Centro histórico de Viena

La catedral, Stephansdom

Si hay algo que caracteriza el centro de Viena es, sin ninguna duda, su catedral, Stephansdom, o San Esteban. Situada en la plaza a la que da nombre, Stephansplatz, si llegas en metro y sales por la boca que está justo en frente de la entrada principal, mirarás hacia arriba mientras que alucinas. Para mí, fue una sensación extrañamente similar a la de llegar al Downtown neoyorkino la primera vez, salir del metro, y buscar con la mirada la parte más alta de los rascacielos que nos rodeaban. Salvando muchas distancias con estos edificios de Nueva York, Stephansdom tiene la capacidad por sí sola de arrancarte una sonrisa mientras que piensas “me gusta Viena”, y eso que acabas de poner un pie en ella, como fue mi caso.

La catedral está rodeada de edificios, más o menos modernos, y, por su puesto, es la zona más turística que nos encontramos en la ciudad. Los bajos comerciales están ocupados por tiendas de souvenirs y de ropa que puedes encontrar en casi cualquier lugar y restaurantes de comida rápida. Vamos, que tiene el mismo encanto que cualquier otro punto turístico de Europa. Sin embargo, no dejemos que eso nos desanime, por suerte y sorprendentemente, este tipo de comercio se encuentra muy localizado, por lo que, tras callejear un poco, se deja la marabunta detrás.

Stephansdom, Catedral de San Esteban, Viena

Los azulejos de Stephansdom

Pero sigamos en la catedral antes de perdernos por las calles de la zona. La plaza es amplia y, pese a que el edificio religioso ocupa buena parte de ella, no da sensación de agobio y, afortunadamente, se pueden sacar buenas fotos. Es verdad que la catedral no tiene la majestuosidad de otras, como la de Colonia, Notre Dame de París o León, aunque sí hay algo muy característico que la convierte en famosa: los azulejos del tejado. Desde que soñaba despierta con mi guía Ciudades con Encanto y pasaba las hojas dedicadas a esta ciudad, quería ver esos azulejos con mis propios ojos. Y por fin lo he conseguido.

La catedral se levantó en el siglo XIV a instancias de Rodolfo II sobre una iglesia románica del siglo XII, de la que todavía se conservan la Puerta de los Gigantes y la Torre de los Paganos. Para visitar el interior, pese a que la nave central es gratis, nosotros optamos por comprar el pasaporte, que incluye visita a las catacumbas y las dos torres. Como curiosidad, aquí se casó Mozart y, años más tarde, tuvo lugar su funeral.

Detalle del púlpito de piedra de Stephansdom, Viena

Merece la pena muchísimo pasear por la nave central y fijarse, principalmente, en el púlpito de piedra. Después, hacemos la visita guiada a las catacumbas. Originalmente, la zona que rodeaba Stephansdom era un cementerio y, tras las epidemias de la década de 1730, Carlos VI ordenó cerrarlo, así que los muertos empezaron a enterrarse en el subsuelo de la catedral, es decir, en las catacumbas. Se pueden ver los restos de innumerables víctimas, así como una fosa común y un osario. Sin embargo, no es esto lo más llamativo que podemos encontrar, sino las urnas que custodian restos de varios miembros de los Habsburgo, exceptuando sus corazones, que se encuentran en urnas en la cercana Augustinerkirche.

También subimos a las dos torres porque, además de tener una buena perspectiva de los alrededores, los azulejos del tejado están muy cerca. Compuesto por unos 230.000 azulejos esmaltados de varios colores, cada uno pesa en torno a los 2,5 kg, tienen varias formas: un dibujo en zigzag, el escudo del Imperio Austriaco y los de Austria y Viena.

Stephansplatz desde una de las torres de la catedral, Viena

Una vez concluida la visita, lo mejor que se puede hacer por el centro histórico es patearlo, así tal cual. Perderte entre las calles, seguir tu instinto, huir del ruido. Muchas de estas calles son peatonales, por lo que no hay ningún peligro, además, tienes la sensación de estar recorriendo los pasillos de un inmenso museo al aire libre.

Graben y Judenplatz

Con la guía y el mapa en una mano y la cámara en la otra, nos lanzamos a conocer los secretos de la capital austriaca. Aunque he mencionado que lo más inteligente es, simplemente, perderse, teníamos marcados unos imprescindibles que queríamos ver. Empezamos por Graben, justo al lado de la catedral, una de las calles más importantes del centro histórico, donde se encuentra la barroca Pestsäule, erigida por Leopoldo I tras la peste que tuvo lugar en 1679. Puedo asegurar que el Barroco no es mi estilo favorito, pero la columna es muy bella y no nos arrepentimos de acercarnos.

La columna Pestsäule, en la bulliciosa Graben, Viena

Caracoleando entre calles y plazas sin apenas gente, dimos por casualidad con Judenplatz, pasando previamente por Am Hof Platz y la columna Mariensäule. En Judenplatz vimos los restos excavados de una sinagoga construida en le Edad Media y demolida en 1421 por Alberto V de Habsburgo, así como el monumento a las víctimas judías austriacas del Holocausto. Este monumento es conocido como la “biblioteca sin nombre” y, como suele ser normal en lugares tan solemnes, un silencio sepulcral reina en los alrededores.

Seguimos caminando con la mirada puesta en edificios, puertas, estatuas y ventanas. He tardado en conocer Viena, pero lo importante es que lo he hecho. Como ya me pasó el año pasado en Escocia, pensaba que las urbes europeas habían perdido la capacidad de sorprenderme (maldita globalización que uniforma todos los sitios), hasta que llegué a Edimburgo. Pues lo mismo ha ocurrido aquí: piensas que lo has visto todo, hasta que se presenta ante ti, orgullosa de su Barroco excesivo y no te permite dejar de mirarla.

Columna Mariensäule, en Am Hof Platz, Viena

Por la zona, vimos también Ankeruhr, el reloj Anker, situado en la plaza más antigua, Hoher Markt. Se trata de un reloj mecánico, construido en 1911 por Franz von Matsch tras un encargo de la compañía de seguros Anker Insurance Co. Figuras históricas desfilan al son de música clásica a las 12 del mediodía.

Stadtpark y Franziskanerplatz

Desde aquí, nos alejamos un poco hasta Stadtpark, uno de los parques más antiguos de la ciudad. Además, es el tipo de parque que me gusta: mucho césped, mucho árbol y, sobre todo, mucha vida. Es un parque pensado en la gente, para que se disfrute, para que hagan ejercicio, o se sienten en un banco. Un parque al que saldrías corriendo a tomar el primer rayo de sol de la primavera. Con sus 65.000 m2 es un pulmón verde lleno de estatuas, entre la que destaca la dedicada a Johann Strauss (hijo).

Monumento a Johann Strauss (hijo), en el vienés parque de Stadtpark

Nuestro siguiente punto es la pequeña Franziskanerplatz, una parada obligatoria en nuestro itinerario por albergar el Kleines Café, famoso por la película Antes del amanecer. La plaza es muy cuca, cercana al centro, pero nada turística, además de altamente fotogénica. Reina el silencio y eso que hay varias terrzas (ya sabemos que el único sitio donde se grita es España). Terminar un duro día de turismo aquí, es una auténtica delicia.

El centro histórico no lo vimos en un solo día, que sería imposible, sino que lo dividimos en dos y, al tratarse del norte magnético de la capital, más de un día terminamos por la zona, paseando o buscando un sitio donde tomar algo.

La tranquilidad de Franziskanerplatz, Viena

Iglesia Votiva y Rathaus

En otro momento del viaje, y en el extremo opuesto a Stadtpark o Franziskanerplatz, nos alejamos andando hasta Votivkirche, es decir, la iglesia Votiva del Divino Salvador. De un blanco inmaculado y con dos agujas gemelas que llaman poderosamente la atención, presume en mitad de una esplanada. Su construcción comenzó en 1853, inspirándose en la catedral de Colonia, pero, como no conozco esta ciudad alemana, no puedo decir, aunque, sinceramente, a mí me recuerda a Notre Dame de París. La iglesia está muy cerca de la Universidad de Viena, no tanto del Ayuntamiento, o Rathaus, donde nos dirigimos a continuación.

Votivkirche, Viena

Está situado en una zona muy tranquila, muy cerca del Parlamento. Parece una zona totalmente administrativa, porque estaba vacía, con los únicos que nos cruzamos fue con un par de policías. Si Viena ya me parecía un museo al aire libre, pasear por esta zona me creaba la sensación de haberme colado en ese museo una vez cerradas las puertas al público. En esos días, Europa estaba pasando una ola de calor, sin embargo, no era tanto como para quedarse en casa. Vamos, que el caso es quejarse: si hay gente porque hay gente y, si no la hay, porque no la hay.

Unos metros más adelante, me tuve que tragar mis propias palabras: todo el mundo de la zona estaba concentrado en la plaza que hay justo enfrente del Ayuntamiento. En verano se organiza un cine de verano (o es lo que parecía) y habían desplegado una pantalla enorme en la fachada. Ouch. Además, en el parque cercano, se habían montado chiringuitos de comida y bebida. Era aquí donde estaba concentrado todo el mundo que no habíamos visto antes.

Rathaus, o Ayuntamiento, de Viena

Quitaba parte de la visión del edificio, aunque sí que nos pudimos hacer una idea de lo que hubiésemos encontrado: un edificio neogótico, diseñado y construido por Friedrich von Schmidt en 1883, cuya torre central alcanza los 97,9m de altura.

Ópera de Viena y la visita guida

En este punto, nosotros cogimos un tranvía para llegar al Palacio Belvedere, del que hablaré en otro post, pero, en el mundo ideal de este artículo, nos desplazamos hacia el sur del distrito, hasta Staatsoper, la Ópera Estatal de Viena. Cuando preparaba el itinerario, quería incluir la visita guiada, sin embargo, los horarios y, por lo tanto, las reservas, se publican con poca antelación. Viendo lo que había en ese momento, que servía para hacernos una idea, las visitas en inglés estaban programadas a las típicas horas tontas: ni a primera hora, ni a última, sino en todo el medio, que te deja colgado lo que puedas hacer. Como quería cerrar el planning, no me quedó otra opción que ponerlo en la categoría “si da tiempo”.

Cuando estábamos por la zona, dimos la vuelta tranquilamente al edificio, nos fijamos en las estrellas en el suelo: al más puro estilo hollywoodiense, una ciudad tan musical rinde homenaje a compositores de renombre. Hicimos fotos y alucinamos cuando varios grupos de turistas accedían al edificio para una visita guiada y otros hacían cola para las posibles vacantes. ¿Pero no habíamos quedado que eran tours a horas sueltas y que tenías que llevarlo ya reservado? Decidimos preguntar a ver si había suerte. Spoiler: no la hubo. Preguntamos a varias personas y cada uno nos decía una cosa diferente: o no nos sabemos explicar, que puede ser, o tenían menos idea que nosotros, que también. Al final, sacamos en conclusión que había una cola de gente para conseguir entrar en las vacantes que se quedan libres y que se venden sólo en taquilla. Nos pusimos a la cola y, cuando nos llegó el turno, nos dicen que teníamos que llevarlo reservado. No entendemos nada. Como no nos apetece discutir, ni seguir dando vueltas y, dado que era una visita con la que no contábamos, acordamos dejarlo aquí e irnos a tomar el fresco al cercano Burggarten.

Staatsoper

Parque Burggarten

El Burggarten ocupa el lugar en el que antes estaba la antigua muralla de la ciudad. Éstas quedaron parcialmente destruidas tras abandonar Napoleón Viena, por lo que los Habsburgo decidieron que se construyese un jardín en este espacio, al lado del palacio. Hasta 1918, con la caída del Imperio, se trató de un jardín privado, y fue en este momento cuando se abrió al público. Como en el caso del Stadtpark, me encanta la manera que tienen de entender los parques en el Centro y Norte de Europa: parques para la gente. A parte de estar en la gloria sentados en el césped debajo de un árbol, también vimos el monumento a Mozart y la clave de sol hecha con flores.

Monumento a Mozart en Burggarten, Viena

La iglesia barroca de Karlskirche

Y, para terminar nuestro paseo por el centro histórico, nos tenemos que desplazar hacia el sur, donde deja de ser centro histórico y visitamos Karlskirche. La iglesia de San Carlos Borromeo, Karlskirche, es una joya del Barroco. Espero que te guste este estilo arquitectónico, porque si no, terminarás empachado. Con sus dos columnas y su enorme cúpula, es una de las imágenes más icónicas de Viena.

Nosotros la visitamos un domingo por la mañana. Como sabíamos que durante la misa no están permitidas las visitas, aprovechamos para poner los cuernos a nuestros desayunos en la estación, e ir a una cafetería cercana a darnos un pequeño homenaje, no todos los domingos los pasas en Viena. Al terminar, y dando un paseo, llegamos hasta la iglesia. La misa terminaba a las 11 y todavía quedaba un buen rato. Aprovechamos para hacer fotos, para alucinar con la perspectiva detrás del estanque y, sobre todo, con lo bonita que es… y eso que el Barroco, insisto, no es mi estilo favorito. Nos acercamos también al pabellón de Otto Wagner en la Karlsplatz. Increíble pero cierto, no había nadie más y pudimos disfrutarlo y hacer fotos en soledad.

Pabellón de Otto Wagner en Karlsplatz

Cuando habíamos terminado y aún quedaba para que dieran las 11, decidimos dirigirnos hacia la iglesia. Vimos que las puertas estaban abiertas y que se podía entrar, al fin y al cabo, estaban dando misa. Sabiamente, habían puesto una cita para evitar que los turistas paseen libremente por la nave, por lo que estábamos todos concentrados al final. Por suerte, donde estábamos nosotros situados, la vista era excelente y no tuvimos ningún problema a la hora de verlo todo y poder hacer alguna foto. Para cuando la misa terminó, ya estaba vista, así que pagar la entrada no tenía sentido porque, aunque habíamos comprado la Viena Pass, la iglesia no está incluida.

Karlskirche, Viena

El centro histórico de Viena está inscrito desde 2001 como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, sin embargo, desde 2017, aparece dado de alta como como Patrimonio Mundial en Peligro debido a los proyectos de construcción de edificios de gran altura en esta zona de la ciudad.

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Puedes ver más fotos de este destino en el álbum de fotos de Viena publicado en la cuenta de Facebook de Descalzos por el mundo. También puedes encontrar otro álbum de fotos de Bratislava, que complementa el viaje.

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