El lugar más feo del mundo: las minas de Potosí

Se dice que, con toda la plata extraída de las minas de Potosí, se podría haber construido un puente de plata que uniera Bolivia y España y transportar sobre él la plata sobrante. En Bolivia, esta frase se suele rematar añadiendo que se podría construir otro puente de vuelta con los cadáveres de los esclavos que trabajaron en la mina o en la Casa de la Moneda, en los trabajos asociados a la acuñación. Casi nada.

Lo cierto es que es imposible calcular cuánta plata se ha extraído del cerro Rico en casi 500 años de explotación intensiva de la mina.

Según preparaba mentalmente los artículos que podría escribir de este viaje, no tenía claro si el relativo a las minas de Potosí iría por separado o solamente uno relativo a esta ciudad. Cuando estaba allí y vi la pobreza, la miseria y el duro trabajo que supone ser minero y, al mismo tiempo, el cómo nos reciben a los turistas, pidiendo que lleguen más, no lo dudé: tenía que ser un artículo independiente. Pero no uno cualquiera, sino uno englobado en la serie del lugar más feo del mundo porque ninguna visita a Potosí está completa si no has entrado en la mina.

Vista del cerro Rico desde el Convento de San Francisco, Potosí

El trabajo en la mina

Sé que suena a obviedad: el trabajo en la mina es uno de los más duros que hay y, por desgracia, poco ha cambiado desde hace siglos.

Desde que se empezó a explotar el cerro Rico en el siglo XVI se cuentan por miles los mineros muertos. Con la aprobación de la Ley de la Mita en 1572, todos los indígenas y esclavos africanos mayores de 18 años estaban obligados a trabajar cuatro meses seguidos bajo tierra, sin salir al aire libre en ningún momento, y en turnos de 12 horas diarias. Al terminar los cuatro meses, tenían que vendarse los ojos para evitar que se dañasen por la luz del sol. La tasa de mortalidad era altísima y la esperanza de vida muy baja.

En la actualidad, los mineros están organizados en cooperativas y trabajan con herramientas rudimentarias, de hecho, ellos mismos tienen que comprar su ropa, calzado, herramientas o explosivos. Normalmente, establecen sus propios turnos de trabajo, por lo que, a más horas trabajadas, más metal extraído y mayor es el salario o, mejor dicho, menos malo es éste. Por otro lado, a más horas trabajadas, mayor exposición a sustancias químicas y mayor probabilidad de morir de neumonía por silicosis. La tasa de alcoholismo es, también, muy elevada.

Mineros que acaban de salir del infierno de Potosí

Es un tipo de trabajo para el que no se requiere experiencia previa ni ningún tipo de conocimiento. Si quieres ir a la mina a trabajar, tienes el trabajo asegurado, de hecho, suele ser un empleo relativamente común entre estudiantes que quieren sacar algo de dinero.

Hay muy pocas mujeres mineras, debido a la gran superstición existente: muchos creen que una mujer en el interior de la mina despertaría los celos de la Pachamama, la Madre Tierra. Y, dado que hay un cielo, en el que creen, tiene que haber también un infierno, muy similar a su lugar de trabajo y, por lo tanto, es el mismo diablo quién provee los minerales que ellos excavan. Salvo que no le llaman diablo, sino el Tío de la mina, al que hacen ofrendas y piden deseos.

Los barrios mineros de Potosí

No demasiado lejos de los edificios coloniales y las iglesias del centro, Potosí comienza a crecer de manera desordenada. Casas bajas, mucho más pobres y descuidadas.

Recorremos las deterioradas calles en un minibús y, a través de sus ventanas, me fijo en que hay dos tipos de establecimientos que abundan: las tienditas y centros médicos.

Vista de la mina de cerro Rico y de los barrios mineros de Potosí

Las tienditas son pequeños establecimientos en las que se vende todo tipo de producto que un minero pueda necesitar, desde ropa adecuada para la mina, hasta comida o alcohol. En los centros médicos se hacen pruebas relacionadas con la silicosis. Si hay muchos es porque hay demanda…

Hay calles más transitadas, otras muy tranquilas, pero en todas tienes la sensación de estar a años luz del centro histórico, que es Patrimonio de la Humanidad.

Antes de llegar a la mina, hacemos una parada en una tiendita. Como los mineros tienen que comprar su propio material, suele ser costumbre entre los visitantes adquirir productos necesarios para dárselos. El paquete básico suele estar compuesto por hojas de coca, alcohol de 96˚, cigarrillos, dinamita y mecha. Sí, compré dinamita y es tan fácil como solicitarla en el mostrador y pagarla. El alcohol de 96˚ es lo que suelen beber, y no les culpo: cuando trabajas en el mismo infierno, necesitas un empujón para entrar todos los días. En nuestro grupo optamos por cambiar algunas de las botellas de alcohol por otras de refrescos.

Volvemos al minibús y nos ponemos en marcha hacia la entrada de la mina. Cada vez hay menos viviendas, más monumentos a los mineros, más vacío y más silencio. Puede que tenga que ver que la visita fue por la tarde, que no son tan movidas como las mañanas, pero me parece que se respiraba una especie de calma tensa y no es para menos: sabes que entras, aunque no si vas a salir. Se calcula que mueren en torno a 300 mineros anualmente y la edad media de los trabajadores es relativamente baja.

Sin duda, una de las compras más peculiares que he hecho

Preparación para entrar en la mina

La visita a las minas de cerro Rico no se puede hacer por tu cuenta, sino que hay que contactar con alguna de las agencias que las organizan, a través de las cooperativas, en lo que supone una fuente de ingresos adicionales.

En ningún momento tuve la sensación de que fuese un parque temático, ni una romería de turistas ávidos de nuevas experiencias o el selfie de turno. No es una visita fácil, no recomendada a gente con problemas respiratorios o de claustrofobia, sin embargo, creo que, si no tienes ninguna de estas dolencias, es totalmente necesaria. Una cosa es imaginarte o escuchar las condiciones infrahumanas en las que trabajan para ganarse un jornal demasiado bajo y otra muy distinta es verlo con tus propios ojos. La necesidad es muy mala.

Uno de los monumentos a los mineros de Potosí

Primero nos conducen a los vestuarios. Allí nos proporcionan botas de agua, ropa y cascos con linternas. Es mejor utilizar su ropa que la tuya: en la mina hay agua y barro, te puedes rozar con las paredes, te puedes caer o, incluso, no estar demasiado lejos de alguna explosión. Pese a que tú estés haciendo turismo, ellos siguen trabajando.

Antes de entrar, nos dividen en dos grupos, cada uno guiado por un minero. Nos explican lo que vamos a ver una vez que nuestros ojos se acostumbren a la oscuridad, nos indican que nos apartemos y nos peguemos lo máximo posible a las paredes cuando pase una vagoneta y que los productos comprados se los podemos dar a los mineros directamente en la mano o dejárselo encima de la vagoneta cuando pasen empujándolas.

Tras las explicaciones, viene la ofrenda a la Pachamama, que incluye un brindis con alcohol. Me abstengo de ese brindis, pero entiendo que lo hagan antes de meterse en un lugar tan espeluznante.

La virgen del Cerro, representada como el cerro Rico y la Pachamama

Cada visita que se haga a la mina será diferente una de otra, principalmente porque los túneles y galerías excavadas son incontables.

Visita a las minas de cerro Rico en Potosí

Y entramos en la mina. Tal y como nos habían prevenido, se necesita un rato hasta que tus ojos se hacen a la oscuridad, y eso que llevábamos las linternas en los cascos. El silencio es atronador y, al mismo, tiempo, se escucha cada mínimo ruido. Se oye de fondo un chirrido: vienen vagonetas, toca pegarse a la pared para estorbar lo menos posible.

Caminamos con dos guías: uno que abre camino y otro que lo cierra, para asegurarse que nadie se queda atrás o pase algo. Pese a todo esto, no siento miedo, me llama la atención todo lo que estoy viendo, aunque no lo llamaría valentía, sino inconsciencia. Recuerdo las distintas sensaciones, que pasan del frío al calor, de lo cargado del ambiente. Estamos a más de 4.000 msnm, lo que ya cansa de por sí, yendo hacia el centro de la tierra, cada vez había menos oxígeno, lo que puede hacer dificultoso respirar y reseca la garganta. Y sólo llevábamos unos minutos…

Mineros en el cerro Rico de Potosí

Paramos para escuchar las explicaciones: cómo se localizan los distintos metales (principalmente, plata, pero también estaño, zinc o plomo, entre otros), cómo se llevan a cabo las explosiones o distintas experiencias o batallitas que han tenido. Nos cuentan que hay cuadrillas de mineros que se adentran tanto que no les da tiempo a salir en un turno de trabajo, por lo que tienen que trabajar más de 48 horas y dormir en el interior. Si eso no es el infierno, no quiero saber cómo será. Si quieren comer, tienen que trabajar muy duro.

Llegamos a la parada principal del recorrido: el Tío de la mina. Está representado de una manera que se puede asimilar al diablo. Una escultura, de tamaño considerable, que aparece sentado. Le han puesto un cigarro en lo que sería la boca y han esparcido a su alrededor hojas de coca, cigarros y alcohol.

Nos sentamos todos cerca, ya que vamos a hacer un ritual de oraciones y ofrendas para contentarle: no conviene tener al Tío en tu contra. Además, esta manera de representarle también servía para mantener alejado al clero, porque lo consideraban como una presencia demoniaca, aunque algo me dice que el clero no necesitaba demasiado para decidir no adentrarse en ese infierno.

Me parece curioso cómo se combina la tradición cristiana, ya sabemos que en América Latina son muy creyentes, junto a la Pachamama o el Tío, dos símbolos paganos, de origen indígena y conectados con la naturaleza. Cada cual busca su propia protección.

El ritual consiste en esparcir unas hojas coca y derramar algo de alcohol por encima del Tío, mientras que se pide un deseo. Nosotros lo hacemos en silencio, sin embargo, uno de los mineros que nos acompaña lo hace entre susurros y, al estar sentada muy cerca del Tío, pude escucharlo: que sigan viniendo turistas.

Espero que el Tío esté satisfecho con la ofrenda y sigan yendo turistas.

El Tío de la mina

En teoría, la visita programada llega hasta este punto, no obstante, si alguien quiere continuar, puede hacerlo, siempre acompañado por un minero. Mira que soy cotilla y me gusta ver los sitios con mis propios ojos, pero creo que he tenido suficiente. Por suerte, yo puedo elegir cuándo quiero salir.  

Damos la vuelta y, por suerte, el camino de vuelta se hace más corto que a la ida. Sigue pasando alguna vagoneta y nos cruzamos con algún minero más, aunque ya son pocos los que quedan en el interior.

Por fin llega el momento en el que volvemos a ver la luz del día. No sé cuánto tiempo hemos estado dentro, es fácil perder la noción del tiempo, lo que sí sé es que me alegro de estar fuera, de no tener la necesidad de trabajar en un lugar así y tan sólo verlo y conocerlo como turista.

Mis más sinceros respetos a estos hombres que, literalmente, se juegan la vida en el trabajo, que saben que su esperanza de vida es baja, que no saben si van a morir dentro o si lo harán ya retirados y que respiran tranquilos porque sus viudas y huérfanos cobrarán una pensión.

Una parte de mí desea que los metales de la mina se agoten pronto y que no se siga llevando tantas vidas, ni exigiendo un trabajo tan precario; la otra parte desea que esta gente siga teniendo un trabajo porque, sin preparación de ningún tipo, no tienen muchas opciones.

No tengo la más mínima duda de que las minas de cerro Rico, en Potosí, son el lugar más feo del mundo.

***

Lee otros artículos de este viaje y relacionados:

17 Comentarios

Deja un comentario