Ciudades del Norte de Europa

Como ya conté en un post anterior, en junio de 2015 estuve recorriendo durante dos semanas capitales del norte de Europa: Estocolmo, Helsinki, Tallín, Riga, San Petersburgo y Moscú. Mi intención en esta publicación es hacer un resumen de ese viaje y de mis impresiones.

En Estocolmo, la lluvia nos respetó, hacía frío pero sol. Fue una ciudad que me gustó mucho, aunque no comparto lo de llamarla la Venecia del Norte. Entre otras actividades, callejeamos por Gamla Stan, el barrio más antiguo, admirando las casas típicas del Norte. Visitamos el Vasa Museet, donde se expone el barco Vasa, que se hundió a los 10 minutos de botarlo en 1628 (aviso a navegantes, la luz es muy tenue y las fotos no salen bien, por lo menos a los que no somos expertos ni llevamos cámaras estupendas). Disfrutamos también del Moderna Museet, una de las colecciones de arte moderno más interesante del mundo. Nos apuntamos a la visita guiada en español del ayuntamiento, donde recorrimos el salón en el que se celebra el banquete de los Premios Nobel.

Estocolmo
Estocolmo

Los dos días que estuvimos allí comimos en el mismo lugar: un pequeño café cerca del Palacio Real que tenía un pastel de salmón y patatas delicioso y a buen precio. Nos alojamos en un albergue con habitaciones dobles y baños privados por Södermalm, pero no en pleno meollo hípster, sino más retirado y, la verdad, es que había un buen trecho hasta el centro. 

Estocolmo

Tras dos días, cogimos un vuelo a Helsinki que duró, aproximadamente, una hora y, desde este aeropuerto, un autobús hasta el centro, donde estaba nuestro hotel.

De Helsinki, lo primero que tengo que decir es que fue una sorpresa absoluta, pese a la lluvia que no cesó en el día que estuvimos allí. Por suerte, no era/es una ciudad tan turística como Estocolmo y casi la tuvimos para nosotras solas.

Helsinki

En un día nos dio tiempo a ver lo imprescindible. Empezamos en la blanca y neoclásica Tuomiokirkko, la catedral luterana para, después, continuar en la catedral Uspenskin, construida en ladrillo rojo. En Kauppatori, la plaza del mercado, queríamos haber comprado lo necesario para hacer un picnic en la isla fortaleza de Suomenlinna, pero, debido a la fuerte lluvia, el picnic no pudo ser, aunque sí que cogimos el ferry para visitar la zona. Esta fortaleza fue construida en 1748 para protegerse de los rusos y, en la actualidad, se puede deambular tranquilamente por las ruinas o visitar alguno de los pequeños museos o talleres que hay.

Estocolmo

Conviene explicar que los billetes del ferry se compran en el kiosko de la plaza del mercado y se parte desde el Palacio Presidencial.

Cuando regresamos, se había pasado la hora de la comida para los estándares finlandeses y fue una odisea conseguir comer. Para más explicaciones, un post futuro, prometido.

Por la tarde, nos dedicamos a recorrer la calle Pohjoisesplanadi, con los paraguas, claro y terminamos en una cafetería con estética steampunk. Para la cena, seguimos las recomendaciones de la guía y fuimos a un pequeño restaurante barato y que ofrecía jarras de agua gratis. Los que hayáis estado sabréis cuánto se ahorra si no pides bebida. De vuelta al hotel, nos duchamos en aquel mini baño en el que había que sacar todo para que no se empapase (el desagüe estaba en el centro) y nos preparamos para partir al día siguiente a Tallín.

Estocolmo

Al día siguiente, lucía un sol radiante. Después de pagar 8 euros (¡!!) por un desayuno de croissant y té, nos dirigimos al puerto de dónde parten los grandes ferris y subimos al nuestro. No recuerdo cuánto era el precio del billete, pero no es muy caro, teniendo en cuenta que es una excursión de día muy recomendada. Sí que me gustaría advertir de que, en los ferris, pese a ser unos barcos enormes, hay poco sitio para sentarse, a no ser que hayas reservado un camarote. Por lo que, el primero que sube, el primero que se sienta. Nosotras tuvimos que viajar sentadas en el suelo del pasillo y, aunque mandamos un correo de queja a la compañía, nos respondieron con un “haberos dado prisa”. En cualquier caso, la imagen de entrada en el puerto de Tallín es muy buen recuerdo.

Tallín es una ciudad medieval, con un casco histórico vibrante. Nos alojábamos cerca de Raekoja plats, la plaza del ayuntamiento, porque, dado que sólo íbamos a estar un día, no queríamos perder mucho tiempo en desplazamientos. Una vez alojadas, salimos a recorrerla. La plaza del Ayuntamiento es el centro neurálgico y, como curiosidad, es el único ayuntamiento medieval que ha sobrevivido en Europa del Norte. Desde la iglesia del Espíritu Santo, por Pikk (calle Larga) se llega al acceso medieval del puerto, la Gran Puerta de la Costa y a la antigua jefatura del KGB.

Tallín

Sin olvidar Toompea, otro barrio histórico, donde se pueden admirar, entre otros, el castillo, la catedral de Alejandro Nevsky y el mirador con unas vistas impresionantes. No nos cansamos de hacer fotos.

Comimos en un restaurante muy turístico (estilo medieval con camareros disfrazados como tal) pero recomendado en la guía y con precios que no tienen nada que envidiar a los de Madrid. En resumen, fue un día fantástico que nos dio para conocer lo más importante de una capital de la que se oye poco hablar.

Tallín
Tallín

Volvimos pronto al hotel ya que al día siguiente nos esperaba un buen madrugón: cogíamos un autobús rumbo a Riga a primerísima hora de la mañana.

Y allí llegamos puntuales para coger un autobús que nos llevó, a través de frondosos bosques, hasta la capital de Letonia. Tengo que reconocer que no sabía absolutamente de este destino, apenas había información práctica y menos aún guías, en el mejor de los casos, había publicaciones sobre las tres Repúblicas Bálticas, bastante más de lo que necesitaba, así que se puede afirmar que íbamos a la aventura.

Llegamos a nuestro destino a la hora de la comida y, como teníamos que ir andando cargadas con las maletas, para que no se nos hiciera más tarde, decidimos comer un par de bocadillos en la misma estación.

Por el camino vimos la Academia de las Ciencias, una mole de hormigón enorme de la época soviética con un parecido muy razonable con el Empire State de Nueva York. Y, esquivando a un hombre que se empeñaba en coger mi maleta y, según él, llevármela, conseguimos llegar al hotel. Un lugar que, de lo kitsch que resultaba, tenía un encanto tremendo gracias a unas cortinas de terciopelo rojo y unos muebles ochenteros de los que ya es difícil encontrar. Eso sí, en amabilidad, es complicado superarles. Lo dejamos todo y salimos corriendo a hacer visitas ya que no disponíamos de demasiado tiempo, sólo esa tarde.

Riga

A grandes rasgos, se puede decir que Riga está dividida en tres zonas: ciudad medieval, el ensanche del sigo XIX y el área de construcciones soviéticas. Esta última zona fue imposible visitarla por una falta evidente de tiempo, así que nos centramos en las otras dos.

En esas pocas horas, recorrimos Vecriga, el caso viejo, donde contemplamos la catedral de Santa María; la plaza Livu; los dos gatos encaramados en las torres de Kaku Maja; la torre de la pólvora; las tres casas más antiguas de Riga, conocidas como los tres hermanos o la puerta Sueca.

Riga

Después, nos dirigimos al ensanche, dominado por edificios art nouveau y es que, la calle Alberta, es una maravilla. Muchos de los números son edificios proyectados por Mikhail Eisenstein, padre del famoso director de cine, Sergei Eisenstein. No se puede describir con palabras, es mejor verlo en imágenes, pero, sobre todo, es mejor viajar a Riga para verlo con vuestros propios ojos.  

Me gustaría añadir que, el régimen comunista, una vez finalizada la II Guerra Mundial, no tuvo reparos en dividir los enormes apartamentos de estos edificios en pequeños habitáculos donde vivían familias enteras. Por lo que he leído, estos hechos, unidos a la privatización del nuevo Estado democrático, hace que sigan viviendo familias en pequeños apartamentos con cocina y baños comunitarios y que estén sumiendo las fachadas de los edificios en la suciedad y el abandono. Desconozco si la situación actual es la misma que la que yo encontré en 2015, si alguien lo sabe y nos lo puede aclarar, es bienvenido. En cualquier caso, admirar estas fachadas es de lo más recomendable y no puede faltar en un recorrido por la ciudad.

Riga

Desde el parque donde está el Monumento a la Libertad volvimos a nuestra habitación y nos dispusimos a salir a cenar. No consigo recordar el nombre del restaurante a dónde fuimos, ni tampoco la calle, pero sí que había muy buen rollo y con mucha gente joven disfrutando de la noche.

Al día siguiente, cogimos un avión para San Petersburgo y me marché de Riga con sensaciones encontradas: por un lado, es uno de los lugares que más me han gustado y estoy como loca por poder volver; por otro, me gustó tanto que me supo muy mal no haberla podido dedicar más tiempo.

Y llegamos a Rusia, ese país que conseguía que la gente me mirase con cara rara cuando decía que lo iba a visitar, que me preguntasen que si no tenía miedo de la mafia. Después de pasar los controles de pasaporte y visado, cogemos el metro rumbo a nuestro hotel. San Petersburgo es una ciudad grande, por lo que estábamos satisfechas de haber encontrado alojamiento que, aunque estaba a varias paradas de metro de lo más importante, al menos teníamos línea directa.

San Petersburgo

Visitamos la iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, que es de lo más bonito que he visto, con unos mosaicos que quitan la respiración, la catedral de San Isaac, paseamos por la avenida Nevsky, llegamos a la fortaleza de Pedro y Pablo, usada como prisión política hasta 1917 y, en cuya catedral, están enterrados todos los zares rusos desde Pedro el Grande. Y, por supuesto, el Hermitage, uno de los mejores museos del mundo y para el que habíamos comprado entradas por anticipado para evitar colas. Todo es impresionante, con un aire imperial pero decadente. Visitarla es un acierto seguro.

Además, tuvimos la oportunidad de fundirnos un poco con la Historia ya que estuvimos en la sala del museo que, cuando era el Palacio de Invierno, se declaró la Revolución Rusa, anunciada al encender las lámparas de petróleo de las dos columnas rostrales.

San Petersburgo

Respecto a las comidas, recuerdo un restaurante lujoso pero no caro cerca de las columnas rostrales y, para la cena, un restaurante que encontramos por casualidad con muy estética sórdida y sadomasoquista. He buscado este lugar por internet porque me han preguntado por él, pero no he conseguido encontrarlo, así que di por sentado que se había cerrado.

Nuestra estancia en esta ciudad coincidió con el solsticio de verano y, aunque preguntamos por actividades específicas para ese día, no supieron contestarnos.

San Petersburgo

Después de dos días y medio, tuvimos que hacer otra vez la malera porque nos estaba esperando nuestro último destino: Moscú. Viajamos en el tren rápido y, viendo el tiempo que se ahorra, el precio está más que justificado. Nos costó mucho encontrar la vía desde la que salíamos y muy poca gente pudo ayudarnos y es que, en Rusia, el uso del inglés no está muy extendido, así que ya sabéis, aprended algunas palabras básicas, y comunicaros por señas y, los más importante, recordad que una sonrisa abre muchas puertas.

Una vez encontrado nuestro tren, llegamos en menos de cinco horas a Moscú. Allí, teníamos que coger el metro hasta nuestro hotel que, aunque apartado del centro, estábamos a pocas paradas de la Plaza Roja. El edificio era una mole de hormigón que se había construido para los Juegos Olímpicos de Moscú y, aunque se podría pensar que estaría anticuado, la verdad es que se había modernizado. Estaba en un área llena de hoteles de las mismas características y restaurantes que sacaban de más de un apuro.

Siendo sincera, ya estaba agotada del viaje, llevábamos semana y media sin dormir más de dos noches en el mismo sitio y tenía ganas de ponerme ropa limpia y darme una ducha en mi casa.

Pese al miedo que te intentan meter, tengo que aclarar que no lo sentí en ningún momento. Moscú es una ciudad cosmopolita, con muchos habitantes de otras etnias soviéticas. Nadie mira mal, si acaso, nos miraban con curiosidad. No hay mayor peligro que los carteristas del metro. Vamos, como en cualquier otra gran ciudad. Eso sí, mi pelo rizado llama muchísimo la atención.

Moscú

Sólo pudimos dedicar dos días a esta capital tan inmensa y vimos, principalmente, la Plaza Roja, la catedral de San Basilio, el Kremlin con todas sus iglesias (ciudado, el Kremlin no es sólo la residencia del Presidente, sino el equivalente al castillo en Praga o Budapest) y un recorrido por las estaciones más bonitas del metro. Se notaba ya el cansancio y que el viaje iba pesando.

Recuerdo un sitio donde comimos cerca de la Plaza Roja, seguro que era muy turístico, pero comí unos blinis con caviar de salmón con nata agria que todavía saboreo.

Como ya dije anteriormente, si volviese a hacer este viaje, Moscú no estaría en el listado. Es una ciudad lo suficientemente importante como para dedicarla lo mínimo y quedarte con la esencia, por lo hablar del Anillo de Oro.

Moscú
Moscú

Y llegó el momento en que tuvimos que hacer las maletas para volver a casa. Nuestro avión salía muy pronto y habíamos pedido un taxi pero… terminamos pasando 12 horas tiradas en uno de los aeropuertos y teniendo que comprar otro billete. Más detalles en el futuro, otra promesa más.

Como datos prácticos, comentaré que Suecia, Finlandia, Estonia y Letonia son miembros de la Unión Europea, por lo que se puede viajar sólo con el DNI. Excepto Suecia, los demás perteneces a la zona euro. La moneda en Suecia es la corona sueca y, por mi experiencia personal, no merece la pena cambiar dinero ya que se acepta tarjeta en todas partes y para cantidades mínimas. Para entrar en Rusia es necesario pasaporte, visado y carta de invitación (que se puede tramitar a través del hotel en el que te alojas o por una agencia) y la moneda es el rublo. En este caso, sí que cambiamos moneda, tened en cuenta que no había posibilidad de comprar billetes de metro con tarjeta.

Por la época del año en que viajé, no vimos la oscuridad en ninguna ciudad, excepto en Moscú. Para los que tenemos problemas de sueño, mejor llevar un antifaz porque no hay persianas. Es rara la sensación de que, a las once de la noche, estén las farolas encendidas pero el cielo esté despejado, con una luz plomiza.

También conviene tener en cuenta que, tanto Estocolmo como Helsinki son destinos muy caros. Y no me refiero a lo caro que nos pueden resultar París o Londres, sino mucho más. Además, como yo fui en junio, todavía no hacía buen tiempo y conviene llevar ropa de abrigo y paraguas o chubasquero. El resto de ciudades, bastante más asequibles.

Respecto a la comunicación, en las tres primeras, no tuvimos ningún problema en inglés; en Riga, en los lugares más céntricos y con gente más joven, tampoco; en Rusia, nada de nada. Mientras que en San Petersburgo los carteles de las calles están escritos en ruso, con caracteres cirílicos y en inglés, en Moscú, sólo en ruso y en alfabeto cirílico.

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