Palacios de Viena: Hofburn, Belvedere y Schönbrunn

Creo que, si hay un concepto que asociemos automáticamente a Viena es el de los palacios. La ciudad está plagada de ellos: Palacio Daun- Kinsky, de Auersperg, Trautson, Ferstel… y podríamos estar así hasta mañana. Para vuestra tranquilidad, no tengo pensado hablar de estos que acabo de nombrar, ni de otros tantos, entre otros motivos, porque no los llegué a visitar, pero sí que quiero desarrollar sobre los tres más conocidos: Hofburn, Belvedere y Schönbrunn.

Palacio Hofburn

El Palacio Imperial Hofburn está intrínsecamente unido al nombre de Sissi y no es para menos, ya que en este palacio vivió la famosa emperatriz austriaca, además de albergar, hoy día, el Museo Sissi. En la actualidad encontramos las oficinas del presidente de Austria, así como distintos museos o la Escuela Española de Equitación.

Palacio de Hofburn, en el centro histórico de Viena

La primera vez que vi este edificio fue durante nuestro paseo por el centro histórico del primer día. Aunque la visita la teníamos programada para el día siguiente, es imposible no llegar, ya que se encuentra en pleno centro. Giras por una calle y ¡zas! te das de bruces con él y, por lo tanto, inevitable alucinar y hacer fotos. No quisimos dedicar más tiempo porque nos estaba esperando un día más tarde, pero no pudimos contenernos y más de una foto cayó.

El palacio fue construido en el siglo XIII y fue residencia de los Habsburgo desde este momento hasta 1918, con la caída del Imperio Austriaco. Teniendo tanta historia a sus espaldas, es lógico que cada uno de sus habitantes quisiera dejar su huella en él: desde un castillo fortificado hasta el neoclásico, pasando por el renacentista y el barroco. Por mucho que la teoría esté muy bien, tenerlo delante es espectacular, te deja con la boca abierta y, pese a que se pueda dar la circunstancia de que no te guste porque sea “demasiado”, sí que no te dejará indiferente.

Una de las habitaciones de Los Aposentos Imperiales. Fuente wien.info

Tal y como teníamos previsto, volvimos y nos llevó bastante tiempo entrar, no porque no encontrásemos la entrada o porque la cola de acceso fuese interminable, sino porque estuvimos fijándonos en cada detalle y haciendo fotos, quería traerme todo esto a casa para poderlo revivir en cualquier momento. Como me pasó en Edimburgo, cuando crees que ya las ciudades europeas no pueden sorprenderte más, aparece esto en tu vida.

Museo Sissi y Aposentos Imperiales

Como ya he comentado, el recinto está formado por gran variedad de museos de los que no dudo su interés, sin embargo, nosotros lo habíamos reducido a dos: el Museo de Sissi y los Aposentos Imperiales.

El Museo Sissi fue una sorpresa absoluta. Esperaba una continuación de estancias barrocas, con muebles de la época, retratos de la Emperatriz Isabel, joyas y vestidos y, aunque esto es una parte de lo que se exhibe, la forma de hacerlo difiere a lo que me había imaginado. Muchas de las instalaciones se han modernizado y, acompañado de una audioguía, te narran la vida de este personaje, desde su nacimiento hasta su asesinato en 1898. Pero lo que me sorprendió fue la manera de mostrarlo, que se distancia de la versión edulcorada de las películas de Ernst Marischka, en las que Romy Schneider interpretaba al personaje principal, sino más bien, apoyándose en documentos históricos, la presentan como una mujer caprichosa y enfermiza, que no quería estar en la corte de Viena, que huía en cuanto podía a sus residencias en el campo y que estaba totalmente alejada del pueblo. Desmontando mitos en 3,2,1… También se narra de cómo nació el marketing de su figura a raíz de su asesinato, ya que aconsejaron a Francisco José I, Emperador y viudo reciente, que “vendiese” la imagen de Sissi, con peinados maravillosos, vestidos fastuosos, retratos de impresión y pequeñas estatuillas para recordarla y, de esta manera, cambiar la opinión pública que existía y que ha pasado década tras década.

Los aparatos de gimnasia de la Emperatriz Isabel. Fuente wien.info

El recorrido del museo se complementa con cuadros, vestidos, objetos que la pertenecieron, además de recrear el gimnasio y barras de ejercicio que empleaba, así como su baño y los rituales de belleza que seguía. Sinceramente, me pareció muy interesante y lo recomiendo sin ninguna duda.

A continuación, pasamos a los Aposentos Imperiales, donde vivieron los emperadores Francisco José I e Isabel, y se cruzan esas habitaciones que pertenecían a un ámbito más privado y familiar, así como la sala de audiencias y el despacho de trabajo.

Al igual que en el museo anterior, acompañados de una audioguía, vemos recorriendo las salas, esta vez, con aspecto de museo clásico, es decir, la imagen que tenemos de museo o de palacio abierto al público: muebles de la época, porcelanas, retratos, fotografías, etc. Mientras que te explican la utilidad de cada una de las salas, alguna peculiaridad en concreto, las rutinas diarias de sus moradores.

Dedicamos casi toda la mañana a este Palacio y, sinceramente, no se me hizo pesado, creo que es muy recomendable. Al salir, como aún es pronto para comer (gracias a que en el Palacio no se pueden hacer fotos en el interior), vamos caminando hasta la Iglesia de los Capuchinos. Sin embargo, antes de llegar, dimos con la Fuente de Donner, con unas estatuas muy llamativas.

Las curiosas esculturas de la Fuente de Donner

La cripta de la iglesia de los Capuchinos

La Iglesia de los Capuchinos es conocida por su cripta, ya que es el lugar donde descansan los cuerpos de la gran parte de la familia Habsburgo. Desde el exterior, la iglesia no es especialmente vistosa, exceptuando por el color marrón de la fachada, que destaca entre la palidez del resto de edificios. La iglesia como tal, tampoco sería muy conocida si no fuese por lo que guarda en el subsuelo: aquí descansan los féretros de 12 emperadores y 19 emperatrices de los Habsburgo, sólo faltarían tres, enterrados en otros lugares. También podemos ver las urnas que albergan sus órganos internos y es que, dato para morbosillos, el desmembramiento del cuerpo tras la muerte era uno de los privilegios de pertenecer a esta familia. Sinceramente, me parece una visita curiosa, que no requiere mucho tiempo, no es morbosa y todo está tratado con respeto.

Uno de los sarcófagos de la cripta de la Iglesia de los Capuchinos en Viena

Palacio Belvedere y los jardines

El siguiente palacio que vistamos fue el del Belvedere. Pese a lo que podríamos pensar, no está vinculado a la familia imperial, sino que fue diseñado por Johann Lukas von Hildebrandt por orden del príncipe Eugenio de Saboya. El palacio se construyó entre 1714 y 1716 tras la derrota de los turcos a manos de este príncipe. Para intentar poner en contexto a este personaje histórico, podemos resumir indicando que, aunque se había criado en la corte de París, fue uno de los principales generales que sirvieron en el ejército del Sacro Imperio Románico Germánico durante las guerras contra los otomanos.

El palacio es de estilo Barroco y se considera uno de los mejores del mundo en este estilo. Está formado por tres edificios que, hoy en día, funcionan como museos. No obstante, si hay algo por lo que llame la atención el Belvedere son los jardines.

El Belvedere Superior desde los jardines, en los que encontramos las famosas esfinges, Viena

Nosotros entramos por la entrada del Belvedere inferior y, ante nosotros, se presentaron unos jardines de unos 700 metros de longitud que, según Google maps, se tardarían 9 minutos en recorrer andando. Ya os confirmo que no son 9 minutos ni de broma. Jardines de una belleza que duele, donde destaca el blanco de las estatuas y esfinges entre el verde del césped. Fuentes, cascadas, estatuas, parterres ornamentales y, de fondo, el Belvedere superior, con una fachada blanca, plagada de ventanales y un tejado de ese verde azulado tan peculiar en el Centro y Norte de Europa.

Por cuestión de tiempo, y porque dedicamos bastante a pasear por los jardines y hacer infinidad de fotos, sólo pudimos visitar el interior del Belvedere superior, que funciona como museo de arte austriaco de la Edad Media y de arte moderno y de entreguerras. Además, tiene la colección más completa de Gustav Klimt, con 24 obras de este artista, entre los que destaca El beso.

Vista de los jardines y del Belvedere Inferior, Viena

De sus paredes también colgaban cinco cuadros de este mismo pintor, que fueron robados por los nazis a sus propietarios, la familia judía Bloch- Bauer, hasta que los tribunales dictaminaron que tenían que ser devueltos a sus legítimos herederos. De este hecho hablé en el post La dama de oro, uno de los primeros que publiqué como película que me inspira para viajar. Quién iba a decirme que unos meses más tarde yo misma me pasearía entre las salas de este museo tan estimulante.

Pero volvamos a los jardines y es que, viendo la cola que se estaba generando para entrar, decidimos dejar el resto de visita para más tarde y directamente ir hacia el palacio y esperar pacientemente para entrar que, por suerte, fue rápido. Al entrar, el Barroco te explota en la cara: cuatro figuras de Atlas que sujetan una bóveda de estuco, mármol, frescos, estucos, dorados por todas partes. Ya he dicho en alguna ocasión que éste no es mi estilo preferido, sin embargo, el Belvedere me robó el corazón.

Atlas nos da la bienvenida al Belvedere Superior, Viena

Aunque no nos demos cuenta, en todas las estancias hay paneles informativos explicando el uso de la habitación en cuestión, así como el arte o muebles que pueda contener, a pesar de ello, la mayoría del público se fija exclusivamente en los cuadros expuestos y, especialmente, en El beso de Klimt. Esto daría para otra reflexión del tipo Miramos o ponemos check: no se puede decir que el resto de las salas estuvieran vacías, porque no era así, pero desde luego, el tumulto que se congrega delante de este cuadro hacen complicado disfrutarlo y, lo que es peor, muchos de los que allí estaban, ni miraban: entraban con los móviles a la altura de los ojos para hacer la foto o un selfie y ya. Era salir de la sala y todo el mogollón desaparecía, como si se evaporara. ¿Por dónde han entrado? ¿Por dónde salen? La entrada a este recinto es cara, de hecho, es para darle una vuelta antes de comprar ningún billete, sobre todo, si no eres un apasionado del arte (la entrada a los jardines es gratis), ¿de verdad compensa pagar ese dineral por tener la foto de un cuadro? Deberíamos pararnos a pensar sobre los límites y el precio del postureo.

Detalle de El beso, Gustav Klimt 1907-8

Palacio Schönbrunn

El último palacio que visitamos en Viena es el de Schönbrunn, del siglo XVII, y que servía como residencia de verano a la familia imperial.

Cuando entramos, hicimos el imbécil: dado que teníamos la Vienna Pass y la entrada estaba incluida, fuimos directamente a hacer una inspección rápida de los jardines, para hacernos una idea de lo que nos esperaba. Como empezaban a llegar más visitantes, nos pusimos en la cola, primero en la de entregar la mochila y después para acceder. Llegamos, enseñamos la Vienna Pass y nos mandan a las taquillas. Resulta que, independientemente de esta tarjeta, tienes que reservar el horario de tu visita. Llegamos a taquilla, otra cola más y, cuando alcanzamos el mostrador, nos dicen que el siguiente horario disponible es dos horas más tarde. Bueno, no queda otra, las cogemos, sabiendo que saldremos más tarde a comer. Nos toca hacer la visita al revés de cómo lo teníamos: primero los jardines y, para terminar, el palacio.

Palacio Schönbrunn, Viena

Nos encontramos con unos jardines de tipo versallescos, aunque bastante menos exuberantes, con fuentes, donde destaca la Fuente de Neptuno, falsas ruinas romanas, huertos, laberintos y la Gloriette, situada en lo más alto del recinto y desde donde las vistas son un escándalo. Cuando se construyó este último edificio, en 1775, no tenía mucha utilidad y, viendo cómo es hoy en día, cuesta encontrársela, por mucho que, más adelante, se usara como comedor, salón de baile o, incluso, sala de desayuno.

Después de pasear, hacer multitud de fotos, alucinar con la grandiosidad del recinto, perdernos entre los laberintos, llegó un momento en el que nos faltaba un rato aún para poder acceder, pero poco más nos quedaba que ver, realmente, estábamos haciendo tiempo, por lo que decidimos ir hasta la entrada, por si teníamos suerte y nos dejaban entrar. Y la tuvimos.

Fuente de Neptuno, en los jardines del Palacio de Schönbrunn, Viena

En el interior, nos encontramos, una vez más, una sucesión de salas decoradas con mobiliario de la época, cuadros, lámparas de araña y todo tipo de joyería, entre otras cosas. Una vez más, la audioguía es muy útil porque va explicando cada una de las salas, incluyendo el baño en el que Sissi se lavaba el pelo, y una de ellas que ha pasado a la historia por ser el primer lugar en el que Mozart tocó en público, con tan solo 6 años.

El lugar puede parecer repetitivo, al fin y al cabo, hemos visto tres palacios barrocos en tres días, pero, desde mi punto de vista, los tres son bastante recomendables, por eso tenía claro que no nos perderíamos alguno de ellos. Como curiosidad, y para animar más aún a visitarlos, Hofburn y Belvedere están considerados Patrimonio Mundial de la UNESCO por estar dentro del centro histórico de Viena y Schönbrunn, por sí solo, también lo es.

La Gloriette, en el Palacio de Schönbrunn, Viena

Por cierto, al salir de Schönbrunn, que está bastante retirado, aunque bien comunicado en metro, teníamos una dirección guardada para probar el wienner schnitzel, sin embargo, el destino nos llevó a otro sitio, aunque con el susto porque casi nos quedamos sin comer y el estómago rugía. Pero ésa es otra historia…

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Puedes ver más fotos de este destino en el álbum de fotos de Viena publicado en la cuenta de Facebook de Descalzos por el mundo. También puedes encontrar otro álbum de fotos de Bratislava, que complementa el viaje.

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