Comidas para olvidar: los peores lugares gastronómicos

He hablado de los países en los que mejor he comido, los bares que mejor recuerdo me han dejado y de las veces en las que casi me quedo con estómago vacío por no haber reservado. He hablado del buffet libre de comida asiática que nos acogió a las 14h en Helsinki y de cómo una tortilla francesa me “salvó la vida” en los Países Bajos. Así que ya tocaba: voy a hablar de los lugares en los que peor he comido o los peores platos, por distintos motivos, a los que me he enfrentado.

Espero que este post no os pille con hambre. Allá vamos.

Países Bajos, arenques, sopa de tomate y tortilla

No nos engañemos: nadie va a los Países Bajos en busca de una gastronomía que deje huella. Huella positiva, se entiende. Cuando planeas un viaje a este destino sabes lo que hay, no vas engañado, los Países Bajos tienen otros muchos encantos: pasear entre los canales de Ámsterdam, la Casa de Ana Frank, la belleza de Utrecht, el mercado del queso de Alkmaar, los cuadros de Vermeer o Rembrandt, las playas kilométricas del mar del Norte o las contraventanas de colores en Gouda, por citar algunos.

Son unos cuantos y no, la gastronomía no es, ni de lejos, su punto fuerte.

La primera vez que fui a Ámsterdam, en 2006, recién terminada de la carrera y sin casi dinero, llevamos embutido envasado al vacío en la maleta, por lo que en lo único que gastamos fue en pan para los bocadillos. Esa vez no cuenta. La segunda, en 2012 y ya siendo trabajadora poco más que mileurista, la situación cambió.

Y nosotros sin catar ni un poquito de esos quesos tan enormes. Mercado del Queso en Alkmaar

Fue un recorrido de dos semanas y, aunque llevase más dinero, los precios eran bastante elevados, en consecuencia, desayunar, comer y cenar todos los días fuera se convertía en imposible. Optamos por comprar el desayuno y la cena en el súper y hacerlo en la habitación y comer fuera donde nos pillara. Y menos mal…

El resumen del 95% de lo que probamos se reduce a hamburguesa, comida china y pizza. Recuerdo tres excepciones contadas: los arenques ahumados que compramos, por ser algo típico, en los pueblos de Waterland. Spoiler: no me gustó nada. Cuando visitamos el mercado del queso de Alkmaar, dado que no paraba de llover, terminamos en el porche de un restaurante tomando una sopa de tomate muy espesa y caliente que me sentó de maravilla. La tercera y última fue la famosa tortilla a la francesa que hizo que me quedara con un buen sabor de boca respecto a esas vacaciones. Y ya.

Me imagino que se cumple una regla de oro: si llevas un presupuesto bajo, no puedes esperar florituras y, si puedes sacar la tarjeta con más alegría, tu estómago te lo agradecerá. No tengo planes a corto o medio plazo de volver a los Países Bajos, de modo que no podré contar si la situación ha mejorado o si sigue igual, pero si alguien ha estado recientemente y quiere contar cómo le ha ido, es más que bienvenido.

Londres, presupuesto bajo, comida de batalla

Hay un vídeo de Pantomima Full en el que narra el típico fin de semana en Londres en los que vas corriendo a todas partes y no ves nada y quejándote de lo mal que se come, mientras que el rótulo indica “14.000 restaurantes, todos malos”.

Pues sí y no. Antes de continuar, aclaro que estuve en Londres en 2013, es decir, nueve meses más tarde después de regresar de los Países Bajos, por lo que mi situación económica y presupuesto para viajes eran exactamente los mismos y teniendo en cuenta, además, que Londres es una de las ciudades más caras de Europa.

Con un presupuesto bajo, no tienes ni para estas cámaras tan monas del Mercado de Portobello

Dicho esto, ¿quieres comer bien? Lo pagas. ¿No quieres gastarte tanto? Tú mismo, ya sabes lo que hay. En una ciudad tan grande hay de todo: desde restaurantes en los que la experiencia gastronómica tiene que ser un deleite para los sentidos hasta aquellos que no pasarían el más mínimo control de Sanidad y, entre medias, toda la escala de grises.

Cuando visité Londres, no había presupuesto para experiencias gastronómicas ultra sensoriales, sino que los sitios a los que fuimos rozaban la calificación “de batalla”. Comida marroquí, tailandesa, alguna que otra hamburguesa, pasta y fish and chips. Así durante seis días. No puedo decir que lo recuerde con cariño, pero las ha habido peores, además, sinceramente, no creo que sean muchos los que van a la capital británica para darse un festival de Estrellas Michelín, a no ser que tu presupuesto esté a años luz del común de los mortales.

Meto la cuña para recordar que en Escocia comimos bastante mejor de lo esperado y gracias a esto albergo la esperanza de que algo haya cambiado. Ya os contaré y hasta ahí puedo leer. Stay tunned

Uzbekistán, infinitos pilaf y shashlik

La primera vez que vi la plaza del Rejistán, en Samarkanda, lloré. Tanta belleza me obnubiló, no podía ni hablar para decir “qué bonito”, vamos, que experimenté el síndrome de Stendhal en toda regla. Qué pena no haberlo sentido con la comida de este país de Asia Central.

Se trataba de un tour guiado, en el que muchas de las comidas y las cenas estaban incluidas, por esta razón es fácil suponer que no te van a llegar al mejor restaurante de Khiva o Bukhara, dos de las paradas del recorrido. El asunto está en que tampoco había mucho más donde elegir.

Visité Uzbekistán en 2018, mucho antes del pelotazo que ha dado en redes sociales. Aquel verano nos cruzamos con un par de grupos de franceses y poco más. Si no hay turistas, no hay restaurantes turísticos o, por lo menos, no hay demasiados.

Los enormes panes que se hornean en Uzbekistán, decorados con sellos

En general, se puede decir que la comida era buena: pilaf, un plato cuyos ingredientes principales son el arroz y la carne; shashlik, es decir, brocheta de carne; tomate o lepyoshka, el pan redondo y decorado, fueron los principales platos. Seguro que hubo algo más, pero, sinceramente, no lo recuerdo, al margen de las salchichas y hamburguesas que nos metimos entre pecho y espalda en la cervecería alemana de Tashkent. Sin embargo, para mí, el principal problema venía por comer lo mismo dos veces al día durante dos semanas.

En un determinado momento, alguien soltó irónicamente “qué bien, otra vez pinchitos”, algo que no ocurrió en los restaurantes más que decentes a los que fuimos en Khiva, Samarkanda o Tashkent y en los que seguro nos desviamos del menú “preestablecido”. La parte mala es que mi memoria no es tan maravillosa y no se acuerda de estos sitios. Vaya, qué alegría…

Cuando volví a casa, quedé con amigos y eran muchos los que me preguntaban por la gastronomía uzbeka. A todos les contestaba lo mismo: no me ha gustado porque me ha resultado muy repetitiva. Hubo alguien que replicó asegurando que se debía a que, al ir con agencia, se va a lo barato y rápido en lo que a restauración se refiere. Puede ser que ese fuera el motivo, pero vuelvo al principio: si no hay turistas, no hay tantas alternativas.

¿Habrá cambiado el panorama gastronómico? Pues seguro, si no, leed este artículo de Mochileando por el mundo.

Mongolia, arroz con cordero y cordero con arroz

Mongolia es uno de los países de los que más se está hablando. Turísticamente virgen, es normal que llame la atención de aquellos que buscan lo diferente, lo no explotado o lo auténtico. Sin embargo, al igual que en Uzbekistán, la falta de turistas conlleva la falta de infraestructuras turísticas.

Para mí, el estar dos semanas alojándome en gers, o yurtas, en mitad de la nada y recorrer el país en furgoneta atravesando pistas fue un auténtico placer y toda una aventura, no obstante, sé que no es un viaje para todo el mundo.

Y, no sólo este aspecto le convierte en un destino para no andarse con exquisiteces, sino que el tema de los alimentos es un añadido.

Comíamos en los restaurantes de los campamentos. Aclaro: campamentos en mitad de la nada y a mucha distancia en tiempo y kilómetros de otro lugar habitado, lo que suponía que sólo preparaban un plato para todo el mundo y, si no te gustaba, pues mala suerte.

¿De verdad crees que ese campamento de yurtas tan apartado tiene una cocina de primera?

Iba muy concienciada desde casa con lo que me iba a encontrar, no obstante, una cosa es prepararte para ello y otra muy distinta comer arroz con cordero y cordero con arroz durante dos semanas, prácticamente todos los días.

Hubo variaciones: pasta, sopas, pescado en las inmediaciones del lago Khovsgol o carne de camello cerca de las dunas de Khongor, en el desierto de Gobi. Y poco más. Necesité un tiempo sin arroz cuando volví a casa. Lo que no quita para que recomiende encarecidamente ir a Mongolia: ¿qué más da? Son sólo dos semanas de tu vida.

El peor currywurst del mundo en Berlín

Creo que nadie va a Alemania a comer de maravilla. Codillo, chucrut, filete empanado, mil tipos diferentes de salchichas y poco más. Cuando visité Berlín lo sabía, no me engañaron: sin expectativas no puede haber decepción. ¿O quizás sí?

Si uno de los “platos nacionales” es el currywurst, esperas dar con uno en condiciones. Pues no. Mis vacaciones en Berlín fueron hace ya unos años y mi mente no mantiene la lucidez recordando todo lo que comí, sin embargo, lo que no se olvida fue el que a mí me pareció el peor currywurst del mundo.

Biergarten Prater, en Berlín. Foto de visitberlin.de

Estaba cerca del Monumento a las Víctimas del Holocausto, es decir, lugar híper turístico. Vimos un sitio especializado en currywurst, barato (lo mismo que era todo en Berlín en aquel entonces) y con ventilador (un lujo teniendo en cuenta el calor que pasamos) y pedimos el plato estrella. Al final, nos estrellamos nosotros: salchicha de paquete de supermercado, con kétchup y curry en polvo espolvoreado por encima.

¡¿De verdad?! No tuve el “placer” de volver a pedirlo en el tiempo que me estuve, pero volver a Alemania está pendiente y quitarme la espinita clavada del currywurst, también.

Para compensar, el buen recuerdo del Biergarten Prater y del restaurante Joseph Roth Diele permanecen. Lugares que he aconsejado a muchas personas que han ido a Berlín.

La peor tabla de quesos del mundo en Veliko Tarnovo

Ruta de Semana Santa por Bulgaria, en la que llegamos por la tarde a Veliko Tarnovo, ciudad que nos recibió con una tormenta espectacular y frío.

Pese a que optamos por salir a dar una vuelta, terminamos regresando al hotel. Era pronto y no quería meterme en la habitación y, puesto que me crucé con más integrantes del grupo en la cafetería, me uní a ellos.

Cada vez llevo peor lo de comer y cenar fuera en el mismo día y no tenía mucha hambre y, dado que a otra de las chicas le ocurría lo mismo, optamos por pedir algo tirando a ligero. Al final, nos decantamos por una tabla pequeña de quesos.

El tiempo en Veliko Tarnovo fue como la tabla de quesos que cenamos en el hotel. Mejor nos quedamos con la fortaleza de Tsarevets

Cuando nos trajeron el plato, no nos habían engañado: era una tabla pequeña de quesos en la que había de tres tipos distintos y otro más, cremoso que no terminábamos de ver claro.

Empezamos por los duros y ni sí, ni no, ni blanco ni negro. Sin recuerdo de ellos, seguro que no eran nada del otro mundo. Fuimos a por el cremoso y descubrimos que no era queso, ¡sino mantequilla!

Desde luego, no fue una tabla de quesos de las que se recuerdan en la memoria y en el estómago.

Hasta aquí el recorrido por los peores lugares y platos que ha comido estando de viajes. Seguro que hay muchos más, sin embargo, creo que la mente en sabia y sabe lo que tiene que olvidar. Aunque no tengo ninguna duda de que en un futuro tendré el material suficiente para redactar una segunda parte de este artículo.

Y tú, ¿recuerdas cuál ha sido el peor sitio en el que has comido?

***

Lee otros artículos relacionados: