A menos de 80 km de Toulouse se encuentra Albi. La capital del departamento de Tarn es de un color anaranjado que viene dado por los ladrillos con los que está construidos sus edificios, ya que las arcillas del río Tarn fueron la principal materia prima.
Nos levantamos pronto para coger el tren hasta la ciudad. Por suerte, nuestro hotel está ubicado a tan solo 10 minutos a pie de la estación, y aprovechamos para desayunar en una de las cafeterías que hay.
El tren que une las dos localidades es un regional, por lo que no es necesario comprar los billetes por anticipado. Para que nos hagamos a la idea, sería un equivalente a nuestro Cercanías.
Tras un trayecto de poco más de una hora parando en pequeñas estaciones y apeaderos de lugares de los que no hemos oído hablar nunca, llegamos a Albi Ville, la última parada y según vamos andando, la catedral de Santa Cecilia se va viendo por encima de los árboles. Pero antes de esto, pongamos Albi en el mapa.

Brevísima historia de Albi
Fundada por los romanos en el siglo I a.C., que la denominaron Albiga, ya en el siglo IV se convirtió en sede de un obispado, lo que la otorgó importancia política. Continuó creciendo en siglos posteriores y, tras la construcción de un puente sobre el Tarn, genera ingresos por el cobro de un peaje por cruzarlo.
A partir del siglo XII el catarismo se comenzó a desarrollar en la zona y, gracias a que apenas sufrió las consecuencias de la Cruzada Albiguense, al contrario que otros lugares cercanos, se convirtió en una poderosa y autónoma sede episcopal, en la que el obispo sólo rendía cuentas ante Roma y el Papa.
En el siglo XVIII las murallas fueron demolidas y el centro de la ciudad se desarrolla, sin embargo, aún en el XX, muchos barrios antiguos siguen resultando insalubres, ya que están habitados por una población muy empobrecida que no puede mantener sus casas, lo que conduce a una demolición tras la II Guerra Mundial, para conseguir barrios y casas con una mayor higiene.

En la actualidad, viven unos 50.000 habitantes y cuya ciudad episcopal es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 2010. Uno de sus hijos más famosos fue el pintor Henri Toulouse- Lautrec y es aquí donde podemos encontrar la mayor colección de sus pinturas.
Catedral de Santa Cecilia
Había visto alguna foto de esta imponente catedral y puedo asegurar que tenerla delante y verla con tus propios ojos quita la respiración. No es una catedral al uso sino que tiene todo el aspecto de ser una fortaleza.
Se construyó a lo largo de dos siglos, entre 1282 y 1480, y es la catedral de ladrillo más grande del mundo. Al principio, formaba parte del sistema defensivo de la ciudad y podía cobijar hasta 6.000 personas en su interior, algo lógico si pensamos que en aquella época el catarismo ya se estaba extendiendo. El exterior austero está roto por la entrada, de estilo gótico tal y como lo entendemos y se ve en otras catedrales y, especialmente por el interior. Todos sus muros y bóvedas están pintados y domina el espacio el fresco del Juicio Final que, originalmente, cubría 200 m2. Paseas por los pasillos, te sientas en un banco a disfrutar del arte, fotografías lo que te llama la atención, que es mucho, y piensas que es una de las catedrales más bonitas en las que has estado.

Lo único que no pudimos visitar fue el coro ya que, al ser Viernes Santo, estaba abierto sólo a personas que acudían a rezar.
Centro histórico de Albi
Cuando salimos, se nos echaba encima la hora de comer pero quisimos apurar un poco más y nos dirigimos a Castelviel, donde pudimos mirar hacia el imponente campanario de la catedral.
Castelviel es una antigua zona fortificada y todavía se pueden ver los vestigios de las murallas. Un barrio bastante tranquilo, casi no había nadie más aparte de nosotras, pudimos caracolear entre las callejuelas, que tienen un aspecto de pueblo con encanto: casas con entramado de madera, contraventanas de pastel, casas bajas y silencio. Además, dimos con una pequeña plaza, la de Savene, que es una delicia y que llama a sentarse y disfrutar del entorno durante unos minutos.

Regresamos a la catedral y, antes de ir a comer, nos damos una vuelta rápida por el barrio de Saint Salvi. No lo voy a negar: es muy bonito. Pasear por esta zona, una vez que se ha dejado atrás el poco gentío, los restaurantes turísticos y tiendas de imanes, es un placer para los sentidos y para las cámaras de fotos.
Calles estrechas y pintorescas, mansiones renacentistas, la casa natal de Henri Toulouse- Lautrec, ladrillo rojo tono Albi (si no existe, me lo acabo de inventar), esquinas pintorescas y pereza que vamos haciendo para ir a comer. Por suerte o por desgracia, pasamos por delante del claustro de Saint Salvi. Nos asomamos un momento y preferimos dejarlo para después de la comida. Primero, porque los horarios franceses son diferentes a los españoles y no queremos tener problemas con el cierre de cocinas, además, ya tenemos un agujero en el estómago; segundo, porque nos encontramos un grupo numeroso de estudiantes que están aprovechando para comer en pleno claustro, así que mejor les dejamos tranquilos y lo visitamos nosotras más tarde.
Hemos pasado por delante de varios restaurantes con ese punto turístico que les suele caracterizar, acompañado de unos precios que dejan sentados. A diferencia de lo que vimos en Toulouse, aquí sí que nos encontramos más comercio dirigido a turistas, es decir, nosotras, salvo que no son nuestros lugares predilectos para ir. Nos habíamos informado y en el mercado cubierto se puede comer sin problema.

Puestos de mercado que, además de vender como en cualquier otro mercado, también tiene productos para consumir allí. Nosotras optamos por una tabla de embutidos y otra de quesos junto con dos copas de vino que estaban de escándalo por un precio bastante ajustado. De hecho, los quesos no nos los pudimos terminar y en la quesería donde los habíamos comprado nos dieron un pequeño tupper para que nos llevásemos lo que sobraba.
Según maps, el mercado cerraba a las 14h, por lo que nos dimos algo de brío en terminar antes de esa hora y continuar con nuestra visita.
Cuando terminamos, regresamos a Saint Salvi. Nos espera un conjunto de colegiata románica y claustro, que son uno de los edificios más antiguos de Albi. Entramos al claustro por un pasadizo que parece secreto y que no ayuda a imaginar lo que vas a encontrar al otro lado. Cuando subimos las escaleras de acceso, llegamos a un pequeño claustro, que perdió gran parte durante la Revolución Francesa, con un jardín ya florecido y un huerto y en el que, por si no fuese poco, se respira silencio y tranquilidad. Me llama la atención que parte corresponde a casas particulares, de hecho, por el pasadizo, hemos pasado por delante de dos portales bastante antiguos a ambos lados.
Mientras que estábamos sentadas disfrutando del momento, no podía evitar pensar en cómo tiene que ser vivir en un lugar así. Casas muy antiguas, dentro de un conjunto histórico que es Patrimonio de la Humanidad y que, por si no fuese poco, dan a una de las ubicaciones que más aparece en redes sociales. Por suerte para los vecinos, tanto el claustro como la iglesia tienen un horario de cierre “europeo”, por lo que es fácil suponer que las noches serán silenciosas.

Entramos a la iglesia, de estilo románico y una de las más grandes de la región. Debe su nombre a primer obispo de la ciudad, en el siglo VI y, en el torreón de ladrillo que la corona había vigilancia continua durante el día y la noche para garantizar la seguridad de la urbe.
Por las orillas del río Tarn
Antes de entrar en el Museo de Toulouse- Lautrec, decidimos seguir paseando y dirigirnos hacia el río, cruzar uno de los puentes y dejarnos transportar por las vistas.
Pasamos por delante del Palacio de la Berbie, nos asomamos para ver los jardines y, para no seguir haciendo spoiler de lo que nos espera, preferimos seguir con nuestra ruta.
Llegamos al Pont Vieux, de origen medieval, era un paso obligado de acceso y salida de Albi y, dado que se cobraba peaje en la entrada del puente, estamos ante una de las ciudades más prósperas, suponiendo un importante desarrollo urbano y comercial.
Como curiosidad, en el siglo XV, se construyeron casas con entramado de madera en el mismo puente para hacer más consistente la estructura. Llegaron a vivir 11 familias y el conjunto tenía un aspecto que se asemejaría el del Puente Veccio de Florencia. En 1766 el río experimentó una fuerte subida, lo que hizo que las autoridades comprasen las casas y las destruyeran.
La margen derecha del río Tarn está ocupado por el Barrio de la Madeleine y es desde donde se obtienen las mejores vistas del río, el Pont Vieux, la Ciudad Episcopal y el Vieil Albi.

Se percibe cierto cambio de ambiente entre las márgenes del río, donde nos encontramos ahora es mucho más tranquilo, hay casas, apenas comercios y no nos cruzamos con nadie. Sigue teniendo ese olor de ciudad antigua, pero es mucho más puro, aunque me temo que a esta zona sólo se llega por dos motivos. El primero y más obvio, por las vistas; el segundo, porque los restaurantes son más baratos.
De todas formas y pese a que nos quedaríamos aquí sentadas un buen rato, decidimos volver porque el Museo de Toulouse- Lautrec nos está esperando.
Museo de Toulouse- Lautrec en el Palacio de la Berbie
Justo al lado de la Catedral de Santa Cecilia se halla el Palacio de la Berbie o Palacio de los Obispos. Construido en ladrillo en el siglo XIII, tiene el aspecto de una fortaleza, con una arquitectura muy similar a la de la catedral. Está catalogado como Monumento Histórico desde 1862, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en 2010 y acoge el Museo Toulouse- Lautrec desde 1922. Imposible perdérselo.
Los jardines son públicos y están perfectamente integrados en el entorno, que resulta inmejorable: el ladrillo, el verde de los setos, cortados al milímetro y formando dibujos geométricos sobre la grava blanca, un paseo con miradores al río y al barrio de la Madeleine, en el que nos acompañan estatuas que representan dioses de la mitología clásica. El lugar del que no querrías irte. Con la primavera más entrada, tiene que ser una delicia pasear por allí.

En el interior se puede visitar el Museo del Toulouse- Lautrec, que reúne la mayor colección de cuadros y carteles de este artista postimpresionista que murió demasiado pronto. También se exhiben lienzos de arte moderno de artistas amigos y/o contemporáneos de Toulouse- Lautrec.
El museo fue reformado en 2008 y las instalaciones son muy modernas y podemos ir viendo, además de todo el arte que cuelga de sus paredes, las distintas estancias en las que habitaban los obispos, aunque ya no queda mobiliario de aquella época, nos esperaban techos pintados, enormes salones y el placer de estar rodeadas de historia.
Albi merece una visita, ciudad más que recomendable.
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