La improvisación ha muerto, ¡larga vida a la improvisación!
¿Soy yo la única que piensa que es imposible salir de casa sin tener todo en mente y reservado? ¿Que si te vas de vacaciones tienes que llevar absolutamente todo atado si quieres tener un techo para dormir y no comprar la comida en un súper?
Hace ya unos cuantos años, mucho antes de la pandemia, quedamos tres amigas en el metro de Tribunal a las 20:30 para cenar un sábado. No llevábamos nada pensado, sólo lo que nos apeteciese. Aunque es una zona céntrica, no era tarde y sólo éramos tres. Si os digo que terminamos cenando una hora y media más tarde en el VIPS, ¿me creéis? Dando vueltas sin parar, de sitio en sitio y, en el mejor de los casos nos decían que nos daban mesa a las 23:00 y que podíamos esperar bebiendo algo en la barra. ¡¿De verdad?!
Creo que fue la última vez o, por lo menos no ha habido muchas más, que he salido de casa a comer o cenar sin tener reserva.
En pandemia, tuvimos un “respiro”. Era muy complicado planear nada a más de un día vista porque te podías encontrar que uno de los que venía (o varios) tenían síntomas o habían dado positivo o, incluso, te pasaba a ti mismo. Todo sobre la marcha.

Pasamos de organizar cenas con dos semanas de anticipo (sobre todo si es un sitio demandado) a salir de casa sin saber qué iba a pasar. Sinceramente, ninguna de las dos opciones me gusta.
Y, respecto a las vacaciones, ¿cómo ha sido? Pues igual o peor.
Hace años, podías comprar billetes y reservar hoteles con varias semanas de anticipo. Por ejemplo, el viaje por los Países Bajos que hice en julio de 2011 lo miramos en abril de ese mismo año. Y no tuvimos ningún problema ni pagamos el sobrecoste de “última hora”. Lo único que compramos con mucho tiempo fueron las entradas para la Casa de Anna Frank que, por experiencia propia, sabía que, en taquilla, para el mismo día, no hay nada. Para todo lo demás, según llegábamos. Podía haber más o menos cola para el Rijksmuseum o el Museo de Van Gogh, pero no nos quedamos en la puerta.

Conocimos el país en tren. Nos habíamos hecho un planning de lo que queríamos ver, así que, el día en cuestión, íbamos a Centraal Station y comprábamos los billetes del destino que tocase ese día. Gouda, Utrecht, La Haya, Leiden… vimos todo lo que queríamos en el día que habíamos planeado.
Eso me ha pasado en otros destinos como París, Londres o Praga. Se miraba con unas semanas de anticipo, te ibas y disfrutabas. Había (y sigue habiendo) alguna atracción puntual que requería reservar con anticipo. Lo hacías y listo. Fin del problema.
En los años 2020 y 2021, debido a la situación, entiendo que había más problemas para hacer eso. Javi y yo nos centramos en destinos a los que se pudiese llegar en coche y reservando hoteles que nos permitiesen la cancelación sin costes hasta 24 horas antes, que los había.

Entiendo perfectamente que para el propietario de un hotel es una faena (por no decir otra palabra) que te cancelen una habitación unos días antes, pero hemos pasado del “hola, acabamos de llegar y tenemos el coche mal aparcado en la puerta, ¿tiene una habitación para 4 noches?” al “si no lo reservas con 4 meses de anticipo, sólo queda lo que no quiere nadie o los que aceptan primogénitos como pago”.
Cuando viajé a EE.UU. nos encontramos de todo: compramos los vuelos un año antes (íbamos varias, las ofertas sólo tenían unos días en concreto y había que buscar un periodo en el que pudiésemos todas y que el trabajo lo permitiese); el hotel de Nueva York, con unos 6 meses; el coche, unos cuatro y, los hoteles de Boston y Washington dejando el coche mal aparcado en la puerta para entrar a preguntar.
La parte buena de ese proceso es que el gasto de dinero fue progresivo y no hubo que soltar varios cientos de euros de golpe. Lo malo fue el estrés que nos llegó a producir el estar por la noche en una ciudad que no conoces sin saber dónde vas a dormir. Creo que el carretera y manta no es para mí.

Conozco a varias personas que hicieron el Interraíl y cuentan que, la noche que no dormían en el tren (o la estación o parque), según llegaban, unos se quedaban guardando las mochilas y otros salían a buscar alojamiento. Y les salía bien y no pasaba nada. Si hubiese hecho en Interraíl, yo hubiese hecho exactamente lo mismo. Ahora mismo, no lo contemplo como opción. Prefiero improvisar en otras cosas.
Todo esto contrasta con lo que se encontraron Viajeros Callejeros en abril, antes de la Semana Santa, en un viaje a París. Según contaban en los stories, se quedaron en la puerta de más de un sitio por no llevar las entradas compradas desde casa. Y, en algún caso, no valía mirarlas de un día para otro, sino con varias semanas. Estamos hablando de una semana cualquiera, antes de unos días de descanso en toda Europa, por lo que es fácil pensar que habrá menos afluencia de gente. Pues no. ¿Os imagináis que os ocurre lo mismo? Vas con toda la ilusión del mundo y te encuentras que los aforos están completos desde hace algún tiempo y te tienes que conformar con hacer una foto a la puerta. Una locura.
Insisto, ¿qué ha pasado para poder mirar el verano un par de meses antes a tener que dejarlo reservado antes de Semana Santa? Parece que los plazos se van ampliando: según te comes la uva número 12 tienes que pensar en Semana Santa; mucho antes de pensar en preparar esa maleta, con el verano en mente sin despistarse mucho y, según están cerrando el libro en el último baño en la playa, planificar los puentes de otoño. ¿Soy yo o nos hemos vuelto locos?

Y no solo en la planificación, sino en la misma estancia. En agosto de 2021, cuando recorrimos el País Vasco, casi nos quedamos sin comer varios días. En Zumaia terminamos encontrando un bar en una calle perdida donde tenían pizzas congeladas. En Mutriku, en otro fuera de la zona “turística” en el que nos llegaron a preguntar con sorpresa si de verdad queríamos comer allí. En Bermeo, nos hicieron un hueco porque sólo éramos dos y estaba jarreando agua. Para Gernika fuimos un poco más avispados porque fuimos un 16 de agosto que coincidía con las fiestas locales, por lo que no dudamos en reservar. Tuvimos que ir a un sitio con el menú de fiestas cerrado, en el que era imposible pedir otra cosa y por el que nos cobraron el equivalente a un frasco de sangre de unicornio.
Por no hablar de salir de pintxos en San Sebastián: hay cola antes de que abran, a eso de las 19:00. Me agobia y mucho. A esa hora estábamos terminando de arreglarnos. Te apetece dar una vuelta, tomarte algo antes y, después, un mínimo de 40 minutos esperando. Da igual dónde. ¿Se nos está olvidando disfrutar de las vacaciones? ¿Por qué no dejamos las prisas en casa?

En Oporto, el primer día casi nos pasa lo mismo: no eran ni las 9 de la noche y, después de estar esperando 20 minutos en la puerta de un sitio, nos dicen que no cogen a nadie más. Por suerte, una pizzería salió a nuestro paso y nos arregló el estómago. No es el sitio al que irías a comer en Portugal, pero al menos, no te acuestas en ayunas. Para el resto de días en esta ciudad, tuvimos que ponernos las pilas y reservar, aunque fuese unas horas antes.
¿Dónde ha quedado la improvisación? ¿Soy la única que necesito un poco de caos y desorganización en mi vida? Me gusta saber si no voy a comer una ración de calamares o unas tostas, si va a ser en un bar u en otro. Ahora mismo, parece que con comer ya es suficiente.
Sé que esta lucha está perdida, es como enfrenarse a molinos de viento. ¿Que no quieres reservar antes? No lo hagas, asume que el resto de la humanidad sí lo va a hacer y que no se van a comportar como a mí/ los demás nos gustaría.
¿Si no puedes contra el enemigo te unes a él?
La improvisación ha muerto, ¡larga vida a la improvisación!
1 Comment