Soy consciente de que éste va a ser un post complicado y algo controvertido. Me gusta viajar, llevo haciéndolo ya unos cuantos años, para mí, es una necesidad y animo a que la gente lo haga y, por si no fuera poco, tengo un blog de viajes.
Lo que no quita para que sea crítica con la deriva que ha cogido el turismo en la actualidad: incremento desmesurado de precios, temporada alta durante todo el año, expulsión de vecinos de sus casas y barrios debido a los alojamientos turísticos, necesidad de reservar con muchos meses de anticipo, mayor precarización de los trabajos en el sector servicios y, al mismo tiempo, postureo y viajes rápidos que se limitan a consumir lugares.
Esto ha llevado a que, cuando se habla o se echa en cara este tipo de consumismo, la respuesta sea “tengo derecho”.
¿Tenemos derecho? ¿Existe el derecho a viajar o al turismo?
Qué dicen las leyes
Según la Carta Internacional de Derechos Humanos de la ONU y traspuesto a la Constitución Española, lo que existe es el derecho al descanso y a las vacaciones remuneradas para los trabajadores.
En ningún momento se menciona que ese derecho sea extensivo a pasarlo fuera de nuestro hogar, es decir, no existe el derecho al turismo.
El turismo no deja de ser una mercantilización del tiempo libre y del descanso y que te deja como rarito si te quedas en casa durante tus vacaciones.

Por el contrario, la Organización Mundial del Turismo, dependiente de la ONU, lleva décadas hablando del derecho al turismo, tal y como queda expuesto en artículo 7:
The universal right to tourism must be regarded as the corollary of the right to rest and leisure, including reasonable limitation of working hours and periodic holidays with pay, guaranteed by Article 24 of the Universal Declaration of Human Rights and Article 7.d of the International Covenant on Economic, Social and Cultural Rights.
En español:
El derecho universal al turismo debe considerarse como la consecuencia del derecho al descanso y al tiempo libre, incluida la limitación razonable de la jornada laboral y las vacaciones periódicas pagadas, garantizado por el artículo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y el artículo 7.d del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
¿Qué quiere decir todo esto? ¿Que todos los habitantes del planeta tenemos derecho y debemos exigir, ya no solo unas vacaciones pagadas, sino que sean fuera de nuestro hogar? ¿Esto aplica también a pastores en Sierra Leona o agricultores de la China rural?

Entonces, ¿tengo que tener asignado un lugar al que irme de vacaciones? ¿Qué ocurre si no me gusta, si ya lo conozco o si no me lo puedo permitir? ¿Qué ocurre si no quiero?
Para escribir este artículo he consultado bastante información, alguna de ella de carácter legal, he leído entrevistas a sociólogos y antropólogos y, en todos estos documentos he encontrado una opinión unánime: no existe el derecho al turismo.
Cómo afecta el turismo en la población local
Se suele señalar la escasa repercusión positiva del desarrollo turístico en la población anfitriona, el uso intensivo de los recursos por parte de los turistas, teniendo en cuenta que, en muchos casos, estos recursos son escasos y que hay veces que no alcanzan a la población local. Nos hemos centrado en los derechos de los turistas y de la industria turística, pero no en los de los vecinos.
En uno de estos últimos veranos, con una sequía galopante en Andalucía en la que hubo restricciones de agua en varias localidades, éstas no afectaron a hoteles: grifos de los que salía agua a cualquier hora y piscinas llenas. Los turistas tienen derecho a ducharse todos los días a la hora que deseen, tú, vecino, no. Sinceramente, creo que todo tiene un límite y, en este caso, se ha sobrepasado con creces.
Sin embargo, no sólo afecta en el uso intensivo de recursos limitados, sino que también llena calles que han quedado listas para instalar más terrazas, que han perdido la esencia que tenían antes de la masificación y que, curiosamente, es lo que vienen buscando los turistas: la esencia de un lugar.
Todos queremos entrar a ese bar súper auténtico, en el que estemos rodeados de parroquianos, no obstante, lo que tenemos es el mismo corta-pega que no te aportan nada. Restaurantes, por lo general, caros, con una carta que combina tacos, wan tun o baos y en la que un vecino no entraría ni obligado, porque es lo mismo que yo hago en Madrid, mi ciudad.
¿De verdad nos queremos encontrar esto cuando viajamos? Queremos lo auténtico y damos con lo mismo en Madrid, Málaga, Estocolmo o Nueva York.
Otro aspecto en el que afecta muy negativamente son los pisos turísticos. ¿Qué predomina? ¿Tu derecho al alojamiento mientras que estás de vacaciones está por encima del mío a vivir tranquilamente en una casa? ¿Tienes derecho a alojarte donde te dé la gana cuando te vas de viaje?

Padezco directamente las consecuencias de los apartamentos turísticos porque tengo la inmensa suerte de tener como vecinos de enfrente a turistas que vienen Madrid unos días a pasarlo bien.
A gran parte de ellos no les siento, a otros les padezco: gritos, risas a deshoras, fiestas, incluso entretenerse con un silbato (por desgracia, totalmente real), equivocaciones entre el timbre con el interruptor de la luz, por no hablar de que en ese piso vivía gente a la que echaron para alojar a turistas que pagan bastante más.
Ellos están de vacaciones, tienen derecho a pasarlo bien, les importa muy poco que tú madrugues, llegues cansado a tu casa, estés enfermo, tengas niños, haya gente mayor o te apetezca ver una serie con tranquilidad.
Insisto en mi pregunta de antes: ¿su derecho al ocio y a divertirse está por encima del mío a descansar? ¿Tienen derecho a hacer lo que quieran por ser turistas?
La utilización masiva del espacio público en forma de terrazas o del privado como apartamentos turísticos no es un beneficio general, sino que sólo beneficia a sus propietarios.
Cuando sólo se viaja para hacerte un selfie
Creo que las redes sociales tienen muchos aspectos positivos y, al mismo tiempo, demasiados negativos. En este último grupo mencionaría el vivir pendiente de subir una foto presumiendo del lugar en el que estoy para gente que te sigue, y que es probable que no conozcas, lo vea. Es decir, las redes sociales han incrementado el postureo.
Y ya no nos conformamos con hacernos una foto en un parque o delante de un monumento emblemático de nuestra ciudad, sino que ahora cogemos un avión para hacerlo en otra.
Yo soy la primera que hace fotos y me costaría irme sin mi cámara. Aunque lo haría: mis ganas de conocer mundo y aprender están muy por encima del hacer click en el disparador. Sin embargo, cada vez me estoy encontrando con más gente en un determinado destino que ha ido porque hay que ir.
En algunos casos, se documentan, escuchan atentamente al guía con las explicaciones pertinentes, en otros, sólo quieren hacerse fotos o selfies, con las posturas más antinaturales posibles. He venido hasta Bali, Bukhara o San Francisco porque las redes sociales me han dicho que tengo que ir, no porque me interese, porque quiera aprender o quiera ver mundo. Un poco triste.
Si es sólo para hacerme una foto delante de la catarata islandesa de Gullfoss o para “obligar” a una geisha de Kioto a hacérsela y subirlas a redes sociales, ¿tengo derecho a viajar? ¿No sería válido con ver una foto en internet? ¿Está todo justificado?
Me gustaría incluir la reflexión de Nayyirah Waheed en su poema Salt: ¿Aún querrías viajar a ese país si no pudieras llevar una cámara contigo?
Tengo mi respuesta muy clara: sí.
Como decía antes, yo también hago fotos, aunque para mí no es ni de lejos lo más importante del viaje. En este caso, ¿tengo yo más derecho a viajar porque quiero aprender y conocer?
Según escribo esto, me estoy acordando de cuando visité Butrinto. Un yacimiento arqueológico de origen romano, en Albania, con la peculiaridad de que está ubicado en una península en el lago Butrinto.

Nos cruzamos con un grupo de turistas con aspecto de ser británicos y que, además, hablaban inglés. Las caras de la gran parte de ellos eran de “me importa una mierda”, por supuesto, esto es apreciación mía. Parece que la historia, la arqueología o los paraísos naturales no les interesa lo más mínimo, en cambio, suele ser normal verlos en la tumbona de una piscina o en un bar.
¿Eso es viajar? ¿Tienes derecho a desplazarte para poco más que ponerte moreno al sol? ¿Seguro que es un derecho o sólo una opción?
Desde mi punto de vista, es una opción, ya que puedes elegir entre ir a un determinado destino o a otro, quedarte en la piscina o empaparte de la cultura local, pero, sobre todo, viajar me parece que es un privilegio que no está, ni de lejos, al alcance de un porcentaje elevado de la población mundial, aunque algunos de ellos opten por endeudarse para poderse ir de vacaciones lejos de casa.
Tengo derecho porque pago
Hace un tiempo leí un artículo en El País en el que se comentaba con asombro (negativo) el crecimiento exponencial de turistas en la Antártida.
Se indicaba el precio de los viajes y, sinceramente, no son para todos los bolsillos, es decir, vacaciones para gente muy adinerada y que, por desgracia, se comportaban como chavales de 20 años en Magaluf.
Perseguir a pingüinos, grafitis que aparecen de la nada, picar hielo para servirse unas copas, bailar sobre icebergs, bañarse en el océano son algunos de los comportamientos que científicos en la Antártida han contemplado con estupefacción.

¿Tengo derecho a picar hielo de un iceberg de la Antártida? ¿Tengo derecho a bañarme en unas aguas puras? ¿Tengo derecho a ir a la Antártida, un ecosistema extremadamente frágil?
Por desgracia, la respuesta de muchos será “sí, porque lo pago”. Sin embargo, se nos olvida, o se nos quiere olvidar, que el tener derechos acarrea tener obligaciones.
Qué pena de mundo estamos dejando.
Conclusión
Voy a decir una obviedad: es un tema muy complejo, en el que chocan demasiados intereses, en el que hay lobbies y sobre el que, ni siquiera los expertos, se ponen de acuerdo y, menos aún, se proponen soluciones. Además, parece que los intereses de la población local, la de los turistas, la de políticos y hosteleros van en dirección contraria.
Desde mi punto de vista, la situación actual es insostenible, pero ¿cómo se limita? Podemos dejar de aumentar indiscriminadamente número de vuelos o de trenes; se puede dejar de dar licencias para hoteles o, una de las más polémicas, se pueden ilegalizar las plataformas de alquileres de viviendas para uso turístico, así como las propias viviendas.

De aquí, surgen más dudas ¿cómo designamos quién puede viajar y quién no? ¿Viajamos quienes ya lo hacíamos antes del boom? ¿Que lo haga sólo los que tienen mucho dinero como ocurría hace décadas? ¿Nos centramos en los que no han viajado para que tengan la oportunidad de hacerlo?
Como veis, a mí me resulta difícil llegar a una conclusión, aunque sí que os pregunto qué opináis de este tema.
Voy a compartir el listado de documentación que le leído para preparar este artículo:
- El artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos sobre Libertad de Movimientos
- Artículo de Antonio Maniaitis, doctor en derecho público, publicado en SciELO
- Artículo de Teresa Llana, Senior Tourism Manager, publicado en Smart Travel News
- Entrevista a José Mansilla, doctor en antropología social, para ElDiario.es
- Artículo de José Mansilla publicado en Catalunya Plural
- Artículo de Jorge Gobbi, profesor universitario y bloguero, publicado en La Nación
- Artículo de Jordi Gascón, profesor del Departamento de Antropología Social de la Universitat de Barcelona, publicado en Alba Sud
- Artículo de Manuel Asede, periodista científico, publicado en El País
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