Viajes que no han sido: cancelaciones y deseos viajeros frustrados

En Descalzos por el mundo tenemos ese puntillo masoquista de meter el dedo en la llaga para sufrir rememorando aquellos viajes que podrían o, mejor dicho, deberían haber sido. No me refiero a aquella vez que se te ocurrió ir a Estambul y que, al final, se quedó en una mera intención; ni a aquel puente en el que pensaste en ir a Málaga, pero te terminaste quedando en casa; ni siquiera, a todas esas veces que has comentado con tu pareja o amigos “pues podríamos ir de vacaciones a Méjico” y, finalmente, no hay Méjico. Me refiero a aquellos viajes que ya estaban mirados, que tenías precio, que ya habías empezado a revisar el tiempo y a elegir qué echarías en la maleta; a aquellos viajes en los que sólo que quedaba irte y, porque la vida es así de puñetera, terminaste cambiando de destino, en el mejor de los casos, o, directamente, en casa sin nada.

Fly and drive por Grecia

La primera vez que probé ese sabor tan amargo fue hace más de 10 años. Trabajaba, tenía poco presupuesto y muchas ganas de conocer mundo, aunque, por aquel entonces, mi mundo se reducía a Europa y a Marrakech.

Cotilleando por internet y soñando despierta con los lugares que sabía que conocería en algún momento de mi vida, me encontré con uno que quise hacer inmediatamente. Reunía todas las condiciones: Grecia, fly and drive y 1.000€ por persona, que incluía vuelos, alquiler y seguro del coche y alojamiento. ¿Os acordáis cuando existía la temporada baja y los precios estaban muy ajustados? Pues este era el caso, además, contratado con una agencia de renombre. Quiero ir a Grecia. La vida me obligaba a que fuese a Grecia en ese recorrido. Me vi a mí misma paseando por las calles de Plaka, visitando el Partenón, las ruinas de Delfos, flipando en el estrecho de Corintio, los yacimientos y museos arqueológicos.

No se hable más, nos cogemos una semana de vacaciones en octubre o noviembre y nos vamos. En aquella época, todavía conducía, así que no veía el reparo a hacerlo por otro país. Un problema menos. Sin embargo, llegó un problema más, que se terminó convirtiendo en El Problema: la persona con la que estaba en ese momento se quedó en paro. Eran los años más duros de la crisis y no sabía cuándo encontraría otro empleo. No quedó otra que cancelar los planes. Planes que, por distintos motivos, nunca más volvieron a estar sobre la mesa. Han pasado muchos años de aquello y sigo creyendo que la vida me debe un viaje a Grecia.

¡Hasta me regalaron una guía de Atenas!

Mallorca en septiembre

También por aquella época, me imagino que el año de antes, aunque no lo puedo confirmar, intentaba buscar las fechas en las que moverse costaba menos dinero. Para eso, septiembre era un mes estupendo: todavía hacía buen tiempo, te quitabas el calorazo del verano, los precios caían y había menos turismo.

No sé por qué motivo, concluí que ese año iríamos de vacaciones a Mallorca: nunca había estado en Baleares, tiene una combinación perfecta entre playa y pueblos con encanto, el tamaño de la isla es el adecuado para que todo esté cerca y no vuelvas a casa con la sensación de haber visto poco. Los precios de los vuelos y del alojamiento estaban muy bien (¡oh, qué tiempos!) pero aún no tenía ni reservas ni lo había comprado y me estaba poniendo nerviosa. ¡Hay cupo limitado de visitantes para Cabrera! No llegamos, no llegamos, no llegamos. Si lo tienes decidido, ¿para qué esperar más?

Me estaban dando largas y no lo entendía. De repente, me llega por correo un billete de avión para París, un regalo que me hicieron y que estaban esperando a darme. Tuve que cambiar de destino de un momento para otro: adeu Mallorca, bonjour París. Fue mi cuarta vez en esa ciudad y la vez que puedo decir que más y mejor la he visitado.

Mallorca se quedó en el tintero, no volvió a salir la oportunidad y, con los precios de hoy en día y la invasión turística da un poco de pereza, por no hablar de que, cuando salgo, quiero que sea lo más lejos posible. En los dos años de pandemia, Javi y yo nos movimos por España y, sinceramente, no caí en ningún momento en retomar ese plan, porque otro se me cruzó por la mente: nos vamos a Menorca.

Esta foto de Mallorca, la podría haber hecho yo… pero no. Photo by mali maeder on Pexels.com

Roma en solitario

En 2014 pasé por una crisis personal bastante fuerte y cuando, al año siguiente, ya veía la luz al final del túnel, pensé en que ya me había pasado mucho tiempo sufriendo y que quería volver a disfrutar de la vida y, por lo tanto, de los viajes. Próximo destino: Roma. ¿Por qué Roma? ¿Por qué no? Ciudad que visité en la excursión de fin de curso en 3º de BUP, no la disfruté como es debido y quería reencontrarme con ella como adulta, no como adolescente.

Planeé una escapada de unos 4 ó 5 días en octubre y se lo conté a un par de amigas con las que, en aquella época, tenía mucha relación. Mal asunto: me decían que sí con la boca pequeña y, a la hora de la verdad, no se materializaba ese deseo. No pasa nada, me voy sola, no necesito a nadie para irme de vacaciones, de la semilla comenzaba a salir un pequeño y fino tallo verde. Sin embargo, cuando cambié la búsqueda de habitación doble a individual, el gesto de la cara cambió también.

Sólo en vuelos y alojamientos me ponía en 500€, a lo que había que sumar la comida y las entradas. La broma podía ascender a un mínimo de 700€. Empecé a dudar. Mierda, las dudas no molan. Llamé a mi madre y le conté la situación. Me escuchó hablar y, cuando terminé, contestó con la sabiduría de una madre. Entendía que quisiera irme, pero que era un precio elevado para afrontarlo yo sola, sería mejor que guardase esos 500€ para otro momento. Decidí hacerle caso: guardé esos 500€ y, al año siguiente, me fui a Sri Lanka, aunque me costó bastante más que eso.

Y también ésta de Roma… y tampoco. Photo by Heinz Klier on Pexels.com

No obstante, las ganas de Roma siguen estando ahí y, cada año que empieza pienso “de este año no pasa”, pero pasa, y no he ido. Roma, pienso mucho en ti.

Meditación en un ashram de Tailandia

También por aquella época, empecé a practicar yoga de manera constante y tomándomelo en serio. Estaba metida en la filosofía y en la práctica y leía mucho sobre el asunto, así que una cosa llevó a la otra: aprovechar el verano para irme a un ashram en Tailandia o en la India. Convivir con otros yoguis, disfrutar de este ejercicio, encontrar paz, mens sana in corpore sano. Empecé a mirar por internet y cada vez estaba más convencida de hacerlo. Para los que habéis visto Come, reza, ama no todos los ashram son tan “auténticos”, los hay que están totalmente preparados para los occidentales. Allá voy.

Y, entonces, tuve la genial ocurrencia de comentárselo a una antigua amiga que se había apuntado conmigo a yoga. ¿No habéis escuchado nunca lo de se feliz y no se lo digas a nadie? Pues eso mismo. Mi amiga era un poco más agarradilla, sobre todo en lo que a viajes se refiere y, pese a que el plan le gustaba, quiso modificar la idea original, de tal manera que quedaba prácticamente irreconocible y casi parecía que me estaba haciendo un favor viniendo conmigo. Opté por desecharlo y ese año me fui a Vietnam. No tiene nada que ver con los ashram tailandeses, no obstante, me gustó. Este concepto de vacaciones permaneció en el subconsciente, sin embargo, debo admitir que nunca más la he recuperado, me imagino que tuvo su momento y, simplemente, éste pasó.

Y éste, mi ashram en Tailandia. Photo by Julia Volk on Pexels.com

Costa Rica, pura vida

Esto pasó en 2017 y, al año siguiente, alejada de las influencias yogui- madrugadoras- vegetarianas, vi un recorrido publicado en Facebook de mi agencia de referencia: Uzbekistán. Uno de mis destinos soñados, no podía dejarlo escapar, así que salí corriendo a pedir información. Para salir en julio había grupo montado, el problema es que, aunque yo me apuntara, no llegábamos al número mínimo de participantes, es decir, la probabilidad de que no saliera era elevada y, cada día que pasaba y no se apuntaba nadie más, estábamos más cerca de la cancelación. Por si acaso, junto a la agencia empezamos a considerar planes B y surgió Costa Rica.

Si me apuntaba yo, éste último se confirmaba, eso sí, por la mínima, por lo que habría que pagar un suplemento con un número de integrantes bajo, unido a que el suplemento de habitación individual rondaba los 500€ (tocaba compartir sí o sí) y que sólo nos entraba el desayuno: comida y cena corrían por nuestra cuenta. En resumen, el viaje a Costa Rica por el doble de dinero que Uzbekistán. Déjame unos días que lo piense, mientras que recorría las iglesias de Madrid poniendo velas a todos los santos deseando que Uzbekistán se confirmara.

Al ser de mente inquieta, comencé a informarme sobre el plan B y, sinceramente, me gustaba mucho, casi demasiado, como para dejarlo escapar. Es verdad que el precio se merecía una pensada seria, pero por las fechas en las que estábamos, podría ser complicado buscar alternativas en otras agencias y es probable que me tuviera que conformar con lo que había. O no tener viaje. Problemas del primer mundo.

Ésa podría haber sido yo en Costa Rica. Foto de civitatis.com

El caso es que lo de Costa Rica ya estaba todo dispuesto y quedé con la agencia dar un plazo de unos 5 días para ver qué ocurría con Uzbekistán. Y se obró el milagro. No recuerdo si se apuntó alguien más o si decidieron sacarlo con los que estábamos, pagando una pequeña tasa, el caso es que todo lo que había mirado y preparado para ese destino se iba a materializar. En cuanto me quise dar cuenta, estaba aterrizando en Tashkent y me quedaban por delante dos semanas por un país apasionante.

A fecha de hoy sigo manteniendo que es uno de los mejores viajes que he hecho: el destino, el grupo de gente, el buen rollo (imposible decir si ha sido el mejor, ¿a quien quieres más, a papá o a mamá?), sin embargo, ese regustillo amargo de haber tenido Costa Rica al alcance de la mano permanece. ¿Iré? No tengo la más mínima duda.

Burdeos en plena pandemia de COVID

Y dejo para el final el viaje cancelado de manera más dolorosa, que aún sigue renqueando y que es una constante en la planificación de vacaciones cortas: Burdeos y el Périgord.

A comienzos de 2020 quedé con David y Ana y estuvimos hablando de irnos juntos en Semana Santa y surgió Burdeos como destino. No recuerdo por qué ni quién lo propuso, pero el caso es que nos gustó la idea. Saliendo en coche desde Madrid, estaríamos tres noches en Burdeos, haríamos una visita con cata en bodega en St. Émilion y otras tres noches en Sarlat-la-Canéda, disfrutando de una serie de pequeños pueblos de esta región de Francia que entran en la categoría de los más bonitos.

Teníamos reservados los alojamientos, calculados los tiempos, reservada también la visita guiada y cata en español en una de las bodegas, vistos los horarios de los trenes desde Burdeos hasta St. Émilion y reservada también una cena en una cava de quesos. Vamos, sólo nos quedaba hacer la maleta e irnos.

Todo preparado para el viaje por Burdeos y el Périgord

Y entonces ocurrió: pandemia mundial, todo el mundo metido en sus casas, fronteras cerradas, sólo se podía salir para ir a la farmacia, al súper o tirar la basura. Llamadme ilusa, pero realmente creía que ese confinamiento serían 15 días, saldríamos todos antes de Semana Santa y podríamos disfrutar de las vacaciones ya organizadas. De repente, la duda acechó: sin previo aviso, mandaron desde la bodega un correo a Ana en el que le indicaban que la cata quedaba cancelada y le devolvían el dinero. Así, sin más y de manera unilateral. ¿Pero no habíamos quedado que en 15 días todo se acababa?

Nosotros seguíamos manteniendo que nos íbamos de viaje, hasta que David comenzó a dudar. El viaje estaba pensado por los tres y teníamos que ir los tres, además, David era quien aportaba el coche y conducía. Creo que no hace falta que diga que tuvimos que cancelarlo.

Y Burdeos sigue ahí, doliendo un poquito por no haber podido ir en su momento, aunque con mucha esperanza para el futuro. La planificación viajera de este año no está hecha, a ver si el 2024 viene con una copa de vino de burdeos (entre otras cosas).

Hasta aquí este repaso masoquista de viajes que han debido ser, pero no han sido, no tengo la más mínima duda de que en un futuro iré recopilando más tortas para una segunda parte.

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