La primera parada de nuestro viaje y la segunda vez que visito esta ciudad francesa. La anterior fue en 2011 en un fin de semana de julio.
Llegamos al aeropuerto por la noche, por lo que no teníamos tiempo para mucho más. Pero, antes de seguir hablando de esta ciudad, vamos a hacer una introducción.
Brevísima historia de Toulouse
En el siglo III a.C. los Volcas Tectósages eran la tribu que poblaban la zona, hasta que los romanos la conquistaron entre los años 120 y 100 a.C.
En el año 250, Saturnino, primer obispo cristiano de Toulouse, se negó a participar en un rito pagano, siendo martirizado por ello y, en el siglo V y al lado de su tumba, se construyó una basílica que se terminó convirtiendo en destino de peregrinación: la de Saint Sernin, Saturnino en español. En 1209 el Papa Inocencio III hizo un llamamiento para acabar con la herejía que suponía el catarismo.
En el siglo XV, el rey Carlos VII estableció aquí el segundo departamento después del de París, lo que significó un refuerzo y un enriquecimiento, y siendo parte activa en el comercio de cereales, vino y textiles, además de comenzar a producir y exportar pastel.

El pastel es un tinte de color azul muy demandado por la industria textil y, gracias a la inmensa fortuna que llegaba por su comercio, se pudieron construir las mansiones renacentistas (hôtels particuliers) que hoy podemos ver por sus calles.
En la actualidad, es la cuarta ciudad más poblada de Francia, con casi 500.000 habitantes y es una conocida sede industrial, especialmente, aeronáutica, química e informática. Es la capital del departamento de Alto Garona y de la región de Occitania, así como capital histórica de la antigua región de Languedoc que, tras la reforma territorial de 2014, quedó fusionada en 2016 con la de Midi- Pyrénées, creando una única, Occitania.
Centro de Toulouse
En esta ciudad, lo más importante está a ambos extremos de la Rue du Taur, es decir, la calle del Toro. Peculiar nombre para una calle, pero fue por este lugar por donde fue arrastrado por un toro, según la leyenda, San Saturnino, entre la catedral de San Esteban y la Basílica de Saint Sernin, en el martirio al que fue sometido.
Nos levantamos pronto, desayunamos una estupenda chocolatine, un bollo típico similar a una napolitana, y damos un paseo con el sol de la mañana y la ciudad a medio despertar. Hace frío, aunque menos del esperado, y vamos buscando ese solecito tan agradable que se encuentra en los primeros días de primavera.
Tenía algunos recuerdos vagos de mi primera visita y, según paseaba por sus calles y plazas, me fijaba en las contraventanas pintadas de colores claros y en el ladrillo de las fachadas. Esos recuerdos se van despertando.

La ciudad está muy cuidada, limpia como una patena, hay gente, sin resultar agobiante, una cualidad que cada vez se valora más, pese a ser nosotras también turistas y, una circunstancia que me llama poderosamente la atención y que agradezco es que el centro turístico no se ha vendido a los visitantes.Se ven pocas tiendas de imanes y souvenirs made in China y muchas librerías. Qué alegría ver negocios de este tipo, que la cultura sale a raudales por las aceras y que no todo es Amazon.
Vamos descubriendo pequeños bistrots en los que la carta no está escrita en todos los idiomas posibles (en algún caso, en pizarra y sólo en francés) y con muy buena pinta. Qué pena no tener tiempo ilimitado para poder ir cada vez a uno… Pasamos por la puerta de varios salones de té, con unas tartas en sus interiores que dicen “cómeme”. Lugares muy cuidados, pero que no parece que estén pensando en viralizarse a través de fotos en redes sociales, sino que preservan su espacio, quieren que sus clientes estén a gusto y es la sensación que nos transmiten los que allí están sentados y lo que sentimos nosotras cuando nos sentamos a media tarde para hacer una pausa.
Basílica de Saint Sernin, Rue du Taur y Capitolio
El primer sitio al que nos dirigimos es la Basílica de Saint Sernin. Catalogada como la iglesia románica más grande de Occitania, fue construida en el emplazamiento de la tumba de este santo martirizado y es una de las paradas del Camino de Santiago y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1988.
En el siglo V había construida una pequeña capilla y, a finales del XII, se comenzó la basílica actual. Resulta llamativo el gran tamaño que tiene, más propio de templos góticos y cuenta con un interior muy luminoso, con vidrieras que reflejan los colores en el suelo. Lo que más miradas roba es el campanario octogonal de 64 metros de altura y 5 niveles.

En el interior, además de las vidrieras y el órgano, pudimos ver la cripta, que fue la iglesia primitiva, y que, en la antigüedad acoge reliquias.
A la salida, caminamos por la Rue de Taur, fijándonos en escaparates de tiendas gourmet, en distintos locales de hostelería totalmente alejados de las grandes cadenas, en las contraventanas pintadas, en el pastel, ese tono que hizo las delicias de muchos y las riquezas para algunos pocos hace ya varios siglos, en el encanto que tiene todo el conjunto y en lo amable que resulta la ciudad.
Esta calle, de 343 metros y casi recta, nos lleva sin pérdida hasta la plaza del Capitolio pasando antes por la Filmoteca de la ciudad, portales con encanto, calles perpendiculares por las que nos asomamos y la pequeña iglesia de ladrillo de Notre Dame du Taur, del siglo XIV y erigida en el lugar en el que se rompió la soga que ataba al santo con el toro.
Por desgracia, nos la encontramos cerrada por reformas. Me gustaría añadir que todas las iglesias que visitamos en nuestro periplo estaban abiertas (algunas cierran a la hora de la comida, hora francesa, se entiende) y es gratuita la entrada, así que entramos en bastantes de ellas. No podría decir lo mismo de haber sido de pago, como ocurre en España. Punto para Francia.
Y por fin llegamos al otro extremo de la rue du Taur: la plaza del Capitolio, que toma su nombre del edificio que hoy en día hace de Ayuntamiento y que se convierte en el centro neurálgico de Toulouse. La fachada de ladrillo y de piedra blanca data del siglo XVIII y el edificio se llama así por los capitouls, los ediles que gestionaban la ciudad entre los siglos XII y XVIII y que podemos ver representados en forma de ocho columnas de mármol a ambos lados del reloj.

El Capitolio se puede visitar por dentro y es algo más que recomendable. Teníamos intención de hacerlo, sin embargo, la vida tenía otros planes para nosotras porque, en esos días ¡estaba cerrado! Tenían un cartel anunciando el cierre y el motivo que, sinceramente, no nos paramos a traducir y que la guardia de seguridad, pese a que se defendía en español, no nos supo explicar por qué no se podía entrar. Para qué dar más vueltas, no se podía y punto.
En el suelo de la plaza, vemos la cruz occitana decorada con los signos del zodiaco, aunque intentar conseguir la imagen completa con el Capitolio al fondo suele ser complicado: no nos olvidemos que es un punto en el que se concentra mucha gente y que, por la tarde, cuando volvimos a pasar, había unas furgonetas paradas de las que estaban sacando el material necesario para montar puestos de mercadillo.
En frente del Capitolio, se hallan las arcades du capitole: un pasillo con arcadas y techo pintado con 29 frescos del artista Raymond Moretti y que representan Toulouse, desde la Prehistoria hasta la actualidad.
El pasar por las arcadas es uno de los momentos que se me habían quedado grabados del anterior viaje. Un domingo lluvioso de julio en el que lo único que encontramos abierto fue uno de los bistrots que se hallan en estos soportales. O nos metíamos aquí o no comíamos.

Otro de esos momentos que no he olvidado es de lo que me encontré tras visitar el interior del Capitolio: un hombre ya mayor, vestido con ropas de colores bastante histriónicas, similares a las de un payaso de los de hace décadas, con una flor sujeta a un sombrero, tocando un organillo. Fuera, llovía sin parar y, en cierto modo, llovía de esta manera en mi memoria y sentimientos. No pude evitar pararme a pensar qué circunstancias te conducen a hacer algo así. Domingo, todo cerrado, día pensado para estar con la familia o amigos o contigo mismo, para descansar o hacer deporte y un hombre se viste y se maquilla para pedir dinero mientras que toca un instrumento. En todos estos años me he preguntado varias veces qué habrá sido de él. Poniendo esto por escrito siento que le hago un homenaje y dejo constancia de su existencia.
Catedral de Saint Étienne y la virgen negra de Notre Dame de la Daurade
Pese a lo podríamos llegar a pensar, la basílica de Saint Sernin no es la catedral de Toulouse, sino que lo es la catedral de Saint Étienne. La diferencia entre catedral y basílica radica en que esta última es un lugar de oración mientras que la primera sirve también como punto de reunión de la diócesis.
La catedral de Saint Étienne queda cerca de del Capitolio, pero en dirección contraria que la basílica. No nos vamos a engañar, no es un lugar que entre por los ojos. Por supuesto, no estamos hablando de las grandes catedrales europeas como la de Burgos, Colonia o Notre Dame de París, y ni siquiera llama tanto la atención como Saint Sernin. Tiene un aspecto de iglesia grande, sin más. Esto hace que sean muchos los tolosanos los que no la consideren como catedral de la ciudad.

Vale, hemos quedado en que la fachada no es nada del otro jueves, sin embargo, el interior consigue el efecto contrario por lo chocante que resulta. No tiene forma de cruz latina, sino de L, lo que llega a ser algo confuso. Además, como con otros muchos interiores de iglesias que hemos visitado en este viaje, no se puede decir que esté lustroso y resplandeciente, sino que parece que esté semi abandonado, da la impresión de que se necesita mucho más dinero para su mantenimiento y conservación. No puedo asegurarlo, aunque me imagino que tendrá que ver con el laicismo del Estado francés.
Aun cuando este conjunto de circunstancias parece que pudiera echar para atrás, resulta armonioso, con un toque de decadencia que me gustó. Desde mi punto de vista, no es un imprescindible de la ciudad, pero ya que estás y acceder es gratis, ¿por qué no entras? Recuerda la última vez que visitaste una catedral en España y no pasaste por taquilla.
Hay algo más que me gustaría añadir. Fue el único lugar en el que nos encontramos crucifijos y estatuas, suponemos que de Cristo o de santos, tapadas. Nosotras estuvimos allí en Jueves Santo y, dado que no estamos muy puestas en temas de religión, este hecho nos dejó desconcertadas. ¿Alguien podría explicar por qué? Se agradecen los comentarios.

Cerca del Garona, sin alejarnos demasiado del Capitolio, encontramos la iglesia Notre Dame de la Daurade. No parece una iglesia, ya que está perfectamente integrada en un edificio de ladrillo y decir esto en Toulouse es como no decir nada. Sólo sabes que hay una iglesia, porque una placa marca el lugar.
Se trata de un templo moderno que sustituyó a uno románico que estaba en ruinas y que, a su vez, estaba edificado sobre un templo romano consagrado a Apolo. El interior de la iglesia no tendría mayor interés si no fuese porque custodia la Vierge Noire, es decir, la Virgen Negra, una de las figuras más veneradas en la ciudad, sobre todo por mujeres embarazadas. A diferencia de la famosa Moreneta de Montserrat, la Vierge Noire sí que fue tallada en madera negra, aunque la que vemos hoy en día, es una copia que data de 1807, ya que la original del siglo X fue robada 400 años más tarde y la sustituta, quemada durante la Revolución Francesa.

Otros lugares que visitamos en Toulouse
Si caminamos un poco más, hasta el Quai de la Daurade, no sólo veremos la entrada principal de esta iglesia, sino también la estupenda fachada del Instituto Superior de las Artes y del Diseño de Toulouse.
Sin salir de la zona, nos dirigimos hacia una de esas mansiones renacentistas que se construyeron por la riqueza que dejaba el comercio del pastel, como el Hôtel de Clary o el Hôtel du Vieux Raisin. Nosotras pasamos al patio del Hôtel d’Assézat, que alberga la Fundación Bemberg, que acoge una exposición de pintura, escultura y distintos objetos de arte.

Un poco más alejado de esta zona, nos dirigimos a la Capilla de las Carmelitas y fue una sorpresa absoluta. No teníamos mucha más información, de hecho, no recuerdo de dónde saqué que nos teníamos que acercar a este punto marcado en el mapa. Como no nos teníamos que desviar demasiado, sin dudarlo, y de camino al Convento de los Jacobinos, hicimos una parada previa. Tras una pequeña puerta azul enmarcada en una pared rosada bastante austera, no encontramos lo que esperábamos encontrar, la conocida como Capilla Sixtina de Toulouse.
Parece una sala de un museo de arte, apenas queda un centímetro cuadrado en la pared sin un cuadro y todo el techo lleno de frescos de Juan Bautista Despax del siglo XVIII. Como contrapunto, en el interior se había colocado una instalación que emitía un zumbido constante de abejas. Además de lo bonito y llamativo que resulta todo el conjunto, es un lugar poco conocido y, pese a que no estábamos solas, sí que lo pudimos disfrutar con bastante soledad.

Uno de los lugares turísticos que no nos queríamos perder en Toulouse era el Convento de los Jacobinos. Se trata de una joya del gótico construida en su totalidad con ladrillos, con un exterior asombrante, diferente al resto de iglesias o catedrales que se hayan podido ver con anterioridad, aunque lo que más impresiona es el interior. Un conjunto compuesto de iglesia, claustro y el convento propiamente dicho.
Cuando entras en la iglesia, tienes la impresión de no haber estado antes en un lugar así. Sí, es una iglesia con una nave enorme, ventanales alargados con vidrieras y columnas, pero es la ausencia de tallas, de crucifijos, de arte sacro, lo que la hace diferente. De una austeridad evidente, de paredes totalmente vacías hasta que llegas a la palmera.
Con este peculiar y descriptivo nombre se conoce a la columna de 22 metros de altura que se ramifica en once brazos al llegar a la bóveda.

Accedimos también al claustro, que sí que es de pago. Seamos sinceras, es un claustro como otro cualquiera, sin embargo, hay un par de aspectos que le dan puntos respecto a los demás: al ser de pago, poca gente decide acceder, por lo que la tranquilidad y el silencio sólo se ven interrumpidos por el trinar de algunos pájaros y porque, como en el caso de Saint Sernin, la torre que vemos es octogonal, algo no muy común.
Las orillas del Garona
Toulouse está enamorada de su río, el Garona, de la misma manera que el Garona ama a esta gran ciudad por la que pasa.
Se trata de unos principales ríos de la cuenta atlántica europea, además de los más caudalosos, ya que recibe agua de los Pirineos y del Macizo Central, además, de tener diez afluentes de más de 100 km. Pero, sobre todo, lo que le hace ser más conocido es por el canal de Midi, una obra de ingeniería que comunica de forma fluvial el Atlántico y el Mediterráneo y que es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Y, qué mejor canto de amor a la ciudad y al río que acercarse a ver la vida pasar al Pont Neuf que, pese a que su nombre nos quiera engañar, es el más antiguo y tiene aperturas en los pilares para soportar las crecidas del río. Y es en una de esas aperturas donde una figura roja capta nuestra atención. Representa a un niño con un sombrero de orejas de burro que quiere homenajear a todos aquellos que fueron al colegio hace ya décadas y tenían que soportar ese castigo: el de las orejas de este animal mientras que todos los demás les señalaban con el dedo y les llamaban burro.

Justo en frente, el Hôtel Dieu Saint Jacques, del siglo XII y que funcionó como hospital de peregrinos durante varios siglos y que pertenece al Patrimonio Mundial de la UNESCO. En la actualidad, acoge un par de museos y un hospital universitario.
Detrás de este edificio se localiza el barrio Saint Cyprien, un lugar bastante menos turístico, lo que se traduce en precios más bajos, y en el que se alojaron los miles de españoles que llegaron a esta ciudad durante y tras la Guerra Civil, lo que ha dejado, entre otras cosas, una herencia de apellidos que no nos chocan.
Una zona animada y multicultural que, por falta de tiempo, no nos dio tiempo a visitar. ¡Si es que un solo día en esta ciudad es muy poco!
Y, de la misma manera que se ve la vida pasar a orillas del Garona, al atardecer son unos cuantos los que salen corriendo a coger sitio en su orilla derecha para ver como el sol se va retirando lentamente. Nosotras nos hicimos con nuestro espacio, sin embargo, no nos pudimos quedar hasta el final porque unas nubes se apuntaron al plan, enturbiando la puesta de sol. Como ya se notaba el frío optamos por ir a un bar au vins de la zona para brindar por el día. Esta zona, Carmes, está llena de bar au vins y restaurantes en la que el público principal son locales.

Por cierto, además del interior del Capitolio, también se quedó pendiente el Jardín Japonés. Segunda vez que voy a Toulouse y segunda vez que no puedo verlo. La primera, por desconocimiento absoluto: me enteré de su existencia según regresé a casa; la segunda, llegamos a la puerta y ahí nos quedamos. El parque se había cerrado por el fuerte viento. Dado que era nuestro único día, era imposible saber cuándo volvería a estar abierto.
Pero nos llevamos ver la estatua de Carlos Gardel, el famoso cantante de tangos que nació en esta ciudad y que se mudó a Argentina con su familia siendo niño.
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