Un imprescindible viajero. Un imprescindible cultural e histórico. Un imprescindible para todos. ¿Quién no ha estado varias veces en Granada? Con tus padres, con tus amigos de jarana, en conciertos, de tapeo, visitando a ese colega que estudió allí, en una despedida de soltero/a, con una pareja… hay tantos viajes a Granada como para llenar una vida entera. Pero, si tengo que responder a mi propia pregunta, es fácil: yo.
Bueno, quizás no es del todo verdad, porque cuando era pequeña, pero pequeña de verdad, estuve con mis padres. De hecho, tengo una foto con mi madre en el Patio de los Leones muy cerquita de la fuente, cuando no había cordón de seguridad, ni colas kilométricas, ni necesidad de comprar la entrada con meses de anticipo. De esa ocasión no tengo el más mínimo recuerdo, así que no cuenta.

Años más tarde, cuando estaba en la universidad, unos amigos planearon un finde en Granada. En resumidas cuentas: tapas, cervezas, salir por la noche y alguna que otra visita, todo ello sin cansarse demasiado, que si vamos a Rolex, no vamos a por setas. Planazo para cuando tienes unos 20 años, ganas de salir de casa y poquísimo dinero. ¿Por qué no fui? Porque era muy responsable: lo hicieron a finales de mayo, con los exámenes a la vuelta de la esquina y no quise jugármela. Al fin y al cabo, siempre es buena ocasión para ir a Granada. ¿Quién no quiere volver?
¡Pues mis amigos! Con la respuesta de “es que ya he estado” empezaron a pasar los años y todo el mundo de mi círculo había estado en la ciudad nazarí, excepto yo. Una espinita viajera más clavada, me tendría que haber apuntado a esa escapada universitaria.
Los años fueron pasando y, en un determinado viaje a Cabo de Gata, antes de regresar a Madrid, decidimos desviarnos y parar aquí. Visita ultra breve que incluyó la Catedral (y porque pasamos por delante) y la visión de La Alhambra desde el mirador de San Nicolás, además de un bar de tapas que se me quedó guardado y que, por suerte, seguía abierto cuando regresé a la ciudad.

Con lo que me quedo de esa mini escapada es con la visión de La Alhambra enclavada entre edificios, viéndola cada vez más cerca según vas avanzando con el coche. ¡Insuperable!
Y, cuando menos te lo esperas, llega un puente de diciembre, de esos que son varios días y que tienes la inmensa suerte de coger en el trabajo y no hubo dudas de cuál sería el destino: tenemos que hacer justicia poética con Granada.
Pero, antes de comenzar, un poquito de historia.
Brevísima historia de Granada
Hay constancia de un asentamiento íbero, Ilturir, del siglo VII a.C. que terminó siendo controlado por los cartagineses y, más tarde, por Roma, a la que dio tres senadores y un cónsul, para quedar despoblada en el siglo VIII.
Con el abandono de Medina Elvira en el siglo XI como consecuencia de la desaparición del Califato de Córdoba, se funda el reino zirí de Granada. Los ziríes se establecieron en la colina del Albaicín. A finales de ese siglo, la zona estaba prácticamente urbanizada y amurallada.
Durante las épocas almorávides y almohades (1090- 1269) la estructura urbana apenas cambió, aunque sí se sabe que la zona amurallada se amplió. Sin embargo, el crecimiento y riqueza vinieron de la mano de la fundación del Reino nazarí de Granada (1238- 1492) que, entre otros, levantó el palacio de la Alhambra. La ciudad nazarí quedó formada por seis distritos amurallados, comunicados entre sí por distintas puertas que se cerraban durante la noche.

En 1491, un ejército castellano sitió la ciudad, que terminó cayendo tras la firma en Santa Fe de las correspondientes Capitulaciones, en las que se pactaba un plazo de dos meses para entregar la ciudad y que se terminó produciendo el 2 de enero de 1492.
Según estas Capitulaciones, los granadinos podrían seguir practicando su religión, además de conservar sus propiedades, creándose un ayuntamiento musulmán. Sin embargo, en 1499, cuando la Corte se estableció temporalmente, fueron muchos los que se escandalizaron y se inició una etapa de conversiones forzosas, confiscación y quema de libros y procedimientos inquisitoriales. Los Reyes Católicos anularon las Capitulaciones, ordenaron una primera expulsión de moriscos y recluyeron a los restantes en un gueto en Bib- Rambla.
Tras unos siglos de crisis y posterior recuperación, llegamos al siglo XIX, época de declive económico, estancamiento demográfico y deterioro general, a lo que hay que añadir las desamortizaciones que tuvieron lugar y que supusieron la destrucción de patrimonio histórico. Durante el reinado de Isabel II, la urbe se modernizó y mejoró y se incorporó en la red de ferrocarriles, llegando al siglo XX en una buena posición económica y social.

Tras el golpe de estado de 1936, la ciudad quedó rápidamente controlada por los sublevados y, en los primeros meses se llevaron a cabo un sinfín de detenciones y ajusticiamientos políticos, Federico García Lorca entre ellos.
En la actualidad, la ciudad de Granada es la capital de la provincia del mismo nombre, con una población de más de 230.000 personas.
No puedo dejar de mencionar la relación entre Granada y la música. Desde la zambra, desarrollada en las cuevas del Sacromonte por la población gitana, hasta el indie con grupos como 091, Lagartija Nick, Los Planetas, Lori Meyers o Niños Mutantes a la cabeza, pasando por grandes músicos que vivieron en la ciudad y se vieron inspirados por ella, como Manuel de Falla, Isaac Albéniz o Maurice Ravel.
Para contar mi viaje por Granada, lo haré dividiendo la ciudad por zonas y hablaré de la Alhambra en un epígrafe aparte. Espero que os guste.
La Alhambra y el Generalife
Sin pensamos en Granada, inmediatamente se nos viene una palabra a la cabeza: Alhambra.
La Alhambra es un conjunto de antiguos palacios, jardines y fortalezas que se concibieron para alojar al emir, su familia y la corte del reino Nazarí.
Se erigió en la colina de la Sabika, uno de los puntos más elevados de la ciudad, buscando una situación defensiva estratégica y, al mismo tiempo, con la intención de ser contemplada desde abajo, como símbolo de poder.
Ben-Al-Ahmar construyó, en 1238, el primer núcleo del palacio, que pasó a fortificar su hijo. Se calcula que, a finales del siglo XIII se completaran el acueducto y las murallas exteriores. Los emplazamientos más importantes y el Patio de los Leones datan del siglo XIV y suponen la culminación del arte andalusí.

Cuando en 1492 termina la conquista de Granada por los Reyes Católicos, la Alhambra se designó como Casa Real. Carlos I mandó construir el palacio que hoy lleva su nombre y monarcas posteriores se hicieron cargo de la conservación del complejo.
En 1868, la Alhambra quedó desligada de la Corona y pasó a domino estatal, declarándose Monumento Nacional. Fue el primer monumento, junto con el Generalife, en ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984.
Para más información sobre la historia de la Alhambra, consulta esta página.
Cuando decidimos que íbamos a visitar Granada, sólo nos pusimos una condición: poder visitar la Alhambra. Las entradas se ponen a la venta con algunos meses de anticipo y se van acabando rápidamente, aunque siempre hay entradas de día en taquilla. Desde mi punto de vista, contar con esas entradas es como contar con la lotería para comprarte una casa.
Estábamos pendientes de la web, controlando en todo momento cuándo se abría la venta online que, además, caía en pleno puente de diciembre. Y lo conseguimos. Definitivamente, íbamos a Granada y visitaríamos la Alhambra.

En el hotel nos aconsejaron muy sabiamente subir en taxi y bajar andando y es lo que hicimos. No recuerdo cuánto nos costó la carrera, pero no fue mucho, sobre todo, teniendo en cuenta que hay que subir bastante.
Teníamos la visita a primera hora, y fuimos directamente a ver los Palacios Nazaríes. Imposible describir tanta belleza, los ojos se me llenaron de lágrimas: síndrome de Stendhal de manual. Estás allí y no te salen las palabras. Pasé por cada rincón, me asomé por cada puerta y celosía, aluciné con el reflejo perfecto en el agua en el Patio de Comares, me temblaron las rodillas en el Patio de los Leones, me estudié con atención cada filigrana. ¿Y si me quedo aquí para siempre?
Pasamos por el Jardín de Lindaraja, umbrío y cerrado, que invita a sentarse; por los de El Partal, escalonados y con estanques, amplio y sintiendo el sol de los últimos días de otoño en la cara. Desde aquí, volvemos sobre nuestros pasos para visitar la Alcazaba.

La Alcazaba es la parte más antigua de la Alhambra y fue un área residencial para la guarnición de élite al servicio del sultán. Se accede por la Torre del Homenaje y terminamos en la Plaza de Armas.
Nos desplazamos hasta el Palacio de Carlos V, núcleo de la Alhambra cristiana. De estilo romano, en torno a un patio circular y con dos pisos de columnas. Desde 1958 es sede del Museo de Bellas Artes de Granada y, desde 1994, del Museo de la Alhambra.
Puedes leer más información sobre el Palacio de Carlos V aquí.
Sin demorarnos más de la cuenta, paseando por el Paseo de los Cipreses, llegamos al Generalife. El Palacio del Generalife fue construido entre los siglo XII y XIV como lugar de descanso. Dominan los jardines, las fuentes, los huertos donde todo se funde en concordancia con el propio palacio.
Más datos sobre el Generalife en la página web oficial.

Recorremos los jardines, el interior del edificio y, por desgracia, la visita a la Alhambra llega a su fin. Bajamos andando hasta el Albaicín con una sonrisa que el difícil de eliminar.
Añado la web oficial de la Alhambra y el Generalife con información práctica y venta de entradas.
El Albaicín bajo
Más que un barrio, es una ciudad. Uno de esos lugares a los que te irías a vivir para el resto de la eternidad. Cada calle, cada esquina, plaza o rincón, te has enamorado irremediablemente. No luches contra ello, es una batalla perdida. Y es justo así como me sentí cuando recorría este barrio granadino.
El mejor consejo que puedo dar para conocerlo es que te pongas un calzado cómodo, te olvides de mapas y guías y, simplemente, empieces a andar. Todo es bonito, en cualquier momento te puedes encontrar la Alhambra enmarcada entre dos casas, de fondo, como quien no quiere la cosa, sacas la cámara y disparas continuamente.

Comenzamos desde el Albaicín bajo, también escrito como Albayzín, en la plaza Nueva, una enorme explanada de mármol construida en el siglo XVI y que sería la frontera no oficial entre este barrio y el resto de la ciudad. Desde aquí parte en una de esas calles que todos conocemos y que es capaz de quitar todos los males: la Carrera del Darro.
En paralelo al río, de piedra, sin aceras, abierta al tráfico rodado. Cuidado, viene un coche, y todo el mundo se pega a los edificios o al murete del río. Porque la Carrera del Darro es eso: a un lado, el río, enclavado entre árboles; al otro, auténticas maravillas arquitectónicas: el convento de Santa Catalina o las iglesias de San Pedro y San Pablo y de San Gil y Santa Ana.

Desde aquí, hay una sorpresa guardada: si miras hacia arriba, te quedas noqueado, asombrado, embelesado porque, ante ti, está la Alhambra. Ahí, orgullosa, silenciosa, maravillosa, preciosa. Y, entonces, te das cuenta de que vas andando sin mirar al frente, es imposible hacerlo, tienes la mirada fija en el palacio nazarí y no quieres perderte nada.
“Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada, como ser ciego en Granada”. Las palabras del poeta mejicano Francisco de Icaza cobran sentido.
Y, de esta manera, llegas a uno de esos lugares con nombre poético: el Paseo de los Tristes, nombre oficioso del paseo del Padre Manjón. El sobrenombre nos traslada al punto de partida de los cortejos fúnebres dirigiéndose hacia el cementerio de la Alhambra, nada parecido a lo que es hoy en día. El espacio se ensancha, dando lugar a una plazoletilla con una fuente en la que te sentarías hasta aprenderte las vistas de memoria.
Nos queda mucho por ver (y sentir), así que nos ponemos en marcha, aunque la primera parada no se hace esperar: el Palacio de los Córdova. Edificado en el siglo XVI, alberga el Archivo Municipal, pero no estamos aquí para consultar ningún documento, sino porque el acceso a los jardines es gratis y las vistas a la Alhambra desde ellos es sobresaliente.

Volvemos sobre nuestros pasos en la calle Calderería Nueva, una calle que te traslada a otro lugar del mundo ya que parece que estás en un bazar: teterías, alfombras colgadas en las paredes, gentío. Es tarde, ha caído el sol y apetece parar y tomar algo caliente. Nada mejor que sentarse en una tetería árabe y tomar tranquilamente un té a la menta.
En el Albaicín bajo no nos podíamos perder el Bañuelo. Una puerta minúscula en la misma Carrera del Darro, frente al Puente del Cadí, da paso a un lugar totalmente inesperado: un hamman del siglo XI. La sala principal, ubicada en el centro, es la sala templada, cubierta por una gran cúpula rodeada de otras tres más pequeñas, descansando sobre columnas de mármol y arcos de herradura. La iluminación es sorprendente: estaríamos a oscuras si no fuese por las claraboyas con forma de estrella de ocho puntas que simulan un cielo estrellado.

Detrás del Bañuelo, hay una tetería con el mismo nombre y, pese a que hace frío, no nos planteamos sentarnos en el interior. Queremos mesa en la terraza, con unas vistas privilegiadas a la Alhambra. No me voy a cansar nunca de admirarla.
El Albaicín alto
Si el Albaicín bajo hace que te explote la cabeza, el alto, ni te cuento, además, con la ventaja de que, una vez que has llegado, no se puede seguir subiendo. ¡Qué cuestas!
Situados en el Palacio de los Córdova, subimos por la Cuesta del Chapiz o, mejor dicho, echamos el higadillo. Por el camino, nos encontramos que el otoño ha hecho de las suyas con los árboles y ha alfombrado de hojas amarillas el suelo.
Pasamos por delante de casas encaladas, con macetas de colores en el exterior, amplias ventanas y con una belleza que duele. Llegamos a un edificio con un patio abierto y no dudamos en entrar. Es la Parroquia del Salvador. Hoy, iglesia; ayer, mezquita. Pero no cualquier mezquita: la mezquita mayor del Albaicín. Un claustro con arcos encalados, del siglo XII y que rodeaban el patio de las abluciones. Y macetas con granadas.

Llegamos a una de esas plazas que es el norte magnético de la zona: la plaza Larga. Llena de terrazas, de bares, de gente, de un rumor constante de fondo. Aquí están algunos de los bares y restaurantes más recomendamos por los granadinos. Y por aquí vamos a volver más tarde para comer.
Todavía es pronto, así que salimos de esta plaza por el lado opuesto, pasando por debajo del Arco de las Pesas, o Puerta Nueva. En su día, comunicaba el Albaicín con la Alcazaba Qadima. Tiene este nombre tan peculiar porque aún se pueden ver las pesas trucadas que se decomisaban a los vendedores de los alrededores.
Continuamos andando hasta el que sea, probablemente, el mirador más famoso de Granada: el de San Nicolás. Gente amontonada y no es para menos, si no tiene las mejores vistas de la Alhambra, son de las mejores. Se consigue ver entera, con Sierra Nevada de fondo y, si consigues hacerte un huequito para acercarte al borde, has triunfado. ¿Miramos o hacemos una foto? Si es posible, las dos, aunque por desgracia, no pudimos estar todo el tiempo que nos gustaría porque todo el mundo quiere hacer lo mismo.

El mejor momento del día para disfrutar del espectáculo desde el mirador de San Nicolás es al atardecer, cuando el sol acaricia el escenario con su luz anaranjada y las luces de la ciudad comienzan a encenderse. Unos minutos de poesía que, eso sí, tienen más bullicio del que nos gustaría.
No muy lejos de aquí hay otro mirador, menos conocido, menos demandado y, por lo tanto, más silencioso, o por lo menos lo era cuando visité la ciudad. Se trata del mirador de la placeta del Cristo de las Azucenas. Vale, no se ve la Alhambra entera, la perspectiva no es tan buena, pero el lugar es más amplio, gana encanto con una fuentecilla y las palmeras y, sobre todo, con la ausencia de ruido.
Se va acercando la hora de la comida y regresamos a la plaza Larga, esta vez por otras calles, otras vistas, otras casas y la misma belleza. ¿Es posible no cansarse de un lugar? Si esto alimentara, me saltaba la comida, sólo por aprovechar ese rato de más sin perderme el espectáculo.

El destino nos tiene reservada una última sorpresa antes de que sea de noche: el mirador de plaza Victoria. Vemos la Alhambra entre cipreses y árboles y, como en el caso anterior, somos los únicos que están aquí.
En este barrio cualquier hueco se puede convertir en un mirador, camina sin rumbo, olvídate de mapas y móvil. Lo disfrutarás.
Imposible terminar este paseo por el Albaicín alto sin pasar por la puerta Elvira. Era la principal entrada a Granada, construida en el siglo XI. Nos sentamos en la terraza de una tetería, justo en frente. Vale que no tiene el mismo atractivo que la del Bañuelo o las de la Calderería Nueva, pero somos los únicos turistas y eso sí que no tiene precio.
El Albaicín es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Por un lado, mejor que sea así, para que se conserve en estado puro, como es desde hace décadas y no se derriben casas y edificios para hacer otros más modernos y sin personalidad; por otro, la imposibilidad de hacer obras para instalar aire acondicionados o modernizar una vivienda, hace muy complicada la vida aquí, añadiendo, además, la carencia de servicios, comercios o transporte público.

Me gustaría resaltar lo contradictorio, o hipócrita, que resulta que no se pueda hacer una obra en casa con que el barrio se haya llenado de alquileres turísticos. Patrimonio de la Humanidad convertido en parque temático. Y, lo que es peor, si se les quita este título, será vía libre para que el Albaicín desaparezca.
¿Qué es mejor? Seguro que más de un granadino se echa las manos a la cabeza y piensa que el Albaicín estaba mejor hace años, antes de que el turismo masivo lo tomara, antes de que los turistas inundásemos sus calles, plazas y bares, antes de que les echásemos de sus propios barrios y casas.
Imposible hablar en un solo post de Granada sin que sea más largo de la cuenta. El resto de zonas de la ciudad (Realejo, Sacromonte y Ciudad Baja) las dejo pendientes para un próximo artículo.
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