Un día en Wadi Rum: las mejores experiencias en el desierto jordano

Como he mencionado en más de una ocasión, me encanta el desierto. Tiene una belleza misteriosa, silenciosa, que invita al recogimiento y que consigue que no puedas apartar la mirada.

Cuando David y yo decidimos que nos íbamos a Jordania una semana, el punto fuerte era Petra, sin embargo, el día y noche incluida que pasaríamos en Wadi Rum hacía que el viaje terminase de ser redondo.

No se trataba sólo de dar una vuelta en 4×4 por este desierto, de parar a hacer foto frente a las formaciones rocosas más llamativas, sino que nos alojábamos en un campamento y hacíamos noche allí.

La inmensidad de Wadi Rum

¿Dormir en el desierto? Vaya experiencia… La primera vez que había oído hablar de algo similar había sido unos años antes, cuando una antigua compañera de trabajo fue a Jordania y pasó una noche en Wadi Rum. Ella hablaba de ello como si fuese la exquisitez de las experiencias, algo muy exclusivo, desconocido por la gran masa de viajeros, un secreto que no conocen todos. Y, sí, no nos engañemos, es una vivencia de las buenas y recomendables, pero me temo que no es ningún secreto ni te vas a encontrar allí la nada absoluta.

Datos sobre Wadi Rum

Antes de ponernos en marcha, vamos a ver unos datos generales sobre este desierto.

Se trata de un valle desértico situado a 1600 metros sobre el nivel del mar y que es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 2011.

Ha sido habitado desde la Prehistoria por distintas culturas y, en la actualidad, lo hacen varias tribus de beduinos. Durante la Rebelión árabe (1917- 1918) fue usado como base de operaciones por el oficial británico T.E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia.

Por aquí se encuentra la cueva de Lawrence de Arabia

Es fácil apreciar en este desierto de arena anaranjada formaciones rocosas de decenas de metros de alto, siendo una de las más conocidas como Los siete pilares de la sabiduría.

Por si no fuese poco, ha sido escenario de rodajes de varias películas, además de Lawrence de Arabia, también Misión a Marte, Planeta Rojo, Dune o The martian, por nombrar algunas. Sin ninguna duda, Wadi Rum parece de otro planeta.

Llegada al campamento

Daba por sentado que dormiríamos en tiendas de campaña, por lo que me llevé bastante ropa de más que lo único que hice fue pasear. Dicho ahora, suena bastante inocente. Culpa nuestra por no preguntar o informarnos, pero también de la agencia en la que contratamos el viaje por no dar todos los detalles.

En Wadi Rum se duerme en campamentos de cabañas o de unas tiendas semiesféricas, que son de más lujo que las primeras. La cabaña en la que me alojé estaba muy bien equipada, era doble y teníamos baño con ducha, aunque apenas salía un hilito de agua. Sinceramente, estar donde estás y pretender darte una buena ducha con agua caliente sí que es ingenuo. Además, al comienzo del campamento había una haima enorme, en la que comimos y bailamos, como ya contaré más adelante.

Teníamos wifi sólo en este lugar y la señal era bastante débil, sin embargo ¿quién quiere wifi en un lugar tan mágico? Se puede vivir perfectamente 24 horas sin estar conectados al móvil.

Nuestro campamento en Wadi Rum

Llegamos por carretera, en el autobús en el que hicimos todos el viaje, hasta que se llega a un punto en el que el vehículo no podía continuar, y nos pasamos a otros más adecuados para el terreno. En ese momento paramos en un lugar peculiar: el tren de vapor de Al Hijaz. El que se ve en la actualidad está restaurado, la línea férrea fue construida en 1916 por el Imperio Otomano para conectar Damasco con Medina y La Meca. Por cierto, la persona que la destruyó es ya una conocida en este artículo: Lawrence de Arabia. 

Después de las fotos de rigor, continuamos el viaje. Subíamos y bajábamos dunas de una manera suave, lo que no hacía presagiar lo que nos esperaba. Llegamos al campamento, hacemos el check in, nos enseñan las instalaciones, dejamos el equipaje en cada cabaña asignada y nos volvemos a reunir en la haima pocos minutos después. ¿Para qué? Lo comprobaríamos poco después.

Tren de vapor Al Hijaz

Saltando a través de las dunas

Nos separamos en grupillos de 4 ó 5 personas y nos subimos a pick ups. Están acondicionadas con bancos en los laterales y barras para agarrarse, porque las vas a necesitar.

Nos ponemos en marcha. De repente, ya no andamos, sino que corremos. Los conductores se empiezan a picar entre sí, a ver quién corre más, a ver quién llega antes a un punto, a ver si consigo adelantarte. Mientras que sientes el viento, la velocidad en la cara y sí, masticando arena. Es lo que hay. Y, en situaciones así, ¡qué rica está la arena!

Saltamos dunas, nos paramos para hacer fotos, nos metemos en la cueva en la que se escondió nuestro amigo Lawrence, flipamos con las formaciones rocosas y volvemos a saltar dunas. ¿Quién dijo que el desierto resulta aburrido?

¿Quién dijo que el desierto es aburrido?

Cuando regresamos al campamento, comimos y descansamos un rato, sin saber lo que nos estaba esperando.

Una tarde para recordar

La tarde la teníamos libre y podíamos hacer lo que quisiésemos. Bueno, mejor dicho, todo lo que se puede hacer cuando estás en mitad del desierto de Wadi Rum.

Como era noviembre, el calor no apretaba en exceso, por lo que se podía salir sin problema, aunque no es buena idea echarse a andar duna a través, resulta conveniente no alejarse demasiado y, menos aún, si vas solo. Como cerca de donde nos alejábamos había dunas y montañas, decidimos salir a subir a lo más alto posible y hacer algunas fotos.

Como era de esperar, no fuimos los únicos que tuvimos esa idea, así que empezamos a hacer fotos en grupo y, cuando nos quisimos dar cuenta, todos los que formábamos el viaje estábamos por allí.

La foto de rigor antes de empezar con las acrobacias

De repente, dos de los primos que iban saltaron con el típico “mirad lo que hacemos”. Una especie de pirueta en el que uno hace de palanca y el otro mantiene el equilibrio abrazándose con las piernas al otro. Y tú que creías que el espectáculo del Circo del Sol era increíble…

A ver cómo lo haces, repítelo, venga que lo quiero hacer yo. Estas y otras frases por el estilo se empezaron a escuchar. Ellos nos iban dividiendo por parejas en función de peso y no, no es nada fácil conseguirlo.

Y, mientras que unos hacían equilibrios en la arena, otros nos dedicamos a practicar sirsasana. Otras forma de hacer equilibrio. Después, se pasó al pino normal, a las volteretas o acrobacias de otro tipo distinto y, mientras que unos nos jugábamos el cuello o los dientes haciendo el tonto, David nos estuvo grabando con el móvil. Estábamos tan a lo nuestro, que no éramos conscientes de ello o, por lo menos, no lo era yo. En cuanto conseguimos wifi de nuevo, me mandó un vídeo de 10 minutos en el que, sobre todo, nos lo estábamos pasando muy bien.

Y, antes de cenar, nos llevamos este atardecer

Y, como por aquel entonces, algunos ya teníamos una edad y de hacer el tonto también te cansas, nos sentamos un rato, simplemente, para ver cómo caía el sol.

Desde luego, una tarde que no se puede olvidar.

El broche nocturno a un día en el desierto

Teníamos la hora de cena fijada, así que, cuando ya el sol se había ocultado, fui a mi habitación a intentarme duchar y cambiarme de ropa.

Fue en ese instante cuando te das cuenta de que la ducha está de poco más que de adorno y, con más dificultad que pericia, conseguí darme un remojón rápido que, por supuesto, no sirvió para quitarme toda la arena que llevaba encima y, menos aún, en el pelo. Ays, qué malo es viajar.

La cena estaría formada por una especie de barbacoa que se preparaba a la manera tradicional de la zona, es decir, enterrada en la arena.

Barbacoa subterránea

Encendieron la lumbre y el cordero y las verduras se empezaron a preparar mientras que nosotros rodeábamos a los cocineros. Seguimos los primeros minutos del proceso sin perdernos detalle, después, sólo se puede esperar más o menos pacientemente a que esté terminado, aunque una cosa es lo que diga tu cabeza y otra que el estómago no pare de rugir.

Y como toda espera tiene su recompensa, nos sentamos a la mesa y nos sirvieron una comida deliciosa, que fue culminada por un té a la menta y baile. Altavoces a toda pastilla mientras que sonaba música de tipo tradicional y, sin dudarlo, fuimos saliendo a danzar o, por lo menos, intentarlo, porque no todos tenemos pericia para esos menesteres…

Y sí, ése era uno de esos momentos en los que piensas “pues me tomaba una copa” y no, no te la tomas, entre otros motivos, porque no hay alcohol. Jordania es un país en el que la musulmana es religión oficial y no está permitido el consumo de alcohol. Esto es la teoría, en muchos sitios, la práctica es un pelín diferente, sobre todo si tenemos en cuenta que estábamos en mitad de la nada y que los chicos que nos atendían eran jóvenes.

Los camellos también se apuntan a la fiesta

Yo opté por no preguntar ni ponerles en un apuro, pero hubo varias personas del grupo que sí les insistieron, aunque la respuesta siguió siendo un no: si su jefe se enteraba que tenían alcohol y se lo ofrecían a los turistas, tendrían un problema bastante serio.

Bueno, pues lo dejamos aquí, seguimos bebiendo té a la menta, nos recostamos en el suelo entre cojines y sonreímos por el día tan inolvidable que acabamos de vivir.

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