Historias para no viajar/ dormir, parte II

Vuelve otra entrega de pequeños sobresaltos que me han ido surgiendo en distintos viajes, esas pequeñas anécdotas que no darían para hacer un post completo (con la longitud y calidad que yo me autoexijo) pero que, agrupados, ofrecen una entrada que, en mi opinión, puede ser divertida. Como comentaba la anterior vez, no existe el viaje perfecto, en el que todo sale a pedir de boca, entre otros muchos motivos, porque la perfección no existe. Además, también tiene su punto el encontrarte con imprevistos en el camino y, en muchos casos, te sigues acordando de ellos bastante tiempo después.

Vas a Albania y, de rebote, puedes pasar en día en Frankfurt

En la Semana Santa de 2022 fui a descubrir parte de los Balcanes. Nuestro vuelo salía de Barajas a primerísima hora de la mañana, hacía una pequeña escala en Frankfurt y cogíamos el enlace a Tirana. De ahí, nos venían a buscar en autobús para llegar a Berat a la hora de la comida y tener toda la tarde disponible para conocer la ciudad. Plan caro, fácil, gestionado por una agencia de viajes, no tiene pérdida.

O eso es lo que pensábamos nosotros cuando, nos pusimos a la hora correspondiente para embarcar y allí no aparecía nadie ni se daba ninguna explicación, hasta que, un buen rato más tarde, nos enteramos de que la compañía había decidido retrasar nuestro vuelo porque los pilotos no habían descansado lo suficiente entre vuelo y vuelo.

Como trabajadora, me parece totalmente razonable que se descansen las horas mínimas; como viajera, por ser fina y educada, no podía entender cómo una compañía (de primer nivel) se permite programar un vuelo con un equipo de personas que no van a estar disponibles. Uno de los motivos que se me ocurren es que les sale gratis.

Casi nos quedamos sin tiempo para visitar Berat

Nos retrasan el vuelo, no indican hasta qué hora, ni dan más información, excepto que fuésemos a desayunar a alguna cafetería y que nos abonarían el importe (que luego no fue así). Al final, salimos con tres horas de retraso y, lo que es peor, no teníamos claro que llegásemos a tiempo para coger el enlace. No nosotros, ni mucha de la gente que viajaba y que tenía que coger otro avión porque, en la megafonía interna, comenzaron a indicar dónde dirigirte en función de tu destino final.

Las personas que viajábamos juntas con la misma agencia nos conocimos en el aeropuerto e íbamos sentados bastante cerca en el avión. Estábamos bastante nerviosos. No llegábamos a tiempo. Sabíamos que, ese mismo día, había programado otro vuelo a Tirana a las 21:00, por lo que tendrían que reubicarnos, sin embargo, ¿qué haces durante tantas horas? Quedarse en el aeropuerto no era una opción, así que, la única solución que se nos ocurrió fue pasar el día en Frankfurt. Un par de personas ya lo conocían y aseguraban que se podía echar el día tranquilamente, además de conocer una cervecería en la que se comía y se bebía muy bien. Pues no se hable más: nos quedamos en Frankfurt. Ya me veía a mí misma paseando por las calles de esta ciudad alemana, que no conozco, y prometiéndome volver en un futuro para disfrutarla en otro tipo de condiciones.

La fortaleza de Berat, que visitamos el día siguiente

Llegado el momento, ocurrió lo inesperado, o esperado, según se mire. Al aterrizar, a los que teníamos el avión hacia Albania, nos dieron prioridad para desembarcar. En la misma puerta, nos estaban esperando dos trabajadores del aeropuerto que, corriendo por los pasillos, nos montaron en uno de esos carritos motorizados, nos hicieron pasar el control de pasaporte (¿alguien me puede explicar por qué?), volvimos a pasar otro control porque salíamos de la UE y embarcamos en el avión. Como los dos vuelos estaban operados por Lufthansa, habían dado orden de que nos esperaran, así que “sólo” salimos con unos 30 minutos de retraso. Todo el mundo sentado ya en su silla y lo único que nos dieron fue un vaso de agua. Llegamos ya tarde a Tirana y tuvimos que comer en un restaurante a la salida del aeropuerto y, lo que es peor, perdíamos gran parte de la tarde en Berat.

Yo llego, pero mi maleta no

Sin embargo, nuestra desventura con el retraso del avión no se quedó aquí: nosotros llegamos al siguiente vuelo, nuestras maletas, no. Viajaron en el vuelo de las 21:00 y, por las horas a las que las sacaban de la bodega, habían advertido que no nos las llevarían hasta el hotel. Angi, nuestra guía, tuvo que gestionar el encuentro en un punto a saber dónde, de a saber qué carretera. Pero hasta ese momento del día siguiente, en el hotel, no tenía nada: ni ropa interior o calcetines para cambiarme, pijama o productos de baño. Me lavé con el gel de cortesía del hotel, tuve que dar la vuelta a la ropa interior y dormir con los vaqueros desabrochados. Problemas del primer mundo.

Esa noche, en la cama, estuve investigando si teníamos derecho a algún tipo de compensación, por el retraso del avión anunciado con retraso y por recibir la maleta al día siguiente. La respuesta es clara: no teníamos derecho a ABSOLUTAMENTE NADA. Confirmado con páginas de reclamación y con Geni, a la que escribí para consultar, ya que tiene experiencia laboral con estos temas. Como he dicho antes, les sale gratis.

Perdiéndonos por la fortaleza de Berat encontramos pequeñas iglesias ortodoxas

Eso sí, de aquel incidente extraje una enseñanza de primer nivel: siempre que he vuelto a facturar, y más aún si hago escala, llevo en el bolso de mano ropa interior, calcetines y cepillo de dientes para un par de días. De todos los vuelos que he cogido, sólo me ha ocurrido esa vez, aunque conozco a gente a la que le ha pasado más veces: cuanto más vueles, más probabilidades de que vuelva a ocurrir. Nunca se sabe…

Letrinas compartidas en Uzbekistán

Para mi siguiente anécdota, seguimos con problemas en baños, y damos un salto hasta la lejana Uzbekistán. En un país asiático, por lo general, no se encuentran inodoros tal y como los conocemos nosotros, sino que suelen ser de estilo turco. Si a esto le añades que, en 2018, apenas había turismo en este país y que los medios eran los que eran, pues se junta el pan con las ganas de comer.

En todos los hoteles en los que nos alojamos, los baños estaban impecables y eran de estilo occidental. El “problema” venía cuando estabas en carretera y parábamos para un descanso. Me vienen a la mente unos en concreto, en una gasolinera en el centro de la inmensidad del desierto, aunque no sabría decir dónde habíamos estado ni cuál era nuestro destino ese día. En viajes de este tipo, especialmente en los días de ruta, hay que aprovechar para ir al baño cuando tienes oportunidad, porque nunca sabes cuándo va a ser la siguiente ocasión. Todas las chicas del grupo nos dirigimos a los baños, pagamos a la mujer que estaba trabajando allí y que nos dio papel (es lo que hay) y, al entrar ¡sorpresa! Nos encontramos con un baño enorme de letrinas, es decir, el agujero en el suelo, con la estructura para poner paredes y puertas, pero no había nada de nada, excepto por la puerta de entrada al baño y un panel para que no se viese nada desde fuera. Es decir, si querías hacer pis, te iba a ver todo el mundo que estuviese por allí, de la misma manera que verías tú. Era eso o nada. Pues eso, así que recuerdo ver a las cinco mujeres con las que compartí ese viaje hacer pis mientras que nos reíamos. Problemas del primer mundo.  

Obvio que no tengo fotos de los baños/ letrinas, así que pongo una más bonita del Mercado Central de Tashkent

Esta entrega de Historias para no viajar la dejo aquí, pero me quedan muchas más anécdotas que iré contando en un futuro.

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