Tirana

Después de estos días extenuantes, volvemos a entrar en Albania por carretera. Hay varios aspectos que me llaman la atención, por ejemplo, al dejar la aduana de Macedonia del Norte, hay muchos carteles en macedonio, albanés e inglés advirtiendo de la corrupción en esos puntos y animando a denunciarla.

Pero, también, cuando cruzamos al lado albano, es necesario recorrer bastantes kilómetros hasta encontrar poblaciones. Una vez más, durante la dictadura, las fronteras estaban tomadas por los militares, con orden de disparar a cualquiera que se acercase más de la cuenta. Salir a pasear al campo y no volver a casa o que te encerrasen por alta traición no suena atrayente. Solución: irte a vivir lejos de cualquier frontera. Además, esta parte está absolutamente plagada de búnkeres.

Los pueblos que nos vamos encontrando habían sido sedes industriales antes de que todo fuese abandonado. Las antiguas vías del tren pasan por allí, sin que haya trenes, y son utilizados por la hierba para crecer y por la gente para pasear o, simplemente, sentarse y ver la vida pasar.

Lo más curioso que nos encontramos en nuestro camino es la estatua oficial a Madre Teresa de Calcula. Según de los mapas políticos actuales, nació en Macedonia del Norte, de padres albaneses, aunque, por aquel entonces, era territorio albanés. La estatua está puesta en mitad de la nada y, por detrás, parece un avión. De hecho, la plaza Madre Teresa de Calcula en Tirana ¡no tiene ninguna estatua! Creo que nadie es capaz de explicarlo.

Con estos pensamientos entramos en Tirana.

Mezquita de Namazgja, la mayor de los Balcanes

Tirana no es ciudad histórica como Berat o Gjirokastra, así que no tiene tanto encanto, pero es la capital desde 1920. Grande, caótica, plagada de edificios de la época comunista, muchos coches y mucha gente. Llegamos a nuestro hotel, muy cerca de la plaza Skanderbeg, lo que nos permite desplazarnos perfectamente a pie.

Dejamos las maletas y salimos corriendo a comer. Angi nos ha recomendado un restaurante de comida tradicional y, según llegamos, nos dicen que no hay sitio. Toca improvisar, pero teniendo en cuenta que tenemos poco más de una hora. Como en la calle principal hay muchos sitios con parrilla, entramos en uno de ellos. Caen varios tipos distintos de salchicha (recuerdo la de estilo Kosovo, picantilla) y una ensalada. La comida para tres personas nos salió por 16 euros al cambio. ¡Madre mía, me siento como si les estuviésemos timando!

Cuando nos volvemos a reencontrar con el grupo nos dirigimos al centro neurálgico de la ciudad, la plaza Skanderbeg, un solar peatonal enorme que, cruzarla en verano, tiene que ser una aventura. Alrededor de esta plaza se encuentran la Ópera y el Museo Nacional de Historia, que va a ser nuestra visita. Eso sí, desilusión, el mural Albania está cubierto por una loneta debido a las obras de restauración. Con las ganas que tenía de verlo…

Mi gozo en un pozo: tendré que volver para ver el mural Albania

El Museo Nacional de Historia no defrauda: contiene tesoros arqueológicos del país y, por las horas en que lo visitamos, lo tenemos para nosotros solos.

Volvemos a cruzar la plaza y nos dirigimos a la mezquita Et’hem Bey, del siglo XVIII y uno de los edificios más antiguos de la ciudad. Se salvó de ser demolida durante la campaña de ateísmo, por haber sido declarada monumento cultural. Lo más peculiar de esta mezquita es que está decorada con ornamentación figurativa. Por desgracia, en ese momento no podemos pasar, ya que es la hora del rezo. Apuntado para mañana.

Premio a quien cruce Skanderbeg en pleno verano. La mezquita Et’hem Bey, al fondo

Y llegamos a una de las atracciones más atrayentes de la ciudad: Bunk’ art 2. Un búnker con un entramado de túneles debajo del Ministerio del Interior que se centra en el papel de la policía y de las fuerzas secretas durante el siglo XX. No defrauda ni lo más mínimo y, aunque puede llegar a ser un poco claustrofóbico, merece la pena meterse en las distintas estancias, entre las que se incluyen las letrinas, la que hubiese sido la habitación de Hoxha en caso de ataque nuclear o las duchas para la desinfección química.

Burk’ Art 2, foto de Inma
La que hubiese sido la habitación de Hoxha en caso de ataque en Bunk’ Art 2

No nos da tiempo a visitar a su hermano mayor, Bunk’ Art, un colosal búnker construido para la élite política albanesa y que ahora es museo de historia y arte contemporáneo. Está a las afueras de Tirana, por lo que hay que desplazarse en autobús y no tenemos tiempo suficiente. Otro motivo para volver.

Seguimos por el Bulevar de los Mártires de la Nación, el mayor de la capital, hasta la plaza de Madre Teresa de Calcula y pasamos al lado de Blloku. Durante el comunismo, esta era la zona en la que vivía la élite política y el pueblo tenía restringida la entrada. Sólo tras la caída de la dictadura se pudo acceder a esta zona libremente y comprobar que vivían en casas bajas, grandes y con jardín.

Bulevar de los Mártires de la Nación

Sinceramente, Blloku no tiene especial interés turístico, pero se trata de una zona llena de restaurantes y bares, con mucho ambiente, además de murales, street art y la casa en la que vivía Enver Hoxha. En la actualidad, la casa está vacía, aunque se alquila para fiestas privadas y se ha llegado a utilizar como lugar de exposiciones. Según Angi, la primera vez que se entró en casa del dictador, no se encontraron joyas ni obras de arte, sino mobiliario y electrodomésticos mejores que los que el pueblo podía comprar. Leyendo este artículo de La Vanguardia, las declaraciones de los albaneses corroboran este dato.

Terminamos el paseo en la Fortaleza de Justiniano, castillo bizantino, construido alrededor del año 1300 y que supone el cruce de las principales vías romanas. Hoy, poco queda de esa fortaleza ya que el interior está lleno de tiendas y restaurantes y bares.

Por el camino, nos hemos cruzado con la Gran Mezquita, la Catedral Católica y Catedral Ortodoxa, que conviven en perfecta armonía. En Albania nunca ha habido guerras causadas por la religión.

También pasamos por delante de la Pirámide. Se inauguró en octubre de 1988 como homenaje en Hoxha. Después de 1991, dejó de ser utilizado como museo y se ha llegado a usar como centro de conferencias o como base de la OTAN en 1999 durante la guerra de Kosovo. Realmente, no se sabe qué uso va a tener en el futuro y, cuando visité la ciudad, estaba en obras. Me fui encontrando lo más emblemático de Tirana cubierto por lonas…

Y, acabada la excursión, comienza el ocio. Inma, Jose y yo seguimos las indicaciones de la guía y nos dirigimos a un bar de vinos en un pequeño patio y que tiene mucho encanto. Mientras que suena blues de fondo degustamos un vino italiano con un aperitivo.

Los vinos en un lugar así están más ricos

Después, nos podemos en marcha para cenar. Nos gustaría probar el restaurante de pescado fresco que nos había recomendado Angi y que se encuentra en la zona del Mercado Nuevo que, pese a su nombre, está en una de las zonas más antiguas de la ciudad. Cuando llegamos, el mercado está cerrado, pero los restaurantes a su alrededor funcionan a pleno rendimiento. Nota mental: volver a Tirana para ver el mercado en hora punta.

Como decía, el restaurante está especializado en pescado y marisco frescos, donde eliges la pieza y te la preparan. Pedimos una dorada y pasta con marisco para los tres con un vino macedonio. Un buen broche para el viaje. Después, paseo para bajar la cena y ver la ciudad de noche.

A la mañana siguiente, tenemos varias horas libres antes de que nos vengan a recoger para ir al aeropuerto. Inma y Jose se vienen conmigo a visitar La Casa de las Hojas, pero haciendo una parada previa en la mezquita Et’hem Bey. Esta vez, no están rezando y podemos pasar a visitarla.

El interior de Et’hem Eby

Después, nos ponemos en camino a uno de los sitios que más ganas tenía de ver en la capital albanesa. En sus comienzos en la década de 1930, fue la primera maternidad del país pero, con el paso de los años, se convirtió en un sitio en el que se quitaban vidas: centro de interrogatorios y espionaje. Hoy en día, entre las paredes pintadas, puertas y suelos de la época, funciona como museo de aquellas prácticas. La visita me parece muy recomendable, con aparatos utilizados en el espionaje de la época, fotos de dónde se instalaban los micrófonos y datos sobre las víctimas, tanto encarceladas como ejecutadas. Eché de menos alguna explicación más en inglés. Eso sí, tuvimos “mala suerte” al coincidir con una visita escolar, así que nos íbamos dando brío para que no nos alcanzasen.

Estuvimos a punto de quedarnos sin visitarlo porque se nos habían acabado los lek y en la taquilla no aceptaban euros ni tarjeta. Tenedlo en cuenta si lo vais a visitar. No quería renunciar a verlo y, cuando pasamos por delante de una oficina de cambio, Jose se adelantó y cambió el dinero suficiente para las entradas de los tres. ¡Gracias, Jose!

Casa de las Hojas

Todavía nos quedaba un rato libre y nos fuimos al Gran Parque de Tirana, un extenso parque público en el que “nos perdimos” entre la vegetación hasta que llegó el momento inevitable de volver al hotel a recoger las maletas y cargarlas en el autobús.

Saliendo de Tirana, pudimos ver las casas comunistas con las fachadas pintadas durante el mandato en la Alcaldía de Edi Rama.

Y, entonces, llegamos al aeropuerto y, horas más tarde, estaba en casa. Fin de esta aventura y comienzo de la siguiente.

No me gustaría cerrar este viaje sin compartir una noticia que habla del libro «Barro más dulce que la miel», de Margo Mejmer, en el que se recogen testimonios de albaneses que vivieron el terror y recomendar la película Lamerica, de 1994, en la que conocemos la Albania recién salida de la dictadura y, aunque no inspire para viajar, sí es un vehículo perfecto para saber.

«Todos aquellos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo». Primo Levi

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