Jordania no es sólo Petra

Cuando planeamos Jordania como destino, teníamos muy claro que Petra era un imprescindible. Pocos días antes de salir, hubo unas tormentas torrenciales que obligaron a cerrar el recinto y que, por desgracia, conllevaron la muerte de varias personas. Ante la incertidumbre que había, David y yo fuimos a la agencia y dijimos que, si no podíamos visitar Petra, cambiábamos de destino. Buscamos un par de planes B y acordamos con la agente de viajes en darnos un par de días de margen, aunque ella nos aseguraba que el Gobierno Jordano es el primer interesado en volver a abrir lo antes posible. Y fue tal cual: Petra abrió sus puertas pocas horas después, como si no hubiese pasado nada.

Entiendo que a mucha gente que quiera visitar este país le pueda pasar lo mismo que a mí: si no hay Petra, por el motivo que sea, no voy a Jordania, sin embargo, me gustaría decir que Jordania es mucho más que Petra y que la semana que pasamos en este lugar nos sirvió para conocer un país con muchos tesoros que merecen la pena y que están eclipsados por el otro Tesoro, así que he decidido hacer un recorrido por ellos, esperando que, los que no lo conozcáis os animéis a hacerlo y, los que ya habéis estado, podáis revivirlo.

Vista de Amán

Lo primero que hay que saber es que el nombre oficial es Reino Hachemita de Jordania, lo que quiere decir, entre otras cosas, que el islam es la religión oficial y, pese a que hay muchos turistas y están acostumbrados a los occidentales, conviene vestir con recato y adaptarse a sus costumbres.

Amán

Nuestro vuelo aterrizó en Amán, la capital. Fue a última hora de la tarde por lo que, entre que tramitábamos los visados, pasábamos los controles, cogíamos las maletas y llegábamos al hotel, no nos quedó tiempo para mucho más. Fuimos a cenar a un restaurante local que no quedaba lejos y nos acostamos pronto, y menos mal, porque las dos llamadas al rezo nocturnas me hicieron dar un salto de la cama. Se trata de una constante en los países musulmanes, mala suerte: hay que llevar tapones.

A la mañana siguiente, con más sueño que otra cosa, nos levantamos a desayunar y pronto el cansancio es desplazado por las ganas. Hacemos una visita panorámica, es decir, sin apenas bajar del autobús, por la ciudad. Reconozco que se me quedó corta: puede que no sea la población más bonita, pero algo más sí que se le puede dedicar. Estuvimos en el Templo de Hércules, en la ciudadela, donde asomados a los miradores, tuvimos una buena perspectiva de la ciudad.

Las ruinas romanas de Gerasa

Con el tiempo justo para hacer la foto y volver al autobús, salimos de Ammán para dirigirnos al castillo de El Ajlun, de la época de las cruzadas. La visita fue más calmada, pudimos perdernos entre sus pasillos, admirar las vistas y hacer fotos. Terminamos para ir directamente a comer. Después, nos esperaba Gerasa, antigua ciudad romana que atesora ruinas de aquella época muy bien conservadas: avenidas, columnas y mosaicos hacen las delicias de todos los que pasamos por allí. Es un museo enorme al aire libre. Reconozco que me choca ver ruinas romanas sin un fondo detrás que no sea “europeo”, una mezcla que me gusta y me impresiona, no pudo dejar de sorprenderme y de hacer fotos, quiero guardar cada momento, cada piedra, cada sensación, en mi memoria.

Castillo de Ajlun

Hasta que llegamos al teatro, en el que existe la posibilidad de subir por las gradas hasta arriba. Sentarte en la grada más alta y, simplemente, observar. Momento de calma, parece que el mundo se ha parado. Por desgracia, tenemos que volver, aunque el camino de regreso no es tan rápido como debiera, alguna foto más se termina escapando y es que, ¿quién sabe cuándo vas a volver a Gerasa?

Lugares bíblicos

Termina el primer día (¡todo esto en un solo día!) y hay que coger fuerzas para el segundo. Esta vez, ponemos rumbo al monte Nebo. Con sus 817 metros de altitud, es el sitio en el que, según la Biblia, Moisés afirmó haber visto la Tierra Prometida. Hay un mirador en el que, detrás de todo el polvo en suspensión, se puede ver parte del mar Muerto e Israel. Y no sólo nos encontramos con un mirador, sino también con la Basílica de Moisés y, ya en la ciudad de Madaba, un museo arqueológico famoso por su colección de mosaicos de la era bizantina. Visitamos la iglesia de San Jorge, que alberga el mosaico más antiguo conocido de Tierra Santa, del siglo VI y formado por más de dos millones de teselas, abarca desde Líbano hasta el delta del Nilo y desde el Mediterráneo hasta el desierto arábigo. Y ya, sí que sí, rumbo a Petra, en la que estuvimos un par de noches, como conté en este artículo del blog.

Las vistas desde el Monte Nebo. A la izquierda, se puede ver el mar Muerto

Tengo que confesar que, después de haber visto una maravilla de este tamaño, lo demás se puede quedar corto, sin embargo, el viaje continúa y nos queda mucho por ver. La primera parada llega poco después, en el yacimiento conocido como la pequeña Petra. La parte buena es que apenas gente y se puede disfrutar casi en soledad, pero después de haber visto lo anterior, la pequeña Petra se queda… pequeña. Aunque, al final del camino hay unos miradores que invitan a sentarse y, simplemente, desconectar y observar.

La pequeña Petra

Wadi Rum

Dejamos las tumbas nabateas para adentrarnos en el desierto de Wadi Rum y su inmensa belleza. Ningún desierto se parece a otro. Por mucho que haya arena, o dunas, o formaciones rocosas, no hay ninguno igual, ¿acaso se parecen las cataratas del Niágara y las del Iguazú? Hacemos una parada técnica en la antigua estación de trenes, donde tienen una máquina antigua en la que nos turnamos para hacernos fotos colgados. En este punto, dejamos nuestro autobús para pasarnos a 4×4 y decimos adiós a cualquier señal de vida. Tras un largo rato viendo sólo arena anaranjada, llegamos a los campamentos en los que vamos a dormir.

Hago un inciso para explicar que, cuando leí el programa del viaje, lo de acampar en el desierto me lo imaginaba más rudimentario: tiendas, sacos y poco más. A la hora de la verdad, se trata de cabañas, perfectamente equipadas, por lo que no es necesario llevar los kilos de ropa que llevaba en la maleta. El campamento como tal es un conjunto de cabañas, con una mini terraza delante, con sillas y mesas y una jaima enorme que funciona como restaurante, tetería, salón de baile y centro social. Es el único punto en el que hay wifi (a no ser que hayan “mejorado” las instalaciones), aunque, ¿de verdad esperas tener datos o wifi en mitad del desierto? La desconexión se agradece.

La inmensidad de Wadi Rum

Pero antes de dejar el equipaje en las cabañas, descubrimos este desierto de arena naranja, formaciones rocosas de impresión, que acogió la rebelión de Lawrence de Arabia y múltiples rodajes de cine. Divididos en grupos, nos montamos en pick ups. Sentados en la parte de atrás, los vehículos aceleran y se empieza a sentir el viento en la cara. Libertad absoluta. Es uno de los mejores momentos que he vivido, sujetándome las gafas de sol con una mano, dejando que el viento hiciese con mi pelo lo que quisiera, agarrándome con la otra mano y sin poder parar de reír. Mientras tanto, algunos compañeros golpeaban el lateral gritando “jala, jala” y divirtiéndonos con los conductores, que se picaban unos a otros por ver quién llegaba más rápido, quién cogía la duna dando el mayor salto o quién la bajaba de manera más espectacular. Todo el mundo debería vivir algo así.

Me acuerdo de la famosa cita de Mario Benedetti sacada de su obra Primavera con una esquina rota “me gusta el viento. No sé por qué, pero cuando camino contra el viento parece que borra cosas. Quiero decir: cosas que quiero borrar”. Así es como me sentí yo, imposible expresarlo mejor. Desde luego, una de las experiencias que recordaré siempre y que estoy deseando volver a repetir.

Jala, jala

También alucinamos con las formaciones rocosas que encontramos y visitamos la cueva en la que se escondió el ya mencionado Lawrence de Arabia.

Tras emociones tan fuertes, volvimos al campamento a comer y descansar, aunque el descanso duró poco porque, en la tarde libre, salimos a disfrutar del desierto, como ya contaré en un futuro, en una de esas tardes que permanecen en la memoria.

Por la noche, hicimos una comida típica beduina en la que los alimentos se cocinan en una especie de horno excavado en la arena y, después, juerga en la jaima: bailes, música y té durante un largo rato (recordad que el país es musulmán y no está permitido el consumo de alcohol). Cuando regresé a la habitación, intenté darme una ducha porque se me había quedado la mitad de la arena del desierto en el pelo y ¡ay, ilusa de mí! Sólo salía un hilillo de agua que era insuficiente para lavarmelo, aunque suficiente para asearse. Pensándolo tranquilamente, ¿de verdad esperamos tener todas las comodidades en un campamento así? Es sólo una noche, no el fin del mundo.

Así es el campamento en el desierto de Wadi Rum

Aqqaba y el mar Rojo

Al día siguiente, el guía nos tenía preparada una sorpresa. En nuestro grupo, dos personas habían contratado el buceo en Aqqaba, mientras que los demás viajábamos directamente al Mar Muerto. Nos dieron la opción de visitar Aqqaba, pagándolo aparte, y nos incluía la visita en barco con fondo de cristal, baño en el mar Rojo (del que me arrepentiré toda la vida de no haberlo hecho) y la comida; después, sí que pondríamos rumbo al hotel del Mar Muerto. Nos apuntamos todos. De nuestra estancia en esta ciudad, ya hablé en este post, que incluyo por si te apetece volver a leer.

Flotar en el mar Muerto

Al mar Muerto llegamos por la noche. Está a unos 430 metros por debajo del nivel del mar y su agua tiene una densidad de 1.24kg/l, por lo que el cuerpo humano puede flotar sin ningún tipo de dificultad. Realmente se trata de un lago salado sin salida, por lo que los minerales que desembocan en él permanecen indefinidamente, creando unas condiciones que imposibilitan la existencia de vida. Puedes leer más sobre este mar en este artículo de Enciclopedia Humanidades.

Esa noche sólo nos dio tiempo a ir a tomar algo al bar del hotel, a cenar y a intentar reservar uno de los tratamientos de spa que ofertaba. Para esto último fue imposible porque los horarios que les quedaban eran bastante malos. Al día siguiente empezaba lo bueno y eso sí que no me lo perdería. El día amaneció nublado, la verdad es que no invitaba a bañarse ni hacía calor. El resort disponía de un complejo de piscinas bastante grande, aunque nadie se bañaba en ellas, no sé si por falta de ganas o porque, creo recordar, que estaban cerradas. Nosotros bajamos directamente hasta la playa. Primero, baño de barros: untados en barros medicinales que dejan la piel tan suave como el culito de un bebé, doy fe de ello.

El mar Muerto nos espera

A continuación, pasamos por la ducha para quitarnos el barro y ya, nos dispusimos a darnos un baño. Aunque no un baño como te puedes dar en cualquier otro mar, sino un baño en el que se flota y es imposible hundirse. Dada la elevada cantidad de sal, nadie se ahoga y, como intentes sumergirte, mejor que no valores tus ojos porque el escozor puede ser mortal. Además, evita bañarte con heridas abiertas si no quieres que el grito se escuche en la otra orilla.

No estuvimos mucho más tiempo aquí y, por la tarde, no hicimos mucho más. Creo que he confirmado que los resorts en los que no hay mucho más que hacer, no son lo mío.

Al día siguiente, volvimos una vez más a subirnos al autobús, pero esta vez para ir al aeropuerto de Ammán, ya que teníamos que volver a Madrid.

Después de todo lo visto, ¿sigues pensando que Jordania es sólo Petra? Aunque comprendo totalmente que, si no se puede visitar esta maravilla, prefieras dejar el recorrido por Jordania para otro momento.