El viaje comenzó de manera tumultuosa, con maletas retenidas en Frankfurt, ya lo desarrollaré en un futuro y, debido a los retrasos, nos quedamos a comer en un restaurante justo en frente del aeropuerto (la mayoría teníamos el estómago devorándose a sí mismo) y pude empezar a probar la gastronomía albanesa, en este caso, unos filetes rusos pequeños pero gruesos a la parrilla. Muy sabrosos, sobre todo teniendo en cuenta dónde estaba el restaurante.
Nos montamos en el minibús y cogemos carretera hacia Berat, ciudad interior con dos centros históricos Patrimonio de la Humanidad por la Unesco (o Unasco, como decía Angi).

Según la leyenda, los gigantes Tomorr y Shpirag se enamoraron de la misma mujer, como ninguno podía renunciar a ella, decidieron batirse en duelo. Pero el desenlace fue mucho peor, ya que los dos murieron. Pidieron resucitar y ser devueltos a la tierra, pero fueron castigados los tres a estar eternamente juntos, sin llegar a tocarse. Los hermanos se convirtieron en las dos montañas de la ciudad y, las lágrimas de la mujer, en el río que corre entre ellas. Y éste es el origen de Berat.
Nos alojamos en un hotel muy cercano a la Mezquita de los solteros, callejeamos por el laberinto de calles de Mangalem, cruzamos los puentes del río Osumi para entender por qué Berat es conocida como la ciudad de las mil ventanas, nos perdemos entre sus recovecos, admiramos la armonía con la que conviven iglesias ortodoxas y minaretes, vemos la ciudad iluminarse con la caída del sol. Después de este primer contacto, nos dirigimos por el boulevard Republika buscando un sitio en el que tomar algo. Encontramos una cafetería con terraza y ahí nos aposentamos Jose, Inma y yo y comenzamos a charlar.

Este rato no se prolonga demasiado: el día ha comenzado demasiado pronto y necesitamos descansar. Vuelvo a mi habitación, en la que no están mi maleta ni mi neceser. Menos mal que hay productos de higiene en el baño y hacen el apaño. Sólo va a ser un día. Cuando me meto en la cama, investigo sobre posibles reclamaciones por el retraso en el vuelo y de entrega de la maleta y, por el poco tiempo que supone, no tenemos derecho a nada. Vamos, que recomiendan no molestarse en reclamar. Por fin me quedo dormida hasta que pego un bote en la cama. ¿Cómo es posible que estén llamando al rezo? ¿No habíamos quedado en que Albania era un país laico y que, en términos generales, la gente no es practicante?
Antes de continuar, explico esta circunstancia. La población albanesa es de tradición musulmana, recordad que perteneció al Imperio Otomano durante cuatro siglos. Durante la dictadura, las religiones fueron prohibidas y Albania se convirtió en el primer estado laico del mundo. En la actualidad, hay cuatro religiones principales en el país (musulmana, bektasí, ortodoxa y católica), pero la población tiene muy pocos conocimientos sobre ellas y son muy pocos los que practican alguna.

Respecto a mi desvelo nocturno, no conseguí volver a pegar ojo en toda la noche. A la mañana siguiente, pregunté si alguien más había oído la llamada al rezo y nadie contestó afirmativamente. Estaba segura de que no lo había soñado. Menos mal que Angi me confirmó que a ella también le había despertado y me explicó que, aunque sean laicos, es Ramadán, por lo que alguna llamada suele haber.
Después de desayunar y de no lavarme los dientes (ouch), subimos a Kalaja, la fortaleza, que parece un pequeño pueblo de calles adoquinadas y plagado de diminutas iglesias ortodoxas, todas cerradas. La que sí visitamos es la Iglesia de la Dormición de Santa María, que alberga el Museo Onufri. La iglesia es preciosa, si conocéis alguna iglesia de este culto, sabréis que están cubiertas de frescos y que el “altar” consiste en una hilera de iconos, el iconostasio, que tienen un orden establecido. Después, recorremos el Museo Onufri. Onufri fue un pintor de Berat del siglo XVI muy apreciado en la región y que consiguió una tonalidad de rojo anaranjado muy particular y que ningún otro pintor consiguió, ni siquiera su propio hijo.

Pero no somos los únicos que queremos ver los iconos: la lluvia se ha apuntado a nuestros planes. Menos mal que llevo el cortavientos y algo hace, aunque los vaqueros se empapan. La Fortaleza está cerrada al tráfico de no residentes, por lo que el minibús no puede venir a recogernos. Dan la oportunidad de volverse a quien lo desee, pero yo me quedo: prefiero mojarme antes que perderme las vistas desde el mirador.
Vista rápida, foto rápida y autobús. Ponemos rumbo hacia el Sur, en concreto, hasta un hotel de montaña en el Parque Nacional de Llogara. Transitamos por una carretera que va bordeando la costa y pasamos por Vlorë, una de las principales ciudades del país, que se ha convertido en un centro de turismo. Como dato curioso, en una pequeña península cercana es donde se juntan los mares Adriático y Jónico.
Por el camino, nos cruzamos con la furgoneta del aeropuerto que lleva nuestras maletas. ¡Ropa limpia, pijama y neceser! Según llegamos al hotel, dejamos el equipaje y nos preparamos para el trekking. Como no deja de llover, esperamos un rato a ver si escampa. En cuestión de una hora, la tormenta ha derivado en lluvia más fina, pero Angi prefiere cambiar la marcha que aparece en el programa por otra, a través del bosque, un poco más corta. No todo el mundo se apunta, perdiéndose un paseo por un bosque de pinos maravillosos y ver, desde lo alto, el Sendero de Julio César. Se llama así porque se dice que ése fue el camino de las tropas de Julio César desde que desembarcaron en la costa.

La caminata nos abre el apetito y acudimos a cenar al restaurante más cercano a nuestro hotel: parrillada de carne y un dulce muy parecido al membrillo. Todo regado con un vino de la zona y por la hospitalidad de los camareros y es que, en este país, la hospitalidad y la tradición están por encima de todo. Según El Kanun, tienes que tratar a tu huésped de la mejor manera posible. Y a nosotros nos querían hacer sentir como en casa con música latina. Ouch.
Hago un breve inciso para explicar que El Kanun es un código de comportamiento que regula todos los aspectos de la vida, desde el matrimonio hasta la defunción, pasando por el trabajo, la hospitalidad o la venganza. Viene del siglo XV y, aunque fue prohibido durante el régimen de Hoxha, todavía sigue presente en algunas zonas del Norte del país, una zona muy montañosa y apartada. Para más información, puedes leer esta web.
Volviendo a nuestra noche de música, nos retiramos pronto a dormir y lo hice estupendamente, tenía mucho cansancio acumulado. A la mañana siguiente, las temperaturas eran bajas (estábamos por encima de los 1.000 metros) pero lucía el sol. No había tiempo para hacer el trekking ya que el programa se ajusta a unos días muy concretos y debíamos seguir hacia la zona conocida como Riviera Albanesa. Según descendíamos las montañas, se veían playas totalmente desiertas, de piedras (el Jónico no hace que las playas albanesas sean de arena, sino de piedras), un mar turquesa y, de fondo, la isla griega de Corfú.

Por esta zona, las laderas de las montañas están más peladas de vegetación y es cuando vimos los primeros búnkeres: champiñones de hormigón que van salpicando el terreno.
Durante la dictadura comunista, Hoxha estaba obsesionado con el ataque de los enemigos de Albania, es decir, todos los demás países y algunos ciudadanos albaneses, así que mandó construir búnkeres por si acaso llegaba ese asalto. Por supuesto, nunca hubo ataque y los búnkeres no se han utilizado para lo que fueron concebidos.



Y, contando búnkeres, llegamos a los primeros pueblos. Todos, o la gran mayoría, son de origen medieval y están edificados relativamente lejos de la costa, por lo tanto, llegar a la playa en verano puede ser una auténtica odisea de tráfico, aparcamiento o calor. En cualquier caso, me parecen que tienen bastante más encanto veraniego que algunas ciudades. Eso sí, quiero insistir en que las playas son de piedras, no de arena, algo que no suele gustar a todo el mundo.
Por lo que he leído, es una de las pocas costas europeas que se puede considerar vírgen. Ya no lo es del todo porque Albania se ha convertido en un secreto a voces (y ya sabemos lo que pasa en estos casos) y, los bajos precios llaman la atención de determinados turistas. Eso sí, todavía está muy lejos de zonas como el Algarve, Ibiza o Croacia.

No paramos en ninguno de estos pueblos, pero sí en Porto Palermo, para visitar la fortaleza de Alí Pachá, gobernante de la zona en los siglos XVIII y XIX. En frente se puede ver un túnel que, en su día servía de refugio para submarinos y que, hoy en día está cerrado, a la espera de decidir qué se va a hacer. La fortaleza tiene una forma peculiar: es un triángulo con los vértices en forma de círculos. Al parecer, este tipo de construcción servía para confundir a los que intentaran invadirla. Aunque es del siglo XIX, da la sensación de ser bastante más antigua y, aunque está vacía, se pueden ver las celdas de la cárcel, la mazmorra totalmente a oscuras y, desde la terraza superior, unas vistas espectaculares. Hay brisa y huele a mar.

Desde aquí, tenemos que llegar a Butrinto, previa parada para comer en el restaurante que está en la entrada. Angi nos recomienda algo rápido tratando de evitar que no se haga muy tarde en la visita a las ruinas. Eso es fácil, pido unos calamares y listo. Pues no, en Albania se toman muy en serio el slow food y los calamares llegan tardísimo. Todavía me pregunto si fueron a pescarlos…
Butrinto es un parque arqueológico del siglo III a.C. de origen griego. Tiene la peculiaridad de ser una pequeña península dentro del lago Butrinto. Está muy bien conservado y se puede ver el teatro, restos de templos e, incluso, los de un baptisterio del siglo VI. Además, alberga un museo bastante instructivo. El recorrido es muy agradable ya que las ruinas y la vegetación conviven en armonía, así que la sombra de los árboles se agradece. En verano, hay ferries desde Corfú y se organizan excursiones.

Cuando salimos, seguimos nuestro camino hacia Gjirokastra, una ciudad del interior, patrimonio de la Unesco, en la ladera de una montaña, mirando hacia el interior de un valle. Como llegamos por la noche, tenemos la suerte de verla iluminada y ver cómo la torre del reloj brilla en lo alto. Subimos a nuestro hotel andando, pues el centro está protegido y los autobuses no pueden acceder y, una vez asignadas las habitaciones, bajamos a cenar. Vamos a un restaurante de comida tradicional y pido qifqi, unas bolas de arroz con huevo y queso, todo frito. Está rico, aunque, para mi gusto, un poco seco.
A la mañana siguiente, hacemos la visita a la ciudad, que es del tipo que a mí me gusta: calles laberínticas. Salimos por las cuatro calles del antiguo bazar, que no tiene nada que ver con los bazares que se pueden ver en Estambul o Marrakech, con las tiendas aún pendientes de abrir. Nos metemos por una puerta que lleva a unas escaleras interiores, parece que vamos a entrar en una casa, pero no, salimos a un mirador, con unas vistas privilegiadas (privilegiadas porque se ven la fortaleza y la torre del reloj) y que, además, supone un lugar muy especial donde se encuentra el monumento a los maestros de lengua albanesa. Volvemos a bajar y ya comienza en serpenteo por las calles. Hay casas con dos pisos y terraza, casi por un momento parece que estamos en el Tirol. Dimos tantas vueltas que sería difícil orientarse de nuevo. Hasta que llegamos a la casa Skenduli. Esta casa ha pertenecido a la misma familia desde el siglo XVIII, y, aunque les fue embargada durante la dictadura, fue recuperada por la familia cuando ésta terminó. Hoy en día, la muestran ellos mismos, y se trata de una casa- museo bastante singular: de origen otomano, con decoración y muebles típicos, pero con electrodomésticos y algún mobiliario de la época comunista.

Nos despedimos del propietario y nos dirigimos a la fortaleza, con un pasado bastante infame debido a que sirvió de prisión política. No visitamos el interior, sino que vamos directamente al patio. Allí, en una explanada enorme, se realizan conciertos en verano y el reloj de la torre marca la hora exacta dos veces al día. Y, lo mejor de todo, las vistas de las montañas y el valle.
En ese momento, tenemos tiempo libre. Me gustaría haber entrado en el túnel de la Guerra Fría, aunque Angi me comenta que no merece la pena, eso sí, tendré que volver porque soy muy cabezota. El resto del tiempo lo dedicamos a comer algo rápido (en nuestro caso, buryk, que nos sacó varias veces del apuro) ya que tenemos que volver rápido al minibús y a cotillear por las tiendas del bazar. Con lo que a mí me gusta comprar chorraditas y no había nada que me gustara…

No podemos dedicar más tiempo a esta ciudad porque nos espera uno de los platos fuertes del viaje: Meteora.
(Continuará)
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