que da a un patio interior; Patri, en el sofá cama del salón y Bego y yo en la otra habitación. Estas ventanas dan a una calle lateral sin bares ni restaurantes, por lo que se puede pensar que es bastante tranquila, hasta que descubres que es una calle de paso.

Me quedé dormida enseguida y, de repente, me desperté sobresaltada: un grupo de gente estaba pasando y parecían elefantes en una cacharrería. Risas, gritos, golpes a contenedores de basura. El pack completo. Pero no fueron los únicos: a lo largo de la noche pasaron más personas notificando su presencia. Después, llegó el camión de la basura y las máquinas limpiadoras de calles. Cada vez que me dormía, me despertaba un ruido nuevo. Hasta que me desvelé y lo único que pude hacer es quedarme en la cama hasta que fuese hora de levantarse. Salamanca es la ciudad que nunca duerme. ¡Salamanca es Nueva York!
Cuando nos levantamos por la mañana estaba hecha polvo, pero quedarse en la cama no era una opción. Ducha, vestirse y salir a desayunar para coger fuerzas y, de esta manera, conseguí despejarme.

Y, como soy una persona positiva por naturaleza, me voy a quedar con lo bueno de la ciudad: la Plaza Mayor, que es una maravilla, la Catedral, la Universidad, la Casa de las Conchas, el huerto de Calixto y Melibea. ¡Hay tanto para ver! No se puede dejar de mirar hacia arriba para no perderte nada. ¡Salamanca es nueva York! (Mejor que lo sea por este motivo que por el ruido nocturno).
El centro histórico me gustó mucho, está muy cuidado, se nota que es Patrimonio de la Humanidad. Y, uno de los aspectos que más me sorprendió es lo respetuosos que son con el entorno: apenas hay bares ni tiendas de souvenirs pero, como es una ciudad de tamaño manejable, girando dos calles, se encuentra de todo.
Subimos a la Torre de los Clérigos y las vistas son espectaculares. Cuando visito un lugar, tengo la “manía” de buscar un mirador o similar para poder disfrutar las ciudades desde lo alto. En el caso de Salamanca, esta torre ofrece justo eso y, divisar los tejados, los patios y la Plaza Mayor es una delicia. Eso sí, hay que abrigarse bien porque hay mucha corriente.

Cuando fuimos a comer, seguimos con las tapas y no pudimos acertar más: huevos de pato trufados, patatas meneás, baos, morcilla, embutidos de la zona. Había que entrar en calor porque se notaba frío. Después de esto, lo mejor era volver a casa y descansar. La parte mala es que, cuando volvimos a salir, estaba lloviendo sin parar, y tuvimos que buscar refugio en un bar de los recomendados: buen ambiente, buenos mojitos y buena música al volumen correcto para poder charlar.
Esa noche no cenamos, después de todo lo que habíamos comido, no teníamos hambre pero esta vez, cuando nos fuimos a acostar, me puse los tapones. Después de escuchar al primer grupo de gente que pasó gritando, caí profundamente dormida y no me enteré de más aunque, por lo que me comentaron, la noche fue similar a la anterior. ¡Salamanca había sido Nueva York!

A la mañana siguiente, cruzamos el Tormes por el puente romano y, las vistas de la catedral desde la distancia son espectaculares. Nos despedimos con una sopa castellana de las que quitan las penas y, de vuelta a casa, un hornazo y embutido.
Me quedé con las ganas de volver a visitar La Casa Lis, que es mi excusa para volver, aunque todos sabemos que no se necesitan excusas para visitar esta ciudad.

¿Vosotros conocéis Salamanca? ¿Cómo de bien tapeasteis?
PD. Gracias a Paz por invitarnos a su casa y llevar el fin de semana tan bien preparado.
PD2. No menciono el nombre de ninguno de los restaurantes o bares pero, si alguien tiene curiosidad o quiere recomendaciones, que me pregunte. A la vuelta, se los detallé a Maite, que también es salmantina, y me confirmó que habíamos escogido de los mejores.