Caprichos durante un viaje

Creo que puedo considerarme persona con un punto de caprichosa. No demasiado, pero, de vez en cuando, la típica frase de “para algo trabajo” la dejo caer. Cuando me ha pillado de vacaciones, algo también ha caído, ya sea como una experiencia o como algo que he comprado.

Aunque el viaje pueda ser considerado un capricho ya de por sí, no nos engañemos, si podemos ir de vacaciones fuera de nuestro país, tal y como están los precios, los salarios y las casas, somos unos privilegiados. Y es así como me he sentido muchas veces y como me sigue pasando en estos momentos.

No es a ese tipo de caprichos en forma de dos semanas recorriendo un determinado lugar al que me refiero en este artículo, sino a aquellas veces que has soltado la tarjeta sin mirar el precio mientras pensabas o decías en voz alta “me lo merezco”.

Cata de vinos en el Palacio de la Bolsa de Oporto

He estado en Oporto dos veces. La primera de ella, en febrero de 2010, mucho antes de que existiese la “magia” de las redes sociales, éramos tres y el del tambor haciendo turismo en la ciudad. Uno de los puntos que no nos quisimos perder fue el Palacio de la Bolsa.

Mientras que recorríamos los salones y antes de salir vinieron hacia nosotros y nos ofrecieron la posibilidad de hacer una cata de vinos. No era gratis, sino que se pagaba en función del número de vinos que cataras, habiendo un mínimo y un máximo. No recuerdo cuánto nos costó, pero sí que nos resultó bastante barato, teniendo en cuenta la actividad, el lugar en el que se desarrollaba y que, por aquel entonces, Oporto (y Portugal en general) era un país bastante asequible para los sueldos españoles.

No tengo fotos de la cata de vinos, pero sí del Palacio de la Bolsa de Oporto

Escogimos la opción de cuatro copas y, simplemente, nos dedicamos a disfrutar. Y terminamos saliendo a cuatro patas. Al final, no sólo bebes la muestra del vino, sino que las copas estaban más llenas y, pese a que no me bebí entera ninguna, no dejan de ser cuatro copas de vino. Cuando terminó, volvimos directamente a nuestro alojamiento. No sé ni cómo llegamos ni cuánto tiempo necesitamos para recuperarnos, pero teniendo en cuenta que fue hace 14 años, todo parece indicar que fue bastante menos del que necesitaría ahora.

Cuando volví a Oporto en agosto de 2022, estuve buscando información sobre estas catas. Me costó dar con ella: llegué a una página que parecía que las ofrecía que, al pinchar, te llevaba a otra página diferente, que llevaba a otra y a otra más y que se quedaba en nada. Ni siquiera lo encontré en el artículo que Comiviajeros tiene sobre esta actividad en la ciudad portuguesa. En resumen, nada de nada.

Lo más seguro es que fuera algo puntual de aquel momento y que ha desaparecido tantos años después, normal por otro lado. En cualquier caso, me llevé el capricho de hacer una cata de vinos en el Palacio de la Bolsa de Oporto.

Confitería gourmet en París

Ya he dicho en más de una ocasión que no soy una gourmet ni voy buscando las mejores experiencias gastronómicas, aunque puedo hacer alguna excepción.

Los macarons son unos dulces franceses que es como un pequeño sándwich redondo de galletilla relleno de una crema de distintos sabores. Me vuelven loca. Para mí, son un auténtico placer.

Tras esta explicación, voy a unir estos dos conceptos (hacer excepciones gourmets y los macarons) con París.

La última vez que visité la ciudad, en agosto de 2013, llegué con la firme decisión de darme el capricho de ir a Fauchon y comprarme algo. Normalmente suelo comprarme alguna cosilla, que puede ir desde un imán, hasta un libro o unos pendientes, sin embargo, cada vez tiendo más a traerme algo de comer, como algún tipo de chocolate más especial o algún queso (esto sólo puedo hacerlo en trayectos dentro de la UE snif snif), y en esta ocasión no quería hacer una excepción.

Tampoco de los macarons, pero sí de la iglesia de la Madeleine en París

Fauchon es una empresa de productos gourmet y delicatessen francesa. Situada al lado de la Iglesia de la Madeleine, se trata de una zona de tiendas de este tipo de comidas de la ciudad, en la que, por cierto, también está Maille, con unas mostazas de distintos tipos que no se ven en los súper de aquí (París, tengo que volver). Como la visita a la iglesia y el paseo por la zona estaban en el planning de las vacaciones, decidí que era la ocasión.

Los tres que íbamos entramos en la tienda y nos dimos una vuelta. La verdad es que todo entra por los ojos, hubiese cogido uno de cada, me resultó muy complicado centrarme sólo en los macarons. Y allí estaban, esperándome. Había cajas de varios tamaños y yo elegí una de las pequeñas, que costaba la friolera de 16€.

Ya conté en un post anterior que mi paso por la capital francesa no fue todo lo agradable que me hubiese gustado, sino que me toco lidiar con una persona que sólo ponía pegas y, en este caso, no hizo una excepción. No paraba de repetir que le parecía muy caro y que no entendía cómo me podía gastar tanto dinero en algo así.

No le hice ni caso. Llegué a la caja, pagué sin ningún tipo de dolor y recogí mi bolsita que quería lucir con orgullo (los comienzos del postureo). Cuando regresé a casa y me comí mis macarons de Fauchon, me supieron a gloria. Un capricho de vez en cuando sienta de maravilla.

Marchando una de tarta Sacher en Viena

Seguimos comiendo y seguimos con el dulce, pero cambiamos una ciudad monumental como París por una capital imperial, Viena.

Mientras que recorríamos los amplios espacios mongoles a bordo de nuestras furgonetas UAZ, teníamos tiempo para charlar. En una de esas conversaciones del tipo “¿tenéis algún viaje más confirmado?” yo conté que me iba los últimos días de agosto a Viena. Olga me dio una recomendación de lujo: si puedes, prueba la tarde Sacher.

¿Y qué es lo que tiene esta tarta que la haga tan especial?

Reconozco que es algo que ya había pensado: darnos el capricho de ir a una de las grandes cafeterías vienesas a desayunar. La última mañana, para no tener que correr y, sobre todo, para llevarnos un sabor de boca especial.

Y mejor sabe. Tarta Sacher en Viena

Entre todas las tartas vienesas, se nos hacía complicado tener que elegir, sin embargo, una recomendación tan directa fue definitiva.

Tal y como teníamos planificado, la última mañana, con el estómago vacío, cogimos el metro y nos fuimos hasta la estación de Karlsplatz. Teníamos una cita en la cafetería del hotel Sacher. Nos tocó esperar un ratillo porque había algo de cola, pero en ningún momento nos planteamos irnos a otro sitio. Hasta que nos tocó. Nos acompañaron a una mesa, nos entregaron las cartas y teníamos claro lo que íbamos a pedir: el desayuno de tarta Sacher con bebida caliente.

Está deliciosa. Sólo puedo recomendar probarla, me encantó el ligero toque de licor que tiene. Mmmm estupenda manera de realizar la comida más importante del día. Eso sí, nadie dijo que los caprichos sean baratos… cada desayuno costó 11€ y era de los más asequibles.

Masaje ayurveda en Sri Lanka

Para los que no estamos muy puestos en la materia, el ayurveda es un sistema médico tradicional de la India. Y, pese a que era algo ajeno para mí, me di un masaje ayurveda. Así, sin pensarlo, ni saber qué era, pero los masajes me gustan, qué se le va a hacer.

La idea surgió en el recorrido que hice por Sri Lanka. Montse, la chica con la que compartía habitación, estaba bastante puesta en la materia y en terapias alternativas y le preguntó al guía si sería posible ir a algún centro.

El planning de visitas que llevábamos era bastante compacto y dejaba muy poco (o, mejor dicho, nada) tiempo libre, y ya sabéis que a los guías no les suele gustar desviarse del planning estipulado que, además, es el que hemos pagado y por el que le pagan a él. Abro un pequeño paréntesis para mencionar a nuestro guía en Jordania que nos ahorró casi un día entero de estar en un resort del mar Muerto para desviarnos e ir al mar Rojo.

Bueno, pues no había tiempo para actividades adicionales, pero llegamos a uno de los hoteles en los que teníamos reserva y los planetas se alinearon a favor de Montse y su petición: disponían de centro ayurvédico en el que se podían solicitar distintas terapias. Preguntó al guía si podíamos reservar y le contestó que sin problema, mientras que estuviésemos a la hora acordada por la mañana en el hall, podíamos hacer lo que quisiéramos.

Como no tengo fotos del masaje ayurveda, pongo una del Templo del Diente de Buda, en Kandy, que también da mucha paz

Como es obvio, ninguna de estas actividades estaba incluida en el precio, así que había que reservar, esperando a que tuvieran plazas disponibles y pagar. No hubo problema en lo que a hueco se refiere (lo que tiene viajar en junio y que lo haga menos gente) y, respecto al precio, era más elevado por estar en un resort de lujo orientado a turistas occidentales y sería más caro que si vas a otro de la calle, aunque no me resultó caro.

Montse tenía claro que reservaba, yo me apunté porque ya se sabe que, haciendo turismo, se sufre mucho y, la otra pareja que venía en el grupo, pues también, por no dejarnos solas.

El centro estaba muy bien, por los recuerdos que tengo estaba decorado como una cabaña en la selva, no sé cuánto sentido tendrá esto. Lo que sí que tiene sentido es que el masaje fue maravilloso, muy recomendable para coger fuerzas y afrontar lo que nos quedaba.

Me gustaría hacer un inciso sobre el ayurveda y las medicinas alternativas. En este caso en concreto, el ayurveda utiliza distintos productos en sus preparados que no son beneficiosos para el ser humano, tales como plomo, mercurio y arsénico y no se ha demostrado que sea una terapia que trate enfermedades. Creo que un masaje no perjudica a nadie, pero otro tema muy distinto es un tratamiento o tomar distintos preparados. Desde Descalzos por el mundo no hacemos apología de estas terapias, sino que recomendamos ir a un médico e informarse adecuadamente.

Masaje vietnamita al estilo europeo en Hoi An

Al año siguiente fui a Vietnam. En Hoi An estábamos dos días, uno de ellos totalmente libre algo que, desde mi punto de vista, resulta innecesario, además, como ya conté en el post me lo pasé prácticamente en la piscina debido al intenso calor húmedo que hacía.

Una amiga mía había estado en Vietnam el año anterior y, en su estancia en esta misma ciudad, dio con un centro de masajes por el que pasó y no dejaba de recomendarlo. Y, por si fuera poco, también estaba recomendado en la guía, dejando bastante claro que seguía los estándares de limpieza de países occidentales.

Es la Sala de la congregación china de Fujina, en Hoi An, no un centro de masajes

Como mi cumpleaños había sido poco antes de salir, mi abuela me había dado dinero. Ya estoy en esa edad de que, cuando te preguntas que qué quieres para tu cumpleaños, no sabes qué contestar porque tienes de todo, así que pensé en guardar ese dinero y darme un pequeño homenaje en forma de masaje.

Llegamos a Hoi An, vimos por la mañana los encantos de la ciudad, que son muchos, y el resto de la tarde y el día siguiente eran libres. Como sabía que tenía que pedir hora, me acerqué al centro la primera tarde y reservé para el día siguiente. Quiero el masaje más completo que den.

Al día siguiente me estaban esperando y me vino de lujo para dejar atrás en calorazo que había pasado en esa ciudad. A la vuelta, dije a mi abuela que me había regalado un masaje estupendo.

Un baño en Budapest

Mens sana in corpore sano, es decir, vamos a cuidarnos un poco que nosotras lo valemos.

Eso es lo que nos dijimos Marisol y yo hace unos años cuando nos escapamos a Budapest. Ya sabéis que se trata de una ciudad muy conocida por sus aguas termales y que en el mismo casco urbano de la ciudad podemos encontrar baños a precios bastante asequibles.

La capital húngara se asienta sobre una falla que contine más de cien manantiales termales, por lo que ir a un balneario a “pasar el rato” es uno de los pasatiempos más corrientes para los budapestinos. Los más conocidos son Gellért, Széchenyi, Baños Rudas, Király o Lukács, entre otros, porque la oferta es inmensa.

Los días de viaje los habíamos elegido contando con una escapada acuática, es decir, nos llevábamos bañador y chanclas para un solo día, pero es el mejor motivo de todos para decidir echarlos en la maleta.

Eso sí, el problema nos venía la hora de elegir a cuál íbamos. A todos no daba tiempo, por lo que redujimos la lista a los dos más conocidos, Gellért y Széchenyi. Ninguno de los dos nos quedaba cerca del hotel: para el teníamos que cruzar el Danubio, para el otro, ir en metro. Sinceramente, no recuerdo por qué nos decantamos por uno respecto al otro, me imagino que porque tienes que elegir y, en cuanto nos quisimos dar cuenta, estábamos con nuestras mochilas montando en metro.

¿A qué entran ganas de un baño? Foto de Sarah Sheedy en Unsplash

Pues sí, terminamos en Széchenyi. La idea de bañarse al aire libre cuando el tiempo fuera no termina de acompañar es una maravilla, como terminé de constatar en el Blue Lagoon islandés, como contaré más adelante.

Era una tarde entresemana, habíamos llegado pronto, por lo que estábamos nosotras dos y alguna que otra persona más, pero, sobre todo, reinaba el silencio. Lo siento, pese a hablar por los codos, soy de las que opina que hay que saber cuándo cerrar la boca, y un spa es uno de esos lugares. Se trata de relajarse, no de dar la tabarra a los demás.

Fuimos recorriendo las distintas piscinas, flotamos, dejamos que los chorros a presión nos dieran en la espalda, disfrutamos con el sol acariciándonos la cara… un lujo de los buenos. Hasta que tuvimos que recoger. Y aquí viene la mejor parte: nos habíamos llevado todo lo de la ducha porque la de nuestra habitación era por termo eléctrico y no terminábamos de cogerla el punto: o nos helábamos o hervía. Vamos, que nos hicimos con un 2×1: spa y ducha caliente.

Blue Lagoon: un spa en el otoño islandés

En el recorrido que hice por Islandia, el último día, ya de vuelta en Reikiavik, era libre. Yo, que tenía muchas ganas de conocer una de las ciudades de las que se decía que tenía mejor rollo, opté por no quedarme con las ganas de darme un señor capricho: ir al Blue Lagoon.

Se trata de unas piscinas termales enormes, aprovechando la energía geotérmica de la isla, el agua de las piscinas está caliente, lo que choca con la temperatura exterior que, a mediados de noviembre, no creo que sobrepasara los 0˚. El vapor y la temperatura del agua, no ver el final de la piscina, no sentir el frío, una experiencia de lo más recomendable.

Pude ir porque la agencia nos daba la opción de reservar las entradas y de trasladar a los que lo hicieran. Y sí, tengo que confesar que fue todo un capricho porque, por aquel entonces, costaba unos 45€ por persona… problemas del primer mundo.

En el Blue Lagoon de Islandia, los problemas dejan de ser problemas

Las piscinas son enormes y, pese a que había bastante gente, es fácil encontrar algún recoveco menos demandado que, por un lado, está genial y, por otro, pues no hay tanto calorcito. Además, hay unas mascarillas faciales de libre disposición para terminar de disfrutar del momento. Como nota graciosa contaré que me entró algo de esta mascarilla en el ojo y, en las fotos que hicieron de grupo, salgo con los ojos apretados del escozor y con mala cara. ¡Todo no se puede tener!

¿Qué os ha parecido mi recorrido de capricho en capricho y tiro porque me toca? Después de escribirlo no me termina de quedar claro si hoy una caprichosa o es que me gustan los baños termales y los spas… En cualquier caso, espero ir recogido más experiencias para una segunda parte.

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