Alojamientos peculiares en los que he hecho noche

Viajar nos saca de nuestra zona de confort: un lugar desconocido, un idioma del que sabemos decir “hola” y gracias, horarios que no se corresponden ni de lejos con los de nuestra rutina, madrugones, comer donde se pueda y cuando se pueda o dormir lejos de nuestra cama.

He pasado noche en hoteles, hostales, albergues o cualquier tipo de alojamiento que se os ocurra. Por supuesto, hay de todo: más y menos cómodos, habitaciones más o menos amplias, duchas en las que te metes con chanclas y otros baños que están impolutos. Pero no vengo a hablar de esto, sino de los sitios más particulares en lo que he hecho noche.

Poneros el pijama que vamos a hacer un repaso por ellos.

En tienda de campaña en mitad de la sabana africana

Dormir en tienda o hacer camping no tiene ningún tipo de misterio. Cuando era pequeña, no fueron pocos los días de no pocas vacaciones en las que nos metíamos mis padres, mi hermana y yo en una tienda canadiense para dormir en un camping. Campings situados en Castilla y León, los que más recuerdo. Sin embargo, no es el lugar como tal en el que dormimos, en este caso, la tienda, sino en qué lugar está situada la tienda.

Y ese lugar es la sabana africana. Cuando fui de safari por Kenia y Tanzania, opté por la opción aventura por dos motivos: el precio y las ganas de aventura.

No busques más: éste es el mejor hotel del mundo

Ya había conocido a otras personas que habían hecho un safari en esta misma modalidad y todos coincidían en el subidón de dormir en mitad de la sabana, con los animales rondando por allí, en despertarte por la mañana, abrir la cremallera de la tienda y encontrarte en un entorno privilegiado. ¡Yo quería eso!

En esta modalidad de viaje, nosotros teníamos que montar nuestras propias tiendas (que nos las proporcionaba la agencia, junto con el colchón), ayudados por los chicos de la crew. La primera vez en mi vida que monté una tienda de campaña y fue realmente fácil. Te explican cómo se hace y, junto a otros compañeros, se monta. ¡Y a dormir!

El colchón era aislante y bastante grueso y, pese a lo que se pueda pensar, lo recuerdo bastante cómodo. No tenía almohada, así que tenía que usar la ropa del día siguiente junto con la bolsa de la ropa interior para apoyar la cabeza. En este caso, sí que confieso que era incómodo a más no poder, de todas formas, caía tan rendida por la noche, que no me enteraba de nada más.

Bueno, no todo iba a ser sufrimiento: el lujo hecho tienda de campaña

Me daba igual que el lugar fuese minúsculo, tener que dormir en el suelo, no poder ponerte de pie, evitar salir a medianoche para ir al baño, el entorno lo compensaba. Y es que no todos los días te acuestas y te levantas en la sabana africana.

Cabañas en el desierto de Wadi Rum

Como con las tiendas de campaña, dormir en una cabaña no tiene ningún misterio, aunque si la cabaña está ubicada en mitad del desierto de Wadi Rum (Jordania), la cosa adquiere otro color.

Cuando contratamos el viaje, sólo sabíamos que dormiríamos una noche en Wabi Rum. Sin más información, y nosotros que tampoco la pedimos, todo hay que decirlo, me imaginaba que sería algo tipo tienda de campaña o, directamente, al ras, bajo las estrellas. Eso sí que hubiese sido poético. Y, dado que estábamos en noviembre y en el desierto ya hace frío por las noches, me llevé bastante ropa de abrigo.

Pero no. No iba a ser tan poético, ni tan básico. Dormíamos en un hotel que, en lugar de habitaciones, estaba compuesto por cabañas de madera individuales. Cabañas que estaban muy bien equipadas, con una cama que recuerdo comodísima y con baño. El que saliera tan solo un hilillo de agua en la ducha es otra historia. Que no se te olvide que estás en mitad de un desierto…

Nuestro «campamento» en Wadi Rum

Ya hablé de lo que se puede ver y hacer en este desierto en un artículo específico, por lo que no voy a repetirme, lo que sí que diría es que un día se me hizo demasiado corto. Fue un día con muchísimas emociones: velocidad subiendo y bajando dunas, atardeceres de los que marcan, una barbacoa hundida en la arena y, sobre todo, el saber que el día no se acababa ahí.

Podíamos apurar las horas que nos quedaban en un entorno de ensueño, ya que dormíamos allí mismo. Ya hubiese sido al ras, en tienda o en cabañas, hacer una noche en el desierto de Wadi Rum merece enormemente la pena.

De yurta en yurta en Mongolia

De lo poco que sabía antes de ir a Mongolia (y que seguro que sabéis vosotros también) es que la población, por lo general, es nómada y vive en yurtas, o gers.

Una yurta es un tipo de vivienda móvil y desmontable, por hacer una mala comparación, sería como una tienda de campaña, aunque mucho más grande, en la que entran y viven varias personas.

Y, con toda esta información, ¿por qué no iba a querer dormir en una yurta?

Durante todo el recorrido, sólo dormimos en hotel en Ulán Bator, lo bueno pasaba justo después. Recorrimos los infinitos paisajes llenos de un vacío absoluto en los que, literalmente, no hay nada.    

Campamento de gers en las inmediaciones del lago Zuun

Nada hasta llegar al campamento de gers en el que nos quedaríamos la noche en cuestión. Todos eran iguales en la esencia: una caseta grande que ejercía de comedor, baños comunitarios y varios gers esparcidos por el recinto. Había campamentos más cómodos que otros, más profesionales, más modernos o más modestos, yurtas más espaciosas o con las camas más cómodas, pero, al fin y al cabo, iguales.

Las yurtas son cilíndricas, en el mástil central que sujeta toda la estructura, en el interior, hay una estufa y las camas situadas en los laterales, pegadas a la pared, para poder dejar el mayor espacio libre. En la mayoría había algún taburete, perchas colgadas en el entramado sobre el que se colocaba la lona y enchufes. Y ya, para de contar. No había donde dejar la ropa, no obstante, teniendo en cuenta que sólo estaríamos una noche en cada una de ellas, no era cuestión de estar haciendo y deshaciendo la maleta.

Lo que más incómodo terminaba resultado era tener que salir para ir a los baños. Llévate el neceser, toalla y ropa limpia para la ducha y vuelve, de nuevo, a tu “habitación” cargando con todos los trastos. Fueron tan solo dos semanas, tiempo que no va a ningún sitio.

Y que quede constancia de mi paso por Mongolia durmiendo en yurtas

Me gustaría decir que, cuando viajé a Mongolia, era un país turísticamente virgen. Sé que en los últimos tiempos cada vez está suscitando más interés y que cada vez lo ofertan más agencias. Ya sabemos que muchas veces se intenta dar al turista lo que pide, entre otras cosas, comodidad, pero piensa que ya hay multitud de lugares en los que te puedes alojar en un hotel y que, a tu vuelta, en la mayoría de casos, ni recordarás.

Noche en el Transmongoliano, un tren con mucha historia

Cuando he dicho que en Mongolia dormimos en yurtas todas las noches, excepto las que pasamos en Ulán Bator, no era del todo cierto porque, según salimos de la capital, hicimos un trayecto en tren de varias horas. Hicimos noche y disfrutamos de uno de los trayectos míticos: el Transmongoliano.

Cabe aclarar que el Transmongoliano no es el tren como tal, sino la vía férrea por la que pasa. El tren está compuesto por vagones de tres categorías distintas y nosotros teníamos billetes en segunda, lo que supone habitaciones compartidas para cuatro y dos baños en todo el vagón. Más que suficiente para una noche.

El paisaje mongol desde el Transmongoliano

En el tren no teníamos cobertura, por lo que, además de dormir, leer o charlar con los compañeros, poco más había que hacer. Las horas pasaban lentamente, mientras que recorríamos un paisaje monótono.

Además, con los dos escasos servicios de los que disponíamos, que estaban divididos entre hombre y mujeres, es fácil adivinar que, siendo una mayoría de mujeres, a las pocas horas la limpieza brillaba por su ausencia. Como nota peculiar (seguro que los habituados a los viajes en tren ya lo saben), no se podía usar cuando el convoy estaba parado, e hicimos más de una parada.

Los vagones estaban limpios, nos proporcionaron sábanas limpias en bolsas de plástico cerradas a cada uno de nosotros. Aunque el vagón era para cuatro personas, nosotros lo ocupábamos dos en soledad, lo que permitía que tuviésemos más espacio para el equipaje. Si hubiese estado a capacidad completa, habría habido espacio de sobra para dejar tus cosas, a no ser que viajes con el baúl de la Piquer, claro.

Según pasaban las horas, el cansancio iba haciendo mella, sin embargo, aquejaba de jet lag, no me entraba sueño. No podía más con mi cuerpo, pero estaba con los ojos abiertos como platos.

La cama no era cómoda ni incómoda, me costó coger temperatura, y eso que teníamos mantas, el vagón estaba en absoluto silencio, tan solo el traqueteo del tren. Así que, entre que mi cuerpo aún estaba con la hora española y el ruido que no podía dejar de escuchar, se me hizo muy complicado conciliar el sueño.

Vagón de segunda clase en el Transmongoliano

Hasta que el cansancio pudo conmigo y terminé cayendo a plomo. El siguiente recuerdo que tengo es el de escuchar a gente por el pasillo, abriendo y cerrando puertas. Ya era de día, habían sonado varios despertadores y ya eran unos cuantos los que estaban en movimiento y yo, que no me podía no mover de la cama… necesité unos cuantos minutos para hacerme a la idea de que tenía que levantarme.

No nos quedaba mucho tiempo para llegar a Erdenet, ciudad en que la comenzaba nuestro periplo, y aún tenía que vestirme, ir al baño y lavarme los dientes y la cara (unos mínimos por lo menos) y recoger lo poco que había sacado de la maleta, además de desayunar.

Fue una noche larga, sin embargo, me siento privilegiada por haber podido hacer una etapa en un trayecto de tren mítico.

Refugios en la reserva Nacional de Álvaro Avaroa en Bolivia

Cuando vimos que el planning de Bolivia incluía cuatro días y tres noches en el altiplano, durmiendo en refugios, con las mínimas condiciones de comodidad, no nos echó para atrás en ningún momento, sino todo lo contrario: pasaríamos tres noches en un entorno natural privilegiado.

Cada una de las noches estuvimos en uno distinto. En el primero, nos encontramos que hacía la misma temperatura en el exterior que en el interior, es decir, estábamos a bajo cero.

Las instalaciones eran correctas, nosotros nos alojamos en una habitación individual con baño privado, aunque no todas son así, sino que las hay comunitarias. Las camas estaban bien preparadas con sábanas y varias mantas que olían a limpio.

En este entorno se ubicaba el refugio en el que pasamos la segunda noche en el altiplano de Bolivia

El baño fue una lotería absoluta. De algunos grifos salía el agua hirviendo, de otros, helada. Daba igual que dejases corriendo un ratillo el agua, no se templaba en ningún momento. Considero que tengo suerte porque me pude duchar con agua hirviendo porque, quitarte la ropa con ese frío es para pensárselo.

Menos mal que meterse en la cama y taparse con unas cinco mantas consiguió que entrase en calor. Eso sí, importante dejar a mano un frontal o linterna y poner los móviles o cámaras a cargar según entras por la puerta porque, a una determinada hora, te quedas sin electricidad.

El refugio de la segunda noche estaba cerca de la laguna Colorada. Era una especie de campamento con casetas que tenían pinta de haber funcionado como bares o pequeñas tiendas o, simplemente, de ser un decorado. El lugar en el que nos quedábamos era del estilo del anterior, con algunas diferencias.

Aunque no se vea nieve en el volcán Uturuncu, aseguro que hacía un frío que pelaba

En el comedor, había estufas, así que la sensación de confort era mayor, aunque sólo era un espejismo, porque las estufas estaban sólo en el comedor. Para mí, el lugar estaba peor acondicionado y pasamos algo más de frío. Teníamos menos mantas y costó más entrar en calor.

Respecto al baño, otra lotería: esta vez fuimos nosotros los que se quedaron sin agua caliente y sólo teníamos un pequeño hilillo de agua ligeramente tibia.

La última noche la pasamos en un refugio muy cerca del salar de Uyuni. El lugar estaba totalmente nuevo y muy bien acondicionado, por lo que podíamos estar sin abrigo en el interior. Las camas estaban muy bien y el baño… ¡todos con buen caudal de agua caliente! Por fin me pude lavar el pelo en condiciones.

No voy a mentir diciendo que todo fue fácil, sino que hubo momentos de “sufrimiento” ya que estar a -7°C no es ninguna tontería, pero sinceramente, fueron tres noches, después, llegamos a La Paz a un hotel y todo quedó olvidado.

Además, teniendo en cuenta que estábamos en mitad de una zona natural protegida, ¡mejor que los hoteles no lleguen nunca!

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