El lugar más feo del mundo: el mar de Aral

Cuando escribí el artículo El lugar más feo del mundo: Ongi Khiid me di cuenta de que había visitado más lugares que dejan mucho que desear desde un punto de vista humano. Da igual la belleza del paraje en cuestión, como en el caso del monasterio mongol, sino por toda la historia (negativa) que guardan.

Me paré a pensar en estos otros que he visitado y que encajarían a la perfección en la descripción del “lugar más feo del mundo”, entre éstos, estaría el mar de Aral, del que voy a hablar en este artículo.

Algunos datos sobre el mar de Aral

Si desempolvamos los apuntes de EGB, en aquella época se estudiaba como un mar cerrado de Asia Central, entre Kazajistán, al norte, y Uzbekistán, al sur. Realmente era un lago, uno de los más grandes del mundo, con una extensión de más de 67.000 km2 en la década de 1930, y remarco lo de “era”, porque, en la actualidad, se ha reducido a menos del 10% de su tamaño original.

Durante el Cenozoico estuvo conectado con el Mar Negro y, una vez que se separaron, recibe agua de dos grandes ríos asiáticos, el Sir Darya y el Amu Darya. Se trataba de un mar rico en pesca, suministrando una sexta parte del pescado consumido en la antigua Unión Soviética.

Lo que queda hoy en día del mar de Aral en Uzbekistán

Daba trabajo a la población kazaja y uzbeka que vivía en las inmediaciones y que, en su mayoría, eran pescadores; además, había lonjas de pescado y fábricas conserveras, que exportaban su producto a distintos países. En las tierras cercanas, había campos de cultivo de, entre otros, patatas, trigo o lentejas, y se disponía de agua suficiente para el autoabastecimiento.

Por si no fuese poco, se trataba de un centro de recreo para la población local y centro vacacional para muchos habitantes.

Me imagino que os habéis dado cuenta de que estoy hablando en pasado. Esto es porque el mar ya no existe.

La mayor catástrofe ecológica

Esta situación, que funcionaba bastante bien, se torció cuando, en 1959, Stalin decidió desviar y canalizar el cauce de los ríos Sir Darya y Amu Darya para irrigar las llanuras adyacentes y, de esta manera, aumentar la superficie de cultivo, que pasó a ser de 8 millones de hectáreas. Cultivo de arroz y algodón, que requieren de gran cantidad de agua para su producción.

Dos décadas más tarde, se dieron cuenta de que las obras habían sido ineficaces, además de disponer de unas instalaciones pésimamente conservadas, ya que por el camino se perdía un elevado porcentaje de agua. Pero ya era demasiado tarde. Gran parte de la superficie se había secado y la restante se encontraba en proceso de desaparición, lo que llevó a que, en 1989, la masa de agua se partiese en dos.

Arena de playa y conchas demuestran que hubo mar

Uzbekistán era uno de los mayores productores y exportadores de algodón del mundo, sin embargo, el precio pagado por ello ha sido excesivamente alto.

La pesca disminuyó de manera drástica, la vida salvaje desapareció, pesticidas y fertilizantes para cultivos acabaron con miles de peces. Y, como todo es susceptible de empeorar, en este caso, no iba a ser menos: con el cambio de clima, las precipitaciones descendieron y, pese a ser ya una zona azotada por la sequía, se convirtió en una desértica con un clima extremo. Toneladas de arenas salinizadas fueron arrastradas por el viento, contaminando tierras vecinas.

La salud humana también se vio afectada, a parte de los pesticidas utilizados, influyó también la alta salinidad del agua potable.

El ecosistema original del mar de Aral se considera colapsado según los criterios de la Lista Roja de Ecosistemas de la UICN.

Qué están haciendo Kazajistán y Uzbekistán

En un mundo ideal, los países ribereños, así como aquellos por los que fluyen los ríos que desembocan en este mar, cooperarían para frenar la catástrofe y se tomarían medidas para recuperar lo máximo posible. Pero no vivimos en un mundo ideal y encontramos malas relaciones políticas entre los países involucrados, Uzbekistán, Kazajistán, Kirguizistán, Turkmenistán y Tayikistán. 

El gobierno de Kazajistán realizó trabajos para preservar la zona norte del Aral, es decir, levantó presas para garantizar el flujo constante de agua dulce. Como la idea era salvar esta zona, había que sacrificar la zona sur. Mejor esto que intentar negociar y tratar de llegar a acuerdos y cooperar con Uzbekistán, ¿no?

En 2004 se inició la construcción con financiación del Banco Mundial del dique Kokaral que dividiría en dos partes diferenciadas los restos del mar, además, se han mejorado los sistemas de riego y se ha planteado el trasvase de algún río de Siberia. Aunque todo esto suena muy bien, insisto: Kazajistán ha salvado, o está intentando salvar, SU orilla y aguas territoriales, el resto no es asunto suyo.

El mar de Aral desde el espacio. En el museo temático de Moynaq

Vamos a anotar lo positivo: el nivel del mar de Aral del Norte aumentó en un tercio tan solo en un año y recuperó parte de la fauna acuática y parte del agua comentó a fluir muy lentamente y casi de manera testimonial hacia la zona sur. 

En la actualidad, el gobierno kazajo y el Banco Mundial están tratando de continuar con el desarrollo del proyecto, lo que implicaría mejoras en los sistemas de riego. Pese a que no se puede decir que la zona está recuperada, sí que hay síntomas que indican que se va por un buen camino ya que la pesca se ha recuperado y las plantas de procesamiento de pescado trabajan a buen rendimiento, exportando, incluso, a Europa.

Y, si hay una de cal, tiene que haber una de arena: la zona sur se ha abandonado. Las enormes llanuras de sal provocan tormentas de arena, los inviernos cada vez son más fríos y los veranos más cálidos. Un porcentaje elevado de población que vive en lugares cercanos sufre diferentes tipos de cáncer y enfermedades pulmonares, entre otras patologías.

La ciudad de Moynaq, antiguo puerto pesquero y con una industria conservera que daba empleo a unas 60.000 personas, está a muchos kilómetros de la “orilla”, lo que ha generado un paro elevadísimo y graves problemas económicos.

Al menos las vacas han encontrado una utilidad

La zona sur del mar de Aral no presenta soluciones a corto plazo.

Hay una famosa cita de Albert Einstein que dice que sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y no estoy tan seguro de la primera.

Nukus, puerta al mar de Aral

Cuando en 2018 surgió la oportunidad de viajar a Uzbekistán, tuve que elegir entre dos recorridos diferentes. Eran exactamente iguales excepto que uno incluía el mar de Aral y el otro el valle de Fergana. No tuve la más mínima duda: iría al mar de Aral.

El traslado hasta Nukus fue en un vuelo interno desde Tashkent, en uno de los primeros días allí. Comparada con las grandes ciudades de la Ruta de la Seda, Nukus apenas recibe visitantes y casi no tiene encanto, sin embargo, hay dos circunstancias por las que vas a esta localidad: el fantástico Museo Savitsky y porque es la puerta de entrada al mar de Aral.

El Museo Savitsky es la mayor y mejor colección de arte de la antigua Unión Soviética, en la que sólo se exhiben una minúscula parte de las 90.000 piezas que alberga en sus fondos. Igor Savitsky fue nombrado director del antiguo Museo de Arte Estatal de Karakalpakstan, que fue más tarde renombrado como Museo Savitsky, lo que le dio la oportunidad de comprar obras de arte. Se trataba de obras de arte contemporáneo y de vanguardia que estaban prohibidas por el régimen, pero dada la lejanía de Nukus, Savitsky tuvo suerte en su empeño. Nukus es el último lugar al que irías a buscar algo.

Entrada al Museo Savitsky, Nukus

Cuando visitamos el museo, lo hicimos a primera hora de la mañana, justo cuando abrían. Pese a que nos alojábamos en un pequeño hotel muy cerca, cruzar la explanada que hay justo enfrente fue un acto de heroísmo: el calor se podía masticar.

Nosotros éramos los únicos visitantes y había más vigilantes y trabajadores que turistas. Ya sabéis cómo funcionan algunas cosas en los países que pertenecieron a la Unión Soviética. Me pregunto cómo tiene que ser el trabajo de vigilante de sala de un museo al que apenas va nadie, qué coste tiene para las arcas del Estado el pago de nóminas de empleados que, simplemente, están en sus puestos de trabajo, aunque, por otro lado, cuántas personas tienen un trabajo y, por lo tanto, unos ingresos fijos que, en otras circunstancias, es muy probable que no tuvieran.

Por la tarde, después de comer y de refugiarnos en nuestras habitaciones, que tenían aire acondicionado, dimos una vuelta por el mercado. Se trata de espacios que me gusta visitar, ver a la gente en su día a día, ver los puestos de pan, de carne, cómo funciona el transporte, que los lugareños te miren con mucha curiosidad o que se atrevan a preguntarte que de dónde eres. Y eso es algo que no se puede negar al mercado de Nukus le sale la autenticidad por los poros.

Aprovechamos para comprar frutos secos y descubrimos que, dentro del hueso del melocotón hay un fruto que se puede comer y que está rico. Montse y yo entramos a una farmacia y, mediante teatro, conseguimos comprar desodorante y colirio para los ojos, mientras que la farmacéutica se reía, normal. Además, comprobé cómo una gota de sudor puede recorrer tu cuerpo desde la nuca hasta el tobillo. El calor era demencial.

El antiguo paseo marítimo de Moynaq

No había un transporte público organizado, sino que las distintas furgonetas, taxis o mini autobuses llegaban cuando llegaban y se iban cuando se iban y tú te las apañas para enterarte. En el mejor de los casos, podías dar con alguien que hablara ruso. Además, hay estación de tren que la comunican con Tashkent y forma parte de la línea que une Moscú con Dushanbe.

Como he dicho, estuve en 2018, cuando casi no había turistas en Uzbekistán, aunque me temo que la situación ha cambiado bastante, por lo que es probable que esté todo mejor organizado. ¿Le damos las gracias a Instagram o mejor no?

Cerca de Nukus se encuentra Mizdakhan, de la que ya hablé en el post Turismo de cementerios, pero, sobre todo, la ciudad de Moynaq.

Moynaq, los restos de una catástrofe ecológica

A 210 kilómetros al norte de Nukus se halla esta población casi fantasma en la que, sorprendentemente, viven algo más de 10.000 personas. ¿Quién viviría en un paraje totalmente aislado y olvidado, del que sólo se acuerdan para mencionar una de las mayores catástrofes ecológicas? Pues, principalmente, pastores y abuelos que se han quedado al cuidado de sus nietos, cuyos padres se han ido a buscar la vida a cualquier otro lugar.

Bienvenidos a Moynaq

Moynaq se trataba de uno de los mayores puertos pesqueros del mar de Aral y, en la actualidad, está a 200 kilómetros de la costa. O de lo que queda de ella.

Según nos íbamos acercando, el termómetro del interior del autobús iba incrementando las temperaturas registradas. Cuando llegamos a Moynaq marcaba 52˚. Llega un momento en que te da igual que sean 45 o 52, la sensación de ardor, de que todo quema, de que te cuesta respirar por la sequedad, de asfixia, de no poder parar de sudar es inexplicable.

Nos encontramos con un faro, con un monumento que marca el nombre del pueblo, el antiguo paseo marítimo, un museo y, lo más buscado y reconocible: el cementerio de barcos

Bajando por las olvidadas escaleras llegamos hasta los barcos situados en lo que era el fondo marino. Comidos por el óxido y la corrosión están puestos para concienciar sobre la tragedia ocurrida (un poco tarde) y para dar sombra a las vacas que por allí andan a sus anchas. Impresiona ver barcos pesqueros de este tamaño, olvidados, o quizás no, sin ninguna utilidad real. Nos pudimos subir, hacer fotos, darnos de cabezazos contra la pared por todo lo que se ha perdido. Como nota curiosa y con toda la lógica del mundo, la arena que hay es fina, de playa y hay conchas. Esto sí que ayuda a recordar lo que fue.

El faro y el monumento con el nombre de Moynaq

Sin duda, Moynaq es el lugar más feo del mundo y no me arrepiento lo más mínimo de haberlo visitado, además, de recomendar su visita.

La orilla uzbeka del mar de Aral

Nosotros no llegamos, ni siquiera se planteó, no estaba en el programa y, como he dicho más arriba, está a una distancia de 200 kilómetros. Allí nos cruzamos con una pareja que había contratado un tour particular que les llevaba hasta la misma orilla y los del grupo suspiramos con algo de envidia porque nos hubiese gustado poder hacer lo mismo.

Desde Nukus hay agencias que organizan esta excursión, que incluye una o dos noches, en función de lo contratado, y no son nada baratas.

Por cierto, en la guía de Asia Central que compré se incluye el testimonio del escritor sobre esta excursión. Una sensación de desazón, malestar, de lugar post apocalíptico hasta llegar a tocar agua. Barro hasta la rodilla y tener que andar unos 50 metros hasta que el agua era lo suficientemente profunda como para sumergirse, aunque es complicado por la elevada salinidad, así que, realmente, sólo se flota.

Barco oxidado en lo que era el mar de Aral. Espero que sirva para concienciar

Todo sea por conmovernos un poco más ante la infinita estupidez humana.

Este artículo no lo podría haber escrito sin las siguientes páginas y artículos que he consultado: Fundación Aquae, Advantour, We are water y Geografía infinita, así como Wikipedia, que tiene fotos satélite del mar de Aral muy interesantes. 

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