Este mes viajamos al desierto del Sahara, en Egipto, gracias a una película maravillosa, El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996), que nos lleva, a través de las dunas, a uno de los paisajes más bonitos que existen, los desiertos.
La película nos traslada hasta Italia, a finales de la II Guerra Mundial, cuando aparece gravemente quemado un hombre, que asegura haber perdido la memoria, incluyendo su propio nombre, y al que llaman “el paciente inglés”.
Hana, una enfermera canadiense, se queda junto a él, en un convento abandonado, acompañándole en sus últimos días, dado que creen que no va a sobrevivir. A través de flashbacks, descubrimos que el paciente inglés es el conde húngaro László Almásy, un cartógrafo en una expedición de la Royal Geographical Society en el desierto del Sahara. Entre otros, conoce al matrimonio Clifton, enamorándose de Katherine, con la que comienza una aventura. Un amor entre dunas, zocos y cuevas.

La cueva de los nadadores en el desierto del Sahara
El personaje de László Almásy existió en la realidad y, aunque también fue un explorador, su vida difiere bastante a lo que nos muestra en la película. Lo que sí es cierto es que fue el descubridor de la cueva de los nadadores en 1933. Se trata de una cueva con arte rupestre en sus paredes en la meseta de Gilf Kebir, en el suroeste de Egipto, cerca de la frontera con Libia. La cueva es conocida con ese nombre porque las figuras representadas parece que están nadando y es que, en el Mesozoico (entre 251 millones de años a.C. y 66 millones de años) esta zona estaba cubierta por el mar de Tetis.
Esta película la vi hace varios años, poco después, leí la novela y, aunque recordaba el argumento a grandes rasgos, no recordaba esta cueva. Fue al volver a ver la película cuando empezaron las preguntas. ¿Cueva de los nadadores? ¿Es real? Y, lo que más importante, ¿se puede visitar?
Pues sí, la cueva de los nadadores es real y se puede visitar, de hecho, sólo necesité una búsqueda sencilla en Google para encontrar una agencia de renombre que hace un tour por el Sahara occidental de Egipto. Leí la información y quiero ir, lo tengo clarísimo. Unos días en minibús, alejados de la civilización, sin cobertura (lo siento, mamá) y descubriendo una parte del mundo totalmente desconocida. ¿A alguien más le suena sugerente?

Viajar por la parte más desconocida de Egipto
No es un viaje fácil ni barato, de hecho, mucha gente me lo intentará quitar de la cabeza, porque se adentra en una zona peligrosa del país.
He consultado la guía de Egipto que me compré y menciona la cueva y la región en general, advirtiendo de los peligros, al estar tan cerca de la frontera con Libia, y aconsejando encarecidamente visitar las recomendaciones de los respectivos Ministerios de Asuntos Exteriores y, en el caso de que se decida hacer, no ir nunca por libre, sino contratar una agencia fiable y de prestigio, ya que tramitar los permisos suele llevar tiempo.
Y es que al Gobierno egipcio no le gusta demasiado que los turistas se salgan de las rutas turísticas. Durante varios años, la visita a los oasis del Sahara estaba permitida para los extranjeros, sin embargo, no se permitía pernoctar. De hecho, cuando visité este país en diciembre, en la excursión a Abu Simbel, fuimos escoltados por la policía. No los sientes, no se les ve, pero están ahí. Y esto es así desde mucho antes de la primavera árabe, confirmado por Marisol, que estuvo en 2008. Y, después de soltar todo esto, la guía indica que un safari por el Desierto Occidental es una de las mejores experiencias que nos ofrece este país.
Para escribir este artículo, he consultado también la web del Ministerio de Asuntos Exteriores y, como me temía, desaconseja totalmente salir fuera de las zonas turísticas de Egipto. ¡Ouch! Aunque no lo tengo en mente para un futuro cercano, el viaje terminará cayendo, me he enamorado y no se puede luchar contra eso.
La belleza del desierto
Viendo El paciente inglés no sólo he descubierto este remoto lugar del mundo, sino que he sobrevolado en avioneta las dunas del Sahara, recordando por qué me gusta tanto el desierto.
El desierto es una región de clima árido, en el que las precipitaciones son escasas y es complicado encontrar vida. Es fácil pensar en un mar de dunas de arena, pero también existen los desiertos pedregosos y rocosos, como se puede ver en la película y he podido comprobar yo misma en Wadi Rum (Jordania).

¿Y qué es lo que tiene un paisaje tan monótono para que me guste tanto? No lo sé explicar, es belleza pura. Es un lugar que hay que ver, un lugar con el que fundirse, un lugar al que temer, para saberlo disfrutar y ver lo que muchos viajeros vemos. Probad a poner “belleza del desierto” en Google y comprobaréis que no soy la única que lo piensa.
Los desiertos que he visitado: Sahara, Wadi Rum y Kyzyl Kum
He tenido la inmensa suerte de ver tres desiertos: Sahara, Wadi Rum y Kyzyl Kum (Uzbekistán) y, aunque suene raro, los tres son totalmente diferentes entre sí.
El Sahara lo he intuido en Marruecos y lo he visto en Argelia (ya hablaré de este viaje) y Egipto. Es el desierto cálido más grande del mundo, abarcando la mayor parte de África del Norte y con más de 9.4 millones de km2. Es un desierto de dunas, con arena de color amarillento y, ¡sorpresa!, matorrales.

El de Wadi Rum se encuentra en una región montañosa de Jordania y tiene unas formaciones rocosas espectaculares, entre las que destaca, con sus más de 1.700 metros de altura, la montaña conocida como Los Siete Pilares de la Sabiduría. En este caso, la arena es anaranjada.
El de Kyzyl Kum ocupa el lugar 11º como desierto más grande, con territorio en Uzbekistán, Kazajistán y Turkmenistán. Y, aunque su nombre signifique arena roja, realmente es blanquecina. El paisaje está salpicado de kalas, o fortalezas, sobre promontorios, para controlar la estepa y proteger la kala principal. Y, además de esto, también vimos Chilpik, una fortaleza muerta, ya que no se ha encontrado restos de presencia humana, pero se sabe que los zoroastristas traían a los difuntos, hasta que los buitres se comían toda la carne y, cuando tan solo quedaban los huesos, se trasladaban a los osarios.

Si queréis leer más sobre los colores del desierto, os recomiendo este post.
Como veis, he visto el desierto y lo he aprendido a respetar y, como comentaba, es en ese momento cuando te atrapa y, aunque lo he visitado hace pocos meses, ver una película como El paciente inglés hace que tenga más ganas de disfrutarlo de nuevo. Además, me ha permitido descubrir formaciones rocosas y desfiladeros que me recuerdan al recorrido por Chad que hizo Isaac de Viajes Chavetas que me dejó totalmente noqueada en los primeros días de confinamiento y que, cuyas fotos, nos hacen disfrutar de otro Sahara totalmente diferente.
Así que, con una sola película, viajamos a muchos lugares. Como otras veces, os comparto la crítica de Filmaffinity.
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