Desierto de Gobi: Acantilados Llameantes (Bayanzag) y dunas de Khongor (Khongor Els)

En mi viaje por Mongolia, vamos en sentido contrario a las agujas del reloj. Después de haber alucinado con los paisajes verdes y los bosques tan frondosos, toca cambiar el entorno y, según nos dirigimos hacia el sur, desaparecen los pinos, la hierba y los lagos. El desierto de Gobi nos da la bienvenida.

El desierto de Gobi

El desierto de Gobi se halla entre el sur de Mongolia y el norte de China, con una superficie de casi 1,3M km2, que lo convierten en el quinto mayor desierto del mundo y en el primero de Asia.  Tiene unos 800 km de norte a sur y más de 1.600 km de suroeste a noreste. Vamos, que se trata de un área inabarcable de clima extremadamente árido, con unas temperaturas máximas en verano que pueden alcanzar los 45° y unas mínimas en invierno de unos -40° de media. Señoras y señores, bienvenidos al desierto.

Pues sí, ésta es la entrada al desierto de Gobi

Habíamos dejado las ruinas del monasterio de Ongi (del que hablaré en un futuro próximo) y nos encontramos con un desierto tal y como nos lo imaginamos. O tal vez no…

Como ya describí en el post relativo a El paciente inglés, ningún desierto se parece a otro y, en el caso del Gobi, ocurría de la misma manera. Pese a la creencia extendida de que es un espacio arenoso y de dunas, nos encontramos con que arena hay poca, sino que más bien es roca desnuda expuesta. En mongol, la palabra gobi se utiliza para describir los lugares roca y guijarros de Asia Central. Así que me encontré ante un desierto que, más que arena, está formado por tierra oscura, que tiene matorrales de todo tipo y que, si miras hacia el horizonte, se ve como un manto verdoso. Más frondosos y grandes cuanto más al norte y poco más que unas hierbecitas según te desplazas hacia el sur.

Los arbustos zag en el desierto de Gobi

Viajamos totalmente solos, no hay ninguna otra furgoneta de turistas o 4×4 que se adentre, aunque, el que no vayan por el mismo camino que nosotros no quiere decir que no estén. De repente, un ger. El ser humano es asombroso y se acostumbra a vivir en todo tipo de espacios.

Sin embargo, hay una circunstancia que me llama poderosamente la atención y es la cantidad de charcos y barro que hay. Soyloo nos comenta que llevaban unos días de lluvia por la zona. Lluvia, desierto de Gobi y julio, nunca pensé que estas tres palabras irían juntas en una frase.

Barro hasta las rodillas

Seguimos nuestro camino hasta que, de repente y sin avisar, la furgoneta 1 se queda atascada en el barro. Nos hemos metido en una zona que, a simple vista no tenía mayor problema para cruzar pero que, a la hora de la verdad, el barro, todavía fresco, cubría más de la mitad de la rueda. Nada, no va ni para delante ni para atrás. Nuestro conductor ha frenado en seco y, a pesar de esto, nosotros también nos quedamos atascados. La única que se ha librado ha sido la furgoneta 3.

Barro generado por las lluvias torrenciales en el desierto de Gobi

Se bajan, se descalzan para no cargarse las zapatillas, miran la situación, sacan cadenas de remolque y enganchan una a otra. No hay manera. Patinan y, lo poco que se mueven, no soluciona nada. Soyloo está por allí con cara de preocupación, no quiere acercarse mucho a los conductores para no ponerles más nerviosos, no obstante, se nota que ella también lo está.

Los demás no sabemos qué hacer: ¿nos bajamos y empujamos? ¿Seguimos haciendo contrapeso dentro? Estamos a su disposición. En una situación así, hemos pasado de ser viajeros occidentales a miembros de un equipo.

Poco a poco, se va viendo la luz. La furgo 3 desatasca la 2 y nosotros conseguimos sacar a la 1. Ahora sólo queda ver por dónde pasar para no volver a vivir lo mismo. Expedición de reconocimiento. Al volver, la furgo 3 saca una especie de tracción de las cuatro ruedas y, a toda pastilla, consigue dejar el barrizal atrás. Las otras dos, la siguen los pasos haciendo exactamente lo mismo.

Todo esto que os he contado con palabras hay que ponerlo en contexto: estuvimos más de 2 horas atascados, sin apenas cobertura de teléfono y, menos aún, cercanos a cualquier tipo de lugar poblado. El nerviosismo se mascaba. Era imposible evitar pensar qué pasaría si no salíamos, a quién se podría avisar, cómo se solucionaría la situación.

Como veis, el desierto de Gobi no es de arena fina y dunas

Más tarde, hablé con Soyloo y me dijo que había estado valorando todas las opciones: qué ocurriría si no salía ninguna, si lo hacía una o si lo hacían dos, dónde comeríamos o qué pasaría el resto del día.

¡Esto sí que ha sido una aventura! 

Bayanzag, los Acantilados Llameantes

Una vez sobre suelo seco, nuestro viaje continúa, nos esperan Bayanzag, conocidas como las Acantilados Llameantes o de Fuego. Significa “rico en árboles de sal” y hace referencia a los arbustos que campan a sus anchas.

En la planicie y soledad del desierto se alza una formación de roca anaranjada que parece llevarnos directamente hasta Marte. Antes que por su belleza, la zona es conocida por la cantidad de fósiles y, principalmente, por ser el primer lugar en el que se descubrieron huevos de dinosaurio. En 1922, Roy Chapman Andrews, un paleontólogo en el que se dice que se inspiró la figura de Indiana Jones, llegó desde Pekín con la intención de demostrar la hipótesis de que los primeros seres humanos procedían del Gobi. Aunque esta misión fracasó, consiguió otra de primer orden mundial: encontrar huevos de dinosaurio, además de desenterrar más de 100 dinosaurios y mostrar que esta zona era una tierra de pantanos, marismas y lagos. Puedes leer más sobre Andrews y sus expediciones en este artículo de La soga.

Acantilados Llameantes, donde se encontraron huevos de dinosaurio, en el desierto de Gobi

Antes de alucinar con esta maravilla de la naturaleza, pasamos por el pequeño centro de visitantes y museo en el que se proyecta un vídeo basado en Andrews y sus descubrimientos, así como vitrinas con pequeños fósiles y muestras de la vida en la zona. Ahora, a trepar por las laderas de las colinas.

Hay un trecho andando desde el centro de visitantes hasta la subida y se dispone de vehículos para llegar, sin embargo, como las temperaturas habían caído, tal y como he contado, nosotros preferimos llegar andando, en este caso, no teníamos que luchar contra el sol.

La subida es fácil, una vez arriba, hay varios miradores sobre los que se tienen unas vistas que quitan el hipo. Una auténtica maravilla de la naturaleza. Grietas que rompen la tierra. Cicatrices que rasgan el horizonte arenoso rojizo. Por esto me gusta tanto el desierto.

Creo que conviene decir que, durante muchas décadas, Bayanzag no ha cambiado, no obstante, en los últimos años, debido a los fuertes vientos, la deforestación llevada a cabo en la época soviética y el aumento de las tormentas repentinas, la erosión está avanzando a pasos agigantados. Se han caído rocas y se han abierto otras nuevas, una alarmante señal del cambio climático.

Bayanzag, o Acantilados Llameantes, una maravilla de la naturaleza

En la zona no hay mucho más que hacer, estábamos lejos de cualquier sitio habitado, habíamos vivido una aventura digna de Jesús Calleja dos horas antes, además, teníamos un atardecer espectacular esperándonos a varias horas de distancia, así que no quedaba otra que volver a las furgonetas y ponernos en marcha.

Comiendo en mitad de la nada

Por las horas que eran, la hora de la comida se había pasado y, sinceramente, en mi caso, por un día sin comer, no iba a pasar nada. Como no dependía de mí y el programa incluía pensión completa, nos desplazamos hasta una pequeña población que parecía ser la de referencia en la zona. Parecía sacada de una película del salvaje oeste norteamericano: edificios bajos diseminados, calles en cuadrícula sin asfaltar, amplios espacios abiertos. Sólo faltaban el sheriff y el saloon. Si no llega a ser porque había un par de gers que servían de restaurante y por un grupo de adolescentes coreanos, la población llevaría a equívocos.

No sabemos a quién conocía allí Soyloo, con quién hablaría o cuánto costó, pero el caso es que prepararon comida para 20 en poco tiempo. Mientras tanto, me dediqué a deambular por el lugar, viendo lo poco con lo que viven, preguntándome, desde mi visión del primer mundo, cómo es su día a día, al mismo tiempo que me asombraba por lo maravilloso que resulta el ser humano y de cómo se adapta a las condiciones de vida más adversas.

¡Comida para 20!

Después de la copiosa comida que, aunque sabrosa, no me pude terminar, volvimos a las furgos. Tengo el estómago “educado” a unas horas de comer y, si se sale de esa franja horaria, el hambre se evapora. En el futuro, voy a ser una vieja espantosa. Seguíamos en dirección al sur, con el Gobi ante nosotros y, según avanzábamos, los rastros de vida los íbamos dejando atrás: cada vez menos vegetación, menos animales, ninguna yurta, sólo nosotros y algún otro vehículo más.

Las Tres Bellezas del Gobi: Parque Nacional de Gurvan Saikhan

Después de muchos kilómetros de paisaje monótono, algo rompe en el horizonte: el Parque Nacional de Gurvan Saikhan. Se traduce como las Tres Bellezas y el nombre viene por las tres cumbres más altas. Además de un esplendor que no se puede describir, destaca la negrura de la tierra, frente a lo anaranjado que hemos visto y dejado atrás, además de la cantidad de animales que se encuentran: camellos, íbices o gacelas persas, entre otros.

Las Tres Bellezas, desierto de Gobi

Comenzamos a cruzar el macizo Altái con calma, parece que hemos dejado atrás el siglo XXI, cualquier muestra de civilización se ha desvanecido, se masca la soledad y la belleza fantasmal del desierto. El viaje no ha terminado, pero esta zona tiene bastantes puntos para convertirse en mi favorita de todo el trayecto. Vamos con algo de prisa, como decía antes y teníamos marcado en el programa, vemos atardecer en las dunas de Khongor, sin embargo, alguna parada para observar la fauna local sí que hacemos. ¿En qué otro momento tendremos la oportunidad de ver cabras montesas con unos cuernos gigantes? Por si no me había mosqueado ya suficiente por la pérdida de tiempo que había supuesto el atasco en el barrizal, me mosqueaba más aún por no poder disfrutar del entorno como se merece. La parte buena es que pudimos salir y sólo nos llevó 2 horas. No me quiero ni imaginar qué hubiese ocurrido si no lo hubiésemos conseguido o si nos hubiese requerido alguna hora más.

La altura de las montañas va aumentando a nuestro paso, me resulta sorprendente cómo de caprichosa puede resultar la naturaleza. Cuando llegan al culmen de altura, comienzan a descender, dejamos el cañón detrás para encontrarnos de bruces con una de las imágenes más bonitas que he tenido la suerte de ver: gravilla con hierbecillas, dunas de arena amarilla y montañas escarpadas de fondo. Se nota la prisa que hay por llegar porque en ningún momento paramos y no es por falta de ganas. Pararía en aquel sitio, me sentaría tranquilamente en una silla y me dedicaría a observar con una sonrisa en la boca. Lugares que transmiten felicidad, que justifican el viaje, que hacen sentir afortunado por conocerlo.

Comenzamos a atravesar el macizo de Altái, en el desierto de Gobi

Las dunas de Khongor

Llegamos a nuestro campamento y, sin bajarnos de las furgos ni dejar el equipaje, salimos corriendo a las dunas de Khongor (Khongor Els). Son las más grandes y espectaculares de Mongolia y es la imagen que todos tenemos en mente cuando oímos desierto de Gobi. También son conocidas como dunas cantarinas, por el sonido que hacen cuando el viento mueve la arena. Yo no lo oí y, a continuación, os contaré el único motivo que se me ocurre para ello. Esta franja de dunas mide 180 km de largo, unos 15- 20 de ancho y llegan a alcanzar los 300 m de altura. Los datos que pueda ofrecer, las palabras que pueda escribir no sirven de absolutamente nada. Hay que verlas, hay que apreciarlas. Pocos lugares en el mundo me han hecho sentir así.

Entramos en el parque natural y nos encontramos con un escenario increíble: un vergel nos recibe antes de acceder a las dunas. Un pequeño riachuelo lo recorre, verde por todas partes, un puente que da la bienvenida a Khongor Els en varios idiomas. ¿Seguro que estamos en el desierto? Una vez cruzado el puente, la arena amarillenta se impone ante nosotros. En circunstancias normales subir hasta lo más alto sería una tarea ardua y costosa porque los pies se hunden en la arena, lo que dificulta el avance, pero éstas no son unas circunstancias normales: la lluvia de los últimos días ha endurecido la arena, por lo que permanece compacta, se puede pisar y avanzar sin problema. Éste es el lado positivo, además de evitar terminar cubiertos cada vez que el viento sople y levante arena; el lado negativo es que no oímos el silbido que se genera. Todo no puede ser.

Hay que atravesar este vergel para llegar a las dunas de Khongor

Según voy subiendo por la duna, cobra más sentido que el destino no es lo más importante, sino que es el viaje y el conjunto completo lo que cuenta. Llego hasta la meta y me siento en la arena. Paz. Tranquilidad. Magia. Espectáculo. Suerte. Belleza. Ideas que me venían a la mente en ese momento y, al mismo tiempo, las que vuelven de nuevo mientras que lo relato y pienso en ello.

Las dunas de Khongor representan la imagen que tenemos todos del desierto de Gobi: dunas de arena

Permanecemos estáticos mientras que el sol cae. El dorado de la arena parece un caramelo y cada vez se va oscureciendo más. Cuando el espectáculo termina, tenemos que levantar el campamento y volver al campamento de verdad, donde nos esperan para distribuir las habitaciones y cenar. En los pocos minutos que tardamos en montarnos en las furgos y llegar, se hace de noche. Un cielo de colores morados y rojizos, plagado de estrellas nos abraza. Qué pena no conocer las constelaciones para dedicar tiempo a descubrirlas.

Después de cenar y de ducharme, tengo ganas de acostarme, ha sido un día con muchas emociones, un día de los que marcan.

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En la cuenta de Facebook de Descalzos por el mundo puedes ver un álbum de fotos dedicado al Naadam y otro con los mejores momentos del viaje por Mongolia.

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