Todo se empezó a fraguar en febrero. Una noche de febrero quedamos Marisol y yo para cenar. Después de ponernos al día, lo soltó: tenía muchas ganas de irse de viaje con amigas. Acabas de dar con la persona adecuada, no se hable más, pensamos en un destino, cuadramos fechas y nos vamos. Así de fácil.
Unas semanas más tarde, me escribió para decir que había soñado que nos íbamos a Barcelona, por lo que el destino ya estaba elegido, así como las fechas, para después del verano. Decidimos decírselo, además, a Maite y Noe, a ver si había posibilidad de que nos fuésemos todas juntas.
Quién me iba a decir, poco antes, cuando publiqué el artículo de Las de la última fila, en el que terminaba pidiendo más viajes con amigas, que el destino recogería el guante y me traería 5 días con ellas en Barcelona.

Preparación del viaje
Una cosa que hicimos mal fue no reservar alojamiento en ese momento: quedaban varios meses, no teníamos los billetes y Maite no tenía claro si iba a poder venir. Las habitaciones en esta ciudad son muy caras y la demanda es altísima, por lo cual, no conviene dejarlo para última hora.
De repente, es septiembre, poco antes de irnos, a vueltas con precios, habitaciones triples, hoteles alejados y escasa disponibilidad. Una vez más, el destino se puso de nuestro lado en forma de una habitación para nosotras tres, en un hotel con buenas críticas y, pese a que estaba un poco alejado del centro, teníamos línea directa y en 20 minutos nos plantábamos en la Plaza Cataluña.
Respecto a los billetes, también tardamos en comprarlos y reconozco que me estaba poniendo nerviosa. Las tarifas van subiendo y las plazas, disminuyendo, con lo que soy yo para esos temas… el motivo por el que no terminábamos de concretar los días era por estar pendientes de un tema laboral.
No podíamos seguir esperando porque nos arriesgábamos a quedarnos sin nada o a que los precios fuesen tan elevados que nos negásemos a pagarlos.

Al final, no hubo ningún problema: como Noe y yo queríamos los más baratos, tuvimos que elegir el AVE que hace todas las paradas, aunque el recorrido final fue sólo 3 horas y los horarios, tanto de ida como de vuelta eran bastante buenos.
Y, por fin llegó la mañana en que salíamos, Barcelona, allá vamos. La reunión de las tres fue más accidentada de lo que nos hubiese gustado, y nos fuimos juntando de manera escalonada.
Al llegar al hotel, dejé mi maleta y fui a encontrarme con Marisol, que ya estaba por los alrededores de uno de los mayores polos de atracción turística de la ciudad: la Sagrada Familia.
La Sagrada Familia
La Sagrada Familia es una basílica católica diseñada por el archiconocido arquitecto Antoni Gaudí y cuya construcción, que aún no ha terminado, comenzó en 1882.
Es el monumento más visitado de España y la segunda iglesia con más turistas del Europa, tras San Pedro del Vaticano. Cuando esté acabada, será el templo cristiano más alto del mundo. Además, es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Gaudí trabajó en esta obra la mayor parte de su vida, pero se centró más en ella durante sus últimos años, dedicándose casi en exclusiva.

Da igual que ya la hayas visto anteriormente o todos los datos que puedas leer: mirar hacia arriba quita la respiración: las tres fachadas dedicadas al Nacimiento, Pasión y Gloria de Jesús; las 18 torres que tendrá cuando esté concluida, la torre- cimborrio central, que alcanzará una altura de 172,50 m.
Ni en esta visita, ni en la anterior que hice en 2012, entramos a la basílica, y es que, el alto precio de la entrada hace que lo pienses, así que, de momento, me he conformado con ver el exterior. A ver si para la próxima.
Cuando saludé a Marisol e hice un par de fotos de rigor, me dijo que había “descubierto” un lugar donde parecía que hacía menos gente y se podía disfrutar con algo más de “soledad”.
Por supuesto, todo esto va entre comillas porque “soledad” y “Sagrada Familia” no pueden ir juntas en la misma frase. El lugar en cuestión estaba en los jardines de la plaza Gaudí donde, sí, increíble pero cierto, había menos gente y se podía disfrutar del edificio y hacer fotos con menos cabezas.

Dimos una vuelta alrededor, elucubramos sobre la imaginación sin límites de este arquitecto y nos vimos completamente rodeadas por varios grupos masivos de visitantes. Y es que la zona está absolutamente abarrotada de turistas, lo que dificultan el acceso, la visita o el disfrute del lugar.
Montjuic
Poco después, Noe nos llamó y nos pusimos en camino hacia Montjuic para ver atardecer desde lo alto, tal y como teníamos previsto en el planning. Según bajamos del tren y vimos los horarios de los teleféricos, nos dimos de bruces con una de las realidades de esta ciudad: los precios de las entradas son astronómicos.
Haciendo un inciso relativo a este último punto, en mi anterior visita a la ciudad, compré una tarjeta turística para ahorrar algo, y lo conseguimos.
En esta ocasión, mientras que preparábamos el viaje, revisamos las tarifas de los lugares que nos interesaban y alucinamos: esa tarjeta no resultaba rentable por mucho, tendríamos que organizar un maratón de atracciones turísticas que no tenía sentido ni queríamos hacer.
Por otro lado, viendo estas tarifas, creímos que lo más razonable era eliminar algo de la lista y así tener un motivo para volver, como si para volver a Barcelona se necesitaran motivos… Si comprábamos las entradas online, nos asegurábamos la entrada, poder elegir (más o menos) la hora de la visita y un pequeño descuento. De esta manera, acordamos comprarlas y, por lo menos, sabíamos que teníamos el acceso garantizado.

Volviendo a Montjuic, dado que hacía buen tiempo y no estábamos dispuestas a pagar el coste del trayecto en el teleférico, optamos por subir andando.
Fue todo un acierto porque descubrimos un parque muy cuidado y, sobre todo, muy tranquilo. Un auténtico placer pasear por un lugar así, que invita a disfrutarlo con calma, zigzagueando por los distintos caminos y jardines.
El edificio actual del castillo de Montjuic data de finales del siglo XVII, aunque en este lugar ya se encontraba una atalaya desde el 1073. Durante todos estos siglos ha servido de cárcel política y lugar de ejecuciones.
Nosotras no llegamos a acceder, nos quedamos en el exterior, con las fantásticas vistas del Mediterráneo que se tienen, así como ver la ciudad desde lo alto y, sobre todo, fijándonos en la forma del edificio. ¿Alguien más cree que tiene forma de barco?

Bajamos andado y nos damos cuenta de que se acercaba peligrosamente la hora de tomar el primer vermut. Esa era una de las condiciones del viaje: tomar vermut y disfrutar de las vermuterías.
Y, bueno, también hacer algo de turismo. Por la zona, tenía apuntado un bar de los clásicos y, cuando llegamos, y no eran ni las 20h, había una cola descomunal para entrar. Ouch.
Se trata de un local muy pequeño, que no parece estar pensado para cenar, pero nunca se sabe a la velocidad a la que se va a mover dicha cola, por lo que optamos por buscar una alternativa.
No muy lejos, damos con una bodega con mucho encanto, vermut, buenas tapas y mejor música. Teníamos que recuperar fuerzas (jaja) porque al día siguiente nos esperaba una de las mecas de la arquitectura modernista (y del turismo) de la ciudad condal: La Casa Milá o Pedrera, de la que hablaré en el próximo post.
Barrio Gótico
Esa misma noche, antes de regresar al hotel, teníamos una cita ineludible: habíamos quedado con un antiguo amigo de Marisol en la plaza del Rey, en la que, los viernes por la noche, se reúnen para bailar danzas tradicionales.
Me encantó ver unos bailes en el Barrio Gótico de la ciudad, con la torre iluminada, la gente a su aire, danzando en círculo, totalmente ajenos al tumulto turístico que se abarrota a pocos metros de allí. Esta es la Barcelona que teníamos ganas de ver, la de la gente, los vecinos que hacen su vida, la que tiene tanta magia fuera de la masificación.
Ya al día siguiente y, después de haber visitado la Casa Milà, nos dirigimos al Barrio Gótico, donde tenemos pensado comer antes de continuar con la visita y es aquí donde nuestro gozo se ve en un pozo: pese a que no es tarde, todo está lleno de gente y, lo que es peor, casi todos los sitios que vemos son bastante turísticos y caros.
Andamos desesperadas, ya casi nos da igual donde sea, con tal de que nos podamos sentar, así que decidimos asomarnos a un último a ver si hay suerte y nos cuadra el precio, si no, al primero que aparezca, aunque sea un kebab.
El destino nos vuelve a sonreír (digo yo que en algún momento dejará de hacerlo) y nos pone en bandeja un lugar con buena carta, precios adecuados y sitio para las tres. Allá que vamos.

Al salir, empezamos el recorrido por esta zona de Barcelona. Llena de callejones, iglesias góticas, calles adoquinadas, una plaza, la Real, con palmeras y arcadas por las que se cuela el sol y la gente.
Caracoleamos por las calles, fijándonos en los detalles y en las distintas tiendas, más o menos turísticas que salen a nuestro paso. Pasamos por San Felipe Neri, una pequeña plazoletilla que toma el nombre de la iglesia que allí se encuentra.
Está bastante vacía, increíble para ser Barcelona, por lo que se disfruta mucho más del atractivo del barrio, con una esquina que invita a sentarse a ver la vida pasar. La iglesia muestra en sus muros los restos de los bombardeos franquistas y una placa recuerda a las víctimas.
Continuamos a Santa María del Pi, con bastante más jaleo, así como pintores de retratos y puestos de mercadillo. Seguimos hasta la Catedral.
La rodeamos mientras que hacemos fotos, nos cruzamos con muchos más turistas, escuchamos a músicos callejeros con más o menos pericia y voz.

La Catedral de la Santa Cruz y Santa Eulalia es la catedral gótica de la ciudad. Se construyó entre los siglos XIII y XV sobre la antigua catedral románica. La fachada fue modificada gracias a un concurso publicado en 1882 con motivo de la Exposición Universal de Barcelona de 1888.
Según la tradición popular, las gárgolas son brujas que, cuando pasaba la procesión del Corpus Christi, escupían, siendo convertidas en figuras monstruosas de piedra, condenadas a escupir el agua del tejado de la catedral.
Tampoco entramos al interior, una vez más, por los precios de las entradas. Estoy apuntando en una lista los lugares pendientes para la siguiente visita.
Justo en frente, nos llama la atención el mural de Picasso sobre la fachada del Colegio de Arquitectos que representa las fiestas mediterráneas y el mural del beso. Joan Fontcuberta llenó en 2014 una pared con unas 4.000 imágenes impresas sobre baldosas y que, visto desde la distancia, con el degradado de colores, vemos dos labios besándose. El contraste entre lo gótico y la modernidad.
Continuará.
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He añadido los enlaces a las páginas web oficiales donde se encuentra información para las visitas totalmente actualizada. No me llevo ningún tipo de comisión por pinchar en ellos o comprar entradas.
No me gusta dar nombres de restaurantes, bares u hoteles porque, entre otros motivos, no me pagan para hacerles publicidad. Si hay alguien interesado en esa información práctica, puede ponerse en contacto conmigo y le recomedaré direcciones.
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Puedes encontrar un álbum de fotos de Barcelona en el perfil de Facebook de Descalzos por el mundo.
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