Monasterios de Meteora

Comemos algo rápido en Gjirokastra y nos montamos, de nuevo, en el minibús. Tenemos un largo camino hasta Meteora, cruzando la frontera con Grecia. Salimos de Albania y no hay incidentes, revisión de pasaportes a ambos lados y escaneo del autobús. Volvemos otra vez a ponernos en marcha. Me llama la atención que no haya poblaciones fronterizas. Hacemos kilómetros y kilómetros sin pasar por un solo pueblo. Solo campo. Angi nos dice que, hace años, sí que había, pero que la población emigró a las grandes ciudades. La Grecia vaciada.

Hacemos una parada técnica en un pequeño pueblo de montaña, Metsovo. Estamos a varios centenares de metros de altitud y el fresquito se nota. Es un pueblo de piedra, con enormes cuestas. Bajamos del autobús y Jose, Inma y yo nos vamos a explorar. Primero, entramos en la iglesia ortodoxa del pueblo, situada en una plazoletilla con unos árboles centenarios. La estampa es bonita y, el interior de la iglesia, mucho más. Eso sí, los lugareños nos miran algo extrañados. Puede que no estén muy acostumbrados a ver turistas en el pueblo. Después, nos perdemos por las calles. Pero perdernos de verdad. Nos ponemos a hablar de música, de conciertos y de ir juntos a ver a Franz Ferdinand (gracias, chicos, tengo muchas ganas de ir) y no nos damos cuenta de dónde acabamos. Menos mal que tenemos roaming y, activando el maps sabemos llegar hasta el autobús. Sólo llegamos 5 minutos tarde respecto a la hora indicada.

Iglesia de Agia Paraskevi, Metsovo

Angi nos comenta que Metsovo es un pueblo típico de montaña de la zona y que suele tener turismo de sky.

Nos ponemos en ruta otra vez y, poco a poco, se empiezan a ver a lo lejos: unas moles enormes de roca. Según nos vamos acercando, se ven más grandes. Meteora es un destino que, todos a los que nos gusta viajar, tenemos en mente pero, ¿en qué momento vas? Pues este era mi momento para ir y estar, por primera vez, en Grecia. Todo llega.

Y de fondo, Meteora

Al llegar, no puedo dejar de mirar hacia arriba, es como si no me quisiera perder ni un pliegue, ni una oquedad de la roca. Como si quisiera retener todos los instantes de ese mágico lugar.

Nos alojamos en un hotel de Kalambaka, la ciudad que está a los pies de los monasterios y que vive del turismo que se genera. Nuestro hotel está al final de la calle principal y, pese a que hay que andar más para llegar a los restaurantes, no estamos en todo el meollo. El hotel es horterilla, parece sacado de Las Vegas y, lo que es peor, coincidimos con varios viajes de estudios de estudiantes. Mala suerte. Experimento en mis propias carnes lo que hacía yo cuando salía con el instituto. Van a ser sólo dos noches y la ilusión de lo que nos espera supera con creces todo lo demás.

Por la noche, Kalambaka es un hervidero: los bares y restaurantes de la calle principal están a tope, aunque sí que parece que, callejeando un poco, la ciudad es más ciudad. Vamos a cenar a un sitio típico donde pido pinchos de carne a la brasa y retsina. La verdad es que está rico (sé que, si no estuviésemos en un sitio más turístico, la calidad sería mayor, pero es lo que hay) y pagamos unos 10€ por persona. Bastante bien de precio y calidad para lo que podría ser.

Volvemos a descansar porque nos espera un día cargado de sorpresas.

Por la mañana, madrugamos y desayunamos en el hotel. La idea es salir lo antes posible y estar en la puerta del primer monasterio cuando abran para evitar los grupos. Y lo conseguimos. Según vamos subiendo con el minibús por la carretera, paramos en un mirador y sí, hay un monasterio encima de mi cabeza. ¡Estoy en Meteora! Es mejor de lo que había imaginado.

Confirmado: estoy en Meteora

Antes de seguir, voy a hablar un poco sobre esta región tan especial. Meteora viene del griego “meteoro”, que significa “suspendido en el cielo”. Fueron varios los monjes eremitas los que se desplazaron a esta zona en busca de tranquilidad para poder orar. Al principio, se alojaban en las cuevas y, con el paso del tiempo, fueron construyendo los monasterios.

Durante la ocupación otomana, en los monasterios se consiguió mantener viva la cultura griega y se convirtieron en centros académicos y artísticos. Por desgracia, los monasterios sufrieron ataques nazis en la II Guerra Mundial ya que fueron refugio de la resistencia griega.

Monasterio de Gran Meteoro

Llegó a haber 20 monasterios, sin embargo, en la actualidad, sólo están abiertos 6: San Nicolás, Roussanou, Varlaan, Gran Meteoro, Santísima Trinidad y San Esteban.

No abren en los mismos días ni las mismas horas, toca consultar la web antes de ir. Como sólo teníamos un día, visitar cuatro es factible. Las mujeres no podemos llevar pantalones para visitarlos, sino que hay que llevar falda o vestido. Con un pañuelo anudado a las caderas y que llegue a las rodillas es suficiente. Si no, en algunos monasterios hay faldas disponibles.

Paisajes que quitan el hipo

Desde mi punto de vista, aunque son impresionantes, los interiores son muy similares por lo que, en cierto modo, si has visto uno, los demás no te van a llamar tanto la atención. Eso sí, el exterior, la entrada o el entorno natural que lo rodea, sí que cambian, así que, dado que la entrada a cada uno de ellos sólo cuesta 3€, ¿por qué no ver varios y comparar? En cualquier caso, yo no recomendaría a nadie que se limite a ver sólo uno.

El primero que visitamos fue Vaarlam. Situado a 373 metros de altura, se llega subiendo por una sinuosa escalera esculpida en piedra. Allí nos esperaba Nadia, guía oficial en los monasterios.

Monasterio de Varlaan

La visita fue rápida, nos maravillamos con el interior y el mirador nos dejó sin habla. Como peculiaridad, de uno de los laterales subía y bajaba una red inmensa o una cesta gracias a una polea. Se utilizó para subir los materiales con los que se construyó el monasterio y, después, para las provisiones o materiales, pero también ha sido la manera de subir y bajar de los monjes… Como decían ellos, la cuerda se ha roto tantas veces como Dios ha querido.

¿Subimos?

Después, visitamos el de San Esteban, habitado por monjas desde la II Guerra Mundial, cuando quedó totalmente destruido por los bombardeos y tuvo que ser reconstruido. El acceso es bastante más fácil, ya que sólo hay que cruzar un puente. Dentro, el patio invita a sentarse y, después de que se hayan ido los grupos, disfrutar de la tranquilidad que se respira.

Monasterio de San Esteban

Continuamos en el Monasterio de San Meteoro, con un acceso que hizo que nos dejásemos el higadillo. Está situado a 613 metros de altura y es el más grande de todos.

En el interior, pudimos visitar una iglesia bizantina llena de reliquias y la biblioteca, con una colección impresionante de manuscritos. Pero, sobre todo, meternos por todos los recovecos y disfrutar de la suerte que teníamos por poder estar en un lugar tan mágico.

Monasterio de Gran Meteoro, que quita el hipo y, el acceso, la respiración

El último que visitamos fue el de la Santísima Trinidad. Por desgracia, estaban de obras y poco se podía ver.

Después de la visita, volvimos a Kalambaka a comer, donde un plato de gemistá me estaba esperando. Y qué rico estaba…

Después, tiempo de descanso hasta otra sorpresa para el día: ver atardecer con los monasterios de fondo. Y, como una imagen vale más que mil palabras…

Si me pierdo, buscadme aquí

Volví a descansar con una sonrisa en la boca que era complicada de quitar. Al día siguiente, otra vez al minibús porque tocaba, de nuevo, día en carretera, volvíamos a cruzar la frontera para entrar en Macedonia del Norte.

Tienes más información sobre esta maravilla Patrimonio de la Humanidad aquí y aquí.

(Continuará)

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