La primera vez que oí hablar de Carcasona estaba todavía estudiando y fue un viernes por la tarde, en una de las kalimotxadas que se organizaban en la Facultad de Filosofía de la Complutense. Una amiga estudiaba allí y fuimos varios a echar la tarde, en una actividad típicamente estudiantil. Nos juntamos con unos compañeros suyos que estaban jugando al Carcassonne y uno de ellos decía que su sueño era ir a Carcassonne (Carcasona en español) y hacerse una foto jugando al Carcassonne.
Vale, hemos quedado en que se trata de un juego de mesa, pero ¿qué más es Carcassonne? La maquinaria de investigación se puso en marcha. Por aquel, entonces, ya tenía internet en casa, así que sólo tuve que esperar a que dieran las 6 de la tarde para conectarme.
Del chico que jugaba sólo había sacado en claro, que no es poco, que es la única ciudad doblemente amurallada que se conserva. He estado haciendo indagaciones y no he encontrado nada que confirme esta afirmación, no obstante, tampoco he leído sobre ninguna otra que tenga esta característica. ¿Alguien sabe si es verdad?

Cuando elegimos el destino, tanto Lidia como yo teníamos claro que Carcasona era un imprescindible, además de lo más importante del viaje. ¿Quién no quiere conocer esta famosa ciudad medieval?
Al trazar el itinerario, optamos por dejarla para el final por dos motivos. El primero porque, al ser lo que más nos atraía, no queríamos que le restase belleza o capacidad de impresión al resto de puntos; el segundo, por un tema práctico: ya que es uno de los lugares más visitados de toda Francia, mejor evitar fines de semana y festivos y evitar así más turistas de los deseados y recomendables. Finalmente, fuimos un martes y corroboramos que fue una decisión acertada: había gente, pero la situación era muy manejable, pudimos disfrutar muy cómodamente hacer fotos en casi soledad.
Antes de hablar de mi experiencia en Carcasona, vamos a hacer un repaso por su historia.
Brevísima historia de Carcasona
El lugar en el que se ubica la ciudadela lleva ocupado desde el siglo VI a.C., primero por los galos y, más tarde, por los romanos, que procedieron a amurallarla en el siglo III d.C.
En la Edad Media prosperó y se convirtió en el bastión de los vizcondes de Trencavel. Sirvió de refugio a los cátaros, por lo que fue sitiada en 1209, durante la Cruzada Albiguense. Tras ser derrotada, se anexionó al dominio real, convirtiéndose en centro de la Inquisición. En el siglo XIII fue dotada de los sistemas defensivos que aún hoy se conservan, convirtiéndose en una de las fortalezas clave e inexpugnable frente al Reino de Aragón.
Tras la firma del Tratado de los Pirineos de 1659, perdió importancia y terminó siendo abandonada hasta que, en el siglo XIX Eugène Viollet-le-Duc llevó a cabo una enorme obra de restauración.

En la actualidad es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y, después de haberme leído todo el folleto que nos dieron en la oficina de turismo, no he dado con nada que haga referencia a que sea la única ciudad con doble muralla, sino a que es la más grande y mejor conservada de Europa. De hecho, si nos fijamos en el mapa de la ciudadela, la muralla exterior no cubre todo el contorno de la primera. Me pregunto si el chico del Carcassonne será consciente de este hecho…
Llegada a Carcasona
Lidia y yo nos inclinamos por pasar una noche en Carcasona porque nos desplazábamos en coche y nos alojábamos a varios kilómetros del centro. El trayecto era de tan solo 15 minutos, sin embargo, la diferencia de precio en las habitaciones era sustancial. En nuestro alojamiento podíamos aparcar sin problema, pero sabíamos que en la ciudad teníamos que tener mucha suerte.
Ese día nos levantamos pronto, salimos de Narbona y queríamos llegar a Carcasona lo antes posible para evitar los posibles autobuses cargados de turistas y aprovechar el tiempo lo mejor posible.
En todos los sitios en los que busques información te dirán que compres la entrada por anticipado y que las mejores horas para visitarla es a primera o a última hora, cuando los autobuses se han marchado. Ratifico todo esto.

Nosotras compramos la entrada online con varias semanas de anticipo y conviene explicar que la entrada sólo sirve para el castillo condal durante el día elegido, el acceso a la ciudadela es libre y gratuito, de hecho, no se llega a cerrar, lógico por otra parte si pensamos que es una ciudad en la que hay hoteles y, aunque nos cueste creerlo, gente que todavía vive aquí.
Lidia había estudiado el mapa de la ciudad nueva para saber en qué zonas se podía aparcar de manera gratuita y, por si acaso, había marcado varios parkings de pago. Por suerte, y pese a que nos tocó dar unas cuantas vueltas, cuando llegas a ese momento en el que dices “la última antes de ir al parking” los dioses se pusieron de nuestro lado en forma de hueco. Dejamos el coche y empezamos a andar.
Llegamos al puente nuevo, ese por donde pasa una carretera y donde se halla el primer mirador, ese que quita la respiración y te arranca una sonrisa de oreja a oreja: el Pont Vieux, sobre el río Aude, las murallas, orgullosas, las torres de vigilancia y el castillo. ¡Estamos en Carcasona! Pese a que es una postal que hemos visto muchas veces, pese a que no sea la primera ciudadela medieval que se han visitado, entran ganas de quedarse allí todo el día. Imagen de las que se quedan guardadas en la retina.
Seguimos andando para cruzar por el Pont Vieux, haciendo antes una parada en una pequeña iglesia, Nuestra Señora de la Salud. Construida en 1527 como hospital de enfermos de peste. El lugar es muy pequeño, tan sólo es una capilla, y austero y se conservan en el interior baldosas de distintos feligreses con muestras de agradecimiento.
Cruzamos el puente y nos vamos acercando. Pasamos por delante de las primeras casas y comercios. Todo empieza a tener ya ese aire de lugar turístico aunque, para sorpresa nuestra, los precios están más ajustados de lo que podíamos pensar, supongo que por no estar dentro del perímetro de las murallas.

Hablando de los precios de los restaurantes, creo que merece la pena comentar que los que hay dentro de la ciudadela son caros y/o malos. De hecho, recuerdo un artículo de Isidoro Merino hace ya unos cuantos años en el que afirmaba que el peor lugar en el que había comido era en Carcasona. Lidia y yo no quisimos pagar la turistada y buscamos varios sitios en la ciudad nueva que, pese a no ser especialmente baratos para el estándar español, por lo menos comimos bien.
Accedimos rodeando las murallas por la calle Gustave Navaud. Se trata de una cuesta empinada, de esas de las que te hace echar el higadillo, pasando por todo el lateral de la muralla, deseosas de poder cruzarlas por fin, y llegamos a una de las puertas de acceso: la Porte Narbonnaise, donde se ubica el busto de la Dame de Carcas. Por cierto, Carcasona toma su nombre de esta mujer que consiguió, nada más y nada menos, que Carlomagno no traspasara las murallas durante 5 años de asedio. Os comparto este artículo de Historia en el que se habla de lo ocurrido.

Aprovechamos para hacernos varias fotos, queremos capturarlo todo: el busto, las torres, la muralla, la propia puerta. Tenemos suerte y hay poca gente, así que es fácil salir solas. Entramos.
Las murallas y el castillo condal de Carcasona
Ante nosotras, 2.500 años de historia. La llegada al castillo desde la Porte Narbonnaise es rápida, aunque ir que ir esquivando a todas las personas con las que no nos habíamos cruzado hasta ese momento. Por suerte, la mayoría están curioseando en las tiendas de souvenirs y en las cafeterías y entramos en el castillo sin esperar colas.
El castillo se debe a la familia Trencavel, que fue ampliando y enriqueciendo progresivamente su residencia, situada en la parte más elevada, hasta que la convirtieron en una fortaleza: almenas en los tejados, puestos de tiro, torres de vigilancia. Con el levantamiento de la segunda muralla, en el siglo XIII, se convirtió en inexpugnable.
El castillo está formado por un palacio señorial y dos patios. La entrada está flanqueada por dos torres gemelas, que supusieron un innovación en lo que a defensa se refiere para aquella época. A lo largo de toda la visita hay paneles informativos en varios idiomas en los que se explica la historia de Carcasona, del castillo y de todas las medidas defensivas que adoptaron, como el foso alrededor del edificio o la barbacana con una torre de vigilancia.

Dentro del palacio se encontraba salón, cocinas establos y mazmorras. Casi todas las estancias por las que se pasa están vacías y no eché en falta ningún tipo de mobiliario porque, si no, el espacio sería mucho más limitado y el tránsito de visitantes, complicado. En algunas de las paredes se conservan pinturas originales y, al final de la visita, en un par de salas, se exponen, a modo de museo arqueológico, distintos hallazgos en la zona, como esculturas o lápidas.
La primera muralla medía más de 1 km y establa flanqueada por 30 torres; la segunda, rodea por fuera la primera en buena parte del trazado y también se ordenó el levantamiento de torres que, en este caso no son planas como las primeras, sino cubiertas por un tejado de pizarra negra.
Las murallas se pueden recorrer por arriba en buena parte del perímetro: tranquilamente observar los tejados de las casas, el entramado de callejuelas, el jardín del Museo de la Inquisición, que es bastante bonito, la ciudad nueva, gente que camina por allí…
La visita total del castillo y las murallas nos llevó en torno a las dos horas y, cuando terminamos, como queríamos comer en la otra punta, nos dirigimos al restaurante y volvimos por la tarde a visitar lo que nos quedaba.

La ciudad medieval de Carcasona
La ciudadela está compuesta por un entramado de calles de piedra, edificios de pocas alturas, iglesias, algún que otro rincón con encanto y negocios turísticos.
En muchas de las plazas que se forman no queda espacio para nada más que no sean mesas de terraza y, al pasar por alguna, la situación nos pareció agobiante de la cantidad de gente que había. Pese a todo, conseguimos pasear por alguna que otra calle y saborear esa tranquilidad que el peso de la historia imprime en algunos sitios.
En muchos aspectos, parece que el tiempo no ha pasado por ella, como si pudiésemos viajar atrás en el tiempo, con siete siglos de diferencia. Además, está en un estado de conservación realmente bueno, pese a la cantidad de gente y vehículos de carga y descarga que pasan por sus calles cada día.
Además del castillo condal, del que ya he hablado, otro punto interesante que no nos podíamos perder era la basílica de San Nazario y San Celso que, hasta el siglo XVIII, era el principal centro religioso de la ciudad. Comenzó a construirse a finales del siglo XI y se terminó en el XIV, habiendo experimentado distintas ampliaciones. La nave es una de las partes más antiguas que se conservan en este área.

Lo mejor que se puede hacer, después de haber visitado estos dos puntos es, simplemente, vagar por sus calles, aunque en poco tiempo se puede decir que la has recorrido. Para salir, nosotras lo hicimos por la puerta contraria a la Narbonnaise, la Porte de l’Aude, que nos encontramos bastante menos concurrida que la primera, entre otros motivos, porque no hay ningún parking ni paradas de autobús.
Desde esta puerta se tienen unas vistas muy buenas de las murallas, las torres y de las empinadas cuestas que hay. Llegamos a un punto en el que el encuadre resulta perfecto, una de las visiones clásicas que tenemos, sin embargo, hay algo que nos sorprende: ¿somos nosotras o se notan unos círculos concéntricos en la piedra de un color más claro? Lo hablamos con una pareja que estaba por allí, y ellos también lo veían, sin llegar a entender a que se debía. Cuando estaba de vuelta a casa, buscando una explicación, di con este artículo de Clarín en el que narra la obra efímera que se instaló en las murallas en 2018 para celebrar el 20 aniversario de la consideración como Patrimonio de la Humanidad. Sinceramente, y dado que seis años después se sigue notando en la piedra, creo que hay mejores maneras de celebrar un hecho así que sean menos invasivas.

Hay otro punto fuera de las murallas del que se tienen muy buenas vistas. Sólo lo he visto mencionado en un sitio y, mientras que íbamos no nos cruzamos con ningún turista más. Saliendo por la Porte Narbonnaise, dejando el cementerio atrás, se llega a un viñedo y, con las murallas de fondo, se obtiene otra postal de las que se quedan grabadas en la retina. Como no siempre sale todo a pedir de boca, me gustaría comentar que, en los primeros días de la primavera, los viñedos no estaban especialmente esplendorosos, por lo que no queda tan bonito como se puede llegar a pensar. Seguro que en una época del año más propicia, las fotos son bastante mejores.
La bastida San Luis
Así es como se llama a la ciudad nueva de Carcasona. Y lo de “nueva”, va entre comillas, ya que se fundó en el siglo XIII a petición del rey Luis IX alrededor de la plaza Carnot, su centro neurálgico.
El trazado de las calles no parece medieval, sino todo lo contrario, ya que parece una cuadrícula, resultando bastante fácil orientarse. Dado que teníamos el día completo en Carcasona, no quisimos perdernos esta parte, aunque, sinceramente, si se va con el tiempo limitado, no me parece que sea imprescindible.
Pese a ser parte de uno de los lugares más visitados de Francia, la bastida San Luis sigue teniendo ese toque provinciano que celebra por las mañanas un mercado en la plaza Carnot y que cierra las iglesias a medio día, durante la hora de la comida. Cuando se pasea por las calles, alejándose todo lo que sea posible, se descubre esa parte en la que los vecinos y la ausencia de bullicio son los protagonistas.

Como es de imaginar, uno de los lugares más demandados por los visitantes es la plaza Carnot, en cuyo centro hay situada una fuente barroca de Neptuno, compuesta por mármol rosa francés y blanco italiano. El resto de la plaza está comido por terrazas que, para mí, le restan el encanto que pueda tener. Al final, se ha convertido en un lugar entregado al turismo y con unos precios que pueden hacer un agujero considerable en tu cuenta corriente. No tardamos mucho en irnos…
La antigua bastida tenía tres puertas, hoy en día, sólo se conserva una, la de los Jacobinos, restaurada en el siglo XVIII y que da acceso a la rue George Clemenceau, una de las más transitadas.
El skyline de la bastida San Luis queda marcado por las torres de dos iglesias, la catedral de Saint Michel y la iglesia de Saint Vincent.
La catedral de Saint Michel, del siglo XIII, está situada en una plazoletilla muy agradable, con una fuente y el monumento a los caídos en la I Guerra Mundial de Carcasona. Se trata de un templo construido en el siglo XIII, de estilo gótico languedociano, testigo de la invasión del Príncipe Negro en 1355 durante la Guerra de los Cien Años y parcialmente destruida tras un incendio en 1849. Demasiada historia negativa para un lugar tan pequeño…

La iglesia de Saint Vincent es conocida por su campanario de 54 metros de altura y el carillón de 47 campanas, al que se puede acceder. Nosotras no llegamos a subir, no recuerdo el motivo, la verdad, aunque puede que el cansancio acumulado tuviera algo que ver.
Hay otra plaza, la de Gambetta, bastante más amable que la de Carnot: jardines, sombra y tranquilidad al lado del Museo de Bellas Artes. Situado en una antigua cárcel, recibió una colección de 102 cuadros relacionados con la historia del país y, con posterioridad, depósitos del Museo del Louvre y donaciones de coleccionistas y artistas.
Visitar Carcasona por la noche
Sabíamos que ver Carcasona iluminada iba a ser uno de los platos fuertes del viaje y ése era uno de los motivos por los que quisimos alojarnos en la inmediaciones.
Cenamos algo rápido en el hotel y nos volvimos al coche. Fuimos sin dudarlo a donde habíamos aparcado por la mañana, muy cerca del puente nuevo y, cuando subimos, se hizo la magia. La silueta de las murallas almenadas, con sus distintas torres con sus tejados acabados en punta, el castillo condal, tocados por una luz amarillenta que rompía en la oscuridad de una noche totalmente cerrada. Todo tiene un ambiente muy misterioso, casi como de película de terror gótico.

Pero no sólo nos recibió la oscuridad, sino también, un silencio sepulcral que sólo se veía roto por nuestras exclamaciones y algún coche que pasaba de vez en cuando. Con tanta soledad, subir andando no era una opción, así que cogimos el coche y aparcamos en el parking de la Porte Narbonnaise, ése en el que es imposible acceder durante el día.
Pese a que no éramos las únicas que habíamos tenido la idea de visitar Carcasona por la noche, sí que puedo decir que fuimos solas en casi todo el paseo. Volver a recorrer todas esas calles, plazoletillas y rincones que ya habíamos visto por la mañana. Asombrarnos porque la paz y la soledad se pueden masticar, de cómo ha desaparecido todo el mundo, de que haya algún que otro bar abierto y de que haya aún domicilios particulares. Como en algún otro sitio que he visitado, me asalta la misma duda: ¿cómo tiene que ser vivir en una ciudad así? Patrimonio de la Humanidad e híper turística. No suena fácil ni cómodo.
Hay algunas personas sentadas en el pequeño “mirador” situado al lado del acceso del castillo, observando en silencio, nos da apuro molestarles con nuestras conversación y el click de mi cámara. La vista es muy buena, un buen lugar para sentarse a mirar y cavilar.
Nos dirigimos hacia Porte de l’Aude y la oscuridad, la noche cerrada, el sigilo, la luz amarilla, la silueta del castillo nos atrapan. ¿Estamos en Carcasona o en el castillo del Conde Drácula? Porque empezamos a dudar si nos hemos metido en una película de terror de la Hammer. Deberíamos haber cogido el collar de ajos, por si acaso…

Realmente, todo está visto, por lo que regresamos al coche. Pasamos por las calles absorbidas por terrazas y turistas de esta mañana y la situación es la opuesta, ahora hay espacio y hablamos de cómo la gente prefiere ir a comer o tomar algo a sitios que se saben que son turísticos, con calidad y precios acordes, pese a ya ser conocedores de esta circunstancia. No tengo respuesta, porque intento huir de ellos como de la peste. ¿Alguien tiene alguna idea de por qué?
Al llegar al parking y comprobar cuánto tenemos que pagar, nos llevamos una sorpresa: como hemos estado menos del tiempo en el que empieza a cobrar, es gratis. Creo recordar que era media hora, pero no descartaría que fuese un poco más.
Con la visión de la Dama de Carcas iluminada en las retinas nos alejamos de Carcasona, sin duda, la guinda del pastel de este recorrido por Occitania.
Me gustaría terminar este artículo comentando que visitar la ciudad medieval se puede hacer sin problemas en una mañana o una tarde, por si tienes el tiempo limitado. Si dispones del día completo, visitar la Bastida San Luis es aconsejable y, si haces noche, no te pierdas la ciudadela iluminada.
A fecha de hoy, me sigo preguntando si el chico del Carcassonne se habrá hecho la foto jugando en Carcassonne…
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