Tras nuestra primera toma de contacto con Barcelona, recorriendo Montjuic y el Barrio Gótico, la arquitectura modernista del Eixample nos espera, comenzando por la Casa Milà, también conocida como La Pedrera.
La Casa Milà
Habíamos reservado las entradas de la Casa Milà para la primera mañana que pasamos juntas en la ciudad. Diseñada por Antoni Gaudí entre 1905 y 1910, fue un encargo del empresario Pedro Milà en pleno Eixample. Con sus 33 balcones, su fachada ondulada, sus chimeneas que parecen guerreros, normal que sea Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Ya conocía este edificio de mi anterior viaje y no me importó volver. Al final, es una maravilla salida de la mente de un arquitecto que vivió hace más de 100 años y que veía todo con una lente distinta a la de los demás. Explorar las distintas estancias de la única vivienda visitable e intentar hacernos una idea de cómo debería ser la vida allí. El piso está decorado tal y como lo estaría uno de aquella época. El recorrido incluye una audioguía, aunque, sinceramente, la explicación no me parece muy allá. Sin embargo, éste no es motivo para no ir, merece muchísimo la pena y lo mejor es pasear por la azotea, fijarse en todas las chimeneas, que parecen soldados, subir y bajar las escaleras que hacen que esté a varias alturas, asomarse por el patio de luces, sentarse a ver los tejados de la ciudad y decidir qué casa nos compraríamos si tuviésemos un presupuesto ilimitado.

Por cierto, se dice que estas chimeneas inspiraron los cascos de los soldados imperiales de Star Wars…
Recinto modernista Sant Pau
Haciendo frontera entre cuatro barrios, se halla nuestra segunda parada. Diseñado por el arquitecto modernista Doménech i Montaner, el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, sobresale con su colorido y edificios en movimiento. Fue construido entre 1902 y 1930 y funcionó como hospital hasta 2009 (¡2009!), momento en el que se transformó en el recinto modernista que es hoy. Mientras que escribo esto, recuerdo este recinto hospitalario como una de las atracciones turísticas más bonitas que he visitado y creo que es la que más me ha gustado de Barcelona y me llama poderosamente la atención la poca gente que había. Hicimos el recorrido muy a gusto, sin toparnos con las hordas que agobian en la Sagrada Familia o el parque Güell.
El recinto está formado por 27 edificios y es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y os puedo garantizar que la entrada vale cada céntimo que pagas por ella.

Sorprendentemente, no se encuentra entre los puntos más frecuentados ni conocidos de Barcelona y, cuando Noe lo sacó como posibilidad, no supimos qué decir. Como ya comenté, las entradas son caras y, si te vas a gastar los 16€ que cuesta la más barata (más 4 € de audioguía), por lo menos estar seguras de que merece la pena. Acordamos informarnos y hablarlo en unos días.
Como muchos nos imaginamos, los móviles nos escuchan, y añado que el destino también lo hace. Al día siguiente, en la oficina, al ir a la máquina de café, había una chica hablando con otra sobre el fin de semana que acababa de disfrutar en Barcelona y le comentaba lo que le gustó el Hospital de Sant Pau. ¿De verdad esto está ocurriendo? Cojo el móvil, escribo en el chat de grupo lo que acaba de ocurrir y no se hable más: lo incluimos en el planning. Y no nos arrepentimos.

Teníamos el acceso un domingo pronto por la mañana, de esta manera, nos cruzamos con muy pocos asistentes más, lo que nos permitió descubrirlo con tranquilidad y sin masificaciones.
Leímos sobre la historia del hospital, vimos vitrinas que exponían distinto material médico y quirúrgico y paseamos por los distintos pabellones, la mayoría de los cuales están restaurados, sin embargo, uno de ellos permanece tal y como se quedó en su día, así podemos comprobar la mejora de las instalaciones, así como el funcionamiento de las mismas hace décadas.
Salíamos de un pabellón y entrábamos en otro. Nos sentábamos tranquilamente en los bancos con la sana intención de disfrutar de la arquitectura y los jardines. Hablábamos de cómo sería estar ingresado en un hospital tan majestuoso. Momento para fotos, muchas fotos. Normal en un lugar tan bonito y desconocido. Nos seguíamos preguntando cómo es posible que apenas se oiga hablar de un sitio así. Mejor para nosotras, desde luego.

Después, sólo nos queda el edificio que acogía la Administración. Cuando pensábamos que no nos podía gustar más, llega la guinda del pastel.
El edificio más emblemático del recinto y constituye el acceso principal. Compuesto por vidrieras, cerámicas, mosaicos o forjas, asomándose al ventanal principal, se tienen unas vistas del recinto que quitan el hipo y que nos sacaron más de una foto de las que sólo te hacen las amigas.

Tras la belleza y la cultura, tocaba vermut y tenía apuntada una dirección por la zona de parte de Merche, una compañera de trabajo. Se trata de un lugar muy especial, en el que apenas había turistas, así que no confesaré el nombre en público ni bajo tortura. Un buen rato de vermut y comida, como tres barcelonesas más haciendo lo propio. Hasta que nos echaron, literalmente hablando, porque tenían que terminar de limpiar antes de cerrar.
Tras la parada, ponemos rumbo al norte de la ciudad, a uno de los espacios más conocidos: el parque Güell.
El parque Güell
Diseñado por Antoni Gaudí, la construcción comenzó en 1900, tras un encargo del empresario Eusebi Güell. En 1926 se inauguró como espacio público. Como otros monumentos modernistas de Barcelona, está catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Lo primero que me gustaría decir es que se trata de un recinto público. Un parque por el que los vecinos paseaban, se sentaban, charlaban, admiraban las vistas desde lo alto, o no, porque ya las tienes asumidas y que, de repente, se ve comido por los turistas. Adiós a los paseos, a salir con tu perro o a disfrutar de ese parque de tu barrio o de tu ciudad. Normal.

Para intentar disuadir a tanta gente (y para sacar más pasta), el Ayuntamiento impuso una tasa de acceso, es decir, tienes que comprar entrada por anticipado reservando el horario al que quieras entrar. Y tienes que hacerlo con tiempo porque si no, no pasas. Reservar para visitar un parque. Un parque público. Una entrada por la friolera de 10€. ¿Nos hemos vuelto locos? No parece que disuada a muchos turistas (de hecho, nosotras fuimos), pero sí lo ha conseguido con los vecinos. Varios barcelones me habían confirmado que pocos te ibas a encontrar por allí. Y no me extraña. Si yo viviese por la zona, tampoco me acercaría. Los turistas hemos echado a los barceloneses de una parte de una ciudad. O de muchas, mejor dicho.
También conocí este parque en 2012 y el recuerdo que tengo dista mucho de la realidad de esta última vez. De pasear tranquilamente a tener que esquivar a gente. De cruzarte con vecinos a hacerlo con decenas de turistas. De disfrutar del entorno a alucinar con el postureo. De poderte sentar a estar a codazo limpio. De poderte hacer fotos en solitario a que esto sea un deseo al soplar las velas de una tarta de cumpleaños.
Pues sí, en esto se ha convertido y hemos convertido el parque Güell. Para hacer una autocrítica muy seria. Si Marisol, Noe y yo ya conocíamos la ciudad, ¿por qué decidimos acercarnos hasta este lugar? Sí, es uno de los imprescindibles de Barcelona; un parque modernista, apetece, pero ¿vale todo?

Mirando la página oficial del parque, hacen gala de la convivencia con el vecindario, las áreas reservadas de libre acceso o de los cupos para su conservación. Os digo ya que no se cumple. Resulta agobiante. Está saturado. La gente hace lo que le da la gana porque todo vale por una foto. Y, los pocos guardias de seguridad que vimos estaban más pendientes de que no se accediera con perros.
Después de esta llamada a la reflexión, retomo nuestro periplo, que continúa a la mañana siguiente. Nos esperaba la última visita modernista planificada en la ciudad: la Casa Batlló. En el momento de hacer la planificación, ésta era la que más me apetecía ya que no la había podido ver en 2012.
La Casa Batlló
Tras la reforma urbanística de 1860, en el que el Paseo de Gracia se convertiría en el eje principal, las residencias de las familias más pudientes se sitúan en él. El edificio pertenecía a Josep Batlló y dio libertad creativa a Gaudí, que llevó a cabo una reforma integral entre los años 1904 y 1906. Cambió la fachada, amplió el patio de luces y convirtió el interior en una obra de arte, lo que la ha convertido en un icono de la ciudad y en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El edificio se ubica en la conocida como manzana de la discordia. Formada por cinco edificios (Casa Lleó Morera, Casa Mulleras, Casa Bonet, Casa Amatller y Casa Batlló) diseñados por arquitectos de renombre y que compitieron por premios urbanísticos del Ayuntamiento de Barcelona. Os comparto una foto de la página de ésta última atracción donde se aprecia claramente.

La fachada es mucho más llamativa que la de La Pedrera y facilita dejar volar la imaginación para intentar adivinar qué es lo que quería representar Gaudí. Para mí, el tejado es la piel de una serpiente y los balcones son una calavera. ¿Qué opináis?
Una vez más, las entradas las habíamos comprado por anticipado y, aunque tuvimos que esperar un ratillo, pudimos acceder sin mayor contratiempo. El recorrido se hace con una audioguía que, esta vez sí, me parece bastante instructiva en la que se explica con detalle las distintas estancias que vemos. En el salón, asomarse al ventanal y ver el Paseo de Gracia hace retrotraerse más de 100 años, cuando la familia Batlló vivía allí. ¿Qué verían por su ventana? La imagen ha cambiado muchísimo. ¿Les gustaría en lo que se ha convertido?

En este caso, también se sube a la azotea, más pequeña que la de la Pedrera, con una pequeña cafetería que, sinceramente, ni los precios ni el gentío invitan a sentarse.
Pese a la masificación, me gustó mucho. El interior está muy bien conservado y el patio de luces con los azulejos azules que van cambiando de tonalidad consiguen que te quedes pegado a los cristales como un chupón.
Es como visitar El País de las Maravillas.
Una vez que salimos, viene un momento de despedida. Marisol tiene que regresar, así que nos decimos hasta luego con la promesa de repetir experiencia al año siguiente y con la sana intención de convertirlo en una tradición. Ya sabemos que si algo se hace más de dos veces, se convierte en una.

A partir de este momento, nos quedamos Noe y yo. Y tenemos muy claro lo que queremos hacer justo después de comer: recorrer la Casa Amatller.
La Casa Amatller
Inicialmente, no estaba en el planning previsto pero, en un momento en el que Noe fue a hacer fotos, llegó con un “no sabéis lo que acabo de ver”. Y en efecto, lo que acababa de ver era la entrada de esta casa modernista, muy diferente a todas las demás gracias a su arquitectura que parece gótica.
Proyectada por el arquitecto Josep Puig i Cadafalch entre 1898 y 1900 por un encargo del empresario Antoni Amatller, tiene elementos tanto góticos como flamencos, que se ven en la fachada escalonada.

La visita sólo se puede hacer guiada y, como habíamos reservado a primera hora de la tarde y no tiene tanta afluencia de público como su vecina, la hicimos totalmente solas, acompañadas por nuestra guía. Dado que se conserva toda la decoración original, incluidos los suelos, nos tuvimos que poner patucos. De esta manera, fuimos siguiendo los pasos de la guía que, pese a tener un horario establecido, nos dio mucha libertad de tiempo para hacer fotos y preguntarle todo tipo de dudas y preguntas. Así da gusto…
Como he comentado, el interior de la casa mantiene toda su decoración, entre la que destacan muebles y objetos modernistas de Art Decó. La habitación de Teresa Amatller, hija de Antoni y heredera de todo el imperio, es una de las principales, con un ventanal por el que se cuela a raudales toda la luz del Paseo de Gracia y que, si lo vemos desde el exterior, coincide con la ventana de aspecto gótico. En mi opinión, la decoración es excesiva y, por mucho que las modas sean diferentes, me cuesta imaginar hasta qué punto una habitación así puede hacer las delicias de alguien…

Un aspecto muy curioso que aprendimos y que afecta, no sólo a la Casa Amatller, sino a todas las casas señoriales que se localizan en la zona es que, aunque el edificio pertenecía a su propietario, un empresario de éxito normalmente, la familia no lo ocupaba entero, sino solamente la planta principal. Esta solía ser la primera y el resto de pisos que se encuentran en las otras plantas se alquilaban a distintos inquilinos que, por imagen, optaban por vivir de alquiler en una casa modernista del Paseo de Gracia. Preferían esto antes que comprar su propio piso en otras zonas de la ciudad menos “llamativas”. Los comienzos del postureo.
Sólo el piso de la familia propietaria estaba diseñado y decorado en consonancia con la grandeza de la arquitectura y por este motivo es (o suele ser) el único visitable. El resto tenían más el aspecto de “cuarto de la plancha”, según las palabras de la guía. Además, no creo que tenga sentido ver varios pisos exactamente iguales.
El recorrido incluye uno de estos pisos, mucho más pequeño y anodino, vacío y en colores pastel, que no creo que sea mucho más diferente de sus equivalentes en otros edificios. Otro de las razones por las que no se puede entrar es porque están habitados (en concreto, tres de La Pedrera) o porque son sede de empresas, instituciones o distintos gabinetes profesionales.

Mientras que escribo esto, me pregunto cómo tiene que ser vivir en un edificio que es Patrimonio de la Humanidad y/o que sufre una avalancha turística diaria y no estoy ni relativamente cerca de hacerme a la idea. No estamos hablando de vivir en el centro histórico de Córdoba o Toledo, sino en que el edificio en el que está tu casa sea una de las atracciones más visitadas de tu ciudad… Muchas preguntas sin respuesta y que, al navegar por internet, he encontrado este artículo de El País sobre Ana Viladomiu, la última inquilina de La Pedrera.
El viaje continúa en un próximo artículo.
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